1 introduccion a libros de romanos
pablo se presenta asi mismo como un apostol de jesuscristo que habia sido escojido antes
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1Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, 3acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 4que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; 6entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; 7a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
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1Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, 3acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 4que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; 6entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; 7a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
3972. Παῦλος Paúlos; de orig. lat.; (pequeño; pero remotamente de un der. de 3973; sign. lo mismo); Pablo, nombre de un rom. y de un apóstol:—Pablo.
3972. Παῦλος Paúlos; de orig. lat.; (pequeño; pero remotamente de un der. de 3973; sign. lo mismo); Pablo, nombre de un rom. y de un apóstol:—Pablo.
CAPÍTULO 1
I. Prefacio e introducción a toda la epístola (vv. 1–16). II. Descripción de la deplorable condición del mundo gentil, que sirve de primera base para presentar la necesidad de la justificación mediante la fe (vv. 17–32).
Versículos 1–7
1. Se describe primero la persona que escribe la epístola: Pablo, siervo (lit. esclavo) de Jesucristo. Este es su título honorífico, en el que se gloría el apóstol, y que le sirve de nombre primero (como el praenomen de los romanos). El segundo epíteto con que se describe a sí mismo es: apóstol llamado (lit.), es decir, apóstol por llamamiento, no de los hombres, sino de Cristo (Hch. 9:15; Gá. 1:1), quien para eso lo llamó. En esto funda Pablo su autoridad apostólica; no marcha sin ser enviado. En 1 Corintios 15:9, afirma no ser digno de ser llamado apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios. Añade: «separado» (mejor que «apartado»). Pablo era fariseo, que significa «separado», pues los fariseos se «separaban» para dedicarse al estudio de la Ley; pero él había sido «separado» para el evangelio de Dios. Separado por el Señor Jesucristo para proclamar la Buena Noticia que Dios comunica: que la muerte de su Hijo ha provisto el pago completo por el castigo que la humanidad merecía por su pecado y, por tanto, Dios ya es propicio a perdonar (v. 2 Co. 5:19) y dar la vida eterna a cuantos acudan a Él al poner su fe en la obra completa del Redentor. Ésta era, pues, la profesión a que Pablo había sido destinado desde el vientre de su madre (Gá. 1:15), es decir, desde antes de nacer.
2. Al haber mencionado el Evangelio de Dios, hace una digresión para encomiar el Evangelio, y declara:
(A) Su antigüedad (v. 2): «que Él (Dios) prometió de antemano por medio de sus profetas en las santas Escrituras», siendo el primero Moisés, quien ya lo anunció veladamente en Génesis 3:15, lugar que, por eso, es llamado «el Protoevangelio» o «primer evangelio».
(B) Su tema (vv. 3, 4) es «su Hijo (de Dios), nuestro Señor Jesucristo». Al mencionar al Señor, Pablo acumula sus nombres y títulos: «su Hijo» (que va a explicar en el v. 4); el «Señor», que indica su categoría soberana; «Jesús», su nombre humano, que significa «Yah salvará»; y «Cristo», que es el vocablo griego correspondiente al hebreo «Mesías». De Él dice Pablo que (a) en cuanto a la carne, nació del linaje (lit. simiente) de David, pero (b) en cuanto al espíritu de santidad (comp. con 1 Co. 15:45 «espíritu vivificante»; no se refiere, pues, al Espíritu Santo), fue designado (mejor que «declarado») Hijo de Dios en (plena posesión del) poder, es decir, lleno del Espíritu de Dios (comp. con Jn. 1:14–17; 3:31–34). Para llenar su condición de Mesías, necesitaba surgir, según la carne, del linaje de David, pero fue designado Hijo de Dios (título mesiánico, no trinitario) por la resurrección de los muertos (comp. con Hch. 2:36). Dice el exegeta J. I. Vicentini: «En oposición a esta condición humana (hijo de David, nota del traductor), fue establecido Hijo de Dios, es decir, constituido en su misión mesiánica con el poder que corresponde a este papel en virtud de la resurrección de entre los muertos, que lo situó en el estado de espíritu vivificante, capaz de dar la vida al mundo».
(C) Su fruto (v. 5): «Por medio del cual hemos recibido (él y los demás apóstoles, no todos los creyentes) la gracia y el apostolado, es decir, la gracia del apostolado (v. 1 Co. 15:10). Pablo reconoce que el apostolado es un favor especial de Dios, aun cuando todo servicio de Dios supone una gracia, un favor, de Dios. Este apostolado tiene por objeto promover el amor a su nombre (el de Cristo) la obediencia de la fe entre todos los gentiles (mejor que «naciones»). «La obediencia de la fe» puede significar dos cosas: (a) el acto de la fe es una obediencia (al mensaje); (b) obediencia a la fe objetiva, es decir, al mensaje que se proclama. La gramática favorece a la primera; el contexto, a la segunda. De todos modos, la sumisión al mensaje sólo puede ponerse por obra mediante un acto de fe. Con lo que, de paso, se ve que la fe no es un asentimiento frío a la verdad proclamada, sino una adhesión cordial en la que la persona entera se compromete. «Entre esos gentiles, añade Pablo (v. 6), estáis vosotros los de Roma» (v. 7); llamados de Jesucristo (lit.) no significa que los ha llamado Cristo, ya que el llamamiento se atribuye siempre al Padre, sino llamados (por Dios) a pertenecer a Jesucristo.
3. Los destinatarios de la Epístola son (v. 7) «todos los que estáis en Roma», esto es, todos los que profesaban en Roma la fe de Cristo, libres y esclavos, eruditos e iletrados, pobres y ricos. Los titula «amados de Dios» con un amor de especial predilección, y «llamados santos» (no, «llamados a ser santos», aunque esto sea verdad) por ser ya pertenecientes al «pueblo santo de Dios». Por supuesto, todos los creyentes hemos de hacer honor a este nombre que Dios nos ha impuesto, practicando la santidad en toda nuestra conducta.
4. La bendición, en forma de saludo (o el saludo en forma de bendición) con que Pablo se dirige a estos creyentes de Roma (v. 7b): «Gracia y paz». El saludo griego era khairein, de la misma raíz que kháris, gracia; el saludo hebreo es shalom, paz. Pero estos dos vocablos, generalmente en el Nuevo Testamento, y especialmente en esta epístola, connotan algo más específico: gracia es el favor desmerecido que Dios tiene a bien concedernos, mediante la fe, sobre la base de la obra redentora de Cristo; paz es el estado de reconciliación con Dios (5:1) como consecuencia de dicha obra (2 Co. 5:19). La fuente de estas dos ricas bendiciones son: «Dios el Padre», de Cristo y nuestro (Jn. 20:17; Ef. 1:3), «y el Señor Jesucristo», como único Mediador entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5). Ésta es la bendición-saludo que Pablo suele usar en sus cartas (v. 1 Co. 1:3; 2 Co. 1:2; Gá. 1:3), excepto en las dos a Timoteo, donde completa la tríada «Gracia, misericordia y paz» que nos recuerdan Números 6:24–26 y, con mayor detalle, se hallan en la despedida de
I. INTRODUCCIÓN, 1:1–17
Las cartas antiguas, al igual que las de cualquier época de la historia, tenían una forma fija. Empezaban con la identidad del remitente, la identidad del destinatario o de los destinatarios y un saludo. La forma era: “A a B saludos”. Después venía una expresión de buen deseo con respecto a las circunstancias del destinatario; podía tomar la forma de una plegaria a su favor. De las miles de cartas que han sido descubiertas, se puede citar un ejemplo de la formula corriente para el encabezamiento; es de un hijo pródigo a su madre. La carta es del siglo II, escrita sobre papiro y conservada en el Museo de Berlín, dice: “Antonius Longus a Nilus su madre muchos saludos. Continuamente oro para que estés bien de salud. Hago intercesión por ti cada día al Señor Serapis”.
Pablo tomó el patrón de una carta de la época y lo expandió, adaptándolo a sus propósitos al escribir sus epístolas. Romanos contiene los elementos de la fórmula corriente: (1) la identidad del remitente (1:1–6); (2) la identidad de los destinatarios (1:7a); (3) el saludo (1:7b); y (4) el pasaje en que se refiere a sus oraciones por los destinatarios y expresa sus buenos sentimientos acerca de ellos (1:8–15).
Además de estos elementos comunes de las cartas de la época, la introducción a Romanos tiene la particularidad entre todas las cartas de Pablo de incluir la más clara formulación del tema a ser tratado en el cuerpo de la carta (1:16, 17). En este aspecto se anticipa el desarrollo pleno y el buen orden tan evidentes en el resto de la epístola.
De modo que la introducción a la Epístola a los Romanos está claramente dividida en tres secciones: (1) el encabezamiento (1:1–7); (2) la acción de gracias y oración por ellos (1:8–15); (3) el tema (1:16, 17).
1. Encabezamiento, 1:1–7
El encabezamiento de Romanos en el original es una sola oración larga y compleja. Los traductores de la RVA la han dividido en dos oraciones. En la parte del encabezamiento dedicada a su identificación (1:1–6), Pablo se refiere: a su relación con Cristo y con el evangelio (v. 1); a lo que es el evangelio (vv. 2–4) y a la naturaleza de su ministerio apostólico (vv. 5, 6).
Siervo (1:1)
En acuerdo con el AT los cristianos son llamados esclavos de Jesucristo. Especialmente Pablo apóstol se llama doulos 1401 de Cristo. Es un título de honor. Antes de ser esclavos de Cristo los cristianos lo eran del pecado. Un esclavo, en aquella época, era considerado un instrumento, cosa, posesión del amo. No tenía libertad propia. Todo le pertenecía a su señor, su dueño. Aun sus hijos, su tiempo, sus fuerzas. Si se enfermaba o envejecía, el amo podía ponerlo aparte. Estaba al total servicio del señor.
En el NT, la palabra doulos significa esclavo en el sentido sociológico de la palabra. Nuestra versión traduce siervo, pero la idea es la de la absoluta sumisión del hombre a Dios. El mismo Señor Jesús había dicho que nadie podía servir a dos señores (Mat. 6:24), uno es esclavo de un solo amo. El esclavo no tiene voluntad propia, es una posesión absoluta del señor. Un obrero puede negarse a trabajar, pedir aumento de sueldo, cambiar de trabajo. Pero el esclavo está a total disposición de su dueño y no tiene otra alternativa que obedecer.
El nombre Pablo (v. 1a) es un nombre romano común que se encuentra en la literatura, las inscripciones y los papiros de la época. Significa en latín “pequeño”. El significado del nombre no debe aceptarse como evidencia verídica de la estatura de Pablo aunque el significado del nombre puede haber dado origen a la tradición conservada en una obra extrabíblica del siglo II según la cual el Apóstol era de baja estatura. Parece que Pablo, como muchos judíos de la época, tenía un sobrenombre, Saulo, que usaba en círculos judíos. De modo que tenía un nombre semítico, Saulo (forma griega Saulos), y otro griego o romano, Pablo (forma griega Paulos). Precisamente la correspondencia fonética en la forma griega de los dos nombres puede haber influido en la elección del sobrenombre.
Al principio del libro de Hechos, se usa Saulo para designar al Apóstol. En Hechos 13:9, al comienzo del primer viaje misionero, aparecen los dos nombres juntos, y a partir de este punto en el NT se usa Pablo; la excepción es el uso de Saulo en la repetición del relato de su conversión (Hech. 22:7, 13; 26:14). Este nombre romano ha prevalecido en la historia posterior para referirse al Apóstol.
La práctica común de Pablo era asociar a sus compañeros con él como remitentes de sus cartas (Romanos, Efesios y las pastorales son las excepciones). La ausencia de referencia a compañeros enfatiza el carácter personal de Romanos.
Pablo se identifica como siervo de Cristo Jesús (v. 1b). El significado de la palabra traducida “siervo” es “esclavo” (se usa de manera semejante en Gál. 1:10; Fil. 1:1; Tito 1:1; Stg. 1:1; 2 Ped. 1:1; Jud. 1). El énfasis no está tanto en la bajeza del estado del esclavo, sino en la devoción absoluta y sumisión total a su amo. Pablo pertenecía a Cristo sin reservas. El término se usaba, por ejemplo, para referirse a Abraham (Gén. 26:24), a Moisés (Jos. 1:2) y a los profetas (Isa. 20:3; Amós 3:7).
Pero mientras los profetas se identificaban como siervos de Dios, Pablo es siervo de Cristo Jesús. Al poner a Cristo Jesús en lugar de Dios, el Apóstol le da a Jesús la posición más alta posible. La palabra Cristo es el equivalente griego del término hebreo Mesías, el ungido. Generalmente en los escritos de Pablo se usa como segundo nombre personal de Jesús y no como título. Pablo usa el término 379 de las 529 veces que aparece en el NT. Se ha dicho que es a Pablo que los creyentes debemos la práctica de llamar a nuestro Señor simplemente Cristo. Jesús, el nombre humano de Cristo, significa, por supuesto, “Salvador”.
Inmediatamente (v. 1c) Pablo se identifica en términos de su vocación. La frase griega traducida de llamado a ser apóstol (RVA) se compone de dos términos: llamado y apóstol. Las palabras a ser, agregadas por los traductores, probablemente dan a la frase un sentido de propósito que no tiene. El término “llamado” describe la clase de apóstol que Pablo es. Es apóstol por llamamiento divino y no por elección propia o por intervención humana. Se puede traducir “apóstol por llamamiento” o apóstol por vocación (BJ).
El término apóstol significa enviado y había adquirido el sentido de “delegado, personal autorizado”. Aunque puede referirse a un simple delegado (Fil. 2:25), en el sentido específico se refiere a hombres designados por Dios (Gál. 1:1) como delegados autorizados suyos para ejercer autoridad especial en las iglesias en los comienzos de la historia cristiana. Los apóstoles, cuando se incluyen en las listas de funcionarios, aparecen en primer lugar (1 Cor. 12:28; Ef. 4:11).
El otro elemento de la identificación que hace Pablo de sí mismo tiene que ver con su relación con el evangelio (1d). El término traducido “apartado” aparece en Hechos 13:2 donde el Espíritu dice a los creyentes en Antioquía: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado. En los propósitos de Dios, Pablo había sido apartado desde el vientre de su madre (Gál. 1:15). En los tres pasajes mencionados aquí (Rom. 1:1; Hech. 13:2; Gál. 1:15), el acto de ser apartado se asocia con el de haber sido llamado. El significado de apartar es “destinar a un fin específico, disponer para una tarea excluyente”. En el caso de Pablo este fin específico es “el evangelio de Dios”. El evangelio es la noticia, las buenas nuevas que tienen su origen en Dios. No dice “apartado para la predicación del evangelio de Dios”, sino “apartado para el evangelio de Dios”. La frase incluía la predicación, pero sugiere que Pablo había de ser un hombre del evangelio, una persona cuyo destino estaba inseparablemente unido al evangelio en todos los sentidos posibles.
El evangelio es de Dios. Se ha dicho que Dios es la más importante palabra en esta epístola. Ningún tema de la epístola se aproxima a la frecuencia con que el tema de Dios es tratado.
Semillero homilético
Un título glorioso
1:1
Introducción: Muchos son los que hacen notar sus títulos y pretenden ser respetados por ellos. Pablo era alguien que bien podría haberse gloriado de su preparación académica y de su posición social. Sin embargo, elige el título de “esclavo” de Cristo Jesús, teniendo asimismo un nombre (Pablo) que significa “pequeño”.
I. Los nombres y títulos pueden cambiar, pero lo importante es la relación espiritual. Abram cambió a Abraham; Cefas cambió a Pedro; Jacob cambió a Israel.
II. Los nombres y títulos nos separan; nuestra condición espiritual nos une. Eso es así si todos los cristianos tenemos la actitud humilde de un esclavo.
III. El nombre es una señal externa, pero el llamado divino es un sello interior.
1. Elección: Dios llamó a Pablo a su servicio.
2. Cambio: Saulo y Pablo son la misma persona, pero el llamado al servicio hizo el cambio. Saulo era el perseguidor y Pablo era el apóstol.
3. Elevación: El esclavo Pablo es llevado al tercer cielo.
IV. Sólo una vida de servicio inmortaliza un nombre o un título. Nadie quiere recordar a un soberbio o arrogante que hizo daño a la gente. Pero las personas recuerdan con gusto a cualquiera que haya servido a los demás. El mejor título es “esclavo” de Cristo Jesús.
Conclusión: ¿Cómo quisiera que lo recuerden? ¿Qué título espera obtener? Recuerde que el mejor título es el de “esclavo de Cristo Jesús”.
La mención del evangelio como elemento para identificarse lleva a Pablo a referirse brevemente a lo que es el evangelio (vv. 2–4). Es el cumplimiento de lo que Dios había prometido. Tiene sus raíces en las Sagradas Escrituras. Este es posiblemente el ejemplo más antiguo existente del uso de esta expresión para referirse al AT. El evangelio es la continuación de una historia de salvación ya en proceso, el cumplimiento de promesas comunicadas mediante los profetas. Probablemente este último término incluye a los autores de todos los libros y no meramente a los profetas propiamente dichos. Pablo aplica el principio cristológico a la interpretación del AT. Su mensaje no es una distorsión de la revelación que Dios ha hecho de sí mismo a su pueblo, sino la verdadera interpretación de ella.
Luego, el evangelio es acerca de su Hijo. Esta frase determina el contenido de las buenas nuevas. Marcos, el más antiguo de nuestros evangelios, tiene como encabezamiento: El principio del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios (Mar. 1:1). El evangelio es de Dios porque proviene de él; es de Jesucristo porque trata de lo que Jesús hizo para la salvación del hombre. Un evangelio que no se centra en el Hijo no es el evangelio de Dios, ni es el evangelio para el cual el Apóstol había sido apartado.
Al mencionar al Hijo, Pablo suspende su oración (vuelve a tomarla al final del v. 4). para incluir un paréntesis en el cual se refiere a Jesús. Los traductores de RVA señalan el paréntesis por medio de rayas. En base a algunas consideraciones literarias, se ha sugerido que los versículos 3b y 4 formaban parte de una antigua confesión de fe. Comentaristas recientes argumentan que el material puede representar expresiones tradicionales sin tener carácter litúrgico formal. De cualquier manera, sea que Pablo esté citando frases ya en uso o no, la declaración refleja lo que él creía, y en este sentido las palabras son suyas.
Desde la perspectiva de su existencia humana (v. 3b), Jesús era descendiente de David. La descendencia davídica de Jesús era un elemento en la predicación de los primeros creyentes y parte de su afirmación de fe. Teodoreto, escritor del siglo V, con respecto a la frase según la carne dice que en el sentido en que se usa aquí la frase es inapropiada para referirse a uno que es meramente humano. La frase implica que Jesús es más de lo que su existencia física revela. Queda algo por decir de él y esto será el tema del versículo 4.
Aunque para nosotros la expresión el Espíritu de santidad parece rara, los estudiosos dicen que es la manera hebraica normal de designar al Espíritu Santo.
Roma
Pablo reproduce la expresión hebraica en griego. La antítesis entre carne (v. 3) y Espíritu (v. 4) no se refiere tanto al contraste entre su naturaleza humana y su naturaleza divina, sino al contraste entre el estado de su humillación en la encarnación y el de su exaltación en la resurrección. Cristo no llegó a ser Hijo de Dios en la resurrección, sino que fue declarado como tal o fue instalado como tal con poder por este acontecimiento. El hijo de David era el Hijo de Dios, pero esto no fue evidente; este hecho estaba velado en la encarnación. Su dignidad como Hijo de Dios se pone de manifiesto, se certifica mediante la resurrección. Por medio de la resurrección Jesús se revela como Hijo de Dios en un sentido nuevo, con poder y gloria.
Las últimas cuatro palabras del versículo traducen una frase que en el original dice literalmente “en virtud de resurrección de muertos”. Sorprende encontrar el plural, de muertos; algunos han pensado que se refiere a la resurrección de muertos por Cristo durante su ministerio o que se refiere a los que resucitaron cuando él fue crucificado (Mat. 27:52, 53). Pero estas interpretaciones son rechazadas por la mayoría de los comentaristas. Aparentemente la forma plural, muertos, se debe a un fenómeno gramatical y la traducción debe ser por su resurrección de la muerte (NBE; la misma frase en el original aparece en Hech. 26:23). Es posible que mediante el uso del plural Pablo está sugiriendo que la resurrección de Cristo es primicia de la de todos los muertos fieles, una idea que es explícita en otros pasajes (Rom. 8:11; 1 Cor. 15:20–23).
Al iniciar el versículo 4b Pablo vuelve a la oración que había suspendido en la mitad del 3 y continúa refiriéndose al Hijo quien es en sí el tema del evangelio. El término del original traducido Señor podía usarse como una forma cortés de dirigirse a otro o podía usarse del dios a quien se rendía culto. En este sentido era semejante a la palabra castellana señor. Pero creyentes que leían el AT en la versión griega sabrían que era el término que los traductores habían usado en lugar del nombre de Dios (Jehovah o Yahveh). De modo que al llamar a Jesús “Señor” estaban identificándolo con el Dios de Israel. Llamar a Jesús Señor era para el judío y para el gentil una manera de afirmar su autoridad absoluta.
El Apóstol pasa ahora a hablar de su ministerio. Por Jesús, dice Pablo, recibimos la gracia y el apostolado” (v. 5a). Probablemente el plural recibimos es un plural editorial. Pablo se refiere a lo que él mismo había recibido. Gracia es el favor inmerecido de Dios. Pero es posible que en este pasaje la frase la gracia y el apostolado sea un ejemplo de una figura literaria en la cual dos expresiones individuales unidas por un y se refieren a una sola idea. En este caso no se refiere a la gracia por la que el apóstol fue salvado, sino a la gracia por la que había recibido el ministerio apostólico. Dios le había concedido el privilegio de ser su apóstol (DHH).
Lo demás del versículo identifica la finalidad de su ministerio y su esfera de acción. El propósito de su ministerio era la obediencia de la fe. RVR-1960 tiene obediencia a la fe como si la fe fuera el conjunto de doctrinas. Mucho más precisa es la traducción de RVA. El fin del ministerio apostólico de Pablo era lograr una obediencia en base a la fe o que dependía de la fe. La obediencia es posible solamente a partir de un acto de fe, de una entrega. La esfera de acción de Pablo era en todas las naciones. De acuerdo al contexto en que se encuentra, la palabra naciones puede significar naciones, gentiles o paganos. En este caso indica la vocación especial de Pablo de ser apóstol a los gentiles, esto es, a los no judíos (11:13; Gál. 2:9).
