Untitled Sermon (2)
La hospitalidad en el día del sábado era parte importante en la vida de los judíos, de modo que no era raro que Jesús fuera invitado a una casa para comer, después del culto semanal en la sinagoga. A veces alguien lo invitaba sinceramente porque quería aprender más de la verdad divina; pero muchas veces invitaron a Jesús sólo para que sus enemigos pudieran vigilarlo y hallar algo para criticar y condenar. Este fue el caso en la ocasión descrita en Lucas 14, cuando un dirigente de los fariseos invitó a Jesús para cenar.
La hospitalidad en el día del sábado era parte importante en la vida de los judíos, de modo que no era raro que Jesús fuera invitado a una casa para comer, después del culto semanal en la sinagoga. A veces alguien lo invitaba sinceramente porque quería aprender más de la verdad divina; pero muchas veces invitaron a Jesús sólo para que sus enemigos pudieran vigilarlo y hallar algo para criticar y condenar. Este fue el caso en la ocasión descrita en Lucas 14, cuando un dirigente de los fariseos invitó a Jesús para cenar.
Jesús sabía perfectamente lo que había en el corazón de los hombres (Juan 2:24–25), así que nunca lo tomaron por sorpresa. Es más, en lugar de que los que lo invitaban o los invitados juzgaran a Jesús, era él quien emitía juicio sobre ellos cuando menos lo esperaban. De hecho, en este respecto, ¡Jesús era una persona peligrosa con quien sentarse a comer o para acompañar! En Lucas 14 vemos a Jesús tratando con cinco diferentes clases de personas y exponiendo lo que había de falso en sus vidas y sus pensamientos.
Los Fariseos: Piedad falsa (Lucas 14:1–6)
En lugar de llevarlos al arrepentimiento, la severa denuncia que Jesús hizo de los fariseos y escribas (Lucas 11:39–52) sólo provocó en ellos el deseo de venganza, y así tramaron un complot contra él. El fariseo que invitó a Jesús a su casa para cenar también invitó a un hombre que sufría de hidropesía. Esta es una enfermedad dolorosa en la que, debido a una deficiencia de los riñones, problemas cardiacos o una enfermedad del hígado, los tejidos se llenan de agua. Qué crueles los fariseos para usar a este hombre como instrumento para realizar su perverso plan, pero si no amamos al Señor, tampoco amaremos a nuestro prójimo. Su manera desalmada de tratar al hombre fue peor que la conducta ilegal de nuestro Señor en el día de reposo.
No habrían invitado a este enfermo a una cena tan importante, de no haber sido porque los fariseos querían usarlo como carnada para atrapar a Jesús. Sabían que Jesús no podía estar en presencia del sufrimiento humano mucho rato sin hacer algo al respecto. Si ignoraba al enfermo, entonces no tenía compasión; pero si lo sanaba, estaba abiertamente violando el día de reposo y entonces podrían acusarlo. Pusieron al hidrópico delante del Maestro para que a fuerzas lo viera, y luego esperaron que el Señor cayera en la trampa.
Ten presente que Jesús ya había violado las tradiciones que los fariseos tenían en cuanto al sábado por lo menos en siete ocasiones diferentes. En el día de reposo él echó fuera un demonio (Lucas 4:31–37), sanó a una mujer con fiebre (Lucas 4:38–39), permitió que sus discípulos recogieran grano (Lucas 6:1–5), sanó a un cojo (Juan 5:1–9), sanó a un hombre que tenía una mano paralizada (Lucas 6:6–10), libró a una mujer tullida que era afligida por un demonio (Lucas 13:10–17) y sanó a un ciego (Juan 9). No sabemos por qué los enemigos de nuestro Señor pensaron que era necesario tener más evidencia, pero sí sabemos que en su intriga les salió el tiro por la culata.
