Somos una Iglesia
La iglesia es, ante todo, un organismo, un Cuerpo viviente cuya Cabeza es Cristo, vitalizado por el Espíritu Santo. Es en esta comunión que los creyentes se sirven unos a otros y se animan mutuamente para la madurez espiritual (Ef. 4:1–16), y es a partir de este compañerismo que ellos van al mundo en el nombre de Jesús (Juan 20:21; 1 Tes. 1:4–8).
Pero la iglesia también es una asamblea visible, una organización. (La palabra “iglesia” en griego es ekklesia, de donde provienen términos nuestros como iglesia o eclesiástico.) En el Antiguo Testamento, esta organización fue gobernada por ancianos, y la iglesia del Nuevo Testamento sigue este patrón. Las congregaciones del Nuevo Testamento tienen varios ancianos (Hechos 20:17; Tito 1:5–9) elegidos de entre los miembros de las mismas. Los ancianos son llamados supervisores (u obispos) en otros pasajes (Hechos 20:28; Fil. 1:1; 1 Tim. 3:1–7).
Mientras la iglesia cristiana se desarrollaba, estos conceptos se pusieron de lado, y el clero ganaba cada vez más poder. Cuando Calvino reformó la iglesia de Ginebra, tuvo como uno de sus mayores intereses el gobierno de la iglesia. El creía que la iglesia se debería gobernar conforme al patrón bíblico, sin ceder a la conveniencia de lo aceptado. Hizo una ruptura radical con el patrón prevaleciente de su tiempo al reintroducir los ancianos laicos que ayudaban en el gobierno de la iglesia. Llamaba a los ministros maestros o pastores en vez de sacerdotes. Posteriormente, los títulos anciano gobernante y anciano docente reemplazaron los de anciano laico y ministro. El liderazgo de los ancianos, o el presbiterianismo (de “presbíteros”, la palabra griega para anciano) fue el patrón seguido por todas las iglesias reformadas desde entonces.
Calvino y las iglesias reformadas también hicieron un gran énfasis en el ministerio de los diáconos (Hechos 6:1–7; 1 Tim. 3:8–13). En la tradición reformada, los diáconos son aquellos que han sido apartados para ayudar a extender la misericordia a los necesitados de la iglesia y a la comunidad en general. Toda la congregación ha de estar activa en los ministerios de misericordia, pero le pertenece a los diáconos aportar liderazgo en esta área.
Siguiendo la dirección de Calvino, las iglesias reformadas mantienen que es necesario expresar la unidad de la iglesia más allá de la congregación local. La iglesia es más que un cuerpo local. Por esta razón, las iglesias reformadas rechazan la idea de congregaciones completamente independientes. No obstante, ellas tampoco creen que las iglesias hayan de formar una jerarquía dirigida por un papa u obispo. La iglesia se reúne regionalmente (normalmente llamada presbiterio) y nacionalmente (Sínodo o Asamblea General) para tratar asuntos que afectan al conjunto de la iglesia, como la iglesia primitiva hizo en Hechos 15. Ellos deciden acerca de varios asuntos después de oración y discusión entre sí, siendo la autoridad final el Espíritu Santo hablando a través de la verdad de la Escritura.
Es importante notar que el hincapié reformado en la unidad visible se aplica a la iglesia verdadera de Jesucristo. Esto es un punto vital para los reformadores, quienes tuvieron que luchar contra la acusación de que eran pecadores (el pecado llamado cisma) por dejar la iglesia católica romana. Eventualmente desarrollaron tres “Marcas de la Iglesia” para discernir entre las iglesias verdaderas y falsas. Estas marcas eran: 1) la predicación fiel de la Palabra, 2) la correcta administración de los sacramentos, y 3) la administración de la disciplina de iglesia. Posiblemente no sean las únicas marcas de una iglesia verdadera, pero eran importantes para ayudar a la iglesia de aquel tiempo a distinguir entre la doctrina verdadera y la falsa. Esto forma parte de nuestra herencia reformada. Y la protesta radical que tomó la forma de separarse de una iglesia por su enseñanza falsa abrumadora es una lucha para muchos en nuestro tiempo.
Afrontar lo que significa negar la fe y cómo tratar con los falsos maestros y engañadores, no es un asunto nuevo (Mat. 7:15–23; 2 Tim. 3:1–17; 2 Pedro 2:1–12; 3:1–18). Ha sido una cuestión presente desde el inicio, y todavía está con nosotros.
Somos una Gran Nación
Una nación tiene un único y gran gobernante
Una colección de personas bajo la autoridad de un gobierno.