Pablo incluye a los creyentes romanos, destinatarios de la epístola, entre los gentiles (v. 6). De esta manera justifica un ministerio proyectado entre ellos. Este versículo es evidencia de que en el momento en que se escribió la carta la iglesia en Roma era una congregación predominantemente gentil.
El versículo 7 incluye dos elementos más del encabezamiento corriente de la época: la identidad de los destinatarios (v. 7a) y el saludo (v. 7b). Pablo identifica a los destinatarios mediante tres frases. La primera indica su ubicación geográfica, los que estáis en Roma (para el problema textual con respecto a esta frase véase la introducción). La segunda indica que son amados por Dios. El hecho del amor de Dios por el creyente nunca debe aceptarse en forma rutinaria; siempre debemos afirmarlo asombrados y maravillados.
La tercera frase dice que los destinatarios son llamados a ser santos. Otra vez es necesario señalar que la frase griega, como la que aparece en 1:1, se compone de: santos, y llamados, que describe la clase de santos que son. Se debe traducir santos por vocación (BJ) o aun santos por vocación divina. Las palabras a ser agregadas a la frase por los traductores de RVA y RVR-1960 sugieren que fueron llamados para llegar a ser santos. En realidad, ellos ya son santos por la iniciativa y el llamamiento de Dios, no por nada que ellos hayan hecho. Esto no niega el desarrollo en su vida de lo que significa ser santos. Tres veces el Apóstol ha usado el término traducido llamados (vv. 1, 6 y 7), para él todos los creyentes son llamados; no hay otra clase. Nadie es creyente por voluntad propia; todos somos creyentes porque Dios nos convocó.
Santos no indica personajes históricos muertos y elevados a este estado por la iglesia. Tampoco indica personas de una clase de vida inalcanzable por cristianos comunes. Estos dos sentidos tan corrientes no aparecen en el NT. La palabra en sí indica algo apartado para un uso especial y, por lo tanto, exento de todos los demás usos; de ahí surge el significado consagrado. Por vocación divina los creyentes han sido apartados para el servicio exclusivo de Dios.
El encabezamiento termina con el saludo apostólico característico: Gracia a vosotros y paz (v. 7b). Mientras la forma general del saludo corresponde a la práctica común de la época, la expresión precisa que usa Pablo no se encuentra en escritos anteriores. Aparentemente él lo creó. Los griegos normalmente empezaban sus cartas con un saludo que significa regocijarse y que en el encabezamiento de cartas se traduce saludos (ver Hech. 15:23; 23:26; Stg. 1:1); en su sonido, pero no en su sentido, este término era semejante a la palabra traducida como gracia. Paz es la traducción griega del saludo hebreo shalom 7965, común en aquel entonces y hoy en día. Posiblemente Pablo esté uniendo y adaptando el saludo griego y el saludo hebreo para crear un nuevo saludo cristiano. Mediante este saludo desea para los destinatarios todo lo bueno abarcado por las palabras gracia (el favor inmerecido de Dios) y paz (bienestar en el sentido más amplio). La gracia y la paz que Pablo desea para ellos no son de él, sino que son de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
PABLO (gr. Paulos, lat. Paulus, «pequeño»). El apóstol de los gentiles.
1. Origen y familia. Su nombre judío era Saulo (heb. Shãʾũl, gr. Saulos). A partir de la conversión de Sergio Paulo, procónsul de Chipre, Saulo recibe en Hechos el nombre de Pablo (Paulos; cfr. Hch. 13:9). En sus epístolas, el apóstol siempre se llama a sí mismo Pablo. Se ha venido a suponer, por parte de algunos, que eligió el nombre de Pablo debido a la conversión del procónsul. Se trata de una afirmación muy poco probable, y que no tiene en cuenta la manera en que Lucas introduce en los Hechos el nombre romano del apóstol; de hecho, lo emplea a partir del instante en que da comienzo entre los gentiles la obra de aquel a quien ellos conocían como Pablo. Lo más plausible es que ya desde el principio Pablo habría tenido ambos nombres. Éste era el caso con muchos otros judíos, especialmente entre los de la Diáspora (Hch. 9:11; 21:39; 22:3). Era meimbro de la tribu de Benjamín (Fil. 3:5). No se conoce con certeza la razón de que su familia se estableciera en Tarso. Una tradición muy antigua informa que salieron de Gischala, en Galilea, cuando los romanos se apoderaron de esta ciudad. Hubiera podido ser posible que en tiempos anteriores esta familia hubiera formado parte de una colonia que alguno de los reyes sirios estableciera en Tarso (cfr. Ramsay, St. Paul the Traveler, p. 31). Es posible también que la familia emigrara voluntariamente, por necesidades de la profesión de comercio, como era el caso con muchas otras familias judías. Los parientes de Pablo parecen haber sido numerosos e influyentes. En Ro. 16:7, 11, Pablo hace saludar a tres de sus parientes: dice de Andrónico y de Junias que son muy estimados entre los apóstoles y que fueron antes que él en Cristo. En Hch. 23:16 se nos informa que el hijo de la hermana de Pablo (que parece que residía en Jerusalén, posiblemente con su madre), denunció ante el tribuno el complot tramado contra su tío. Este episodio permite suponer que el joven estaba emparentado con alguna de las familias implicadas. Lo importante del papel de Pablo, a pesar de su juventud, durante el martirio de Esteban, apoya esta suposición. Es indudable que Pablo era ya miembro del sanedrín (Hch. 26:10), y el sumo sacerdote le encomendó la misión de que persiguiera a los cristianos (9:1, 2; 22:5). Las mismas palabras del apóstol (Fil. 3:4–7) prueban que, siendo un personaje importante, y teniendo en el comienzo mismo de su carrera la perspectiva de honores y fortuna, no pertenecía precisamente a una familia oscura. Criado en la obediencia a la Ley y en la piedad judía tradicional, por cuanto su padre era un fariseo estricto (Hch. 23:6), Pablo poseía también, por nacimiento, la ciudadanía romana. No se sabe en virtud de qué fue concedido este derecho a uno de sus ascendientes, si como recompensa por servicios prestados al Estado, o como privilegio adquirido mediante el pago de una gran suma de dinero. Es posible que ello dé explicación del nombre latino de Pablo. En todo caso, su condición de ciudadano romano le fue de utilidad en su apostolado y le salvó la vida en más de una ocasión.
2. Formación moral e intelectual. Tarso, una de las capitales intelectuales de la época, era un foco de cultura griega. Estaba entonces de moda el estoicismo. Sin embargo, es muy poco probable que Pablo acudiera a escuelas griegas; sus padres, austeros judíos, lo enviaron de joven a estudiar en Jerusalén. Los jóvenes judíos aprendían una profesión, y Saulo hizo el aprendizaje de fabricación de tiendas (Hch. 18:3). Dice él (22:3) que había sido criado en Jerusalén, a donde tuvo que llegar muy joven. La educación recibida lo arraigó profundamente en las tradiciones del fariseísmo. Fue instruido en el conocimiento preciso de la ley de sus padres (cfr. v. 3). Su maestro fue uno de los más célebres rabinos de su época, Gamaliel. Un discurso de Gamaliel (Hch. 5:34–39) convenció al sanedrín a no condenar a los apóstoles a muerte. Aunque era fariseo, el gran rabino no rechazaba del todo la cultura griega, y mostraba un espíritu tolerante. A sus pies, el joven Saulo no estudió solamente el AT, sino también las sutilezas de las interpretaciones rabínicas. Se lanzó ardorosamente dentro del seno del judaísmo, animado de un excesivo celo por las tradiciones de sus padres (Gá. 1:14). Versado en la religión y en la cultura judías, sumamente dotado, miembro de una familia distinguida, el ferviente joven fariseo estaba preparado para grandes logros en el seno de su pueblo.
Tarso en la actualidad, en la Turquía moderna.
3. Saulo el perseguidor. Los falsos testigos que lapidaron a Esteban encargaron al joven Saulo que guardara sus ropas (Hch. 7:58). Si el papel de Saulo no tuvo un carácter oficial, el relato implica, no obstante, que el joven participó en el deliberado propósito de llevar a cabo aquella muerte (8:1). Saulo fue seguramente uno de los judíos helenistas mencionados en Hch. 6:9–14 como instigadores del martirio. Es evidente que Pablo ya aborrecía entonces a los adeptos de aquella nueva secta, menospreciando a su Mesías, y que los estimaba peligrosos tanto sobre el plano político como sobre el religioso. Lleno de un fanatismo firme y acerbo, estaba dispuesto a llevarlos a todos a la muerte. Acto seguido después de la muerte de Esteban, Saulo organizó la persecución contra los cristianos (Hch. 8:3; 22:4; 26:10, 11; 1 Co. 15:9; Gá. 1:13; Fil. 3; 1 Ti. 1:13). Su conciencia ofuscada lo llevó a actuar con el encarnizamiento de un inquisidor. No contento con actuar en Jerusalén, pidió cartas del sumo sacerdote para las sinagogas de Damasco, a fin de llevar presos a Jerusalén a los cristianos de origen judío, a los que quería llevar cargados de cadenas (Hch. 9:1, 2). Los judíos tenían una gran autonomía en sus asuntos internos, con la autorización de los romanos. En Damasco, que estaba bajo el control de Aretas, rey de los nabateos, el gobernador era particularmente favorable hacia los judíos (9:23, 24; 2 Co. 11:32); así, es totalmente plausible la intervención de Pablo en esta ciudad. El testimonio formal de Lucas, corroborado por el propio Pablo, revela que éste, hasta el mismo momento de su conversión, aborrecía a los cristianos, y creía estar sirviendo a Dios al perseguirlos.
Nacido en el seno de una familia judía fiel a la fe de sus padres, Pablo conoció también a fondo la civilización grecolatina.—Jarrón griego con el mito de Teseo cortando la cabeza al minotauro. MCR.
4. La repentina conversión de Saulo en el camino de Damasco (Hch. 9:1–19). El perseguidor y sus compañeros siguieron, probablemente a caballo, el camino que iba de Galilea a Damasco, a través de regiones desérticas. Hacia el mediodía llegarían a las bellas campiñas irrigadas que rodeaban Damasco; el sol estaba en su cénit (Hch. 26:13). Repentinamente apareció en el cielo una luz fulgurante, empalideciendo la del sol, y los viajeros cayendo al suelo (v. 14). Pablo se quedó postrado, al parecer, en tanto que sus compañeros se levantaban (9:7). Una voz saliendo del resplandor dijo en hebreo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (26:14). Saulo le dijo: «¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (v. 15). «Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (9:6; 22:10). Los compañeros de Pablo oyeron algo (9:7), pero sólo él entendió lo que la voz decía (22:9). La luz dejó ciego a Pablo. Así, entró en Damasco conducido por la mano, y fue llevado a la casa de un cierto Judas (9:11), donde estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber. Estuvo orando (vv. 9, 11), tratando de comprender el significado de lo que le había sucedido. Al tercer día, el Señor ordenó a Ananías, cristiano de origen judío, que se dirigiera a Pablo y que le impusiera las manos para que recobrara la vista. Ananías dudaba, porque temía al perseguidor. El Señor le dio seguridades revelándole que Pablo había sido advertido por una visión, y Ananías obedeció. Saulo confesó su fe en el Señor Jesús, recobrando la vista y recibiendo el bautismo. Con su energía característica, y para confusión de los judíos, se puso de inmediato a proclamar en las sinagogas que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (9:10–22).
En Éfeso, Pablo fue protagonista de un famoso incidente con los adoradores de la diosa Diana (cfr. Hch. 19:23–41).—Templo de Diana en Éfeso (reconstrucción).
En Hechos se dan tres relatos de esta conversión: el relato de Lucas (9:3–22); el de Pablo a los judíos (22:1–16), y por último su testimonio ante Festo y Agripa (26:1–20). Los tres registros concuerdan entre sí, aunque cada uno de ellos remarca unos detalles que no aparecen en los otros. El narrador tiene en cada caso un propósito diferente. En las epístolas, Pablo hace frecuente alusión a su conversión, que él atribuye a la gracia y al poder de Dios (1 Co. 9:1, 16; 15:8–10; Gá. 1:12–16; Ef. 3:1–8; Fil. 3:5–7; 1 Ti. 1:12–16; 2 Ti. 1:9–11). Así, los testimonios más convincentes dan prueba de esta conversión. Así, es cierto que no sólo se dignó Jesús dirigir la palabra a Saulo, sino que se le apareció (Hch. 9:17, 27; 22:14; 26:16; 1 Co. 9:1). La forma de Su aparición no nos ha sido descrita, pero es evidente que fue gloriosa: el fariseo se dio cuenta de que el Crucificado era el Hijo de Dios. Habla de la «visión celestial» (Hch. 26:19), expresión ésta que se menciona sólo en Lc. 1:22 y 24:23; y que describe una manifestación angélica y sobrenatural. La pretensión de que Pablo fuera el juguete de una ilusión es algo que carece de todo fundamento. Pero tampoco fue la sola aparición de Cristo lo que provocó su conversión. Ésta se produjo evidentemente gracias a la obra del Espíritu en el corazón de Saulo, hecho por ello capaz de comprender y aceptar la verdad, que le había sido revelada (cfr. en particular Gá. 1:15ss.). En fin, Dios se sirvió de Ananías para poner al nuevo convertido en relación con la naciente iglesia. Las diversas teorías racionalistas que intentan explicar la conversión de Saulo sin tener en cuenta la intervención personal y sobrenatural de Cristo, esquivan el testimonio del apóstol. Él declara que, hasta el momento mismo de su conversión, consideraba que era su deber perseguir a los cristianos para ser leal al judaísmo. Él afirma que su conversión se debió al poder y a la gracia soberana de Dios, que, sin saberlo el mismo Saulo, lo había preparado para su tarea futura. Su condición de ciudadano romano, la educación rabínica que había recibido, y sus dotes intelectuales, hacían de él un instrumento calificado. Se cree, con razón, que Saulo, a pesar de su celo, no había hallado en el judaísmo la paz que su alma necesitaba (Ro. 7:7–25). Lo repentino de su conversión debió hacerle consciente de que la salvación se debe totalmente a la gracia de Dios manifestada en Cristo. Su misma experiencia religiosa contribuyó a hacer de él el gran intérprete del Evangelio, a proclamar que sólo por la fe personal en la obra expiatoria de Cristo justifica Dios al pecador.
CIUDADES RELACIONADAS CON LA VIDA DE PABLO
1. Tarso de Cilicia: Ciudad natal de Pablo.
2. Jerusalén: Ciudad donde estudia la ley de Moisés con el gran rabino Gamaliel, asiste al Concilio de los Apóstoles y, antes, al martirio de Esteban; y allí es, a su vez, apresado por los romanos.
3. Damasco: En sus cercanías se convierte a Cristo y de ella escapa por una ventana en la muralla acosado por sus perseguidores.
4. Antioquía: Iglesia fundada por Bernabé. Lugar de partida de tres primeros viajes misioneros; allí reciben los discípulos por primera vez el nombre de cristianos.
5. Galacia: En la región situada en el centro del Asia Menor, a los cristianos Pablo escribe desde Éfeso una carta para defender a los hermanos de los “judaizantes” o falsos hermanos, que querían imponer a los convertidos de la gentilidad las observancias de la ley de Moisés.
6. Filipos: Centro importante de la región de Macedonia. Durante su segundo viaje misionero Pablo funda en esta colonia romana una iglesia con la cual estará siempre ligado por los lazos más firmes de amor cristiano.
7. Tesalónica: En esta ciudad—capital de la provincia romana de Macedonia—funda una iglesia a la que escribe dos cartas desde Corinto. La primera es el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, y estando en Tesalónica recibió ayuda de la comunidad de Filipos.
8. Atenas: Ciudad griega donde Pablo predicó a un grupo de hombres de cultura durante su segundo viaje misionero.
9. Corinto: La iglesia de allí fue fundada por S. Pablo en su segundo viaje. Allí predica y trabaja en ella. A esta comunidad dirigirá dos cartas, la primera desde Éfeso y la segunda desde Filipos.
10. Colosas: Pequeña ciudad en la región de Frigia, al este de Éfeso. Esta iglesia fue fundada por un discípulo de Pablo, Epafras, y a ella dirige una carta sobre los peligros que los amenazan.
11. Éfeso: Iglesia fundada por S. Pablo en el tercer viaje.
12. Cesarea: Ciudad en la costa de Palestina donde vivió preso durante dos años, siendo procuradores Félix y Porcio Festo. De aquí partió Pablo para Roma en el viaje de la cautividad.
13. Roma: Capital del Imperio Romano. A la comunidad cristiana de allí le escribe Pablo una carta desde Corinto. En ella pasó Pablo dos períodos prisionero predicando el evangelio, hasta su martirio en el año 67.
5. Inicio de su vida cristiana. Desde su conversión, Saulo empezó a anunciar el Evangelio. Su carácter enérgico le llevaba a ello, así como la revelación de los propósitos de Dios, que lo llamaba al apostolado (Hch. 9:15; 26:16–20; Gá. 1:15, 16). Predicó a Cristo en las sinagogas de Damasco (Hch. 9:20–22). Los judíos de la ciudad, apoyados por el gobernador, decidieron eliminar a Saulo (2 Co. 11:32). Los discípulos le salvaron la vida bajándolo de noche por el muro dentro de una canasta (Hch. 9:23–25; 2 Co. 11:33). En lugar de volver a Jerusalén, se dirigió a Arabia, y volvió después a Damasco (Gá. 1:17). Se desconoce el lugar de Arabia en el que estuvo Pablo, o el tiempo que se quedó, o lo que hiciera allí; lo probable es que se diera a la meditación y a la oración en soledad. Tres años después de su conversión fue de Damasco a Jerusalén para conocer a Pedro (cfr. Gá. 1:18). Estuvo solamente quince días en Jerusalén, y no vio a ningún otro apóstol, excepto a Jacobo, el hermano del Señor (v. 19). Lucas ofrece algunos detalles suplementarios (Hch. 9:26–29). Los cristianos de Jerusalén tenían miedo de Pablo, y no creían que se hubiera convertido en discípulo de Cristo. Pero Bernabé, con la generosidad que le caracterizaba, presentó a Pablo a los apóstoles, y les relató su conversión y los sufrimientos que había tenido que sufrir a causa de su cambio radical. El antiguo perseguidor anunciaba enérgicamente el Evangelio y quería convencer a los judíos helenistas, sus amigos de otros días (9:26–29), que intentaron darle muerte. Por esta razón, los discípulos enviaron a Pablo a Cesarea, desde donde se dirigió a Tarso (vv. 29, 30; Gá. 1:21). El Señor se le apareció en el Templo, en Jerusalén, y le reveló que su apostolado iba a tener lugar entre los paganos (Hch. 22:17–21). Hay exegetas que han pretendido que los pasajes de Hechos que relatan esta visita a Jerusalén no concuerdan con los de la Epístola a los Gálatas. Sin embargo, es fácil ver la armonía de ambos relatos. Es muy probable que Saulo, queriendo trabajar de acuerdo con los doce, quiso visitar a Pedro, que tenía un lugar prominente. La desconfianza de los cristianos de Jerusalén con respecto al antiguo fariseo era bien natural; y el gesto de Bernabé, judío helenista como Pablo, está muy de acuerdo con su actitud posterior. Por otra parte, dos semanas transcurridas en Jerusalén fueron suficientes para el desarrollo de los hechos relatados en Hechos. La orden de partir que le dio el Señor a Saulo confirma la brevedad de esta visita (22:18). El pasaje de Lucas, mencionando que Bernabé «lo trajo a los apóstoles», no contradice en absoluto la afirmación de Gá. 1:18–19, según la cual Saulo sólo vio a Pedro y a Santiago. Estas dos personas (el segundo recibe asimismo el nombre de «columna», Gá. 2:9) representaban en esta ocasión a todo el cuerpo apostólico. Éste es el significado de la afirmación de Lucas en Hechos. En todo caso, Saulo y los dirigentes de la iglesia en Jerusalén comprendieron entonces con claridad que Cristo destinaba al nuevo discípulo a ser el apóstol de los gentiles. No parece que en este momento nadie se preocupara de la actitud que tomarían los convertidos provenientes del paganismo hacia la Ley de Moisés. Ni tampoco nadie podía suponer la importancia que tendría la misión de Pablo, pero reconocieron el mandato que le había sido dado. Conscientes de que su vida peligraba, los enviaron a Tarso (Hch. 9:30).
6. Saulo en Tarso y en Antioquía de Siria. Son escasos los datos acerca del comienzo de este período. Es probable que la estancia de Saulo en Tarso durara de 6 a 7 años (véase el apartado cronología al final de este artículo). Es indudable que el nuevo testigo llevó a cabo una obra misionera y que fundara las iglesias de Cilicia, mencionadas de manera incidental en Hch. 15:41. En Tarso seguramente se encontró frente a diversas corrientes intelectuales; ya se ha mencionado que la ciudad era un foco de la filosofía estoica. El encuentro del apóstol con los epicúreos y los estoicos en Atenas da evidencia de que conocía bien los sistemas de ambos (17:18–19). Anunciando el evangelio en Tarso, es indudable que Pablo se atendría a lo que el Señor le había mostrado acerca del carácter de su ministerio. Algunos cristianos de origen judío-helenista, que habían sido ahuyentados de Jerusalén por la persecución que siguió al martirio de Esteban, llegaron a Antioquía de Siria, sobre el Orontes, al norte del Líbano. El gobernador romano de la provincia de Siria vivía entonces en esta ciudad, que había sido anteriormente la capital del reino de Siria. Antioquía contaba con más de medio millón de habitantes. Una de las principales ciudades del imperio, y centro comercial con una población muy mezclada, ejercía una poderosa influencia. Cerca de Palestina, y a las puertas del Asia Menor, y manteniendo relaciones comerciales y políticas con todo el resto del imperio, esta ciudad constituía una base desde donde la nueva fe, destinada a separarse del judaísmo, debía partir hacia todo el mundo. Los cristianos refugiados en Antioquía anunciaron el Evangelio «a los griegos» (11:20). Hubo numerosas conversiones. Y así es como nació, en la metrópolis de Siria, una iglesia de cristianos salidos del paganismo. Cuando la iglesia en Jerusalén lo supo, enviaron a Bernabé a Antioquía. Con una hermosa grandeza de visión, se dio cuenta de que el Señor estaba otorgando Su bendición a la iglesia en Antioquía, aunque sus miembros no estuvieran circuncidados. Después, discerniendo indudablemente que el propósito de Dios era que Pablo fuera a Antioquía, fue a Tarso a buscar al antiguo perseguidor, y lo llevó a la capital, donde trabajó un año con él (11:21–26). Es en Antioquía donde los discípulos recibieron por vez primera el nombre de «cristianos», lo que demuestra el carácter no judío de esta comunidad. La aparición de una comunidad compuesta de cristianos surgidos del paganismo marca una gran etapa en la historia de la Iglesia. Éste sería el punto de partida de las misiones de Pablo al mundo pagano.