Cuando Jesús les preguntó sobre sus convicciones en cuanto al sábado, usó contra ellos la misma arma que ellos habían planeado usar contra él. Para empezar, ellos no podían sanar a nadie en ningún día, y todo mundo lo sabía. Pero incluso más, si los fariseos decían que nadie debía ser curado en el día de reposo, el pueblo los consideraría inhumanos; y si daban permiso para la sanidad, sus colegas los considerarían desobedientes a la ley. El dilema era ahora suyo, y no del Señor, y tuvieron que buscar la manera de escabullirse. Como lo hicieron en más de una ocasión, los escribas y fariseos evadieron el asunto guardando silencio.
Jesús sanó al hombre y le dejó ir, sabiendo que la casa del fariseo no era el lugar más seguro para aquel hombre. En lugar de proporcionar pruebas contra Jesús, el hombre las proveyó contra los fariseos, porque daba testimonio del poder sanador del Señor Jesucristo.
El Señor sabía demasiado sobre este grupo legalista como para dejar que se escapara sin más ni más. Sabía que en el sábado ellos rescataban del peligro a sus animales, así que ¿por qué no permitir que él librara a un hombre que estaba hecho a semejanza de Dios? En efecto ellos estaban insinuando que los animales eran más importantes que la gente. Es lamentable que algunas personas, incluso hoy, quieren más a sus mascotas que a sus mismos parientes, a sus vecinos, o incluso a un mundo perdido.
Jesús dejó al descubierto la piedad falsa de los fariseos y escribas. Ellos aducían que defendían las leyes divinas del sábado, cuando en realidad estaban negando a Dios por la manera en que maltrataban a la gente y acusaban al Salvador. Hay una gran diferencia entre proteger la verdad divina y promover las tradiciones humanas.
Los invitados: Popularidad falsa (Lucas 14:7–11)
Los expertos en administración de empresas nos dicen que la mayoría de personas llevan un rótulo invisible que dice: “Por favor: Hazme sentir importante”; si hacemos caso de ese letrero, podemos triunfar en las relaciones humanas. Por otro lado, si decimos o hacemos cosas que causan a otros sentirse insignificantes, fracasaremos. Entonces la gente responderá enojándose y resintiéndose, porque todo mundo quiere que lo noten y que le hagan sentirse importante.
En los días de Jesús, como en estos días, había símbolos de nivel social que hacían que la gente mejorara o protegiera su posición en la sociedad. Si te invitaban a las casas debidas y te sentaban en el lugar apropiado, entonces la gente sabría lo importante que eres. El énfasis estaba en la reputación, no en el carácter. Era más importante sentarse en el lugar apropiado que vivir correctamente.
En tiempos del Nuevo Testamento, mientras más cerca te sentabas al anfitrión, más alto estabas en la escala social y recibías más atención (y más invitaciones) de parte de otros. Naturalmente, muchos corrían a la mesa principal tan pronto como se abrían las puertas, porque querían ser importantes.
Dicha actitud revela un concepto falso del éxito. “No trates de ser un hombre de éxito”, decía Alberto Einstein, “sino trata de llegar a ser hombre de valor”. Aunque puede haber algunas excepciones, por lo general es cierto que las personas de valor a la larga son reconocidas y honradas apropiadamente. El éxito que resulta sólo de la auto exaltación es efímero, y te avergonzarás cuando se te pida que te cambies a un asiento inferior (Proverbios 25:6–7).
Cuando Jesús aconsejó a los invitados a ocupar los lugares más humildes, no estaba dándoles una “pista” para un ascenso garantizado. Dios detesta la falsa humildad que ocupa el lugar más bajo tanto como el orgullo que ocupa el lugar más elevado. A Dios no lo impresiona nuestro estatus en la sociedad o en la iglesia. Dios no se deja influenciar por lo que la gente dice o piensa en cuanto a nosotros, porque él ve los pensamientos y motivos del corazón (1 Samuel 16:7). Dios todavía humilla al orgulloso y exalta al humilde (Santiago 4:6).
El ensayista británico Francis Bacon comparaba la fama con un río que con facilidad lleva “cosas ligeras e hinchadas” pero que inunda “cosas pesadas y sólidas”. Es interesante hojear ediciones viejas de enciclopedias y ver cuántas personas famosas son hoy personas olvidadas.
