La Vergonzosa Conducta De Un Discípulo
Si el Evangelio hubiera sido meramente una invención humana, nunca se nos habría dicho que uno de sus más importantes predicadores fue en cierto momento tan débil y tan pecador que llegó a negar a su Maestro.
Introducción:
Su pecado. La ocasión próxima del pecado de Pedro: Se sentó fuera en el palacio, entre los sirvientes del sumo sacerdote. Las malas compañías son para muchos ocasión de pecado, y quienes se lanzan innecesariamente al peligro, pisan terreno del diablo; a duras penas pueden salir de tal compañía indemnes de pecado o de pesar, o de ambas cosas a la vez. Sobrevino la tentación cuando fue reconocido como un seguidor de Jesús de Galilea
Si el Evangelio hubiera sido meramente una invención humana, nunca se nos habría dicho que uno de sus más importantes predicadores fue en cierto momento tan débil y tan pecador que llegó a negar a su Maestro.
Hay miles de personas que han leído el relato del pecado de Pedro pero han subestimado sus lágrimas y su arrepentimiento. ¡Ojalá tengamos ojos para ver, y un corazón comprensivo!
I.- LA PRIMERA NEGACIÓN DE ÉSTE DISCÍPULO
69. Ahora Pedro estaba sentado afuera en el patio cuando se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús de Galilea. Parecería que desde el momento mismo en que Pedro entró en el palacio, la portera, viéndolo desde su rincón en el vestíbulo, tuvo sus sospechas. El hecho de que lo hubiera admitido a pedido de Juan parecía indicar que Pedro también era un discípulo de Jesús. La intranquilidad que se podía leer en su rostro confirma sus sospechas. Así que cuando estaba por ser relevada por otra portera, ella camina hacia Pedro, que ya había entrado en el patio. Fija los ojos en él (Lc. 22:56). Entonces, acercándose aun más ella le dice: “Tú también estabas con Jesús de Galilea”. No ofrece dificultad el hecho de que las palabras que ella pronunció sean relatadas en forma un poco diferente en el Evangelio de Juan. No debe darse por sentado que alguno—o cualquiera—de los Evangelios presenta todas las palabras pronunciadas por esta muchacha. Sus palabras acusadoras podrían haber incluido las siguientes líneas: “¿No eres tú también uno de los discípulos de este hombre?—Pues estoy segura que tú también estabas con Jesús de Galilea”.
70. Pero él (lo) negó delante de todos, diciendo: No sé de qué estás hablando. Aquí también el “No lo soy” de Jn. 18:17 se combina muy fácilmente con lo que se encuentra en Mt. 26:70. Pedro evidentemente ha sido derrotado. El carácter inesperado y osado de la declaración incriminatoria de la criada lo sorprende desprevenido. A pesar de todas sus ruidosas y reiteradas promesas de inquebrantable lealtad a Jesús, ostentación hecha apenas unas horas antes (26:33, 35), ahora está completamente atemorizado. Uno podría decir: es presa del pánico. Evidentemente había fallado en tomar de corazón la amonestación de Cristo (26:41).
¡Mala salida era pretender que no había entendido la acusación! Ya es grave falta hacer como que no entendemos o no pensamos ni recordamos lo que se nos dice o lo que percibimos; esta es una manera de mentir a la que estamos más inclinados que a ninguna otra, porque en esto es difícil demostrarle a una persona que está equivocada. Pero todavía es más grave el avergonzarse de Cristo y disimular que le conocemos, pues esto es, en realidad negarle.
II.- SEGUNDA NEGACIÓN DEL DISCÍPULO
La segunda negación sigue muy cerca a la primera. 71. Ahora cuando había salido hacia la puerta otra muchacha lo vio y dijo a los que estaban allí: Este hombre estaba con Jesús el nazareno. Véanse también Mr. 14:69, 70a y Lc. 22:58. Parece que en su frustración como resultado de su perplejidad inicial Pedro trató de salir del edificio. Había estado en el patio descubierto entre los siervos del palacio y los guardas del templo, calentándose junto al fuego (Mr. 14:54), pero ahora las cosas se le estaban “calentando demasiado”. Probablemente tiene miedo que en cualquier momento un subordinado pueda tomarlo y hacerlo prisionero. Quizás le haya venido el pensamiento: “¿Qué sucederá si se dan cuenta que yo soy quien cortó la oreja a Malco?” Así que debe tratar de escapar del palacio tan pronto como le sea posible.