Camino de Damasco, Pablo se convierte al cristianismo, y acosado por sus perseguidores, escapa de ella descolgado por sus amigos desde la muralla.—Damasco en la actualidad.
Un profeta de Jerusalén, Ágabo, predijo a la asamblea que habría un período de hambre (11:27, 28). Los hermanos de Antioquía decidieron ayudar a los cristianos de Judea. Este testimonio de solidaridad demuestra que estos gentiles se sentían obligados hacia los que les habían transmitido la nueva fe. Su gesto revela asimismo que el Evangelio destruyó ya en su comienzo las barreras de razas y de clases. Bernabé y Saulo llevaron a los ancianos de la iglesia en Jerusalén los dones de los cristianos de Antioquía para los de Judea (11:29, 30). Esta visita de Saulo a Jerusalén se sitúa probablemente alrededor del 44 d.C., o algo después. La carta a los gálatas no la menciona, indudablemente porque Pablo no se encontró entonces con ninguno de los apóstoles. Hay exegetas que han tratado de identificar esta visita con la referida en Gá. 2:1–10, pero es evidente que este pasaje de Gálatas se refiere a otro viaje, posterior a la discusión acerca de la circuncisión de los gentiles. Y Lucas sitúa el inicio de esta controversia (Hch. 15:1, 2) en una época posterior al año 44. Pablo, escribiendo a los gálatas, sumariza las ocasiones en las que presentó su evangelio ante los apóstoles que habían sido antes que él, y que lo aprobaron. Según Lucas (Hch. 11:30), Pablo sólo se encontró en esta ocasión con los ancianos de la iglesia de Jerusalén, y se limitó a entregarles los fondos. El argumento de Pablo en Gá. 2:1–10 no exige la mención de una simple visita de caridad. El y Bernabé se volvieron a Antioquía junto con Juan, de sobrenombre Marcos (Hch. 12:25).
7. Primer viaje misionero de Pablo. El Espíritu Santo reveló a los profetas de la iglesia en Antioquía que Pablo debía emprender un apostolado itinerante (Hch. 13:1–3); les ordenó asimismo que pusieran aparte a Bernabé y a Pablo para la obra a la que Dios los había llamado. Se desconoce la fecha precisa de este viaje, aunque es situado entre los años 45 y 50 d.C.; es posible que tuviera lugar entre el 46 y el 48. Tampoco se sabe cuánto tiempo duró. Bernabé, que era mayor, dirigía la misión, pero Pablo, más elocuente, se destacó pronto; Juan Marcos los acompañaba. El pequeño grupo se dirigió de Antioquía a Seleucia, en la desembocadura del Orontes. De allí se embarcaron hacia Chipre, país de origen de Bernabé. Los tres misioneros desembarcaron en Salamina, sobre la costa oriental de Chipre, y empezaron a predicar el Evangelio en las sinagogas. Así atravesaron toda la isla, llegando al puerto de Pafos, en el suroeste. Sergio Paulo, el procónsul romano, residía en esta ciudad; interesándose en conocer el Evangelio, intentó oponerse a ello un falso profeta judío, Barjesús, que tenía por sobrenombre Elimas (el mago), que gozaba del favor del procónsul. La vehemencia de su oposición a la Palabra de Dios indignó a Pablo, que apostrofó al mago, anunciándole que el Señor lo heriría de ceguera. Testigo de esta intervención divina, y atento a las enseñanzas de los misioneros, abrazó de corazón la fe cristiana (13:6–12). El grupo, dirigido ahora por Pablo (cfr. v. 13), se embarcó hacia Asia Menor, llegando a Perge, en Panfilia. Allí es donde Juan-Marcos rehusó proseguir el viaje, volviéndose a Jerusalén. Se desconocen sus motivos. No parece que Pablo y Bernabé se quedaran en Perge; dirigiéndose al norte, entraron en Frigia, llegando a Antioquía de Pisidia, capital de la provincia romana de Galacia. Los misioneros acudieron a la sinagoga, donde los principales les invitaron a hablar. Entonces Pablo pronunció el gran discurso registrado en Hch. 13:16–41. Después de afirmar que Dios había conducido a Israel y que lo había preparado para recibir al Mesías, Pablo recordó el testimonio dado por Juan el Bautista y el rechazamiento de Jesús por parte de las autoridades judías. Dijo el apóstol que Dios había resucitado a Jesús, en quien se cumplían todas las antiguas promesas hechas a Israel, añadiendo que sólo la fe en Jesús justifica al pecador; exhortó a continuación a los judíos a que no asumieran la misma actitud que los príncipes homicidas de Jerusalén. Este discurso suscitó la hostilidad de los notables judíos, pero convenció a muchos de los israelitas piadosos, y especialmente a muchos de los gentiles que habían sentido la influencia del judaísmo. Estos prosélitos permitieron que Pablo hallara en todas partes el nexo entre la sinagoga y el mundo gentil. El sábado siguiente, los misioneros, injuriados, rompieron el contacto con la sinagoga, y se dirigieron directamente a los gentiles. El Evangelio se expandió por todo el país, pero las autoridades de Antioquía de Pisidia, alertadas por los judíos, expulsaron a Pablo y Bernabé (Hch. 13:50). Se dirigieron entonces a Iconio, ciudad frígica, donde hubo numerosas conversiones de judíos y gentiles (13:51 a 14:1). Los judíos, que mantenían una postura de hostilidad, sublevaron a una parte de la ciudad contra los misioneros, que partieron hacia Listra, y después a Derbe, ciudades importantes de Licaonia (14:2–6). En Listra, Pablo curó milagrosamente a un hombre paralítico de nacimiento. La multitud, que creía que se trataba de los dioses Júpiter y Mercurio, les querían ofrecer sacrificios. Bernabé y Pablo se opusieron a ello, y Pablo pronunció su discurso contra la idolatría, resumido en los versículos 15–18. Éste es el segundo de los discursos de Pablo que nos refiere Lucas. La conversión de Timoteo se produjo indudablemente en Listra (cfr. Hch. 16:1; 2 Ti. 1:2; 3:11). Los judíos de Antioquía y de Iconio amotinaron entonces al populacho. Pablo fue lapidado, sacado de la ciudad, y dejado por muerto (Hch. 14:19). Sin embargo, Dios lo reanimó, y se dirigió con Bernabé a Derbe, posiblemente sobre el límite suroriental de la provincia de Galacia (v. 20). Al llegar a Cilicia por las montañas, los misioneros hubieran podido llegar a Tarso y llegar directamente a Antioquía de Siria, después de haber hecho un itinerario circular. Pero deseaban confirmar las nuevas iglesias antes de volver a Antioquía de Siria. Así, volvieron de Derbe a Listra, a Iconio, a Antioquía de Pisidia, y a Perge, consolidando las iglesias y confirmando los ánimos de los discípulos. Se detuvieron en Perge para predicar, lo que probablemente no habían hecho en su anterior viaje. A continuación descendieron a Atalia, puerto de Perge, y allí embarcaron rumbo a Antioquía de Siria (Hch. 14:21–26). Así finalizó el primer viaje misionero de Pablo, en el que había recorrido los centros inmediatamente al oeste de aquellos en los que el Evangelio estaba ya implantado. El método del apóstol era el de presentar el Evangelio en primer lugar a los judíos, y después a los paganos. Descubrió que el judaísmo había influenciado ya a un gran número de gentiles, y que habían quedado preparados para aceptar el mensaje de Cristo. En este método se daba también la fundación de iglesias en las principales ciudades, a las que era fácil el acceso gracias a las excelentes carreteras que el imperio romano había hecho construir para unir entre sí las diversas guarniciones militares. La lengua griega estaba esparcida por todas partes. Es así que Dios había abierto el camino al heraldo del Evangelio.
Pablo el Apóstol en un mosaico del baptisterio de los arrianos en Ravena (siglo V d.C.). Alinari.
La columnata del Panteón en Atenas, construida sobre el areópago; muy cerca de aquí Pablo predicó el evangelio a un grupo de filósofos griegos.
8. El conflicto con los cristianos judaizantes: conferencia de Jerusalén. El éxito de la obra de Pablo entre los gentiles provocó entonces un conflicto en el seno de la Iglesia. Ciertos cristianos de origen judío, todavía aferrados a la Ley de Moisés, fueron de Jerusalén a Antioquía con el fin de anunciar a los convertidos salidos de la gentilidad que la salvación dependía de la circuncisión (Hch. 15:1). Algunos años atrás, Dios se había servido de Pedro para revelar a la Iglesia que no tenían que obligar a los discípulos de origen gentil a observar la Ley mosaica (10:1 a 11:18). Pero los cristianos judaizantes, en su mayor parte fariseos convertidos (15:5), no siguieron las instrucciones de Pedro. Cuando la iglesia de Antioquía vio lo que éstos enseñaban, envió a Pablo, Bernabé y a otros hermanos a Jerusalén, a fin de que sometieran la cuestión a los apóstoles y ancianos (Hch. 15; Gá. 2:1–10; estos dos relatos concuerdan totalmente, a pesar de la diferencia de perspectiva entre ambos redactores). Pablo dice que se puso en marcha después de una revelación directa de Dios (Gá. 2:2). Estaba en juego el porvenir del testimonio cristiano. Triunfaron la fidelidad a la doctrina cristiana y el amor. Pablo y Bernabé expusieron ante la iglesia de Jerusalén la obra que Dios había llevado a cabo por medio de ellos. Los cristianos judaizantes respondieron insistiendo en la necesidad de la circuncisión y de la Ley de Moisés, lo que obligó a los apóstoles y ancianos a reunirse para estudiar el problema (Hch. 16:6–29). Pedro les recordó que Dios había revelado Su voluntad a este respecto cuando Cornelio había sido convertido, y que los mismos judíos no habían podido llevar el yugo de la Ley. Pablo y Bernabé mostraron asimismo cómo Dios había bendecido su obra entre los gentiles. Santiago, el hermano del Señor, declaró que los profetas del AT habían preanunciado que los gentiles serían llamados. Se resolvió reconocer como hermanos a los convertidos incircuncisos, liberándolos de la Ley, pero demandándoles sin embargo que respetaran unas prohibiciones necesarias por su universalidad (de la idolatría, de sangre y de comer animales ahogados, prohibiciones éstas impuestas a Noé y su descendencia, cfr. Gn. 9:3, 4; y de fornicación). Estas prohibiciones no eran ninguna concesión a los escrúpulos judíos, como algunos expositores han alegado. No tendrían ningún sentido como mera concesión después de haber negado la necesidad de la circuncisión, de importancia capital para ellos. La base sobre la que se dan estas prohibiciones a los cristianos surgidos de la gentilidad es la de la voluntad expresa de Dios a nivel universal, tratándose de «cosas necesarias» (15:28, 29). En la Epístola a los Gálatas, Pablo afirma que la iglesia en Jerusalén le prestó su apoyo contra los «falsos hermanos», y que Jacobo, Pedro y Juan le dieron la mano de comunión, reconociendo que Dios, que les había dado a ellos el apostolado entre los judíos, había comisionado a Pablo y a Bernabé para que evangelizaran a los gentiles. Así, Pablo quedó en comunión con los apóstoles, y también en libertad para cumplir su misión. Los judaizantes mostraron entonces su encarnizamiento, manifestando más tarde hostilidad e incluso odio contra Pablo, cuya opinión había prevalecido. Los argumentos del antiguo fariseo habían salvaguardado la unidad de la Iglesia y la libertad de los convertidos incircuncisos. La decisión emitida daba la exacta relación de los cristianos de origen gentil con la Ley, que era su libertad de ella, poniéndolos sin embargo en guardia contra unas prácticas que afectaban a la relación de toda la descendencia de Noé con el Dios único soberano de este mundo, salvaguardando Sus derechos sobre Sí mismo (no adoración a falsos dioses), sobre la Creación (permiso a Noé y a su descendencia para comer la carne de los animales, pero no su sangre), y sobre el hombre mismo (el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor). Sin embargo, la controversia se volvió a desencadenar poco después en Antioquía (Gá. 2:11–21). Pedro, que había llegado a la capital de Siria, participaba al igual que Pablo en las comidas de los creyentes incircuncisos. Después de la llegada de ciertos judíos de Jerusalén, Pedro, e incluso Bernabé, dejaron de comer con los gentiles convertidos. Pablo reprendió públicamente a Pedro, y reafirmó los principios doctrinales sobre los que reposaban los derechos de los gentiles en la Iglesia: la salvación sólo se obtiene por la fe en Cristo, por cuanto el cristiano, crucificado con Cristo, está muerto a la Ley de Moisés. Al morir, Cristo ha cumplido por Su pueblo todas las obligaciones legales. Es suficiente poner la fe en Cristo para venir a ser cristiano; no hay ninguna otra condición a cumplir. Pablo sabía que no se trataba sólo de preservar la unidad de la Iglesia, sino de mantener la base fundamental del Evangelio. Al defender el principio de la salvación por la fe y al dar a conocer por todas partes la Buena Nueva, Pablo contribuyó más que nadie a imprimir el carácter universal del testimonio cristiano. El concilio de Jerusalén tuvo lugar probablemente alrededor del 48 o 49 d.C. (Véase Cronología al final de este artículo.)
Cristiano leyendo las Escrituras; inscripción sepulcral del siglo II que se encuentra ahora en el Museo Lateranense de Roma.
9. Segundo viaje misionero. Poco después del concilio de Jerusalén, Pablo propuso a Bernabé que lo acompañara en su segundo viaje (Hch. 15:36). Pero, al rehusar Pablo a Juan Marcos como acompañante, Bernabé decidió no acompañar al apóstol, que se llevó consigo a Silas (véase SILAS). Los misioneros visitaron al principio las iglesias en Siria y Cilicia, y después cruzaron los desfiladeros del Taurus con el fin de visitar las comunidades que Pablo había fundado durante su primer viaje. Llegaron a Derbe, dirigiéndose a continuación a Listra, donde el apóstol circuncidó a Timoteo, para evitar escandalizar a los judíos, porque Timoteo, a quien quería llevar de acompañante, era hijo de padre griego. Pablo hizo así muestra de sus deseos de conciliación, aunque no cedió ni un ápice en la cuestión de principio. Timoteo era de ascendencia judía por parte de madre, por lo que no era lo mismo que si hubiera sido un creyente de origen totalmente gentil. De Listra fueron, según parece, a Iconio y Antioquía de Pisidia.
La continuación de su viaje ha suscitado controversias entre los comentaristas, y ha dado lugar a dos interpretaciones: (1) Ramsay y otros exegetas creen que las iglesias del primer viaje son las «iglesias de Galacia», a las que más tarde se dirigió la Epístola a los Gálatas (véanse GALACIA, GÁLATAS [EPÍSTOLA A LOS]). Estos comentaristas sostienen que Pablo fue directamente a Antioquía de Pisidia, al norte, y que atravesó la provincia romana de Asia, pero sin predicar, porque «les fue prohibido por el Espíritu Santo predicar la palabra en Asia» (Hch. 16:6). Habiendo llegado a Misia (v. 7), los misioneros intentaron entrar en Bitinia, pero de nuevo se vieron impedidos. Dejando entonces Misia a un lado, se dirigieron al oeste, atravesando o pasando junto a Misia, para llegar a Troas. (2) La interpretación más aceptada es que, de Antioquía de Pisidia, los viajeros se dirigieron a la Galacia propia. Pablo cayó enfermo, pero aprovechó esta detención en Galacia para anunciar el Evangelio y fundar las iglesias de Galacia (Gá. 4:13–15). La orden de no predicar en la provincia de Asia determinó este itinerario de Antioquía de Pisidia hacia el noreste. Cuando Pablo hubo acabado de predicar en la Galacia propiamente dicha, intentó entrar en Bitinia, pero el Espíritu Santo se opuso nuevamente a sus intenciones. El apóstol se dirigió entonces hacia el oeste (la segunda interpretación se une aquí con la primera) atravesando Misia o rodeándola para llegar a Troas. Lucas habla muy poco de este período. El Espíritu Santo estaba dirigiendo a los misioneros hacia Europa, y el relato de Lucas es tan precipitado como el ímpetu con el que se movían.
Restos de un altar al Dios desconocido en Pérgamo (cfr. Hch. 17:23).
En Troas, Pablo tuvo la visión de un varón macedonio suplicando que los ayudara (Hch. 16:9). En respuesta a este llamamiento, los misioneros, a los que se unió Lucas, emprendieron la travesía hacia Europa, desembarcando en Neápolis, y dirigiéndose acto seguido hacia la importante ciudad de Filipos. Allí Pablo fundó una iglesia (16:11–40), y esta iglesia sería especial objeto de su afecto (Fil. 1:4–7; 4:1, 15). Fue también en esta ciudad que fue entregado por primera vez a los magistrados romanos y que constató cómo su ciudadanía romana podía ser de utilidad para ayudarle en su obra (Hch. 16:20–24, 37–39). Dejando a Lucas en Filipos, Pablo se dirigió a Tesalónica junto con Silas y Timoteo. El breve relato de Hch. 17:1–9 acerca de la iglesia en Tesalónica se completa mediante los datos que se dan en las epístolas a los Tesalonicenses. En esta ciudad el apóstol ganó para Cristo a muchos griegos, poniendo con mucho cuidado las bases de la iglesia, dando ejemplo de trabajo y de frugalidad, fabricando tiendas para no ser una carga para nadie (1 Ts. 2, etc.). Pero los judíos de Tesalónica desencadenaron una persecución contra Pablo. Los hermanos lo hicieron partir entonces con Silas hacia Berea, donde la predicación suscitó numerosas conversiones, incluso entre los judíos. De allí, Pablo se dirigió a Atenas. Esta ciudad frustró sus esfuerzos. Hch. 17:22–31 da el resumen del discurso que pronunció ante los filósofos, sobre la colina de Marte (Areópago). Pablo expuso las verdades comunes al estoicismo y el Evangelio, proclamando fielmente ante un auditorio sumamente crítico que ellos debían volverse al Dios verdadero, arrepintiéndose y creyendo en Cristo, con vistas al juicio que había de venir, y a la resurrección.
Acto seguido partió para Corinto, quedándose allí dieciocho meses, y ganando a numerosas almas para la fe. Allí conoció a Aquila y a Priscila, hospedándose en la casa de ellos (Hch. 18:1–3). La predicación de Pablo provocó la ira de los judíos; dejó entonces de frecuentar la sinagoga y desde aquel momento anunció el Evangelio en casa de uno llamado Justo, cuya casa estaba junto a la sinagoga (vv. 5–7). En Hch. 18:8, 10 y 1 Co. 2:1–5 se hace alusión a los sufrimientos morales de Pablo en Corinto, en su resolución de anunciar en Grecia, como en todos los otros lugares, el Evangelio del Crucificado; 1 Co. revela su éxito, así como también las tentaciones de los cristianos de Corinto, objeto de la solicitud del apóstol. La situación en las otras iglesias también le provocaba inquietudes. Es en Corinto que redactó las dos epístolas a los Tesalonicenses, con instrucciones prácticas, y poniéndolos en guardia contra ciertos errores doctrinales. La hostilidad de los judíos no cesaba. Hicieron comparecer a Pablo ante Galión, nuevo procónsul de Corinto. El descubrimiento, en 1905, de la «Piedra de Delfos» permite situar el proconsulado de Galión entre mayo del 51 y el 52, lo que permite así establecer la fecha de la estancia de Pablo en Corinto. Galión declaró que la misma sinagoga debía resolver estas diferencias, por cuanto el apóstol no había violado ninguna ley romana. Así, en aquella época Roma protegía a los cristianos al identificarlos con judíos. Pablo pudo quedarse en Corinto sin ser molestado. De todas las misiones de Pablo, la de Corinto fue una de las más fructíferas. Acto seguido pasó a Éfeso; no se quedó allí, aunque prometió su vuelta, y se embarcó rumbo a Cesarea, desde donde sin duda fue a Jerusalén (Hch. 18:22) para saludar a la iglesia, volviendo de allí a Antioquía de Siria, el punto de partida de este segundo viaje (Hch. 18:22), en el curso del cual había llevado el cristianismo a Europa, al evangelizar Macedonia y Acaya. El Evangelio había dado un gran paso para introducirse de lleno en el Imperio Romano.
10. Tercer viaje misionero. Después de una corta estancia en Antioquía, Pablo emprendió su tercer viaje, probablemente en el año 53 d.C. Recorrió «la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos» (v. 23), llegando después a Éfeso. El Espíritu Santo le permitiría ahora a Pablo predicar la Palabra en la provincia de Asia, en tanto que le había sido prohibido durante su segundo viaje. El apóstol hizo de Éfeso, capital de Asia Menor, su base de operaciones a lo largo de tres años (Hch. 19:8, 9; 20:31). Enseñó durante tres meses en la sinagoga (19:8), y después durante dos años en una escuela o sala de conferencias de uno llamado Tiranno (v. 9). Características de su apostolado en Éfeso: Extensión y profundidad de su enseñanza (20:18–31); milagros extraordinarios (19:11, 12); un triunfo tan grande que todos los habitantes de la región oyeron la Palabra del Señor (v. 10); actitud amistosa de algunos de los principales funcionarios de la provincia de Asia para con Pablo (v. 31). Oposición constante e incluso encarnizada (vv. 23–40; 1 Co. 4:9–13; 15:32); cuidado del apóstol hacia todas las iglesias (2 Co. 11:28). Son numerosos los episodios de la vida de Pablo durante este período que no figuran en Hechos. Sabiendo que había judaizantes que atacaban su doctrina y que la desacreditaban en Galacia, Pablo escribió su Epístola a los Gálatas, en la que defiende su apostolado. Ésta es la primera epístola en la que se define y expone la doctrina de la gracia. La iglesia de Corinto escribió a Pablo para pedir su definición acerca de importantes cuestiones. Informes posteriores revelaron otros desórdenes en la iglesia de Corinto, a la que el apóstol envió entonces la epístola que recibe el nombre de Primera Epístola a los Corintios. Los cristianos de Corinto recibieron mediante este escrito instrucciones prácticas y decisiones disciplinarias que evidencian la sabiduría de Pablo. Sin embargo, los elementos sediciosos prosiguieron su labor de zapa. Son numerosos los exegetas que piensan que el padre espiritual de esta joven iglesia les hizo una breve visita para restablecer el orden, después de haber enviado 1 Corintios (cfr. 2 Co. 12:14; 13:1). Antes de abandonar Éfeso, el apóstol envió a Tito a Corinto. Tito debía después de ello reunirse con Pablo en Troas (2 Co. 2:12), lo que no sucedió. Inquieto, el apóstol se dirigió a Macedonia (Hch. 20:1), donde volvió a encontrarse con Timoteo y Erasto, que había enviado antes allí (19:22). Por fin llegó Tito (2 Co. 2:12–14; 7:5–16), con la noticia de que los corintios estaban cumpliendo fielmente las instrucciones de Pablo. Entonces les escribió 2 Corintios, que es la epístola en la que se hallan más detalles autobiográficos de Pablo. Allí se regocija de la obediencia de los corintios, les recomienda la colecta para los santos en Jerusalén, e insiste en la defensa de su apostolado. De Macedonia, Pablo se dirigió a Corinto, pasando allí el invierno del 56 al 57, acabando de disciplinar y de organizar a la iglesia de esta ciudad. Es entonces que escribió su exposición más completa de la doctrina de la salvación, la Epístola a los Romanos. El apóstol deseaba vivamente ejercer su ministerio en Roma (Hch. 19:21; Ro. 1:11, 15; 15:23–28), pero no podía ir en seguida, porque debía llevar a Roma los dones de los gentiles convertidos. Los introductores del Evangelio en Roma habían sido especialmente amigos y discípulos de Pablo (cfr. Ro. 16). Mediante su Epístola a los Romanos, Pablo los instruyó plenamente en la doctrina que él proclamaba.
