Sermón sin título
El Temor
Así que no los temáis, porque nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse. Lo que os digo en la oscuridad, habladlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.
NO LES TEMÁIS (10:26)
Aquí empieza un nuevo párrafo del discurso de Jesús (10:26–33), jalonado por la frase no los temáis (ver 10:26, 28, 31).
Muchas de las cosas que el Señor ha dicho hasta aquí podrían llenar de espanto a los discípulos hasta el punto de frenar su capacidad para seguir adelante con su misión. Y lo cierto es que el miedo es una poderosa arma en manos del maligno. Nos paraliza en nuestro cometido evangelístico y nos neutraliza en la guerra espiritual. Si el diablo logra infundir miedo en nosotros, está a un solo paso de hacernos callar y abandonar nuestro testimonio.
Algunos somos miedosos por naturaleza. Nuestra timidez nos conduce a temer excesivamente a los hombres. Nuestra necesidad de afecto nos traiciona y nos hace incapaces de decir algo que podría resultar en el rechazo por parte de los demás. Otros no sufren esta clase de timidez crónica; pero, aun así, el miedo puede vencerles cuando ven asomar los peligros de la oposición y la persecución.
Así pues, por todo lo dicho hasta aquí, hay sobrados motivos por los que sentir miedo. Pero –dice Jesús– hay aún mayores motivos por los que no sentirlo o, al menos, por los que no permitir que el miedo nos paralice: No los temáis porque…
Estos motivos varían en su naturaleza. Algunos tienen que ver con la vigilancia amorosa del Padre (10:29–31); otros, con las trágicas consecuencias de inhibirnos a causa del miedo (10:33) y con las gloriosas consecuencias de vencer el miedo y seguir adelante con nuestro testimonio (10:32); otros, con la relativa levedad de la persecución en comparación con la enorme gravedad del castigo eterno (10:28).
Es como si Jesús dijera:
• No los teméis, porque el daño físico que pueden haceros no es nada en comparación con el daño espiritual que ellos mismos se están granjeando (10:28).
• No los temáis, porque tenéis un Padre celestial que no os abandona en la prueba, sino que vela por vosotros (10:29–31).
• No los temáis, porque vuestra perseverancia en medio de la persecución os traerá grandes bendiciones: vuestra fidelidad a mi causa conducirá a mi fidelidad a tu causa delante de mi Padre (10:32).
• En cambio, vuestra infidelidad puede conducir a que yo tenga que decir ante él que jamás os conocí (7:23; 10:33).
Éstas, pues, son algunas de las razones aducidas por Jesús por las que no debemos rendirnos ante el miedo, sino vencerlo y proseguir con el cumplimiento de nuestra misión. Hasta aquí, la línea de argumentación del Señor parece clara y coherente. Sin embargo, al principio de estas razones topamos con los versículos 26 y 27, que no parecen encajar en el argumento, sino que lo desvían hacia consideraciones acerca del contenido del mensaje que los discípulos han de proclamar y acerca de la obligación que tienen de proclamarlo. ¿Qué hacer, pues, con estos versículos?
Los comentaristas les dan dos lecturas muy diferentes y, francamente, no es fácil determinar cuál de las dos estaba en la mente del Señor al pronunciar este discurso. Quizás lo mejor que podemos hacer sea exponer las dos interpretaciones y que cada lector decida por sí mismo. Personalmente, me convence más la segunda.
LO OCULTO REVELADO (10:26)
¿A qué se refiere Jesús cuando afirma que nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse? Según la primera lectura, seguida por la mayoría de comentaristas evangélicos, se refiere a la vindicación de los discípulos por parte de Dios en el día final. Las cosas encubiertas y ocultas son los insultos, las injurias, las torturas y el peligro de muerte que Jesús acaba de describir, y asimismo la inocencia y sencillez de motivación de los discípulos (Salmo 37:5–6). Muchas veces, la persecución no se practica de una manera abierta y pública, sino en secreto. En los peores extremos de la persecución, los creyentes son arrestados clandestinamente por la noche, arrastrados ante tribunales de dudosa legitimidad y sometidos a tormento en oscuros lugares escondidos en los sótanos de la comisaría. Aun en las formas más benignas de oposición, con frecuencia el creyente tiene que soportar insultos y atropellos sin que nadie más lo sepa y sin tener a nadie a quien recurrir en su defensa. No os preocupéis, dice Jesús. Dios lo ve todo (cf. 10:29–31; Hebreos 4:13). En el día final, todos los vergonzosos secretos de los hombres serán sacados a la luz (Romanos 2:16; 1 Corintios 4:5).