Sin embargo, la portera no quería que saliera. No llega más allá del portal y vestíbulo que conduce a la calle. Varias personas están parados por ahí. Parece que la portera que está por dejar su turno ya ha dado la noticia acerca de Pedro a la muchacha que ha venido a relevarla. Así que ambas muchachas (cf. Mt. 26:71 y Mr. 14:69) ahora dicen a los que están allí: “Este hombre estaba con Jesús el nazareno”. La constante referencia a “Galilea” o al “nazareno” puede bien llevar implícito un tono de burla, pero de ningún modo tenemos certeza al respecto. Véase sobre 2:23 y Jn. 1:46. Por lo menos un hombre que estaba parado allí se une a lo que las muchachas están diciendo (Lc. 22:58). 72. Nuevamente lo negó con un juramento (diciendo): Yo no conozco al hombre. Nótese “al hombre” como si Jesús fuera completamente desconocido para él. Esta vez Simón está fuera de sí por la ira y la frustración. Hace algo que no había hecho durante la primera negación. Con un juramento comienza a negar su conexión con Jesús. Con fuerza mantiene: “No conozco al hombre”. El juramento de Cristo (26:63, 64) y el de Pedro (26:72, 74), ¡qué contraste! El primero confirma la verdad; el último sanciona la mentira.
Habiéndosele negado la salida, Pedro vuelve al patio descubierto. Pasa una hora (Lc. 22:59). Así que parecería que las primeras dos negaciones ocurrieron durante la comparecencia de Cristo ante Anás. Ahora la situación es distinta. Jesús ha sido llevado ante Caifás y todo el Sanedrín. El primer juicio de Cristo ante este cuerpo ya había casi terminado
Al segundo ataque, Pedro contestó lisa y llanamente: No conozco a ese hombre (v. 72). ¿Cómo es eso, Pedro? ¿Es posible que dirijas tu mirada a ese preso que está ante el tribunal, y digas que no lo conoces? ¿Has olvidado ya el afecto y todas las delicadezas que has tenido con Él, y la íntima comunión de que has disfrutado en su compañía? ¿Puedes mirarle a la cara, y te atreves a decir que no le conoces?
III.- TERCERA NEGACIÓN DEL DISCÍPULO
73. Un poco más tarde los que estaban por allí se acercaron a Pedro y le dijeron: Ciertamente tú también eres uno de ellos, porque tu acento te descubre. Durante el intervalo de una hora se había esparcido la noticia sobre Pedro. Ahora los siervos del palacio y los alguaciles, los hombres que estaban parados alrededor del fuego cerca de Pedro, comienzan a decirle que él es uno de los discípulos de Cristo y que su mismo acento lo identifica como galileo. Una comparación de los relatos que aparecen en los Evangelios muestra que algunas personas están hablando a Pedro; otras acerca de él. Las acusaciones vienen de todas las direcciones. Esto bastaba para excitar a cualquiera, especialmente al excitable Simón. Como si todo esto no fuera suficiente, un pariente de Malco suelta bruscamente: “¿No te vi en el huerto con Jesús?” En cuanto a este relato, véase C.N.T. sobre el Evangelio según Juan, pp. 672, 673. 74a. Entonces él comenzó a maldecirse y a jurar: No conozco al hombre. El debe haber dicho algo así como “Que Dios me haga esto o aquello si es verdad que soy o he sido alguna vez un discípulo de Jesús”. Allí está él invocando contra sí maldición tras maldición. Y este galileo, mientras más fuerte habla, sin darse cuenta, más fuerte está diciéndo a los que lo rodean: “Yo soy un mentiroso”.