La siguiente etapa iba a conducirlo por última vez a Jerusalén. Sus compañeros representaban a diversas iglesias de gentiles convertidos (Hch. 20:4). Los judíos estaban ferozmente opuestos a la evangelización de los gentiles. En cuanto a los cristianos surgidos del judaísmo, ellos mismos desconfiaban de Pablo y de su obra. Ésta es una de las razones de que el apóstol pidiera a las iglesias de la gentilidad que probaran su lealtad mediante el envío de una generosa ofrenda a los cristianos pobres de Judea. Pablo y sus amigos dejaron Corinto con el fin de llevar estos dones a Jerusalén. Enterándose de que los judíos le querían tender una celada (Hch. 20:3), renunciaron a embarcarse e ir directamente a Siria. Dieron un rodeo por Macedonia (20:3). Pablo se quedó en Filipos mientras sus compañeros se dirigían a Troas. Lucas se reunió con él en Filipos (v. 5). Después de la Pascua, Pablo y Lucas se embarcaron en Neápolis, un puerto de Filipos, para volver a encontrar a sus amigos en Troas, donde pasaron siete días (v. 6). Allí había una iglesia. Lucas refiere los acontecimientos que tuvieron lugar inmediatamente antes de la partida del apóstol (vv. 7–12). Pablo fue de Troas a Asón por tierra, lo que era una distancia de unos 32 km. En Asón se encontró con sus compañeros de viaje, que lo habían precedido por vía marítima (v. 13). Su nave llegó a continuación a Mitilene, en la costa oriental de la isla de Lesbos, pasando luego hacia el sur entre la isla de Quios y la costa de Asia Menor, tocó al día siguiente la isla de Samos, y llegó a Mileto al cabo de otros días (vv. 14, 15). Ciertos mss. indican que el grupo hizo «escala en Trogilio» después de haber salido de Samos. Mileto estaba a 58 km. al suroeste de Éfeso. Pablo, que se apresuraba a ir a Jerusalén, no había querido ir a Éfeso, pero envió a buscar a los ancianos de aquella iglesia. Acudieron ellos a Mileto, donde el apóstol les dirigió sus últimas exhortaciones, que nos revelan la profundidad de su consagración, de su amor hacia los convertidos, y de su conocimiento profético (20:18–35). Abandonando Mileto, la nave se dirigió hacia la isla de Cos (21:1), a 64 km. al sur. Al día siguiente llegó a Rodas, capital de la isla de este nombre, a unos 80 km. al sureste de Cos. De Rodas la nave tocó Patara, sobre la costa de Licia (Hch. 21:1), donde el grupo misionero efectuó un cambio de naves, emprendiendo viaje hacia Fenicia (Siria) (v. 2). Pasaron a la vista de Chipre, que dejaron a mano izquierda, y arribaron a Tiro (v. 3). El apóstol y sus amigos se quedaron allí por siete días; los cristianos de Tiro suplicaron a Pablo en vano que no fuera a Jerusalén (v. 4). Después de haber orado con ellos (vv. 5, 6), el apóstol y sus compañeros subieron a una nave que iba a Ptolemais (la actual Akko, San Juan de Acre en tiempos de los cruzados). Se quedaron allí un día con los hermanos en esta localidad, y después llegaron a Cesarea por la carretera (vv. 7, 8). Se quedaron en casa de Felipe el evangelista. Agabo, el profeta que había predicho una época de hambre durante la primera estancia del apóstol Pablo en Antioquía de Siria (11:28), se ató los pies y las manos, y anunció que los judíos atarían de aquella manera a Pablo y lo entregarían a los gentiles. A pesar de estas advertencias y de las lágrimas de la comunidad, Pablo, y algunos de sus discípulos, subieron a Jerusalén (21:11–14). Así acabó el tercer viaje misionero.
Rodilleras y sandalias de un legionario romano.
11. Pablo en Jerusalén; arresto; encarcelamiento en Cesarea. No tardó en hacerse realidad la predicción de Ágabo. Los hermanos de Jerasalén le dieron una buena acogida a Pablo y a sus colaboradores que, al día siguiente de su llegada, fueron a visitar a Jacobo, el hermano del Señor; se encontraron también con todos los ancianos de la iglesia. Ellos glorificaron a Dios, que se había servido de tal manera del ministerio de Pablo, pero recordaron al apóstol que numerosos cristianos procedentes del judaísmo habían oído decir que él no observaba la Ley de Moisés. Los ancianos le propusieron que diera en el mismo Templo una prueba espectacular de su fidelidad a las costumbres judías, encargándose de cumplir las prescripciones y de pagar los gastos implicados en la liberación del voto de cuatro nazareos. Pablo consintió en ello, para no tener conflictos con los judíos. Es posible que se tratara de una observancia análoga a la que él había observado en Corinto de manera voluntaria (18:18). Pablo enseñaba que ningún convertido de la gentilidad tenía que observar las ordenanzas de la ley mosaica, y que ningún cristiano de origen judío estaba ya obligado a seguir las costumbres tradicionales. Sin embargo, declaraba que no se debía condenar a los judíos que quisieran conservar su fidelidad a la Ley de Moisés y se reservaba, para sí mismo, la libertad de observar estas prácticas, o de renunciar a ellas, según las circunstancias. Al asentir a la petición de los ancianos, Pablo no era incoherente. Pero esta acción no tuvo un buen fin. Unos judíos de Asia, al ver a Pablo en el Templo, lo acusaron falsamente de haber introducido gentiles dentro, y amotinaron al populacho, afirmando que el fariseo tránsfuga había estado enseñando a los judíos de la diáspora a menospreciar el Templo y a violar la Ley (21:27–29). Pablo hubiera sido seguramente muerto si el tribuno de la compañía de guarnición romana, Claudio Lisias, no hubiera intervenido con presteza junto con sus soldados. El apóstol, atado con dos cadenas, fue llevado a la torre Antonia. Pidió entonces, antes de ser introducido en ella, permiso para dirigirse a la multitud. Sorprendido al constatar que Pablo hablaba en griego y que no era un egipcio sedicioso, sino un judío de Tarso (v. 38), el tribuno le permitió que se dirigiera al pueblo; el apóstol hizo su discurso en arameo (22:2), haciendo reminiscencias de su juventud, y refiriendo su conversión y vocación. La multitud que lo escuchaba empezó a gritar «¡A muerte! ¡A muerte!» en cuanto Pablo hizo mención de la oferta de salvación a los gentiles. Lisias le hizo entrar entonces en la torre Antonia para someterlo a interrogatorio. Al saber que se trataba de un ciudadano romano (v. 25), el tribuno desistió de hacerlo azotar, y ordenó a los principales sacerdotes que convocaran al sanedrín al día siguiente para hacer comparecer ante ellos al preso.
Pablo no podía esperar ningún juicio equitativo de parte del tribunal supremo de los judíos. Si el sanedrín condenaba al prisionero, Lisias debería abandonarlo a sus manos. El apóstol tuvo la habilidad de dividir a sus enemigos, a fin de defender su vida. Recordó su calidad de fariseo, diciendo que en el fondo estaba siendo sometido a juicio a causa de su doctrina de la resurrección. El recíproco odio entre fariseos y saduceos era aún más profundo que el que ellos tenían hacia Pablo, por lo que de inmediato se dividieron en dos bandos. Temiendo que el preso pudiera perder la vida entre las dos facciones en pendencia, el tribuno ordenó a los soldados que devolvieran a Pablo a la torre Antonia (23:1–10).
El Señor se apareció a Pablo a la noche siguiente, y le dijo: «Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma» (v. 11). Esta promesa se iba a cumplir de una manera muy inesperada. Unos cuarenta judíos hicieron gestiones para que Pablo compareciera de nuevo ante el sanedrín. Se comprometieron a darle muerte, pero un sobrino de Pablo informó a su tío y al tribuno (vv. 12–22). Lisias envió entonces a Pablo con una fuerte escolta a Cesarea, residencia de Félix, el procurador, a quien el tribuno envió una carta. Enterándose de que el acusado era un judío de Cilicia, el gobernador no lo quiso interrogar antes de la llegada de los acusadores, y lo hizo guardar en el pretorio, que había sido antes el palacio de Herodes. Cuando los representantes del sanedrín comparecieron ante Félix, acusaron a Pablo de sedición, de profanación del Templo, y se quejaron de que Lisias les había arrebatado a su prisionero (24:1–9). Pablo refutó estas acusaciones (vv. 10–21). Conociendo la nueva doctrina, que era la verdadera causa del litigio, y dándose cuenta de que el acusado era inocente, Félix aplazó la vista de la causa con el pretexto de obtener de Lisias unos informes suplementarios. Pablo quedó preso, pero podía recibir visitas de sus amigos. El procurador y Drusila, su esposa judía, quedaron impresionados por lo que Pablo afirmó acerca de la fe en Cristo (v. 24). Sus solemnes palabras parecen haber hecho temblar a Félix, que prometió volverlo a llamar. El gobernador esperaba también que Pablo compraría su libertad (vv. 25, 26), a lo que el apóstol no accedió. Cuando Porcio Festo sucedió a Félix, hacía ya dos años que Pablo estaba encarcelado (v. 27).
Fondo de un vaso de vidrio con las figuras de Pedro y Pablo esculpidas en oro, procedente de los primeros siglos del cristianismo. BM.
Los judíos esperaban que el nuevo procurador se plegaría a sus deseos, pero éste rehusó hacer subir a Pablo a Jerusalén, y exigió que sus acusadores fueran a Cesarea (25:1–6). Pablo compareció de nuevo ante ellos, y proclamó su inocencia (vv. 7, 8). Deseoso de complacer a los judíos, Festo propuso a Pablo ser juzgado en Jerusalén. Dándose cuenta de que los judíos se aprovecharían para darle muerte si subía a Jerusalén, el apóstol, basándose en su condición de ciudadano romano, apeló al César (vv. 9–11). El procurador, al quedar con ello fuera de la causa, tenía que enviar al preso a Roma. En medio de estos acontecimientos, Agripa II, biznieto de Herodes el Grande, llegó a Cesarea con su hermana Berenice, sin duda para felicitar a Festo por su nombramiento de procurador. Estando él poco versado en las controversias entre los judíos, y teniendo que enviar al emperador un detallado informe de la causa, Festo habló a Agripa acerca de Pablo, que quiso oírle. Al día siguiente, el procurador hizo comparecer a Pablo ante el rey. El conocimiento que tenía Agripa de los asuntos judíos sería de ayuda a Festo para redactar su informe al emperador (vv. 12–27). Las características de la defensa de Pablo ante Agripa fueron el tacto, la elocuencia y el valor. Dando un relato de su vida, el preso mostró que él había buscado obedecer al Dios de Israel, y que su apostolado cristiano era un cumplimiento de las antiguas profecías (26:1–23). Cuando Festo, interrumpiendo a Pablo, le dijo que estaba loco, el apóstol apeló a Agripa. El rey se encastilló en su papel de observador de lo que estimaba como un nuevo fanatismo, y respondió irónicamente: «Por poco me persuades a ser cristiano» (v. 28). Sin embargo, dijo que Pablo era inocente, y que hubiera podido ser puesto en libertad si no hubiera apelado a César (vv. 31, 32).
Las cuadrigas romanas se utilizaban en las carreras triunfales y en los torneos del circo. Pablo menciona muchas costumbres conocidas de sus lectores que provenían mayormente del mundo pagano. MCR.
12. Viaje a Roma. En otoño del mismo año (probablemente el 59), el preso fue mandado a Roma (véase CRONOLOGÍA al final de este artículo). Pablo y otros cautivos fueron confiados a un centurión llamado Julio, de la cohorte augusta. Lucas y Aristarco de Tesalónica (27:1, 2) acompañaban al apóstol. La narración de Lucas es sumamente precisa (cfr. James Smith: The Voyage and Shipwreck of St. Paul). El centurión trató humanamente al apóstol. El grupo se embarcó en Cesarea en una nave adramitena, que iba a efectuar una navegación de cabotaje por la costa del Asia Menor. Embarcaron en Sidón, y llegaron a Mira, en Licia. En este puerto el centurión hizo subir a los presos a una nave mercante de Alejandría que partía para Italia. Siendo el viento desfavorable, la nave tuvo que navegar a lo largo de la costa al noroeste, hasta llegar a la altura de Gnido, en la costa de Caria. Girando allí hacia el sur, dobló penosamente el promontorio de Salmón en la zona meridional de Creta, y arribó a Buenos Puertos, en la costa meridional de la isla (Hch. 27:3–8). Habiendo pasado al ayuno (o día de Yom Kippur, véase EXPIACIÓN [DÍA DE LA]), que caía en el décimo del mes de Tishri (hacia el final de septiembre, v. 9), se hacía peligrosa la navegación, y el tiempo era amenazador. Pablo dio el consejo de permanecer en Buenos Puertos, pero el centurión escuchó al capitán y al armador de la nave y no al prisionero. Querían invernar en Fenice, un puerto mejor situado, más al oeste en la costa de Creta (vv. 9–12). Cuando la nave abandonó Buenos Puertos se abatió sobre ellos un furioso viento del noreste, que los echó hacia el sur de la islita de Clauda, que se llama actualmente Gozzo. Aligerando la nave de todo el lastre posible, soportaron el vendaval durante dos semanas, derivando hacia el oeste. El apóstol mantuvo la calma y subió los ánimos de la tripulación y de los pasajeros: un ángel de Dios se le había aparecido y le había asegurado que todos llegarían a tierra sanos y salvos (vv. 13–26). A la decimocuarta noche, la sonda reveló la proximidad de tierra. Por miedo a los escollos, echaron cuatro anclas, y esperaron que se hiciese de día. Al alba, vieron una ensenada con una playa. Habiendo cortado los cables de las anclas, intentaron llegar allí izando la vela de proa, para varar la nave en la arena (vv. 27–40), pero la proa había quedado encallada en la arena, y la popa se abría ante el embate de las olas. Tripulación y viajeros saltaron al agua. Todos se salvaron. La predicción de Pablo se había cumplido (vv. 41–44). Lucas relata de una manera magistral este dramático episodio. El valor de Pablo, su fe, el ascendiente que su calma ejerció sobre los demás, todo ello nos muestra lo que debiera ser el comportamiento de un cristiano ante el peligro.
Los náufragos habían sido arrojados sobre la isla de Melita (Malta), a 93 km. al sur de Sicilia. Los isleños testimoniaron su bondad a los desventurados viajeros, y dieron grandes honores a Pablo cuando él sanó a numerosos malteses (28:1–10). Tres meses más tarde, el centurión hizo subir a soldados y presos a una nave alejandrina. Esta nave, que había invernado en Malta, llegó a Siracusa, Regio y, finalmente, a Puteoli, puerto de la Italia meridional (muy cercano a Nápoles). Pablo recibió permiso para pasar siete días con la comunidad cristiana de Puteoli (Pouzzoles, vv. 11–14). Al enterarse de la llegada del apóstol, los cristianos de Roma enviaron a hermanos a su encuentro. Pablo se encontró con ellos en el Foro de Apio y en Tres Tabernas, localidades situadas a 69 y 53 km. de Roma, respectivamente (v. 15). El centurión entregó los presos al prefecto militar (según algunos mss., «el prefecto de la guardia pretoriana», que en el año 61 d.C. era el célebre Burrus). Mommsem y Ramsay estiman sin embargo que los prisioneros fueron más bien entregados al jefe de otro cuerpo del que formaba parte Julio, el centurión, y que estaba encargado de supervisar los transportes de cereales y de ejercer una cierta vigilancia policial. En realidad, no se sabe a ciencia cierta a quién fue entregado Pablo; lo que sí es cierto es que le fue encadenado el brazo derecho al brazo izquierdo de un soldado (28:16; Fil. 1:7, 13), y que se le autorizó a alquilar una casa. Las apelaciones a César implicaban un largo proceso. Después de dos años, Pablo esperaba aún la decisión del tribunal (Hch. 28:30).
13. Pablo después de su comparecencia ante el emperador. Al final de Hechos se relata que, tres días después de su llegada a Roma, el apóstol hizo llamar a los principales judíos, a fin de explicarles la razón de su presencia en Roma, y les citó un día para exponerles el Evangelio. Como en todas partes, unos lo aceptaron, y los otros lo rechazaron. Pablo dijo entonces que este mensaje sería predicado a los gentiles, y que ellos sí escucharían. En efecto, su condición de preso no le impedía dedicarse al ministerio. Los últimos versículos del libro de Hechos informan que durante dos años Pablo estuvo recibiendo a todos aquellos que querían entrevistarse con él; él les anunciaba el reino de Dios, y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, sin que las autoridades pusieran obstáculo alguno (28:17–31). Las epístolas a los Colosenses, a Filemón, a los Efesios y a los Filipenses, redactadas durante su cautiverio, arrojan una luz viva sobre este período. El apóstol escribió indudablemente las tres primeras al principio, y la carta a los Filipenses hacia el final de su detención. Estas epístolas revelan que había en Roma fieles amigos del apóstol que le ayudaban en su obra misionera. Entre otros estaban: Timoteo (Col. 1:1; Fil. 1:1; 2:19; Flm. 1); Tíquico (Ef. 6:21; Col. 4:7); Aristarco (Col. 4:10; Flm. 24); Juan Marcos (Col. 4:14; Flm. 24). Nadie impedía a los amigos del apóstol que lo visitaran; mensajeros de Pablo ante las iglesias, eran también sus ayudantes en Roma. Gracias a ellos, y a pesar de su encarcelamiento, Pablo dirigía las misiones por todo el imperio. Las epístolas de la cautividad revelan asimismo el celo de este embajador encadenado, y la entusiasta acogida que tenía su predicación (Ef. 6:20). Exhorta él de manera insistente a sus amigos a que oren para que Dios abra una puerta a la Palabra (Col. 4:3). Onésimo, el esclavo fugitivo, fue uno de los frutos del trabajo personal del apóstol preso (Flm. 10), que asimismo podía escribir a los filipenses: «Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás» (Fil. 1:12, 13). Nadie ignoraba ya por causa de quién él llevaba aquellas cadenas. Transmite a los filipenses los saludos de los creyentes pertenecientes a la casa del César (4:22). Sin embargo, había en Roma entonces cristianos (posiblemente judaizantes) que se oponían a la obra de Pablo (1:15–18). Su antagonismo no perturbaba en absoluto la serenidad del preso, que estaba por otra parte seguro de que iba a ser liberado con todos los pronunciamientos favorables (Fil. 1:25; 2:17, 24; Flm. 22). Consideraba su cautiverio como el medio escogido por Dios mediante el cual podía cumplir aún mejor su misión de embajador de Cristo. Las cartas muestran, finalmente, que el preso no dejó de administrar las iglesias por correspondencia, refutando de manera particular las falsas doctrinas que surgían en Asia Menor. Las epístolas de la cautividad contienen la enseñanza más completa de Pablo sobre la persona de Cristo y sobre los propósitos eternos de Dios revelados en el Evangelio. El fervor del apóstol y su elevado concepto de los deberes del cristiano se hacen patentes en sus instrucciones prácticas.
Aunque el libro de los Hechos concluye con el relato del cautiverio del apóstol Pablo en Roma, hay razones de peso para aceptar que el apóstol fue absuelto y liberado al cabo de los dos años, y que volvió a viajar. Las evidencias que dan razón de esto son: (1) El último versículo de Hechos concuerda mejor con la hipótesis de la liberación que con la de la condena a muerte. Al destacar que nadie estorbaba la obra de Pablo, Lucas da la impresión de que el apóstol no estaba esperando su final. (2) El mismo Pablo está persuadido de que será liberado (Fil. 1:25, 26; 2:17, 24; Flm. 22). La actitud de las autoridades romanas hacia él le permitía abrigar esta certeza. La persecución de Nerón no había comenzado todavía. Cuando estalló, fue de manera repentina, sin que se hubiera podido prever a causa de ningún tipo de animosidad oficial anterior. La ley romana seguía considerando a los cristianos como a judíos sectarios, que por ello estaban autorizados a practicar su religión. Todo hace pensar que el tribunal imperial declaró inocente a Pablo y lo absolvió. Además, es indudable que Festo, el procurador de Judea, había enviado un informe favorable (Hch. 26:31), y parece que los judíos no habían enviado a Roma a ningún acusador oficial contra Pablo (cfr. Hch. 28:21). (5) La tradición de la absolución de Pablo, de su reanudación de sus viajes y del segundo encarcelamiento se remonta a una época muy temprana. Clemente de Roma (96 d.C.) afirma que los viajes de Pablo lo llevaron hasta los confines de occidente, lo que parece indicar España. El fragmento de Muratori (170 d.C.) menciona asimismo el viaje a España. Estos testimonios concuerdan con la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea (324 d.C.), que refiere la tradición existente: «Después de haber hecho su defensa, el apóstol fue liberado, y reanudó sus viajes misioneros. Vuelto por segunda vez a Roma, sufrió allí el martirio.» Esta tradición, que no descansa sobre pruebas totalmente convincentes, no sería suficiente, por sí misma, para establecer el hecho como indudable. Pero la antigüedad de estos testimonios y su autoridad confirman los otros argumentos, en tanto que, por otra parte, no existe evidencia en contra. (4) Numerosas pruebas, externas e internas, dan testimonio de que las epístolas a Timoteo y a Tito son paulinas. Pero estas cartas dan evidencia de haber sido escritas con posterioridad a los incidentes relatados en el libro de los Hecho. Esta constatación nos lleva a retener como cierta la tradición referida por Eusebio.