El principal problema con esta lectura es que hace que los versículos 26 y 27, los cuales hablan cada uno de algo secreto que ha de salir a la luz, se refieran a dos cosas muy diferentes: el 26, al juicio final; y 27, al testimonio actual de los creyentes. Esto hace difícil seguir la línea de pensamiento del Señor. Por un lado, parece estar diciendo que los discípulos no deben temer a sus perseguidores, sino adquirir una perspectiva escatológica de la persecución: todos los abusos que tienen que soportar a escondidas serán revelados abiertamente en el día final. Por otro lado, está diciendo que todas las enseñanzas que les transmite ahora de una manera secreta deben ser proclamadas en el futuro de una manera abierta y pública. Aparentemente, las dos ideas no tienen nada que ver entre sí. Es como si Jesús añadiese el versículo 27 entre paréntesis en medio de dos exhortaciones: “No temáis (10:26), porque todas las cosas terribles que os hacen ahora en secreto saldrán a la luz pública en el día de vuestra vindicación ante Dios. Y, por cierto (10:27), hablando de cosas secretas que han de revelarse públicamente en el futuro, pronto vendrá el día en que deberéis declarar abiertamente lo que ahora os enseño en secreto. Pero, volviendo al tema principal del miedo a la persecución (10:28), otra razón por la que no debéis temer es…”
Por supuesto, no hay ninguna razón de peso por la que Jesús no podría haber introducido el versículo 27 a modo de paréntesis. Los predicadores practicamos con frecuencia esta clase de interrupción del argumento. Cierta asociación de ideas nos lleva a la deriva con respecto a la línea principal de nuestro argumento; entonces hemos de volver atrás al tema que teníamos en mano. Sin embargo, aun aceptando la validez de esta interpretación, no tenemos que suponer necesariamente que se trata solamente de un paréntesis que nos desvía del argumento principal, sino que Jesús ve entre estas dos ideas una estrecha vinculación temática. No es sólo que aquí tenemos dos situaciones independientes que, casualmente, tienen un factor en común: la revelación futura de lo que ahora está escondido; sino que una de estas situaciones depende de la otra. A pesar de que su denuedo público puede conducir a sufrimientos clandestinos, los discípulos deben seguir adelante con la declaración abierta de los secretos del evangelio, a sabiendas de que sus sufrimientos clandestinos serán, a su vez, hechos públicos en el día final. Es decir, lo que debe concedernos la valentía de hacer público lo secreto (10:27) es el saber que, un día, lo secreto será hecho público (10:26). Nuestra presente manifestación pública de denuedo es exigida en base a la futura manifestación pública de vindicación. Si somos fieles ahora, Dios será fiel en el futuro.
En otras palabras, Jesús anticipa aquí el argumento de los versículos 32 y 33: del fiel cumplimiento actual de la misión por parte de los discípulos depende la revelación futura por parte de Dios de todo lo que han sufrido; de la fiel confesión presente del evangelio, aunque sea al precio de mucha oposición y aflicción, depende el reconocimiento futuro de los discípulos por parte de Cristo.
Sin embargo, algunos de los comentaristas más relevantes optan por otra lectura. En segundo lugar, pues, el versículo 26 puede referirse a la proclamación pública de las verdades del evangelio, lo cual enlaza directamente con la obligación de los discípulos de testificar siempre de una manera abierta (10:27). Ellos son los que no deben encubrir ni ocultar las enseñanzas de Jesús, sino revelarlas a la gente y hacerlas saber.
En este caso, los dos versículos se refiere esencialmente a lo mismo: la proclamación del evangelio. Así, esta lectura hace que desaparezca de un plumazo la aparente incongruencia entre ellos. La línea argumental queda despejada.
La principal objeción a ella es que la fuerza del versículo 26 parece indicar la razón por la que los discípulos no deben temer a sus perseguidores (no los temáis, porque nada hay encubierto que no haya de ser revelado), lo cual es difícil de reconciliar con esta lectura. Tendríamos que suponer que la frase no los temáis quiere decir no dejéis de testificar por temor a ellos, y que la palabra porque introduce la razón por la que no debemos dejar de testificar, no la razón por la que los perseguidores no han de resultarnos temibles. De hecho, es bastante evidente que éste es el significado de la frase. Algunas de las cosas que harán los perseguidores provocan miedo con toda razón. Jesús no lo niega. Al contrario, lo confirma. Por tanto, sus palabras no pueden significar que no hay nada que temer; sino que no debemos permitir que el temor nos haga callar nuestro mensaje. En principio, el temor a la persecución podría llevarnos a guardar secretas las grandes verdades de Jesús; pero debemos darlas a conocer a los demás, venciendo nuestro temor a la oposición.
Lo que hace que esta segunda lectura sea altamente probable es que coincide con las otras ocasiones en las que Jesús empleó estas mismas palabras. Las repitió en diferentes ocasiones y, desde luego, en algunas de ellas las empleó claramente para reforzar la idea de que el creyente no debe esconder su testimonio. Así, por ejemplo, en Marcos 4:21–22 leemos:
Y [Jesús] les decía: ¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un almud o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque nada hay oculto, si no es para que sea manifestado; ni nada ha estado en secreto, sino para que salga a luz.
