El Legalismo: Su Problema y su Cura.
Introducción.
El pecado, dentro de su reinado y poderío, puede coexistir bajo el mismo techo con los talentos naturales más excelentes, es decir, en el mismo corazón. Una persona puede tener la lengua de un ángel y el corazón de un demonio … Los educados fariseos no eran otra cosa que sepulcros blanqueados.
JOHN FLAVEL
El Legalismo.
LEGALISMO El vocablo procede de legal, y éste de ley (cf. Ley). El legalismo es un sistema ético que hace de la ley la norma de la conducta moral del cristiano, y cuya observancia lleva a la salvación (justicia propia–cf. Fil. 3:9–, contra lo que Pablo dice en Gá. 5:4), mientras que su inobservancia acarrea la condenación eterna.
Hch 10:15; Ro 14:14,20
Los hombres puros son los que han sido limpiados de su culpa por la sangre de Cristo y, habiendo sido regenerados por el Espíritu Santo, están siendo limpiados constantemente por el mismo Espíritu de la contaminación de sus pecados (véase comentario sobre Tit. 3:5; luego, Mt. 5:8; Jn. 3:3, 5; 1 Co. 6:11; Ef. 1:7; 5:26, 27; 1 Jn. 1:7, 9; véase también C.N.T. sobre Jn. 13:10; 15:3). Estos son los que no rechazan lo que Dios ha creado como buenos alimentos, sino “participan de ellos con acción de gracias” (véase comentario sobre 1 Ti. 4:3, 4).
La Raíz del Legalismo.
Carácter Externo:
Carácter Interno:
El ser humano toma sus decisiones y forma sus conclusiones utilizando dos facultades. Usa su intelecto para pensar las cosas; usa su conciencia para escuchar la voz de Dios. Pero si su intelecto está torcido y desviado de tal manera que ve cosas impuras en todas partes, y si su conciencia está oscurecida y enmudecida por su consentimiento continuo del mal, entonces no podrá tomar nunca una decisión correcta
Sin la obra regeneradora del Espíritu Santo, todas nuestras obras brotan de una fuente impura, por muy buenas que sean nuestras intenciones. Sin la regeneración, aun nuestras acciones piadosas son el fruto de motivaciones carnales.
La mente y la conciencia carnales están de por sí distorsionadas. La contaminación interna no sólo produce acciones malas, sino que tuerce nuestra manera de pensar. Cometemos injusticias, pero no queremos reconocerlo. Por lo tanto, empezamos a buscar formas de justificar nuestro comportamiento. Llamamos pecado a lo que no lo es y, en cambio, concedemos poca importancia a aquella inmundicia que Dios condena. Como los fariseos, exaltamos la piedad externa —fácil de cumplir— a expensas de una verdadera integridad interna. Nos creemos buenos porque, por la distorsión de nuestras conciencias, hemos ido rebajando el listón de la bondad. A causa de nuestra impiedad e injusticia, nos volvemos necios.