Por esta y otras evidencias que se mencionarán en el siguiente apartado, podemos admitir que la apelación a César tuvo como resultado la liberación de Pablo. Los hechos posteriores de su historia permanecen oscuros. Se puede deducir por alusiones que figuran en las epístolas a Timoteo y a Tito y en la tradición. Es posible que después de ser puesto en libertad el apóstol se dirigiera, como había manifestado ser su intención, al Asia Menor y a Macedonia (Fil. 2:24; Flm. 22). Según 1 Ti. 1:3, Pablo llegó a Macedonia y dio a Timoteo el encargo de fue dirigiera las iglesias de los alrededores de Éfeso. Se desconoce dónde se encontraba cuando escribió la primera carta a Timoteo; 1 Ti. 3:14 revela que el apóstol esperaba volver pronto a Éfeso. La carta a Tito muestra que había dejado a este discípulo para que administrara las iglesias de Creta, y que esperaba invernar en Nicópolis (Tit. 3:12)). Hay tres ciudades que llevan este nombre y todas ellas hubieran podido ser la que se cita en este pasaje: una en Tracia, cerca de Macedonia; otra en Cilicia, y la última en Epiro. Es probablemente la última la que se menciona en Tit. 3:12.
Aceptando la antigua tradición del viaje a España (véase más arriba), podemos suponer que Pablo se dirigió allí después de haber recorrido de nuevo el Asia Menor y Macedonia. Al volver de España, se hubiera detenido en Creta, dejando a Tito allí, y habría vuelto a Asia, desde donde habría enviado la epístola a Tito; en 2 Ti. 4:20 se puede ver que Pablo pasó a Corinto y a Mileto, y después a Grecia y a Asia. Nada demuestra que haya podido llevar a cabo su deseo de invernar en Nicópolis. Numerosos exegetas piensan que el apóstol no llegó allí, sino que fue detenido otra vez y conducido a Roma. Las epístolas que Pablo redactó en aquella época nos dan algunos detalles acerca de este tema. Al dedicarse a evangelizar en nuevos distritos, acababa de organizar las iglesias ya fundadas. Presintiendo que su carrera iba a quedar truncada, y que las iglesias iban a correr nuevos peligros, externos e internos, escribió las epístolas pastorales (las dos a Timoteo y Tito), dando a sus dos delegados personales instrucciones acerca de la disciplina en la iglesia y de los recursos de los creyentes ante los tiempos peligrosos que habrían de sobrevenir.
14. Última detención y martirio. El primer cautiverio en Roma acabó probablemente el 62 (o 63) d.C. Pablo se habría lanzado en seguida a predicar el Evangelio durante cuatro años, más o menos. Eusebio sitúa el martirio del apóstol en el año 67 en tanto que Jerónimo afirma el 68. Se desconocen los circunstancias de su segundo arresto. La segunda epístola a Timoteo, redactada en Roma poco antes de la muerte de Pablo, contiene algunas breves alusiones a su encarcelamiento. En el 64, Nerón desencadenó una persecución contra los cristianos de la capital, que indudablemente tuvo sus efectos en diversas provincias (1 P. 4:13–19). Como algunos exegetas han supuesto, podría ser que el apóstol hubiera sido denunciado por uno llamado Alejandro (2 Ti. 4:14). Fuera cual fuera el lugar en que fue detenido el apóstol, Pablo iba a comparecer de nuevo ante el tribunal en Roma. Posibles motivos: nuevo recurso del apóstol al César; inculpación por pretendidos crímenes cometidos en Italia (quizá de complicidad en el incendio de Roma); deseo de las autoridades provinciales de recoger prestigio a los ojos de Nerón al enviarle un preso importante. En la época de escribir su segunda carta a Timoteo, Pablo no tenía consigo más que a Lucas (2 Ti. 4:11). Había sido abandonado por ciertos discípulos (1:15; 4:10, 16), otros habían partido para efectuar diversos servicios (vv. 10, 12). El tribunal imperial ante el que Pablo compareció de nuevo no lo condenó en el acto (v. 17), pero lo mantuvo encarcelado. Es posible que el apóstol pudiera probar su inocencia, pero quedó encarcelado por causa de su fe. Habla de sus cadenas (1:8, 16); afirma que se le trata como a un malhechor (2:9) y presiente cuál será su fin (4:6–8). Lo cierto es que Pablo fue finalmente condenado a muerte; su profesión de fe cristiana era suficiente para ello, según la política establecida por Nerón en el 64 d.C. La tradición dice que Pablo, como ciudadano romano, fue decapitado en la carretera de Ostia.
Este bosquejo de la vida de Pablo se basa en los Hechos y en las epístolas, pero es evidente que no se ha relatado todo. Hay textos que dejan entrever varios otros episodios de la azarosa vida de Pablo (Ro. 15:18, 19; 2 Co. 11:24–33).
15. Personalidad, obra y teología de Pablo. En el libro de los Hechos y en las epístolas de Pablo se revela su carácter y el inmenso valor de su obra. Es difícil retratar esta naturaleza tan diversa, y cuya conversión no hizo sino acentuar su ardor religioso. Comprendiendo de un golpe y de una manera total la verdad, extrajo de ella las lógicas consecuencias. Su corazón quedó igualmente prendido, lo mismo que su inteligencia, y el fervor de sus sentimientos fue igual al vigor de sus razonamientos. Expone simultáneamente el aspecto práctico y teórico de la verdad, explicando las doctrinas con una dialéctica consumada, en tanto que introduce el cristianismo en la vida diaria con una sabia habilidad. Este hombre sensible, ardoroso, que conocía en ocasiones el éxtasis, no dejó de profundizar en sus enseñanzas. Capaz de llegar a las más altas cumbres del pensamiento religioso, es sin embargo un hombre de acción. Sometido totalmente al control del Espíritu de Dios, esta naturaleza intelectual y espiritual, rica, ardiente y pura fue usada por Dios para el apostolado a los gentiles.
Se esforzó, mediante la acción y la palabra, en hacer comprensible al mundo pagano el Evangelio de Cristo. El libro de los Hechos nos revela el método de Pablo. Recibió la misión de presentar a Cristo en un mensaje universal, desligado de los ritos judíos y accesible a todos los hombres. Pablo no fue el único en ver esta meta, pero contribuyó más que nadie a expandir el cristianismo por el mundo. Se mantuvo constantemente en dependencia de Cristo, siendo Su principal obrero. Por otra parte, las epístolas de Pablo contienen la interpretación inspirada que dio de la doctrina y de la moral de Cristo. Pablo es el mayor de todos los teólogos. Su teología se desprende de su conversión, por la cual comprendió repentinamente la incapacidad de sus propios esfuerzos para llegar a la salvación; la dependencia del pecador con respecto a la gracia soberana de Dios; la perfección de la obra redentora que Jesús, el Hijo de Dios, ha llevado a cabo por Su muerte y resurrección. Como consecuencia, sólo puede hallarse la salvación por medio de la fe, uniéndose mediante ella a Cristo. El pecador así justificado, unido al Señor, participa de todas las bendiciones espirituales y temporales, celestiales y terrenas, que Cristo le ha conseguido. A partir de este fundamento de la fe, Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, expone todo lo que concierne a la obra y a la persona de Cristo. La cuestión de la salvación se expone de una manera completa en las epístolas a los Gálatas y a los Romanos. Las epístolas de la cautividad exaltan al Cristo glorificado y ensalzan el propósito eterno de la gracia de Dios para con la Iglesia. Además de estos aspectos centrales, las epístolas tocan prácticamente todos los aspectos de la fe y de los deberes del cristiano. La teología de Pablo tiene como objeto esencial la gracia, tema inagotable cuyas profundidades sondea el apóstol. Él presentó así al mundo gentil el Mesías anunciado por los profetas de Israel. Dios suscitó a Pablo para que él presentara a la humanidad la persona y la obra de su Salvador. Entre los apóstoles, fue indiscutiblemente el más brillante expositor y teólogo, y el más ardiente misionero. Dejar de lado la interpretación que Dios nos ha dado por medio de Pablo de las enseñanzas y de la obra de Jesucristo es exponerse a no comprender el absoluto qué es el cristianismo.
Losa de mármol sobre la tumba de S. Pablo en Roma en la basílica que lleva su nombre, puesta en tiempos del emperador Constantino, con una inscripción en latín con las letras típicas de la época: “Paulo Apostolo Martyri” (“A Pablo, Apóstol y Mártir”). La tumba fue encontrada durante los trabajos de restauración de la basílica en 1823, después de un incendio. DAS.
16. Cronología. Aunque se conocen en su conjunto los pasos de la vida de Pablo, no siempre es posible asignar fechas a sus hechos y escritos con una precisión absoluta. Hay dos fechas en Hechos que dan puntos de referencia: la Ascensión de Cristo, variamente situada entre el 29 y el 32 d.C., y la muerte de Herodes (Hch. 12:23), que es situada unánimemente en el 44 d.C. Pero estas fechas no son suficientes para precisar toda la cronología que nos ocupa. Se ha pensado que sería posible erigirla en base a la fecha en la que Festo llegó a ser procurador de Judea. Es plausible que fuera en el año 60 d.C. Josefo sitúa bajo el reinado de Nerón (comenzado el 54 d.C.) casi todos los acontecimientos en relación con el gobierno de Félix; por su parte, Pablo dice en Hch. 24:10 que Félix había sido gobernador de Judea «desde hace muchos años». Por ello, no es posible situar el comparecimiento de Pablo ante Félix antes del 57 d.C. Siendo que el apóstol había estado detenido dos años en Cesarea, la accesión de Festo al poder debería situarse en el 59 y no más tarde, por cuanto Albino lo sucedió en el 62, y los acontecimientos relacionados con Festo ocuparon más de un año. Si Festo llegó al puesto de procurador en el 59, es en otoño de este mismo año que Pablo fue enviado a Italia. El apóstol hubiera llegado a Italia en la primavera del 60, después de haber pasado el invierno en la isla de Malta. El final del libro de los Hechos y la liberación de su primer cautiverio romano se situarían entonces en el año 62 (Hch. 28:30).
Los partidarios de esta cronología fechan retrospectivamente los acontecimientos del inicio de la carrera del apóstol a partir del año 59 (accesión de Festo). El arresto de Pablo tuvo lugar el 57 (Hch. 24:27), al final de su tercer viaje. Entonces se tiene, retrospectivamente: invierno en Corinto, antes del arresto (20:3); otoño anterior en Macedonia (vv. 1, 2); antes de ello, tres años en Éfeso (v. 31), a donde habría llegado procedente de Antioquía después de haber recorrido rápidamente los territorios de Galacia y Frigia (18:23). Así, el tercer viaje misionero habría durado cuatro años. Si Pablo estuvo en Jerusalén en la primavera del 57, su tercer viaje se inició en la primavera del 53. Hubo un breve intervalo entre el tercer y segundo viajes, que duró al menos dos años y medio, ya que el apóstol pasó un año y medio en Corinto (v. 11), y el itinerario anterior duró indudablemente un año (15:36–17:34). Mediante la inscripción de Delfos, descubierta en 1905, es posible fijar la fecha del proconsulado de Galión entre mayo del 51 y mayo del 52, por lo que la comparecencia de Pablo ante este magistrado debe situarse a inicios del 52. Si el segundo viaje acabó en otoño del 52, había entonces comenzado en la primavera del 50, algunos días después del concilio de Jerusalén (15:36), acontecimiento de suma importancia, que queda entonces situado en el año 49. Entonces, el primer viaje misionero sólo puede ser situado entre el 44, año de la muerte de Herodes Agripa (Hch. 12) y el 49, fecha del concilio (Hch. 15). Es probable que tuviera lugar entre el 46 y 48, aunque no se conoce exactamente el tiempo que tomó.
Para situar la fecha de la conversión del apóstol, es preciso comparar los datos ya dados con lo que Pablo dice en Gálatas (2:1): «Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé.» Es indudable la alusión al concilio de Jerusalén, en el 49. ¿Cuál es el punto de partida de estos catorce años? Según ciertos comentaristas, es su conversión (Gá. 1:15, 16), lo que la remontaría al año 35 o 36, según que se cuente o no el primero de los catorce años. Pero Pablo menciona (Gá. 1:18) que él subió a Jerusalén por vez primera tres años después de su conversión. Parece más lógico contar los catorce años en Gá. 2:1 a partir de la primera visita de Jerusalén, mencionada como antecedente en Gá. 1:18. En este caso, su conversión se situaría en el 32 o en el 34, según que se incluya o no el primer año (por lo general los hebreos calculaban incluyendo el año, o el día de punto de partida y el de llegada del cálculo. cfr. con los tres días que Cristo pasó en la tumba). Conclusión: La conversión puede fecharse en el 34, lo que deja lugar a la fecha propuesta por Anderson de la muerte y resurrección del Señor en el 32 (véase JESUCRISTO); la primera visita a Jerusalén en el año 36; los catorce años en cuestión finalizarían en el 49 d.C. Todas estas fechas pueden ser discutidas. Hay exegetas que dicen que Festo vino a ser procurador de Judea en el 55, con lo que todas las fechas tendrían que ir cinco años atrás. Ello obligaría a contar los catorce años a partir de la conversión. Sin embargo, las fechas más sólidamente apoyadas son las que han sido presentadas en este apartado. Todo ello nos permite establecer la siguiente tabla:
Muerte, resurrección y ascensión de Cristo
32
Conversión de Pablo
34 (?)
Primera visita post. a Jerusalén (Gá. 1:18)
36
Pablo en Tarso
37–43
Entrega a la iglesia en Jerusalén de los fondos dados por los cristianos de Antioquía (Hch. 11:30)
44
Primer viaje misionero
46–48
Concilio de Jerusalén
49
Segundo viaje misionero
50–52
1 y 2 Tesalonicenses
51
Tercer viaje misionero
53–57
Epístola a los Gálatas
54
1 Corintios
55, 56
2 Corintios
56
Epístola a los Romanos
56, 57
Arresto en Jerusalén
57
Encarcelamiento en Cesarea
57–59
Festo nombrado procurador de Judea
59
Pablo llega a Roma
60
Epístola a los Colosenses, a Filemón, a los Efesios
60 o 61
Epístola a los Filipenses
61 o 62
Liberación del primer cautiverio en Roma
62
1 Timoteo
63 o 64
Epístola a Tito
64 o 65
Epístola a los Hebreos (véase HEBREOS [EPÍSTOLA A LOS] para la cuestión de su paternidad)
65 o 66
2 Timoteo
66
Muerte de Pablo
66
1401. δοῦλος doúlos; de 1210; esclavo (lit. o fig., invol. o vol.; frecuentemente, por lo tanto en un sentido calificado de sujeción o subordinación):—esclavitud, esclavo, servir, siervo.
ROMANOS 1:1–15
A. INTRODUCCIÓN DE LA PROCLAMA (1:1–7)
1Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, 3acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 4que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, 5y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; 6entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; 7a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
1. Credenciales del heraldo (v. 1)
La carta a los Romanos comienza con un saludo lleno de inspiración comunicativa. Es el saludo de Pablo, que escribe como un cristiano decidido a servir a Cristo. Se presenta a sí mismo como siervo de Jesucristo, y como llamado en forma especial por Dios para la difusión de su proclama de buenas noticias para el hombre. Todos los cristianos compartimos, al menos en la expresión de deseos, la decisión de Pablo de servir a nuestro Salvador y Señor. Es una decisión que todos hemos expresado una o muchas veces, aunque por lo general con altibajos y superficialidad en lo referido a su cumplimiento. Pablo, en cambio, tomaba en serio sus decisiones de servicio y acá se presenta como un siervo de Jesucristo, un esclavo fiel y hasta las últimas consecuencias. Era obediente y sujeto a un Señor que podía disponer de su tiempo, de sus posesiones, de sus actos, y de su vida toda. Su vida no sólo en el sentido de ser vivida para Cristo, sino también en el de ser una vida en permanente actitud de renuncia propia, una vida expuesta y entregada a cada momento por la causa suprema que ocupaba su visión (Ro. 8:36). Pablo es:
a) Siervo, un esclavo servidor y servicial que nos escribe en ese carácter. Es un ejemplo típico del siervo o esclavo voluntario o por amor (Dt. 15:15–17). Cristo lo había hecho libre con una libertad tan gloriosa, que lo convirtió, por amor a El, de perseguidor de los cristianos en perseguido por los no cristianos.
Hay un doble significado para la palabra siervo, que tal vez no estuvo ausente del sentir de Pablo al utilizarla. Por un lado, siervo en el sentido de ser un esclavo, sujeto y obediente a los mandatos y órdenes, y aun a los deseos no expresados pero perceptibles del amo. Por el otro lado, siervo en el sentido de honor, como lo fueron aquellos recordados hombres del pasado, como Caleb (Nm. 14:24), Job (Job 1:8; 2:3), David (Sal. 116:16), Jacob (Is. 44:1; 44:21; 48:20; 49:3), Daniel (Dn. 6:20), Moisés (He. 3:5) y otros.
b) Llamado a ser apóstol, un mensajero especial, con un llamado y con una misión concretos, un enviado de Dios. Escribe en cumplimiento de esa misión. La palabra “apóstol” define, en términos generales, a uno que es enviado. En el caso de Pablo, como también en el de los apóstoles de Cristo que compartieron su ministerio terrenal (Lc. 6:13), el término apóstol adquiere un carácter único y especial. Y aunque Pablo no fue uno de los doce, hace valer su apostolado, con ese carácter distintivo, por haberlo recibido así del Señor (1 Co. 9:1–2).
c) Apartado para el evangelio de Dios, separado, absorbido con una misión o trabajo específico y definido (Hch. 26:16–18): predicar el evangelio de Dios.
Aplicación: En esta presentación que Pablo hace en su carta, tenemos un hermoso modelo que puede ayudarnos a replantear nuestras decisiones de servicio, motivaciones y realidad práctica. ¿Asumimos nuestra condición de siervos del gran Rey? ¿Experimentamos que somos enviados? ¿Conocemos los términos de nuestra misión y estamos abocados a su fiel cumplimiento?
2. Definición de la proclama (v. 1)
Pablo fue apartado para el evangelio de Dios, esto es, para:
a) la tarea de divulgación del evangelio, lo que incluye también
b) el contenido del mensaje.
No se trata de una doctrina nueva, nacida en la imaginación de los hombres. No es algo así como “una nueva era” de invención humana, en la cual pueden tener cabida y fusionarse los pensamientos mundanos con los religiosos, la verdad con el error, lo santo con lo vil. Y hoy lo vemos difundirse a través de mezclas sutiles de conceptos desfigurados como el amor, la ecología, la meditación trascendental, el cuidado del cuerpo, el bien hacer, y otros. Se trata, en cambio, de una doctrina directamente opuesta a cualquier mezcla de ese tipo; es nada menos que el evangelio de Dios, las buenas noticias de Dios, tan antiguas como la humanidad misma, y aun anteriores a ella. Son las buenas noticias del mensaje divino de salvación a la humanidad perdida.
3. Cumplimiento profético (v. 2)
Notamos que tanto el esclavo servidor, como la empresa o propósito a llevar a cabo, están relacionados en forma estrecha con el cumplimiento de una promesa. Es la promesa que Dios había hecho en las Santas Escrituras, bajo el sello de su inspiración divina, por medio de los profetas que así lo anunciaron (ver en Ro. 10:16 la cita de Is. 53:1: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio?”). Había llegado el tiempo en que lo que Dios había prometido en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, se había convertido, en la persona de Jesucristo, en una realidad viviente y amplificada.
Es, en síntesis, la más pura doctrina evangélica, que adquiere por la revelación de Dios una forma inalterable, y que, por venir en forma directa de Dios, es eterna, segura y confiable.
a) Es la revelación personal de Dios en Cristo por medio de la encarnación (Hch. 13:18).
b) Es la revelación escrita compuesta de 66 libros, en dos tomos, Antiguo y Nuevo Testamento, inspirada en los idiomas originales, e inerrante (2 Ti. 3:15–16).
c) Es la revelación por la iluminación que el Espíritu Santo hace hoy para nosotros de esa palabra encarnada y escrita (Jn. 14:26; 15:26; 16:7, 13).
4. La Persona señalada (vv. 3–4)
Este prometido “evangelio proclama” que Pablo nos presenta, es de Dios y es nuestro. Es acerca de su Hijo, del cual aclara que es también nuestro Señor Jesucristo, el Dios Hombre a quien debemos adorar. Es suyo (de Dios) y al mismo tiempo nuestro (mío). Esto indica una posesión común. Esto es comunión verdadera con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn. 1:3). Nacido de mujer (Gá. 4:4), descendiente del rey David en lo que respecta a su naturaleza humana. Declarado Hijo de Dios con poder, en lo que se refiere a su naturaleza divina. Cuando leemos “por quien recibimos la gracia y el apostolado …” (v. 5), surge de inmediato la pregunta: ¿quién es ese por quien? Acaba de mencionar a Dios, sin duda en referencia a Dios el Padre; ha nombrado a Dios el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y termina refiriéndose al Espíritu de santidad. En este contexto, la mención que hace del Espíritu de santidad, no podemos sino tomarla como una referencia específica al Espíritu Santo. No podemos equivocarnos si atribuimos el “quien” del v. 5 en forma indistinta a cualquiera de las tres personas, que equivale a decir, al trino Dios. “Dios en tres personas, bendita trinidad”.
Jesucristo es, entonces, la Persona. Ante El, Pablo se considera a la vez como un honrado siervo y como un sumiso esclavo. En este caso, uno que declina ejercer sus propios derechos con el fin de servir a los intereses de Cristo, y servir a la causa del glorioso anuncio de las buenas noticias para el hombre.
Pablo, aun antes de haber nacido (Gá. 1:15), había sido separado para esa misión única y empresa grandiosa: la proclama de las buenas noticias de Dios al hombre que cree, y de la advertencia de Dios al hombre que no cree.
Aplicación: No se trata, entonces, de un mero predicar sermones, sino de lanzarse a la empresa de la extensión evangelizadora, cuya meta es anunciar, proclamar a toda criatura el contenido doctrinal del evangelio, que produce en los que lo aceptan, la alegría y regocijo de saberse perdonados y en comunión con el Dios eterno.