Hablando del resplandor del testimonio de los discípulos, Jesús dice que, lejos de esconderlo, deben manifestarlo para que salga a luz. Sería extraño que, en un contexto como el nuestro de Mateo 10 que también habla del testimonio de los discípulos, el significado no fuera el mismo.
Según esta lectura, pues, Jesús está diciendo: “No permitáis que el temor a los hombres frene vuestro testimonio. El evangelio ha de ser proclamado a todos. A vosotros os han sido encomendados los secretos del reino para que los administréis sabiamente y todos tengan oportunidad de entrar en él. La urgencia del mensaje es la razón por la que no debéis callaros, sea cual sea el precio que tengáis que pagar.”
LO SECRETO PROCLAMADO (10:27)
En el versículo 27, Jesús convierte la afirmación positiva acerca del carácter imparable del anuncio del evangelio (10:26) en un insoslayable mandato explícito para los discípulos. Es inevitable que lo secreto sea manifestado; por tanto, vosotros debéis tomar lo que os digo en la oscuridad (es decir, en secreto, privadamente) y proclamarlo en público. Lo que es inevitable, según el versículo 26, debe covertirse en la intención consciente de los discípulos (10:27). También en la nuestra.
Los tejados planos de las casas de Palestina formaban una plataforma ideal desde la cual predicar a las multitudes. No sólo deben dar testimonio personal de uno a uno, sino que deben aprovechar todas las oportunidades para hacer una proclamación pública y aun multitudinaria del mansaje.
¿Pero cuáles son estas cosas que Jesús les decía en la oscuridad? Queda claro que el Señor no quiere decir que hay cosas que él mismo no declaraba al pueblo por abrigar motivaciones siniestras o por temer las represalias (cf. Juan 18:20), pero que quiere que sean proclamadas por los discípulos. Aquí, más bien parece reconocer que el mansaje predicado públicamente por él mismo, y ahora llevado a los pueblos de Israel por los doce, no constituye la plenitud del evangelio. Hay cosas que él no ha compartido con las multitudes no por cobardía, sino porque la gente no está aún en condiciones de recibirlas. Ha compartido determinadas enseñanzas sólo con los discípulos, mientras que ha dado las mismas enseñanzas a las multitudes sólo mediante parábolas (13:10–13). Hay ciertas cosas que el pueblo en general no será capaz de asimilar hasta más adelante (17:9). Dentro de poco, empezará a explicar a los discípulos el significado salvador de su muerte y resurrección (16:21). Aún no ha empezado a explicárselo y, en lo sucesivo, sólo lo compartirá con ellos, no con nadie más. Sería inútil predicar la cruz antes de la crucifixión. Aun los propios discípulos eran incapaces de digerir tales enseñanzas (16:22; Lucas 9:45; 18:34). Otras cosas no iban a ser reveladas por Jesús a los discípulos hasta después de Pentecostés y el derramamiento del Espíritu. Mientras tanto, los mismos discípulos no eran capaces de entenderlas (Juan 16:12–13), ni mucho menos las multitudes.
Pero los discípulos no deben pensar que este “secreteo” establece una norma permanente del cristianismo, según la cual sólo se da una enseñanza limitada a la gente en general y se reserva otras enseñanzas profundas o esotéricas para un pequeño grupo de iluminados o iniciados. Viene el día cuando toda la enseñanza será para todos (28:20). Entonces los discípulos tendrán que exponer en plenitud todos los “misterios” del evangelio (Hechos 20:27). Y, a pesar de las amenazas de persecución, deben hacerlo con denuedo, a sabiendas que es necesario que así se proclame el mensaje de Cristo.
Pero pasemos a cosas menos controvertidas, aunque no por ello menos difíciles de poner en práctica. Jesús presupone aquí una intimidad con los discípulos en la cual él los enseña “en secreto”. Aunque no tenemos el privilegio de estar en presencia del hombre Jesús en persona, podemos gozar de la misma intimidad a través de la Palabra y del Espíritu. Entramos en nuestro aposento para orar a nuestro Padre (y a nuestro Señor) que está en secreto (6:6), para escuchar su voz y aprender de él.
Luego salimos para proclamar en público todo lo que Jesús nos ha dicho en la intimidad de nuestro aposento. Nos pide que no lo guardemos para nosotros mismos, sino que se lo digamos a todo aquel que quiera escuchar. Debemos ser fieles a todo el consejo de Dios, a todo lo que Jesús nos dice, aunque no sea del agrado de nuestros oyentes. Es necesario que el evangelio sea predicado en toda su plenitud, aunque tengamos que pagar el precio de la oposición y la persecución.
26Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. 27Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas. 28Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. 29¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. 30Pues aun vuestros cabellos están todos contados. 31Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos. 32A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.