Sermón sin título (2)
UNA COSA TE FALTA
I. Conversación de Jesús con un joven principal que parecía dispuesto a tomar el camino que el Señor le señalase para ir al Cielo.
18 Le preguntó cierto hombre principal, diciendo:
—Maestro bueno, ¿qué haré para obtener la vida eterna?
El funcionario joven y rico (Mateo 19:20) puede ser el único hombre en los Evangelios que vino a los pies de Jesús y se fue en peor condición que cuando vino. ¡Sin embargo, tenía tanto a su favor! Era moral y también religioso, ferviente, y probablemente habría llenado todos los requisitos para membresía en la mayoría de las iglesias. Sin embargo rehusó seguir a Jesucristo y, por lo tanto, se fue muy triste.
¿Cuál era el problema de este joven? En una palabra: insinceridad. A pesar de que vino a la Persona precisa, hizo la pregunta debida, y recibió la respuesta correcta, tomó la decisión errada. ¿Por qué? Porque no fue sincero con Dios ni consigo mismo. Por consiguiente, no hizo lo que se le dijo que debía hacer. Era un joven insincero que dijo una cosa e hizo otra. Considera los aspectos en que fue insincero.
Su concepto de Cristo (18:18–19). A los rabinos los llamaban “Maestro”, pero era de lo más raro que a un rabí le llamaran “bueno”. Los judíos reservaban la palabra bueno para Dios (Salmos 25:8; 34:8; 86:5; 106:1). Esto explica por qué nuestro Señor le preguntó al joven lo que quería decir, porque si realmente creía que Jesús era “bueno”, entonces tenía que confesar que Jesús era Dios. Al hacerle esta pregunta nuestro Señor no estaba negando su deidad, sino afirmándola. Estaba probando al joven para ver si realmente entendía lo que acababa de decir.
La conducta subsecuente del joven demostró que no creía que Jesucristo era Dios. Si realmente hubiera pensado que estaba en la presencia del Dios Todopoderoso, ¿por qué se puso a discutir diplomáticamente sobre la ley, se jactó de su carácter, y luego rehusó obedecer al Verbo? ¡De seguro sabía que Dios ve el corazón y lo sabe todo!
Su concepto del pecado (18:20–21). También tenía una idea superficial de su propio pecado. Sin duda el joven trataba sinceramente de guardar la ley; es más, esto puede haber sido lo que le trajo a los pies de Jesús (Gálatas 3:24). Jesús no le citó la ley como medio de salvación porque la obediencia a la ley no nos salva. Jesús le presentó la ley como un espejo que revela sus pecados (Romanos 3:19, 20; Gálatas 2:21; 3:21).
Pero el joven miró al espejo y no quiso ver las manchas y faltas en su vida. Cuando Jesús le citó la segunda tabla de la ley no citó el último mandamiento: “No codiciarás” (Éxodo 20:17). Jesús conocía el corazón del joven, así que en lugar de predicarle sobre la codicia, le pidió que hiciera algo que un codicioso jamás haría.
Nadie se salva dando todos sus bienes a los pobres, pero nadie puede ser salvo si no se arrepiente de sus pecados y los deja. Este joven estaba poseído por el amor al dinero, y no quiso dejarlo.
Su concepto de la salvación (18:22–27). El joven pensaba que la vida eterna se ganaba haciendo algo (Lucas 18:18), lo cual era una idea típica de los judíos (Lucas 18:9–12). Pero cuando Jesús le indicó lo que debía hacer, ¡rehusó hacerlo! Quería obtener la salvación a su manera, no en la de Dios, así que se alejó muy triste.
Los discípulos se quedaron perplejos cuando Jesús declaró que es muy difícil que los ricos sean salvos. Eran judíos, y éstos creían que las riquezas eran una evidencia de la bendición de Dios. “Si los ricos no pueden ser salvos”, razonaron, “¿qué esperanza tenemos nosotros?” John D. Rockefeller habría concordado con ellos, porque una vez dijo que las riquezas eran “un don del cielo, que quería decir: ‘Este es mi hijo amado, en quien tengo contentamiento’ ”.
No es la posesión de riquezas lo que impide que alguien vaya al cielo, porque Abraham, David y Salomón fueron muy ricos. Es el ser poseído por las riquezas y confiar en ellas lo que hace difícil la salvación para los ricos. Las riquezas dan un falso sentido de éxito y seguridad, y cuando las personas se sienten satisfechas de sí mismas, piensan que no necesitan a Dios.
El comentario de Pedro en Lucas 18:28 sugiere que tenía un concepto muy materialista del discipulado: “¿Qué, pues, tendremos?” (Mateo 19:27). Jesús les prometió a todos ellos bendiciones en esta vida y recompensa en la vida venidera, pero entonces equilibró sus palabras con otro anuncio de su propio inminente sufrimiento y muerte. ¿Cómo podía Pedro estar pensando en su beneficio personal cuando su Señor iba a Jerusalén para ser crucificado?
La historia del joven rico es una advertencia a toda persona que quiere tener una fe cristiana que no requiere un cambio de valores o estilo de vida. Jesús no manda a los pecadores que desean salvarse que vendan todo lo que tienen y se lo den a los pobres, pero sí nos convence de cualquier área de nuestra vida en la cual no somos sinceros.