5. Resumen de la enseñanza sobre Jesús (vv. 3–4)
a) Su Hijo;
b) nuestro Señor Jesucristo;
c) del linaje, de la descendencia del rey David. Tiene, como hombre, una ascendencia real (de rey).
d) Declarado Hijo de Dios con poder. Con el poder de un nacimiento sobrenatural, virginal, no teniendo un padre humano. Ningún hombre pudo señalarlo y decir: es mi hijo, yo lo engendré. Pero eso es lo que justamente expresó el Padre desde los cielos: “Este es mi hijo amado” (Mt. 3:17; 2 P. 1:17). Además, fue declarado Hijo de Dios con el poder de la resurrección de los muertos. Tenemos así su entrada al mundo como Hombre perfecto, y su salida del mundo como Salvador perfecto una vez consumada su obra. “Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (cita en He. 1:5 del Sal. 2:7, aplicado en Hch. 13:33 a la resurrección de Cristo).
Con la misma fuerza con que se afirma que Jesús es el Hijo de Dios, se establece que es nuestro Señor Jesucristo.
La declaración de Jesús como Hijo de Dios es una declaración doctrinal basada en los hechos objetivos de la encarnación, por un lado, y de la resurrección de entre los muertos, por el otro. Entre el nacimiento virginal y la tumba vacía, encontramos la muerte en la cruz.
Podría argumentarse que si Cristo murió, tuvo que haber sido porque de alguna manera experimentó el pecado, que es el que trae como consecuencia la muerte (Ro. 6:23). Pero sabemos con toda claridad que Cristo no conoció el pecado por experiencia propia. Fue concebido por María siendo engendrado por el Espíritu Santo, como “el Santo Ser …” (Lc. 1:35). Sabemos también que “no conoció pecado” (2 Co. 5:21), no tuvo experiencia personal de lo que significa pecar, “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 P. 2:22). “Por nosotros [Dios] lo hizo pecado” (2 Co. 5:21), “habiendo él llevado el pecado de muchos” (Is. 53:12), no el propio. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). Entonces vemos que El se identificó con el pecado porque se identificó con la situación que tenía el pecador culpable ante la justicia de Dios. El pecado fue juzgado en El y castigado, pero siendo El “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (He. 7:26). El pecado castigado en El fue deshecho, desvanecido en forma literal, como una nube que es atravesada por el sol potente (Is. 44:22). Así, el Hijo de Dios emergió de la muerte, se levantó de la tumba en resurrección, según el Espíritu de santidad, que no permitió que el Santo fuera afectado por la corrupción de la muerte (Sal. 16:10) debido, justamente, a que era el Hijo de Dios, impecablemente santo y perfecto.
6. La obediencia reclamada (v. 5)
Pablo se refiere otra vez al tema de su apostolado, mencionado ya en el v. 1. El Señor Jesucristo dio a Pablo la gracia, el don y el favor, junto con la importante comisión de ser un apóstol, un mensajero especial, para que al ser predicado el evangelio en todas las naciones, gente de todas las naciones crea y obedezca, adhiriendo a la fe en Cristo. (Hch. 6:7; Ro. 6:16–17; 10:16; 15:18; 16:19, 26; 2 Co. 10:5, 6; 2 Ts. 1:8; 1 P. 1:22; He. 5:9; ver también He. 11:8 B de J.) Pablo consideraba su apostolado como un don especial de la gracia de Dios (1 Co. 3:10; 15:10; Gá. 2:9).
7. Las personas incluidas (v. 6)
Al mismo tiempo que la inclusión general de personas de todas las naciones, se destaca la inclusión personal: los de Roma, nosotros, yo. “Me incluye, sí, me incluye a mí”. Nuestra proclamación tiene el compromiso del Señor Jesucristo mismo de que va a producir frutos. Esto es por amor de su nombre. El mismo ha garantizado los resultados. Entre esos resultados estamos también nosotros, llamados a ser, o los que ya somos, o pertenecemos a Jesucristo. Como lo expresa el Dr. Motyer: “La grande gloria de la ética cristiana es que somos llamados a llegar a ser lo que ya somos”.
8. La comunicación establecida (v. 7)
La progresión continúa: un siervo-apóstol (Pablo); una proclama (el evangelio); un cumplimiento profético; una Persona señalada (Dios-Hombre, Jesucristo); la enseñanza sobre Jesús; la obediencia reclamada; las personas incluidas; y ahora la comunicación establecida: a todos los que estáis en Roma o en América Latina, o en cualquier lugar del mundo, con tal que sepan que son amados de Dios, llamados a ser santos. Ahora Pablo, el comunicador humano de la proclama, concluye estos grandes pensamientos iniciados en el v. 1 y entrega su saludo como cierre de la presentación de su carta. “Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.” Es el saludo formal de Pablo en todas sus epístolas. Es una combinación del concepto cristiano de gracia con el concepto judío de paz
1
¡Buenas Noticias!
Romanos 1:1–17
¿Qué es el evangelio? ¿Cómo puede llegar una persona a agradar a Dios y conseguir la salvación? No hay pregunta que sea más importante contestar en la vida, pues su respuesta señala el camino del destino eterno del hombre.
Sin embargo, aun cuando se trata de una cuestión tan esencial y tan claramente contestada en la Palabra de Dios, se escuchan opiniones muy diferentes entre los cristianos evangélicos. Parece ser que aunque es la pregunta más significativa para la vida eterna del hombre, es también la que conlleva más confusión.
Al preguntar a un grupo de hermanos: “¿qué hay que hacer para ser salvo?”, se reciben varias opiniones, aparentemente bíblicas, pero que se contradicen. Muchos responden conforme a la opinión popular del mundo que dice que podemos hacer buenas obras, o por lo menos hacer algo por nosotros mismos para agradar a Dios y así ganar la salvación.
El estudio de la carta a los Romanos es sumamente importante debido a que esta creencia se ha generalizado mucho entre el pueblo de Dios. Este libro ha sido usado por Dios a través de la historia para transformar la vida de muchas personas que han confiado en Cristo. Entre muchos otros, destacan los nombres de Agustín, Lutero y Wesley, así como los de multitudes que han sido llevados a la salvación en Cristo.
Romanos es el único libro de la Biblia que tiene como propósito explicar el mensaje del evangelio. Nos presenta la esencia de la doctrina enseñada por Pablo y del evangelio que predicó. Muestra los elementos primordiales que el mensaje de la iglesia debe incluir. Si no predicamos este mensaje, no tenemos nada que decirle al mundo. Este libro es importante porque define cómo han obtenido la comunión con Dios todas las personas que han gozado de ella desde el principio del mundo.
EL AUTOR
La carta de Pablo a los Romanos es la que se usa para evaluar la autenticidad de las demás cartas que se presentan como suyas, siendo que casi todos los comentaristas consideran que él fue el autor de este libro.
Los antecedentes históricos de Pablo son importantes. En Romanos 1:1, Pablo dice que había sido apartado para el evangelio de Dios. El contenido del evangelio explica la salvación por la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo, sin las obras de la ley. Su misma vida muestra el conflicto entre la salvación por obras y la salvación por fe.
Pablo había sido un fariseo estricto (Hech. 26:5). Llegó a ser el perseguidor principal de la iglesia (26:9–11). Era un judío fervoroso (Hech. 22:3; 23:4–5; Fil. 3:4–6). Por lo tanto, conocía en forma profunda la naturaleza de la religión que ahora tendría que identificar como "la ley del pecado y de la muerte" (Rom. 3:20; 8:2; 2 Cor. 3:7).
Había experimentado un cambio radical en su vida. Por medio de un encuentro personal con Dios, había corregido sus creencias y la dirección de su fervor hacia Dios (Hech. 9:3–6; 26:12–18). Llegó a ser celoso de este evangelio. Habiendo conocido los dos sistemas religiosos, eligió el camino de la fe. Así que Pablo hablaba basado en su propia experiencia cuando cuenta las buenas nuevas de la salvación por la fe en Cristo.
Cuando Pablo describe la condición de Israel, lo hace con comprensión y compasión. Desde su nacimiento había creído lo mismo que ellos creían. Por eso deseaba que ellos encontraran lo que él había hallado.
Pablo fue nombrado “apóstol a los gentiles” (1:13; 11:13 y 15:16). Por eso escribe a los santos que están en Roma porque la mayor parte de ellos eran gentiles. Quería ir a visitarles desde hacía mucho tiempo. Les escribió para tener un ministerio entre ellos y para asegurarles de su deseo de ir a conocerles personalmente.
LA SITUACION HISTORICA
Después del nacimiento de la iglesia en el día de Pentecostés, Dios manifestó por medio del ministerio de los apóstoles, que había llamado tanto a judíos como a samaritanos y a gentiles para formar parte de un nuevo cuerpo, la iglesia. Se demostró claramente que la salvación era sólo por fe tanto para unos como para los otros. El resultado de la confirmación divina de estas verdades, fue que cuando los creyentes fueron esparcidos por todo el mundo por causa de la gran persecución que sufrieron, llevaron el evangelio a todas partes. Pablo, como el “apóstol a los gentiles” hizo tres viajes misioneros, entrando en Asia Menor, Macedonia y Grecia.
Durante su tercer viaje misionero, mientras se quedaba en Corinto, Pablo escribió esta carta a los romanos. Aunque él nunca había estado en esa iglesia ni había participado en el establecimiento de ella, decidió visitarles y predicar la Palabra de Dios allí (1:8–15; 15:18–24).
Pensaba viajar a Jerusalén y pasar por Roma al salir de allí. Al iniciar su viaje a Jerusalén, Pablo fue advertido repetidas veces de que le iban a perseguir y llevar preso (Hech. 20:17–21:14). Sin embargo, fue dirigido por el Espíritu Santo a seguir rumbo a Jerusalén (Hech. 20:22–24; 21:13–14). Al estar allá se cumplió lo que Dios había dicho. Fue hecho prisionero y al fin, mandado a Roma a expensas del gobierno romano. Después de dos años de ministerio en Roma (Hech. 28:16–31), Pablo fue soltado para seguir su ministerio en otros lugares.
PROPOSITO Y TEMA
Antes de su visita a Roma, Pablo escribió esta carta con el fin de preparar el camino para su llegada. La carta serviría como una presentación. Tuvo dos propósitos al mandarla:
(1) Informarles acerca de su plan de visitarles.
(2) Darles un resumen del mensaje que él predicaba.
El tema de ella es el evangelio. El evangelio es el poder de Dios que produce la salvación. De todos los escritos bíblicos, esta epístola presenta la defïnición sistemática más clara del evangelio y de la doctrina de la salvación. Pablo define el proceso que toda persona, desde la fundación del mundo, ha tenido que seguir para encontrar la paz y la comunión con Dios.
ORGANIZACION DEL LIBRO
Como la mayoría de las cartas del Nuevo Testamento, el libro de Romanos se divide en dos partes principales: la presentación doctrinal (1–11), y las conclusiones prácticas que resultan de esa doctrina (12–16). Al terminar su presentación personal (1:1–17), la definición doctrinal del mensaje del evangelio se divide en tres partes principales: la necesidad del evangelio (1:18–3:20), la provisión del evangelio (3:21–8:39), y la relación de Israel con él (9–11).
PRESENTACION PERSONAL 1:1–17
LA DEFINICION DEL EVANGELIO 1:18–11:36
* LA NECESIDAD DEL EVANGELIO 1:18–3:20
* LA PROVISION DEL EVANGELIO 3:21–8:39
* LA RELACION DE ISRAEL CON EL EVANGELIO 9–11
APLICACION DEL EVANGELIO 12–16
SALUTACION 1:1–7
Pablo empieza con una presentación de sí mismo y una expresión de su interés personal en la iglesia de Roma (1:1–17). Su saludo sigue el formato normal para una carta. Identifica al remitente (1:1–6) y los destinatarios (1:7a). Al final les da un saludo personal (1:7b).
Muchas veces la salutación de una carta revela la inquietud que anima al autor para escribirla. Se descubre éste propósito al estudiar los comentarios ampliados acerca de los tres elementos fundamentales del saludo. En la carta a los Romanos, se da un énfasis especial a la identificación personal del autor. Al estudiarla, descubrimos la preocupación que Pablo tenía.
El enfoque principal en el saludo es una declaración en cuanto al evangelio. Así, Pablo demuestra que su deseo de escribirles está relacionado con las buenas nuevas que Dios ha mandado al mundo.
El Autor 1:1–16
Es evidente que Pablo intentaba hacer algo más que sólo presentarse en esta parte del saludo. Aprovecha para introducir su tema. Se identifica en un sólo versículo (1:1). En primer lugar, se presenta como un siervo de Cristo. No es el amo de la iglesia sino más bien, un esclavo de Jesucristo, quien es su amo.
Segundo, Pablo señala que Dios le llamó a ser apóstol, una persona enviada como Su representante a las naciones. En otras palabras, es un vocero de Dios.
Finalmente, Pablo se identifica como un individuo designado por Dios para dedicarse al ministerio del evangelio. La palabra "evangelio" es un término teológico muy conocido y usado en la actualidad, pero sin pensar mucho en su significado original. Para los hermanos de Roma sin embargo, esta palabra era conocida por su significado popular. Se usaba para describir las buenas nuevas, las que traían gozo y satisfacción a un pueblo.
La palabra “evangelio” aparece sólo cien veces en el Nuevo Testamento, mayormente en las cartas de Pablo. La usa trece veces en Romanos porque el evangelio es el tema central de esta carta. Pablo quiere que comprendamos el “evangelio” que Dios nos ha mandado.
Al referirse a estas “buenas nuevas” de Dios, Pablo aprovecha para presentar una explicación de lo que es el evangelio en cinco versículos (1:2–6). Este énfasis tan poco común, colocado en medio del saludo, demuestra que es de gran importancia para el mensaje que nos quiere comunicar.
Pablo enseña dos verdades principales en cuanto a las “buenas nuevas” que predicaba. Primero, indíca que el evangelio había sido prometido antes por los profetas en el Antiguo Testamento (1:2). Este mensaje no es nuevo. No lo inventó Pablo ni ninguno de los apóstoles. Se encuentra revelado aun en el Antiguo Testamento. Así que el plan de Dios para la salvación no ha cambiado. Siempre ha sido el mismo.
Segundo, Pablo demuestra que las “buenas nuevas” tienen que ver con el Hijo de Dios, Jesucristo. Todo su mensaje gira alrededor de El. Esta descripción de Cristo, enseña varias verdades importantes en cuanto a quién es El.
En primer lugar, Pablo señala que Jesucristo es el “Hijo de Dios” (1:3a). Al usar el modismo judío “hijo de…”, Pablo indica que Cristo manifiesta las mismas características que Su Padre. Es decir, El es Dios mismo. Los judíos entendían la frase de esa manera, por eso reaccionaron tan violentamente en contra de Jesucristo cuando El se la atribuyó (Juan 10:30–39).
En cuanto a su descendencia humana, Cristo llena los requisitos para presentarse como Mesías porque es descendiente de David (1:3b).
Aunque es cierto que Cristo murió, este hecho no invalidó el plan de Dios. Al contrario, Dios autenticó Su ministerio al resucitarlo de entre los muertos, de modo que la muerte que normalmente deshace los planes de los hombres, es la base del triunfo de Cristo. El poder del Espíritu que lo levantó sirvió para demostrar que Jesucristo es el Hijo de Dios (1:4).
Finalmente, Pablo explica la relación de Cristo con el evangelio. Es por medio de El que todos hemos recibido la gracia de Dios. En base a lo que Jesucristo hizo, Dios le dio a Pablo y a los demás la comisión de predicar estas buenas nuevas a todos los hombres para exhortarles a responderle en fe. Recibimos esta gracia sólo por estar identificados con El (1:5–6). El resto de la carta se dedica a presentar más ampliamente el tema iniciado en el saludo.
Los Destinatarios 1:7a
La designación de los destinatarios sigue el patrón común. Se les atribuye a los hermanos de Roma dos calificativos. Primero, Pablo indica que Dios les ama. Por ser Sus hijos, siempre podemos confiar en Su amor para con nosotros.
Segundo, Pablo les recuerda que el resultado personal esperado de nosotros en base al amor de Dios es que seamos santos. Los que han recibido el evangelio han sido llamados para dedicarse a Dios e identificarse con Su pueblo.
El Saludo 1:7b
La tercera parte de la introducción a la carta es el saludo en sí. El deseo de Pablo es que ellos experimenten diariamente en sus vidas la gracia y la paz que Dios les ha provisto en Cristo. En realidad, el único camino a la gracia y paz es el evangelio que Pablo les explica en esta carta.
LA EPISTOLA DEL APOSTOL PABLO A LOS ROMANOS
INTRODUCCION
LA AUTENTICIDAD de la Epístola a los Romanos nunca fué puesta en duda. Goza del testimonio no interrumpido de toda la antigüedad, hasta Clemente, uno de los colaboradores del apóstol “cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filipenses 4:3), el cual la cita en su indubitable Epístola a los Corintios, escrita hacia los fines del siglo primero. Las investigaciones más escudriñadoras de la crítica moderna la handejado intacta.
Cuándo y dónde fué redactada la Epístola tenemos los medios de determinar con grande precisión, de la Epístola misma al ser cotejada con los Hechos de los Apóstoles. Hasta la fecha de su redacción el Apóstol nunca había estado en Roma (cap. 1:11, 13, 15). El estaba entonces en vísperas de su visita a Jerusalén, a donde llevaría subsidios a los cristianos pobres, de parte de las iglesias de Macedonia y Acaya, después de la cual pensaba hacer una visita a Roma de paso para España (Hechos 15:23–28). Bien, este socorro sabemos que lo llevó consigo desde Corinto, al fin de su tercera visita a dicha ciudad, que había durado tres meses (Hechos 20:2, 3; 24:17). En esta ocasión le acompañaban desde Corinto ciertas personas, cuyos nombres nos ha dado el historiador de los Hechos (Hechos 20:4), y cuatro de éstos están mencionados en nuestra Epístola como acompañantes del apóstol cuando la escribió: Timoteo, Sosipater, Gayo, y Erasto (cap. 16:21, 23). De estos cuatro, el tercero, Gayo, era habitante de Corinto (1 Corintios 1:14), y el cuarto, Erasto, era “tesorero de la ciudad” (cap. 16:23), la que apenas se puede tener por otra que Corinto. Finalmente, Febe, quien aparentemente fué la portadora de esta Epístola, era diaconisa de la iglesia de Cencreas, el puerto oriental de Corinto (cap. 16:1). Juntando estos datos, es imposible resistir al convencimiento, en el que concuerdan todos los críticos, de que Corinto era el sitio de donde fué escrita la Epístola, y de que fué despachada hacia fines de la visita arriba mencionada, probablemente a principios de la primavera del año 58.
El FUNDADOR de esta célebre iglesia es desconocido. El que debiera su origen al apóstol Pedro, y que él fuera su primer obispo, aunque lo pretende una antigua tradición y lo enseña la iglesia de Roma como un hecho indubitable, está refutado por la más clara evidencia y es idea abandonada también por romanistas sinceros. En tal suposición, ¿cómo hemos de explicar el que circunstancia tan importante la pase en silencio el historiador de los Hechos, no sólo en la narración de las labores de Pedro, sino también en la de la llegada de Pablo a la Metrópoli, y en la de la deputación de “hermanos” romanos que fueron hasta la plaza de Apio y Las Tres Tabernas al encuentro de él, y en la de sus dos años de labores en Roma? ¿Y cómo, consecuentemente con su principio declarado de no edificar sobre fundamento ajeno (cap. 15:20), podía él expresar su ardiente deseo de ir hasta ellos, para tener algún fruto entre ellos también, así como entre otros gentiles (cap. 1:13), si todo el tiempo sabía que ellos tenían por padre espiritual al apóstol de la circuncisión? ¿Y cómo, en aquel supuesto, es que no hay salutaciones para Pedro entre las muchas que hay en esta Epístola? O si se puede pensar que se sabía que Pedro estaba en otra parte en aquel tiempo dado, ¿cómo es que en todas las epístolas que nuestro apóstol escribió después desde Roma no aparece ni una sola alusión a tal origen de la Iglesia Romana? Las mismas consideraciones parecerían probar que esta iglesia no debía su origen a ningún obrero cristiano prominente; y esto nos trae a la muy debatida cuestión:
¿Para QUE CLASE de cristianos fué destinada principalmente: judaicos o gentiles? Que residía en Roma a esta sazón gran número de judíos y de prosélitos judaicos, es bien sabido por todos los conocedores de los escritores clasicos y judíos de aquel tiempo y de periodos subsecuentes inmediatos; y que los que de ellos estuvieron en Jerusalén el día de Pentecostés (Hechos 2:10), y probablemente formaron parte de los tres mil en aquel día convertidos, llevarían consigo a su regreso a Roma las buenas nuevas, no puede haber duda. Ni faltan indicaciones de que algunos de los incluídos en las salutaciones de esta Epístola ya eran cristianos de larga actuación, si bien no eran de los primeros convertidos a la fe cristiana. Aun otros que habían conocido al apóstol en otra parte y que, si no le debían a él su primer conocimiento de Cristo, probablemente habían sido objeto de sus ministraciones, parecen haberse encargado del deber de alentar y consolidar la obra del Señor en la capital. Así que no es improbable que hasta la fecha de la llegada del apóstol la comunidad cristiana de Roma dependiera de agentes subordinados para el aumento de sus miembros, ayudada por las visitas ocasionales de predicadores determinados de las provincias; y acaso se puede conjeturar, por las salutaciones del último capítulo, que hasta aquel entonces estaba la iglesia en una condición menos organizada, pero no en una condición menos floreciente que algunas de las demás iglesias a las que el apóstol ya había dirigido sus epístolas. Cierto es que el apóstol les escribe expresamente como a iglesia gentílica (cap, 1:13, 15; 15:15, 16); y aunque está claro que había cristianos judíos entre ellos, y todo el argumento presupone un íntimo conocimiento de parte de los lectores de los principios destacados del Antiguo Testamento, esto fácilmente se explicará suponiendo que la mayor parte de ellos, antes de conocer al Señor, habían sido gentiles prosélitos de la fe judaica y habían entrado al círculo de la iglesia cristiana por la puerta de la antigua dispensación.
