Jesús, El Salvador del Mundo
Introducción.
417. APRENDIO BIEN DE SU BUENA MAESTRA
Prov. 22:6; Isa. 55:4; Mat. 10:24; 28:20; Luc. 6:40; Jn. 11:28; 12:38; 1 Cor. 9:16; 15:58; Ef. 4:11; 2 Tim. 3:16.
Cuando yo era capellán del ejército atendí a un soldado moribundo, al cual yo conocía, y le pregunté si querí enviar a su madre algún mensaje conmigo. Me contestó: “Sí. Por favor dígale que muero con toda felicidad.” Le pregunté otra vez si quería algo más, y me dijo: “Sí. Escriba usted, por favor, a mi maestra de la escuela dominical y dígale que muero como cristiano, fiel a Cristo; y que nunca olvidé las buenas enseñanzas que ella me dio.” Yo conocía a esa maestra; y le escribí. Pocas semanas después me contestó: “… ¡Que Dios me perdone! ¡Que Dios me perdone! Pues hace un mes renuncié a mi cargo de maestra de escuela dominical, porque yo pensaba que mi trabajo con esos niños no servía ni valía para nada … e impulsada por mi cobarde corazón, y por falta de fe, abandoné a mis alumnos … y ahora recibo la carta de usted en la que me dice que mi enseñanza fue un medio para ganar un alma para Cristo … ¡Estoy decidida a trabajar otra vez en el nombre de Cristo, y le seré fiel hasta el fin de mi vida!—Autor desconocido.
133. JUAN WESLEY TRABAJADOR
2 Cor. 11:23a, b.
Juan Wesley viajó más de 400.000 kilómetros a lomo de caballo, haciendo un promedio de 32 kilómetros diarios, durante cuarenta años. Predicó 40.000 sermones; son más de 200 obras las que escribió o para cuya edición ayudó, (entre libros, folletos, himnos, sermones, etcétera), aprendió bien 10 idiomas. A los 83 años se sintió molesto porque no podía escribir más de una hora por día sin perjudicar su vista, y a los 86 se avergonzó de no predicar diariamente más de dos veces. Poco después se quejó, en su diario, de que sentía cada vez mayormente la tendencia a quedarse acostado en su cama hasta las 5:30 a. m.
El Salvador siendo anunciado.
El Salvador y su Alimento.
El Salvador y su Campo.
Características de este trabajo:
no es éxito lo que Dios espera de sus ministros, sino fruto que, muchas veces, pasa desapercibido a los ojos de los hombres y a los del mismo predicador. El fruto es «para vida eterna»: está destinado a la salvación eterna de los oyentes del Evangelio y de los predicadores mismos; y esto ha de constituir el mayor gozo de los fieles obreros del Señor, saber que su trabajo tiene por objetivo la salvación eterna de las almas las cuales tienen un valor equivalente al precio que Dios ha pagado por ellas (v. 1 P. 1:18–19), es decir, infinito
Pero en el campo espiritual lo normal es que un hombre siegue donde otro ha sembrado. Cada obrero del reino es a la vez segador (de lo que otros han sembrado) y sembrador (de la simiente que producirá una cosecha que otros segarán). Por ello, tanto el sembrador como el segador se gozan con este plan divino: siempre habrá una cosecha para recoger.