En su infinita y tierna misericordia el Señor, que en su soberana providencia controla todas las cosas, viene al rescate: 74b, 75. Inmediatamente un gallo cantó. Y Pedro recordó las palabras de Jesús: Antes que el gallo canta, tú me negarás tres veces. Por Lc. 22:61 sabemos que en el momento mismo en que el gallo cantaba, o por lo menos muy cerca de ese momento, alguien está mirando directamente a los ojos de Pedro. Es Jesús, con su rostro muy probablemente aún cubierto con los salivazos, ennegrecido y amoratado por los golpes recibidos. Parece que el Maestro, terminado el juicio, está siendo llevado a través del patio hacia la celda, desde la cual, dentro de pocas horas, será conducido una vez más ante el Sanedrín.
Cuando Pedro oye el canto del gallo y ve a Jesús mirándolo con ojos tan llenos de dolor, pero también llenos de perdón, se le despierta repentinamente el recuerdo de la predicción y advertencia de Cristo (v. 34).
Al tercer asalto, comenzó a maldecir y a jurar: No conozco a ese hombre (v. 74). Esto fue lo peor de todo y demuestra cuán inclinada es la pendiente del pecado. Parece como si el antiguo pescador no hubiese olvidado su terrible léxico de lobo de mar. Maldijo y juró: 1. Para respaldar sus negaciones y ganar crédito ante aquella gente, a sabiendas de que estaba mintiendo.
Siempre hay motivo para dudar de la verdad que, para ser creída, necesita ir acompañada de juramentos e imprecaciones. Sólo las expresiones diabólicas necesitan pruebas también diabólicas. 2. Quiso dar evidencia de que no era discípulo de Cristo, y empleó un len guaje que no era propio de un discípulo de Jesús.
Esto está escrito como un aviso para nosotros, a fin de que no pequemos a imitación de Pedro; para que nunca, nunca, ni directa ni indirectamente, neguemos a nuestro Señor y Salvador, sintiéndonos avergonzados de Él y de Sus palabras. Este pecado tenía como agravante el que quien lo cometió era un apóstol; más aún uno de los tres primeros y más distinguidos por Cristo. Cuanto más alta es la profesión que hacemos de nuestra religión, tanto más grave es nuestro pecado en todo lo que hacemos e indigno de nuestra profesión. ¡Y cómo le había amonestado su Maestro acerca de este peligro! Tan solemnemente había prometido al Maestro, la noche anterior, que le había de seguir a pesar de todos los pesares: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré», y ¡cuán pronto había caído en este pecado después de la Cena del Señor! Después de recibir tan inestimable prueba del amor redentor, en aquella misma noche, y ahora, antes de amanecer, ¡volverle la espalda al Señor tan rápidamente! La tentación había sido relativamente débil; no había sido el juez, ni un oficial de la corte, quien le había denunciado como discípulo de Jesús, sino un par de necias criadas; con todo, una y otra vez negó a su Señor; incluso después de haber cantado el gallo, continuó en la tentación, y por segunda y tercera vez reincidió en el pecado.
De esta forma se fue agravando el pecado; pero, por otra parte, había la atenuante de que todo esto lo dijo en su apresuramiento por salir del paso; cayó en el pecado, al ser tomado por sorpresa por la tentación; no como Judas, que tramó de intento la traición. Es cierto que la negación salió de su boca, pero no podemos decir que estuviese asentada en su corazón.
II. El arrepentimiento que Pedro tuvo de su pecado (v. 75).
1. Qué fue lo que condujo a Pedro al arrepentimiento.
(A) Cantó el gallo (v. 74). La palabra de Cristo tiene poder para poner una determinada significación sobre cualquier señal que tenga a bien escoger. El canto del gallo pudo hacer en Pedro las veces de un Juan el Bautista, la voz de uno que llama a arrepentirse. La conciencia debería ser para nosotros como el canto del gallo, para hacernos recordar algo que habíamos olvidado. Cuando dentro del corazón late un principio vivo de gracia, aunque de momento se vea sobrepujado por la tentación, una pequeña insinuación puede servir, cuando Dios la introduce, para apartarnos de una senda desviada. Aquí, el simple canto de un gallo fue una oportunidad feliz para que un alma se recobrara. Cristo viene, a veces en Su misericordia al canto del gallo.