Resta solamente hablar brevemente del PLAN y del CARACTER de esta epístola. De todas las Epístolas que sin duda alguna fueron escritas por nuestro apóstol, ésta es la más completa, y al mismo tiempo la más brillante. Tiene tanto en común con un tratado teológico, como posee el calor y la familiaridad de una carta verdadera. Refiriéndonos a los encabezamientos que hemos puesto a las secciones sucesivas, para exhibir mejor el progreso del argumento y la interrelación de sus varios puntos, aquí solamente notamos que su primer gran tema es lo que se puede denominar la relación legal del hombre para con Dios, como violador de su santa ley, esté ella meramente escrita en el corazón, como en el caso del pagano, o sea conocida además, como en el caso del Pueblo Escogido, por la revelación externa; luego trata de la relación legal como completamente revocada por medio de una conexión de fe en el Señor Jesucristo; y su tercero y último tema grande es la vida nueva, que acompaña a este cambio de relaciones que envuelve a la vez una bienaventuranza y una consagración a Dios que, rudimentariamente completas ya, se abrirán en el mundo futuro para gozar de una comunión inmediata e inmarcesible con Dios. La influencia de estas maravillosas verdades en la condición y el destino del Pueblo Escogido, punto que trata el apóstol a continuación, aunque no parezca la aplicación práctica de ellas a sus parientes según la carne, es en ciertos respectos la parte más profunda y más difícil de toda la Epistola, la cual nos lleva directamente a las eternas fuentes de la Gracia para el culpable, en el soberano amor e inescrutables propósitos de Dios; después de lo cual, con todo, se retorna a la plataforma histórica de la iglesia visible, en el llamamiento de los gentiles, la preservación del fiel remanente israelita en medio de la incredulidad general y la caída de las naciones, y el restablecimiento final de Israel para constituir, junto con los gentiles en el postrer día, una iglesia universal de Dios sobre la tierra. El resto de la Epístola se dedica a varios temas prácticos, concluyendo con salutaciones y expresiones sugestivas de un corazón bueno.
CAPITULO 1
INTRODUCCION (vv. 1–17). 1. Pablo—(Véase nota, Hechos 13:9.) siervo de Jesucristo—La palabra aquí traducida “siervo” significa “esclavo”, uno que está sujeto a la voluntad de otro y completamente a la disposición del mismo. En este sentido se aplica a los discípulos de Cristo en general (1 Corintios 7:21–23), así como en el Antiguo Testamento se aplica a todo el pueblo de Dios (Isaías 66:14). Pero además de esto, como los profetas y los reyes de Israel eran oficialmente “los siervos del Señor” (Josué 1:1; Salmo 18, título), los apóstoles se llamaban a sí mismos, en este sentido oficial, “los siervos de Cristo” (como aquí, y en Filipenses 1:1; Santiago 1:1; 2 Pedro 1:1; Judas 1), para expresar una absoluta sujeción y consagración al Señor Jesús las cuales nunca hubieran mostrado a criatura alguna. (Véase Nota, v. 7, Juan 5:22, 23). llamado a ser apóstol—cuando primero “vió al Señor”; la condición indispensable para el apostolado. Véanse notas, Hechos 9:5; 22:14; 1 Corintios 9:1. apartado para [la predicación de] el evangelio—ni tan tarde como cuando “el Espíritu dijo: Separadme a Bernabé y a Saulo” (Hechos 13:2), ni tan temprano como cuando “le apartó desde el vientre de su madre” (Gálatas 1:15). Fué llamado en el mismo momento a la fe y al apostolado de Cristo (Hechos 26:16–18). de Dios—Es decir, el evangelio del cual Dios es el glorioso Autor. Así el cap. 15:16; 1 Tesalonicenses 2:2, 8, 9; 1 Pedro 4:17. 2. Que él había antes prometido … en las santas Escrituras—Aunque la iglesia romana era gentil de nacionalidad (véase nota, v. 13), sin embargo, consistía mayormente en prosélitos de la fe judaica (véase Introducción). Aquí se les recuerda que al abrazar a Cristo, no habían arrojado de sí a Moisés y a los profetas, sino que se habían entregado más completamente a ellos (Hechos 13:32, 33). 3, 4. Acerca de su Hijo … Jesucristo Señor nuestro—la gran carga de este “Evangelio de Dios.” hecho de la simiente de David—como “de conformidad con las Santas Escrituras” fué menester que lo fuese. (Véase nota, Mateo 1:1.) según la carne—Es decir en su naturaleza humana (comp. cap. 9:5, y Juan 1:14, quedando entendido, por cierto, que tenía otra naturaleza, de la que el apóstol en seguida habla. fué declarado—lit., “señalado,” “definido,” “determinado,” esto es, “demostrado” o “probado.” Hijo de Dios—Nótese cuán estudiosamente el lenguaje cambia aquí. “Fue hecho (dice el apóstol) de la simiente de David, según la carne;” pero no fué hecho, sino solamente “declarado (o comprobado) ser Hijo de Dios.” Como vemos en Juan 1:1, 14: “En el principio era el Verbo … y el Verbo fué hecho carne;” y en Isaías 9:6: Un niño nos es nacido, hijo nos es dado.” Así que la filiación de Cristo con respecto a Dios no es en el sentido correcto una relación que se originó al nacer Cristo, como algunos, que en otros respectos son ortodoxos, la conciben. Por su nacimiento en la carne, aquella filiación que era esencial e increada, meramente floreció en manifestación palpable. (Véanse notas, Lucas 1:35; Hechos 13:32, 33.) con potencia—Esta frase puede ser que vaya unida a la anterior,” “fué declarado,” siendo el sentido: “declarado poderosamente” [Lutero, Beza, Bengel, Fritzsche, Alford, etc.]; o (como creemos más correctamente) unida a “Hijo de Dios,” y entonces el sentido es: “Fué declarado Hijo de Dios en posesión de aquella potencia que le pertenecía como el unigénito del Padre, ya no ataviado como en los días de su carne, sino manifestando gloriosamente su potencia en su resurrección de entre los muertos la cual de allí en adelante se manifestaría en nuestra propia naturaleza.” [La Vulgata, Calvino, Hodge, Philippi, Mehring, etc.] según el espíritu de santidad—Si “según la carne” significa aquí “en su naturaleza humana,” esta expresión no común debe significar “en su otra naturaleza,” la que ya hemos visto que es la “de Hijo de Dios:” una naturaleza eterna, increada. Aquí esta naturaleza es denominada el “espíritu,” como una naturaleza impalpable e inmaterial (Juan 4:24), y se llama también “el espíritu de santidad,” probablemente en contraste absoluto con aquella “semejanza de la carne de pecado” que él asumió. Uno querrá preguntarse por qué, si éste es el sentido, no está expresado en forma más sencilla. Pero si el apóstol hubiese dicho: “Fué declarado ser Hijo de Dios según el Espíritu Santo,” el lector hubiera pensado que él quería decir la tercera Persona de la Trinidad. Y parece que a fin de evitar precisamente esta comprensión errónea, usó la expresión rara de “espíritu de santidad.” 5. Por el cual [como medio ordenado] recibimos la gracia (toda la “gracia que trae salvación”) y el apostolado—Para la propagación de dicha gracia, y para la constitución, de cuantos la recibiesen, en iglesias de discipulado visible. (Preferimos distinguir entre las dos cosas, y no tenerlas, como algunos buenos intérpretes, por una sola expresión: “la gracia del apostolado.”) para la obediencia de la fe—Es decir, para que los hombres se sometan a la creencia del mensaje salvador de Dios, lo cual es el más perfecto tipo de obediencia. en su nombre—mejor, “por su nombre:” para que él sea glorificado. 6. Entre las cuales sois también—Esto es, junto con los demás; porque el apóstol no atribuye nada especial a la iglesia de Roma (véase 1 Corintios 14:36). [Bengel.] Llamados—(véase nota, cap. 8:30.) de Jesucristo—Es decir, llamados “por él” (Juan 5:25), o los llamados “pertenecientes a él:” “los llamados de Cristo.” Acaso este último sentido es el mejor apoyado, pero uno apenas sabe cuál preferir. [La forma sustantival de “llamados” y la omisión de la preposición “por” en el griego requieren la segunda interpretación. Véase el ejemplo idéntico, “amados de Dios.” v. 7. Nota del Trad.] amados de Dios—(Véase Deuteronomio 33:12; Colosenses 3:12.) Gracia—(véase Nota, Juan 1:14.) y paz—La paz que Cristo hizo por la sangre de su cruz (Colosenses 1:20), y que refleja en el seno del creyente “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento (Refiérase Filipenses 4:7) de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo—“Nada habla más decisivamente a favor de la divinidad de Cristo que está yuxtaposición de Cristo con el eterno Dios, que se haya en todo el lenguaje de la Escritura, así como la derivación de influencias puramente divinas de parte de él. No se puede colocar el nombre de ningún hombre al lado del Todopoderoso. Aquel solo, en el cual el Verbo del Padre, quien es el mismo Dios, fué hecho carne, puede ser nombrado al lado de él; pues se ordena a los hombres que le honren a él, así como honran al Padre (Juan 5:23). [Olshausen.]
ROMANOS
VISTA PANORAMICA
¿Cómo puede una persona estar “en relación correcta” con Dios? ¿Cómo puede una persona tener perdonado el pecado que lo separa de Dios y gozar de aceptación completa por El? Esta es una pregunta muy antigua (Job 9:2) e importante, hoy y siempre, porque Dios creó al ser humano por esa misma razón: gozar de compañerismo con El. La respuesta más completa en la Biblia se encuentra en esta carta escrita a cristianos en Roma. El apóstol Pablo (1:1) escribió esta carta en el año 57 d.C. durante una breve estancia en Corinto, Grecia (16:1–2). La ciudad imperial de Roma era el centro urbano más grande e importante en esos días, y la vida bajo la mano pesada de los emperadores romanos (Claudio 41–54 d.C. y Nerón 54–68 d.C.) era a veces opresiva. Los cristianos confrontaron la opresión al tener prohibido reunirse abiertamente para adorar. Pablo, un judío cristiano y ciudadano romano, tenía una profunda preocupación por los cristianos de Roma, y por todos los que necesitan la respuesta correcta a esta pregunta. En el saludo introductorio (1:1–15), él describe su gran deseo de ser de ayuda.
¿Hay alguna manera para estar en la correcta relación con Dios por el esfuerzo personal, ya sea por logros seculares o fervor religioso? La respuesta es un resonante ¡NO! El apóstol Pablo demuestra que ni los gentiles ni los judíos tienen mérito alguno delante de un Dios santo, ni justicia propia con la cual puedan satisfacerle (1:18–3:20).
Si alguien va a estar “en relación correcta”, Dios mismo tiene que proporcionar gratuitamente la justicia necesaria, que debe recibirse por la fe (3:21–31). Abraham fue justificado o “declarado justo” de esta manera: por gracia por medio de la fe (cap. 4). Ya sea que alguien haya vivido antes que la ley de Dios fuera dada por Moisés, como Abraham, o después, todos son justificados de la misma manera (cap. 5), a fin de que “la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor.”
Puesto que estar en relación correcta con Dios proviene por medio de la fe en el don gratuito de un salvador, Jesucristo, ¿importará cómo viva un creyente? ¿“Continuaremos en pecado para que la gracia abunde?” “¡De ningún modo!”, es la respuesta (6:2). Los capítulos seis y siete enseñan cómo el individuo justificado por la fe puede experimentar victoria sobre el pecado en la vida diaria. Pablo reconoce la lucha interior entre la pecaminosa naturaleza humana y la nueva naturaleza recibida por la fe (cap. 7). De inmediato, él indica que la presencia misma de la lucha es evidencia de que la obra santificadora de Dios está en acción. El creyente continuamente está siendo conformado a la semejanza de Cristo. A causa de la correcta relación con Dios, el cristiano es inmune a la condenación de Dios, a la acusación de Satanás y a la separación del amor de Cristo (cap. 8).
Muchos de los primeros lectores de esta carta eran cristianos provenientes del judaísmo, quienes se preguntarían, “¿Estas noticias libertadoras acerca de la justificación por la fe para los individuos, ya sean judíos o gentiles, nulifican las promesas de bendición de Dios a Israel?” (11:25–29). Pablo trata esta cuestión en los capítulos 9–11. La elección por Dios de Israel en el pasado, sigue firme (cap. 9). El rechazo de Cristo como el Mesías por Israel, dio oportunidad de ser salvos por medio de la fetanto a gentiles como a judíos, y llegar a ser descendientes espirituales de Abraham (cap. 10). En el plan soberano de Dios, vendrá un tiempo cuando “todo Israel será salvo” por medio del Libertador, Jesucristo (cap. 11).
La persona que está en la correcta relación con Dios (justificado por gracia por medio de la fe) tiene la responsabilidad de servir a otros en la iglesia, usando los dones que el Espíritu Santo da (cap. 12). Los cristianos deben ser ejemplo de sumisión a las autoridades públicas (cap. 13). Pablo instruye también a sus lectores a vivir en paz con creyentes cuyas convicciones puedan diferir de las suyas en las cosas donde la Biblia no es específica (caps. 14–15:21). Después de expresar su esperanza de ver a los cristianos en Roma, quizás por primera vez (1:10–11), Pablo menciona por nombre a 34 personas (cap. 16) que lo estimularon en la extensión del evangelio: las buenas noticias acerca de cómo se puede tener una relación correcta con Dios.
BOSQUEJO - ROMANOS
Saludos 1:1-15
Presentación del tema 1:16-17
I. La necesidad de la justificación 1:18-3:20
A. El caso de los gentiles 1:18-2:16
B. El caso de los judíos 2:17-3:8
C. El veredicto 3:9-20
II. Los medios de la justificación 3:21-4:25
A. Proclamada por medio de la fe 3:21-31
B. Ilustrada por medio de la fe 4:1-25
III. El resultado de la justificación 5:1-15:13
A. Para creyentes individualmente 5:1-8:39
1. La gracia salvadora resulta en la vida eterna 5:1–21
2. La gracia santificadora que nos liberta de
la esclavitud del pecado 6:1-7:25
3. La gracia que asegura y garantiza la
aceptación total con Dios 8:1-39
B. Para Israel nacionalmente 9:1-11:36
1. Infalibilidad de la pasada elección de Dios 9:1–33
2. Temporalidad del presente juicio de Dios 10:1–21
3. Seguridad de la futura restauración divina 11:1–36
C. Para la iglesia colectivamente 12:1-15:13
1. Servicio de los unos a los otros 12:1–21
2. Sumisión a la autoridad pública 13:1–14
3. Generosidad para aquellos que difieren 14:1–15:13
Saludos finales 15:14-16:24
Bendición 16:25-27
1:1–7 Con este saludo, el más extenso de sus epístolas, el apóstol Pablo se da a conocer a los creyentes en Roma, enfatizando: 1) su autoridad como siervo y apóstol de Cristo Jesús (vers. 1); 2) su mensaje acerca del Hijo de Dios, que se hizo humano, murió, y resucitó (vers. 3, 4); 3) su misión a todos los gentiles (vers. 5); y 4) el llamado y posición en Jesucristo de sus lectores (vers. 6, 7).
1:1 siervo. Moisés (Jos 1:2), Josué (Jos 24:29), David (Sal 78:70), Isaías (20:3), y los profetas (Dn 9:6; Am 3:7) también son llamados siervos de Dios. Este término enfatiza la completa sumisión de Pablo a Cristo y la total autoridad de Cristo sobre él. apóstol. Uno que ha sido comisionado para llevar a cabo las instrucciones del que lo envió. En el N.T. este término se refiere usualmente a los doce discípulos que el Señor llamó, dándoles una autoridad especial para representarle y enseñar en su nombre ( Mt 10:1–8; 18:18; Mr 3:14; Lc 6:13; 9:1; Jn 20:23). Pablo también fue escogido y enviado como representante especial de Cristo (v. Hch 26:16–18; 1 Co 15:8, 9). El apostolado de Pablo le fue otorgado por iniciativa divina (vers. 4–5; Gá 1:15), enfatizando en este vers. que él fue llamado y apartado por Dios. La palabra apóstol también describe la autoridad de Pablo en la iglesia (2 Co 11:28) como uno a quien Cristo Jesús había comisionado y enviado a predicar el evangelio. Pablo enfatiza su apostolado, no por orgullo personal, sino con humildad, puesto que Dios fue el que lo llamó y escogió para esta importante tarea. En sus cartas, Pablo reafirma con frecuencia su apostolado ante los que se oponían a su autoridad y mensaje (v. 1 Co 9:1, 2; 2 Co 12:12; Gá 1:1). evangelio. Literalmente significa buenas nuevas o buenas noticias. Pablo usa esta palabra más de 60 veces en sus cartas, refiriéndose siempre al mensaje acerca de la muerte y resurrección de Jesucristo (cp. vers. 4; 1 Co 15:3–4). En el evangelio se anuncian las buenas nuevas de que el pecador (Ro 3:23; 6:23), al aceptar por fe el sacrificio expiatorio de Cristo, es justificado por Dios y hecho hijo de El (Ro 8:15). El evangelio se ofrece gratuitamente al pecador, por gracia, por medio de la fe (Ef 2:8, 9). El evangelio de Pablo está basado en la autoridad y veracidad de las Escrituras (vers. 2) y en la deidad de Cristo (Ro 10:9).
1:3 acerca de su Hijo. Jesucristo, como el unigénito Hijo de Dios (Jn 3:16), comparte eternamente la naturaleza divina con el Padre y el Espíritu Santo (Col 2:9). de la descendencia de David. Véase coment. en Mt 1:1.
1:6 llamados. Véase coment. en 8:28.
1:7 santos. Son los que Dios ha apartado para sí en virtud de la muerte expiatoria de Cristo (He 13:12). La presencia del Espíritu Santo confirma esta designación e incluye a todos los creyentes en Cristo Jesús (8:15, 16; 1 Co 6:11; 1 P 1:2). En otras partes del N.T. esta palabra se refiere a santidad y conducta justa como en 1 P 1:15. Gracia…y paz. Pablo usa estos saludos de gracia y paz 13 veces en sus cartas. Para Pablo, gracia expresa el amor de Dios hacia el pecador y se manifiesta en la obra redentora de Cristo. La gracia no da lugar a méritos u obras humanas para alcanzar la salvación (3:24; Ef 2:8), pues es el único medio que permite que Dios reciba toda la honra y la gloria por haber salvado al pecador (Ef 2:9). Paz en hebreo (shalom) se refiere a todo lo que trae bienestar personal. Aquí el apóstol le da el sentido de que por medio del sacrificio de Cristo el creyente es restaurado al favor divino (v. coment. en 5:1). Dios…Padre y…Señor Jesucristo. Esta expresión se encuentra 7 veces en las epístolas paulinas. Aquí puede verse que el Padre y Cristo son uno e iguales en autoridad. La gracia y la paz son impartidas por igual a los creyentes por el Padre y el Hijo
Introducción
¿Por qué es diferente el comentario de alta definición?
Lo que van a leer a continuación se deriva de un riguroso análisis del discurso del texto griego de Romanos. El análisis del discurso no se limita a considerar solamente lo que se dice sino cómo se dice. Cuando examinamos la manera en que Pablo expresó las cosas en griego, podemos entender la evolución de su pensamiento. La formulación de cada oración en el Nuevo Testamento presupone decisiones con respecto a la comunicación —el mismo tipo de decisiones que nosotros tomamos todos los días.
En este comentario, voy a conducirlos a través de los mecanismos lingüísticos que usó el apóstol Pablo y a mostrarles lo que podemos aprender a partir de ellos. Es, pues, una visita guiada a través del texto griego —subrayando aspectos importantes y pasando por alto detalles innecesarios.
¿Por qué escribí este comentario?
Los comentarios nos ofrecen el panorama general o una explicación exhaustiva. Pero yo opino que lo que la mayoría de nosotros deseamos es un comentario que nos dé los detalles que necesitamos, sin perder de vista el panorama general. Es eso, precisamente, lo que persigue este comentario.
En el Lexham Discourse Greek New Testament y en el Nuevo Testamento de Alta Definición Lexham, mencioné cuáles son los principales mecanismos del discurso, que nos ayudan a la hora de interpretar la Biblia. Sin embargo, el inconveniente que tienen estos volúmenes es que les dejan a ustedes la tarea de sintetizar los datos en un análisis cohesionado. En este volumen, sintetizo las conclusiones que pueden extraerse de mi análisis de Romanos y hago que resulten fáciles de entender.
Los estudios del discurso tienen fama de ser complejos. Algunos dicen en tono de broma que su complejidad rivaliza con la de la fisión nuclear o la cirugía cerebral. Pero hay un secreto: Como hablantes de un idioma, ustedes ciertamente saben mucho más de lo que imaginan acerca de los mecanismos del discurso. Es muy raro, sin embargo, que pensemos en estas cuestiones, porque para comunicar nuestro mensaje, nos limitamos a hacer lo que parece más razonable.
El poder del análisis del discurso
La elección de las palabras influye en el significado. Si yo elijo decir algo de esta manera en lugar de decirlo de esta otra manera, he de tener una razón para ello. Aunque mi análisis del Nuevo Testamento griego y las descripciones de los mecanismos del discurso en el Discourse Grammar of the Greek New Testament me prepararon para escribir este comentario, no pretendo decir que sé lo que Pablo estaba pensando o lo que tenía en mente cuando escribió. En cambio, opero sobre la premisa de que nuestro uso del lenguaje está basado en los objetivos que perseguimos al comunicarnos. Si nosotros usamos un mecanismo especial que por lo general produce cierto efecto, ¿por qué no hemos de suponer que los escritores bíblicos usaron el lenguaje de ese mismo modo? El contexto es el árbitro decisivo.
La mayor parte de los comentarios ofrecen las conclusiones interpretativas de los expertos y usan expresiones tales como “Pablo está haciendo [llenen el espacio en blanco] aquí”; dan la conclusión, pero no muestran de qué manera llegaron a ella. Este comentario, por el contrario, les ayudará a entender lo que ocurre internamente, hablando en términos lingüísticos.
La labor principal de los pastores y los maestros es la exposición, es decir, extraer el significado de los textos para que nosotros podamos aplicarlos fielmente a nuestra vida. Cuando yo enseño, mi objetivo no es solo darles las respuestas, sino mostrarles la manera de hallarlas. Eso mismo ocurre con este comentario. Les ayudaré a entender el hilo conductor del argumento de Pablo, para que ustedes puedan ver de qué modo se integran las piezas dentro del conjunto. Mi deseo es que aprendan el modo de hallar las respuestas por su propia cuenta y que puedan enseñar a otros —no importa que sea en un grupo pequeño, en un estudio bíblico, en una clase o en un sermón.
¿Por qué los gráficos?
Los gráficos representan bien las ideas, especialmente las que son complejas. En este comentario, los gráficos explican el texto y los ayudarán a ustedes (y a otros) a retener su significado.