La humildad es una gracia fundamental en la vida cristiana, sin embargo muy elusiva; ¡si sabes que la tienes, la has perdido! Bien se ha dicho que la humildad no quiere decir pensar de nosotros mismos en forma denigrante; sino que es simplemente no pensar en nosotros mismos. Jesús es el más grande ejemplo de humildad, y haremos bien en pedirle al Espíritu Santo que nos capacite para imitarle (Filipenses 2:1–16).
El anfitrión: Hospitalidad falsa (Lucas 14:12–14)
Jesús sabía que el anfitrión había invitado a sus convidados por dos razones: (1) para retribuir la invitación que ellos le habían extendido a fiestas pasadas y (2) para ponerlos bajo obligación de modo que lo invitaran a fiestas futuras. Tal hospitalidad no era una expresión de cariño y gracia, sino más bien una manifestación de orgullo y egoísmo. Estaba comprando el reconocimiento.
Jesús no nos prohíbe reunir a la familia y a los amigos, pero nos advierte que no invitemos sólo a la familia y amigos exclusiva y habitualmente. Esa clase de compañerismo rápidamente degenera en una “sociedad de admiración mutua” en la cual cada uno trata de hacer más que el otro, y nadie se atreve a romper el ciclo. Triste es decirlo, pero demasiado de la vida social de la iglesia cae bajo esta descripción.
Nuestro motivo para compartir debe ser la aprobación de Dios y no el aplauso de los hombres, la recompensa eterna en el cielo y no el reconocimiento temporal en la tierra. Un pastor amigo mío solía recordarme: “¡No se puede recibir dos veces el mismo premio!” y tenía razón (ve Mateo 6:1–18). En el día del juicio muchos que hoy son primeros a ojos de los hombres serán los últimos a los ojos de Dios, y muchos que son últimos a los ojos de los hombres serán primeros a los ojos de Dios (Lucas 13:30).
En tiempos de nuestro Señor no se consideraba apropiado invitar a los pobres y tullidos a los banquetes públicos. (¡Tampoco invitaban a las mujeres!) Pero Jesús nos ordena a poner a estas personas necesitadas a la cabeza de nuestra lista de invitados porque ellos no pueden devolvernos el favor. Si nuestro corazón está bien con Dios, él verá que recibamos la recompensa apropiada, aun cuando el recibir una recompensa no debe ser el motivo de nuestra generosidad. Cuando servimos a otros con corazones desprendidos, estamos acumulando tesoros en el cielo (Mateo 6:20) y llegando a ser “ricos para con Dios” (Lucas 12:21).
Nuestro mundo moderno es muy competitivo, y es fácil que el pueblo de Dios se preocupe más por las ganancias y pérdidas que por el sacrificio y el servicio. “¿Qué voy a sacar yo de esto?” puede convertirse fácilmente en la pregunta más importante de la vida (Mateo 19:27ss). Debemos esforzarnos por mantener la actitud desprendida que Jesús tenía y compartir con otros lo que tenemos.
Los Judíos: Seguridad falsa (Lucas 14:15–24)
Cuando Jesús mencionó “la resurrección de los justos”, uno de los invitados se emocionó y dijo: “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”. Los judíos se imaginaban su futuro reino como un gran banquete con Abraham, Isaac, Jacob y los profetas como invitados de honor (Lucas 13:28; ve Isaías 25:6). Este invitado anónimo se sentía confiado en que un día estaría en la fiesta del reino con ellos. Jesús respondió relatándole una parábola que reveló las tristes consecuencias de la confianza falsa.
Jesús sabía perfectamente lo que había en el corazón de los hombres (Juan 2:24–25), así que nunca lo tomaron por sorpresa. Es más, en lugar de que los que lo invitaban o los invitados juzgaran a Jesús, era él quien emitía juicio sobre ellos cuando menos lo esperaban. De hecho, en este respecto, ¡Jesús era una persona peligrosa con quien sentarse a comer o para acompañar! En Lucas 14 vemos a Jesús tratando con cinco diferentes clases de personas y exponiendo lo que había de falso en sus vidas y sus pensamientos.