(B) Se acordó de la palabra de Jesús; esto le hizo volver en sí y reconocer su ingratitud hacia Jesús. Nada debería apesadumbrarnos tanto como el haber pecado contra la gracia del Señor y las señales que nos ha dado de Su amor.
(C) Lucas, que asegura haber recibido información de primera mano, nos refiere (22:61) que el Señor se volvió, y miró a Pedro. Esta mirada del Maestro, llena de amargura pero también de ternura, debió de causar un tremendo impacto en el corazón de Pedro, ya rendido por el canto del gallo
IV.- ¿HAY ALGO DIGNO DE IMITAR DE ÉSTE DISCÍPULO?
Y salió fuera y lloró amargamente. No se dice como fue que al fin Pedro pudo salir del palacio. ¿Puede ser porque ahora la atención de todos los subordinados y quizás de todos los demás está puesta en Jesús? Como quiera que sea, Pedro sale y llora como solamente Pedro puede llorar: amarga, profusa, significativamente, lleno su corazón con un genuino pesar por lo que ha hecho.
¡Cuán engañoso es el corazón del hombre! “Más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Véase también 2 R. 8:13; cf. v. 15. Piénsese en ello: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”—“Yo ni siquiera conozco al hombre”.
¡Cuánto debe haber sufrido Cristo! Sin duda mucho más debido a estas negaciones por un discípulo altamente favorecido y amigo suyo que por los golpes y las burlas infligidas por sus enemigos declarados. Véase Sal. 53:6; 55:12–14.
¡Cómo se revelan aquí la gracia de Dios y el amor perdonador del Salvador! Véanse Is. 1:18; 53:6; 55:6, 7.
2. Cómo expresó Pedro su arrepentimiento: Saliendo fuera, lloró amargamente.
(A) Su arrepentimiento fue secreto; salió fuera del atrio del sumo sacerdote, muy apenado de haber entrado allí. Ya había salido antes al portal (v. 71); y si entonces se hubiese marchado de una vez, habría evitado su segunda y su tercera negación. Ahora sí que se marchó para no volver a entrar.
(B) Su arrepentimiento fue serio: lloró amargamente. El dolor por el pecado no debe ser ligero, sino grande y profundo. Quienes se han deleitado en la dulzura del pecado tienen que llorarlo con amargura, porque, tarde o temprano, el pecado se ha de tornar en amargura. Este dolor profundo es un requisito para poner de manifiesto que se ha efectuado un genuino cambio de mentalidad. Pedro, que tan amargamente lloró por haber negado a Cristo, nunca volvió a negarle, sino que le confesó abiertamente, una y otra vez, y en la boca misma del peligro. El verdadero arrepentimiento del pecado tiene su mejor evidencia en un cambio radical de conducta, como respuesta obediente a las gracias que el Señor nos concede para el cumplimiento de nuestro deber. Una antigua tradición nos refiere que, durante toda su vida, siempre que oía el canto del gallo, Pedro derramaba copiosas lágrimas, hasta formarle surcos en las mejillas. El recuerdo mismo de nuestros pecados debería avivar nuestro arrepentimiento pero no para obstaculizar, sino para incrementar, nuestro gozo en el Señor y en su gracia misericordiosa.
Cuando el hijo de Dios cae, se vuelve a levantar mediante un verdadero arrepentimiento, y por la gracia de Dios corrige su vida. Que nadie se engañe a sí mismo pensando que puede pecar y quedar impune porque David cometiera adulterio y porque Pedro negara a su Señor. Es indudable que estos santos hombres pecaron gravemente, pero no siguieron viviendo en sus pecados. Se arrepintieron en gran manera, lamentaron sus caídas y detestaron y aborrecieron sus maldades. ¡Bueno sería para muchos que han imitado sus pecados, que imitaran también su arrepentimiento! Demasiadas personas saben cómo fueron sus caídas, pero no sus recuperaciones. Al igual que David y Pedro, han pecado, pero al contrario que ellos, no se han arrepentido.