Los gráficos explican
Aunque los gráficos en este comentario les ayudan a entender mejor un pasaje, el verdadero público de ellos es la persona (o las personas) que ustedes estén enseñando. Las diapositivas les ayudarán a explicar ideas claves utilizando algo distinto a una traducción o una descripción verbal. Y si bien las diapositivas no reemplazan esos recursos, son una herramienta más, que ustedes tienen en su arsenal.
Los gráficos ayudan a retener
Los buenos gráficos reportan beneficios en el futuro. Los materiales visuales nos ayudan a correlacionar y recordar información. ¿Cuántas veces una vieja foto nos ha traído recuerdos que ya estaban olvidados? Es posible que no podamos comprender por completo cómo opera la mente, pero las señalizaciones visuales juegan un papel fundamental en la retención y en la memoria. La mayoría de los pasajes en este comentario tienen varios gráficos vinculados a una idea clave. Algunos de ellos dividen en pasos las ideas complejas; otros presentan una idea difícil de un modo nuevo y fácil de memorizar.
¿Cómo utilizar los gráficos?
Cada vez que concluye un mensaje, surge una pregunta inevitable: “¿Y qué?” Pero las diapositivas que acompañan a este comentario los ayudarán a responder esa pregunta. Las diapositivas no sólo los ayudan a dar una explicación importante, sino que algunas pueden volver a usarse a la hora de dar las conclusiones y la aplicación del mensaje. Esto no sólo despertará recuerdos sino que ayudará a que las personas retengan la información. Lo mismo es válido cuando se repasan gráficos de semanas anteriores. Al igual que las escenas retrospectivas en los programas televisados, el hecho de repetir los gráficos relacionados con una idea clave despertará recuerdos. Un simple vistazo estimulará la memoria más que cualquier resumen verbal que hagamos.
Mi meta para este comentario
Mi deseo es que ustedes comprendan mejor por qué Pablo escribió Romanos y cómo lo organizó; y abrigo la esperanza de que eso cambie sus vidas como ha cambiado la mía.
La estructura de Romanos
En base al contenido del libro de Romanos, podemos estar seguros de que Pablo quiere que los creyentes romanos entiendan el evangelio a plenitud. Sin embargo, en 1:11–13, él menciona su anhelo de ir a Roma y visitar la iglesia, para confortarse mutuamente. Los eruditos discrepan con bastante frecuencia en cuanto al propósito de la Carta de Pablo a los Romanos —y eso tiene que ver con la forma en que él estructuró su carta.
En 1:8–10, Pablo esboza su primera idea importante —su deseo de visitar Roma— y la respalda en los versículos siguientes exponiendo las razones que motivan ese deseo. Desde un punto de vista retórico, esta información complementaria es una desviación del argumento principal. El argumento principal no se retoma hasta que él indica que va a hacerlo. Sin embargo, el caso es que Pablo no regresa a la idea importante de su visita hasta el capítulo 15.
La primera parte de Romanos 1 consta de una sola idea importante (su deseo de visitarlos) seguida de una serie de motivaciones complementarias. La primera es el deseo de verlos (1:11), y algunas más que aparecen en los versículos 16a, 16b, 17, 18, 19 y 20. Cada una de esas motivaciones complementarias constituye una desviación del argumento principal, con el fin de insertar una nueva línea argumental. Cuando llegamos a 1:20, nos encontramos separados unos cuantos pasos de la idea importante de Pablo de su deseo de visitarlos. Los versículos 19–20 comienzan a insertar un tema que prosigue hasta el capítulo 4. Romanos 5:21 regresa a la línea argumental que comenzó en 1:16–17. Y finalmente, en Romanos 15:22, Pablo vuelve a su idea original e importante de ir a visitarlos.
Ese mismo modo de eludir un tema ocurría cuando mis hijas eran pequeñas y solían preguntarme el “por qué” de ciertas cosas. “¿Por qué el cielo es azul, papi?” –“Bueno, es azul porque…”. ¿Por qué? –“Bueno, porque…”. Cada pregunta se relaciona con la que la precede inmediatamente, pero la última casi no tiene conexión con la primera. Y eso mismo es lo que vemos aquí en Romanos cuando tratamos de conectar el deseo de Pablo de visitarlos con la ira de Dios que se revela.
Otra forma de reflexionar sobre la manera en que estas digresiones complementarias se conectan entre sí consiste en añadir preguntas retóricas que hagan más explícitas las conexiones. Aquí está la primera serie de digresiones en los versículos 1–6, presentadas como si Pablo estuviera respondiendo a una pregunta hipotética.
Desarrollo del pensamiento: En los primeros versículos del capítulo, Pablo ofrece una serie de afirmaciones complementarias, que proporcionan un fundamento o un apoyo para lo que precede inmediatamente. Mientras más se prolonga la serie, más se desvía él de la línea original de pensamiento. La palabra griega que introduce estas afirmaciones complementarias se traduce normalmente como “porque” o “pues”. Estas afirmaciones no siguen la línea actual de pensamiento, sino que se desvían hasta constituir una digresión.
El abandono por parte de Pablo de la línea argumental principal para entrar en una digresión complementaria explica por qué ha sido tan difícil identificar un solo propósito para el libro de Romanos. No existe un propósito único, sino una jerarquía. Más adelante en este comentario, hablaré más acerca de la estructuración, pero espero que esta discusión les dé una idea general de la estrategia organizativa de Pablo.
¿Por qué organizarlo así?
¿Qué es, pues, lo que motivó a Pablo a escribir esta carta, en primer lugar? ¿Por qué estructura las cosas para que la exposición del evangelio sea lo que motive su deseo de visitarlos? No tenemos ninguna constancia de que Pablo hubiera visitado Roma con anterioridad, por tanto, la gente sólo lo conocía por su reputación. Esto, sin embargo, coloca a Pablo en una posición incómoda en lo tocante al ejercicio de su autoridad apostólica sobre ellos. Y al carecer de toda relación personal con la iglesia en Roma, tiene sentido que él trate de acercarse a ellos de un modo menos directo que el que él utilizó en 1 Corintios o en Gálatas.
Al estructurar su carta con todas estas digresiones motivadoras, Pablo hace que su propósito principal sea más aceptable para sus lectores. En lugar de desear venir y corregir nociones erradas acerca del evangelio (y las consecuencias de esas nociones), su idea importante es visitarlos para ser mutualmente confortados. El único objetivo de la charla acerca del evangelio es ayudar a los romanos a comprender por qué él quiere visitarlos. La misma propuesta también explica por qué él omite los pormenores en cuanto a su deseo de que ellos le den apoyo para el viaje misionero a España que ha planeado. No se hace mención de este destino hasta 15:24. ¿Por qué no? Porque sin la base común de una relación, él no podía albergar ninguna esperanza de que ellos respondieran positivamente. Pero al exponer en primera instancia su entendimiento del mensaje del evangelio y que la iglesia se sintiera cómoda con su carta, Pablo crea una familiaridad con los creyentes, haciéndolos mucho más propensos a apoyar sus esfuerzos misioneros. Su exposición llena el vacío relacional que existía entre Pablo y su auditorio.
Romanos es una carta asombrosamente compleja, y no sólo a causa de su teología. La falta de una relación personal con la iglesia parece haber influido en el modo en que Pablo estructuró su carta. En lugar de llamar a la puerta y entrar directamente —que es lo que podríamos haber esperado de Pablo— vemos un acercamiento más amable y más gentil. ¿Qué significa esto en la práctica? Según vemos, Pablo utiliza acercamientos indirectos, como por ejemplo, aparentar que va a darle inicio a una lista de asuntos, incorporar aparentes errores, etc. Este acercamiento indirecto se hace patente a niveles más bajos dentro de una oración, y a niveles más altos en la estructura de la carta.
Romanos 1
1:1–7
Las primeras líneas de las cartas del Nuevo Testamento desempeñan el importante rol de presentar lo que viene a continuación. Al escribir esta carta en particular, Pablo adapta el formato básico “de Pablo, a los romanos” a algo que sirve mejor a su propósito. Por ese motivo, él ofrece en primer lugar una descripción acerca de sí mismo. En aquellos tiempos, las cartas eran llevadas a mano, por lo que los romanos no hubieran tenido ninguna duda acerca de qué “Pablo” les estaba escribiendo. La descripción, sin embargo, hace las veces de una tarjeta de presentación, que muestra un conjunto específico de credenciales. Si ustedes comparan las salutaciones de las cartas de Pablo, verán que él se presenta de maneras diferentes, dependiendo del material que se propone discutir.
La salutación de Pablo en Romanos es la única que menciona el evangelio, para el cual él fue apartado (1:1). La caracterización de sí mismo como un “esclavo” o “siervo” de Cristo Jesús, apartado para el evangelio, prepara el terreno para anunciar su obligación de predicarlo a todas las personas (1:14), especialmente a los que están en Roma (1:15). Su autodescripción garantiza que los romanos piensen acerca de él de un modo particular. Quién sabe lo que ellos pudieran haber oído de él, o qué les vendría a la mente cuando se mencionaba su nombre. El hecho de añadir esta información adicional moldea (o incluso corrige) la idea que ellos pudieran tener con respecto a él.
Razones para el apostolado: Pablo se presenta de maneras diferentes en sus cartas. La presentación que escoge parece reflejar el tipo de problemas o cuestiones que él va a tratar con esa iglesia. Romanos es la única carta que menciona el evangelio. La descripción de Pablo apunta al evangelio como su misión en la vida y sienta las bases para la exposición que sigue.
Este hecho de moldear las ideas de las personas también se aplica a la manera en que Pablo caracteriza el evangelio en 1:2. El evangelio es muchísimo más abarcador para Pablo que nuestra noción moderna del evangelio como un plan de salvación. Es imposible saber exactamente lo que una simple mención del evangelio pudo evocarles a los creyentes romanos. En base a la exposición de Pablo en los versículos siguientes (véase 1:18–32), él quiere que ellos entiendan que el mensaje del evangelio de salvación y de restauración no es algo nuevo, sino que siempre ha formado parte del plan de Dios. Él explica claramente este punto en 1:2, donde caracteriza el evangelio como algo que Dios había anunciado por medio de los profetas en siglos pasados. Pablo usa citas del Antiguo Testamento a través de su carta, para reforzar este punto.
Toda la anticipación mostrada en el Antiguo Testamento tiene menos que ver con el evangelio y mucho más acerca del Hijo (1:3). En los versículos 3–5, Pablo ofrece el mismo tipo de caracterización intencionada de Jesús que él ofreció con respecto a sí mismo. No intenta definir qué “evangelio” o qué “Jesús” él tiene en mente. Esta caracterización sienta las bases en cuanto a qué pensamos acerca de las ideas que Pablo presenta en el resto de la carta. Que Jesús era plenamente hombre, descendiente de David, resulta imprescindible para entender cómo él pudo conquistar el poder del pecado. El versículo 4 destaca otro aspecto importante de su naturaleza: el hecho de ser Hijo de Dios. ¿Qué prueba se ofrece? La resurrección de Jesús de entre los muertos es una declaración que hace el Espíritu Santo acerca de su filiación divina.
La caracterización de Jesús se amplía cuando Pablo describe su propia relación con Cristo en 1:5. Él es la fuente de la cual Pablo recibió la gracia y el apostolado. Estos dones estimulan a Pablo a desear predicar el evangelio en Roma, como afirma en 1:6, y se refiere explícitamente a la iglesia de Roma como amados y llamados por Dios. Pablo no está ofreciendo cumplidos vacíos para romper el hielo, él está seleccionando cuidadosamente ciertas imágenes que evocará más tarde cuando esboce su comprensión del evangelio y sus implicaciones para todos. Esta sección, en general, presenta ideas claves que elaborará después.
¿Quién es?: Pablo emplea una larga serie de descripciones para referirse a Jesús, antes de utilizar su nombre propio. Al aplazar esta referencia específica, Pablo no sólo crea cierto suspenso, sino que garantiza que los lectores se formen un concepto particular de Jesús.
Observen cómo Pablo ordenó su descripción de Jesús. Se parece mucho al juego de las “veinte preguntas”, en el que una persona tiene que determinar en quién está pensando otra, por medio de una serie de preguntas. Pablo crea una imagen mental de Jesús y a la misma vez posterga su presentación. Él presenta todos estos títulos y roles antes de mencionar el nombre de Jesús. El lector probablemente no tendría que hacer grandes esfuerzos para determinar de quién estaba hablando Pablo, pero para nuestros fines, es importante reconocer el efecto de la estrategia de Pablo. Si él hubiera comenzado con el nombre de Jesús, las expresiones descriptivas que seguían habrían producido un efecto diferente. Pablo, en cambio, puede moldear el punto de vista del lector con respecto a Jesús pintando el cuadro antes de asignarle un título.
El inicio de la carta es mucho más que un simple saludo. Pablo lo usa para presentar ideas que jugarán un papel importante en la exposición que viene después. Es como si él estuviera poniendo regalos sobre la mesa del discurso, para desenvolver con más facilidad cada uno de ellos cuando llegue el momento. Esta parte del libro no es algo que deba dejarse atrás a toda prisa para llegar a “lo bueno”. Esta introducción ha de digerirse con sumo cuidado porque prepara el terreno para todo lo que sigue.
COMENTARIO SOBRE LA EPISTOLA A LOS ROMANOS
CAPITULO 1
1 Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios,
2 Que él había antes prometido por sus profetas en las Santas Escrituras.
3 Acerca de su Hijo, (que fue hecho de la simiente de David, según la carne,)
4 El cual fue declarado Hijo de Dios con potencia, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos), de Jesucristo, Señor Nuestro,
5 Por el cual recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia de la fe en todas las naciones en su nombre,
6 Entre las cuales sois también vosotros, llamados de Jesucristo,
7 A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados santos: gracia y paz tengáis de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
1. Pablo. Aun cuando el nombre de Pablo no sea muy importante como para detenernos largamente en su comentario, y teniendo en cuenta que nada podemos añadir a lo dicho por otros expositores, guardaría yo completo silencio si no fuese porque puede contentarse fácilmente a unos y otros, y en pocas palabras trataré esta cuestión.
Quienes piensan que el Apóstol adoptó este nombre como un testimonio y recuerdo por haber ganado para Cristo, por su predicación, al proconsul Sergio Paulo (Hechos 13:7), son refutados por el mismo San Lucas, quien demuestra que el Apóstol antes de ese acontecimento ya se llamaba así. Tampoco me parece verosímil que este nombre le haya sido dado después de su conversión a Cristo. Es San Agustín quien sugirió, no por otra razón, pienso yo que por la de filosofar hábilmente, que por significar la palabra Pablo5 “pequeño” en latín, dicho Apóstol se llamó así porque antes de su conversión fue un Saulo orgulloso y después fue un Pablo, es decir un pequeño y humilde discípulo de Jesucristo.
Más probable es la opinión de Origines, quien cree que San Pablo tuvo dos nombres; uno verdadero, dado por sus padres, Saúl o Saulo; bastante común en su país, para manifestar la nacionalidad y la religión a que pertenecía y, otro, Pablo, añadido por ellos como testimonio de su ciudadania romana, deseando por tanto, que este honor muy estimado entonces no se oscureciese en él; sin embargo, ellos no lo estimaron demasiado como para borrar en su hijo la señal y el recuerdo de que pertenecía a la nación y a la raza judía.
En cuanto a que él haya usado más frecuentemente el nombre de Pablo en sus epístolas puede obedecer a que era el más conocido y repetido por las iglesias a quienes escribia, y mejor recibido y más agradable en las tierras del Imperio Romano, aunque fuera menos conocido en su país y en su raza. No es nada malo si él procuraba evitar sospechas de las que podía muy bien librarse por causa del odio que los romanos y los de las provincias sentían contra los judíos, absteniéndose de avivar también el odio de los suyos y buscar la manera de mantenerse por medios lícitos.
Siervo de Jesucristo. Se adorna con estos titulos para dar mayor autoridad a su doctrina. Esto lo consiguió de dos maneras: confirmando su vocación apostólica, y mostrando que por ella se relacionaba también con la iglesia romana. Una y otra cosa eran muy necesarias, es decir, el ser llamado apóstol por la vocación de Dios y su unión con la iglesia de Roma.
Después se dice servidor o ministro llamado al cargo de Apóstol, indicando que no tomó tal cargo sin razón. En seguida afirma que ha sido puesto aparte para confirmar mejor que no pertenece, como otros, al orden común sino que es verdadero apóstol10 del Señor. En este sentido, antes descendió del término general a una clasificación más baja, pues el apostolado es una forma de ministerio distinto a todos cuantos tienen el cargo de enseñar, y que son llamados ministros o servidores de Jesucristo, porque los apóstoles tienen un grado de honor superior a los demás. Esta elección, acerca de la cual habla después, indica que tiene como objetivo y fruto el apostolado. Así demuestra brevemente la finalidad a la que fue llamado por esta vocación. Es por eso por lo que diciéndose ministro o servidor de Jesucristo se iguala a todos los doctores, y al atribuirse el título de apóstol se coloca sobre los demás. Pero, como si esto dependiera de sí mismo no le daría ninguna autoridad, advierte que fue ordenado por Dios. El significado correcto sería: que Pablo es ministro de Jesucristo, como la mayoría, y apóstol por vocación de Dios y no por atrevida usurpación.
A continuación se encuentra más expresamente una declaración sobre el cargo de apóstol, indicando que ha sido ordenado para anunciar el evangelio.
No soy de la opinión de aquellos que relacionan la vocación, a la cual el Apóstol se refiere, con la eterna elección de Dios creyendo que, por selección o segregación, debe entenderse aquella por la cual San Pablo fue escogido, como Apóstol, desde el vientre de su madre, tal y como él en su Epístola a los Gálatas lo dice (1:15), o aquella otra por la cual fue destinado a los paganos, como dice San Luchas (Hechos 13:2); sino que, a mi juicio, él se gloría diciendo simplemente que Dios es el autor de su apostolado, y que nadie piense que usurpa tal honor por si mismo. Debemos aclarar que no todos son idóneos para el ministerio de la Palabra, puesto que se requiere para ello una vocación especial y que, aun quienes se sienten muy inclinados hacia el mismo, deben guardarse de ejercerlo sin vocación. En otro lugar veremos cual es la vocación apostólica y espiscopal.
Es necesario también notar que el cargo de apóstol se basa en la predicación del Evangelio; por eso deducimos cuán dignos son de burla los perros mudos que no poseyendo nada que les diferencie de los demás, a no ser sus mitras y cruces, y algunos otros disfraces, se vanaglorian, sin embargo, de ser sucesores de los apóstoles.
La palabra servidor significa únicamente ministro, porque se relaciona con el cargo. Digo esto para barrer la imaginación de aquellos que se complacen filosofando sobre la palabra servidor sin objeto alguno, figurándose que existe en ella una antítesis entre la servidumbre de Moisés y la de Cristo.
2. Que El había antes prometido por sus profetas en las santas Escrituras. Teniendo en cuenta que toda doctrina sospechosa de ovedad es poco estimada, el Apóstol afirma que la autoridad del Evangelio descansa en su antigüedad, como si dijese que Cristo no ha aparecido repentinamente en la tierra para anunciar una nueva forma de doctrina, aunque El no sea mencionado con anterioridad, sino por el contrario que El y su Evangelio han sido prometidos desde el principio del mundo y en todo tiempo esperados. Mas, porque la antigüedad frecuentemente es engañosa y está llena de fábulas, añade el Apóstol un testimonio verdaderamente auténtico para borrar toda sospecha, es decir, apela a los Profetas de Dios. En tercer lugar. dice que los testimonios han sido redactados por escrito, en forma indudable, y muy bien registrados en las Santas Escrituras.
Podemos deducir de este pasaje que el Evangelio no ha sido dado por los Profetas; pero sí prometido por ellos. Así, pues, si los Profetas prometieron el Evangelio, entendemos que no es algo nuevo más que cuando el Señor se manifestó en carne y no antes. Por tanto, quienes confunden las promesas con el Evangelio se engañan; porque es esencialmente una solemne publicación de Jesucristo manifestado, quien presenta y ofrece la verdad de las promesas hechas con anterioridad.
3. Acerca de su Hijo. He aquí un extraordinario y bello pasaje por el cual aprendemos que todo el Evangelio está contenido en Cristo, de modo que quien se aleje un solo paso de Cristo, se aleja también del Evangelio. Porque sabiendo que Cristo es la viva imagen del Padre (Hebreos 1:3), no debemos jamás extrañarnos si El solamente nos es propuesto por Aquel al que toda nuestra fe se dirige y en el cual se detiene. Hay pues, aquí, una descripción del Evangelio, por medio de la cual el Apóstol quiere decir lo que éste es en resumen. Por eso debemos creer que tanto aquel que lo aprovecha como aquel que posee el conocimiento de Jesucristo, han llegado a comprender todo cuanto se puede aprender en el Evangelio; así como, por el cotrario, quienes desean ser sabios fuera de Cristo, no solamente desatinan, sino que están rematadamente locos.
Que fue hecho de la simiente de David. Es menester buscar dos cosas en Cristo, para encontrar la salvación en El. Primero, su divinidad, y después su humanidad. La divinidad contiene en sí misma el poder, la justicia y la vida que nos son comunicadas por medio de su humanidad. Por tanto, el Apóstol ha presentado juntamente la una y la otra como compendio del Evangelio; es decir, que Cristo ha sido manifestado en carne y en ella ha sido declarado Hijo de Dios, como San Juan lo dice (1:4); porque después de afirmar que la Palabra ha sido hecha carne, añade que en ella se ha visto una gloria como la de Aquel que era solamente nacido del Padre.
En cuanto a la afirmación relacionada especialmente con la raza y linaje de David, de la cual Cristo descendió, entiendo que no es algo superfluo, pues por medio de esta frase nos conduce a la promesa, para que no dudemos jamás de que El es el mismo que fue prometido antes. La promesa hecha a David era muy conocida por los judíos, quienes acostumbraban a llamar al Mesías: “Hijo de David”. Es algo que concierne a la seguridad de nuestra fe el que sepamos que Cristo descendía de David.
Luego dice: según la carne, con objeto de que comprendamos que existe en El algo más que la carne; es decir, lo que trajo del cielo y no lo que tomó de David, o sea, aquello que El añade inmediatamente acerca de la gloria de la Deidad. Por lo demás por estas palabras, San Pablo demuestra no solamente una verdadera esencia de la carne en Cristo, sino que también distingue claramente en su naturaleza humana su naturaleza divina, y de este modo refuta la fantasía detestable de Servet, quien atribuyó a Cristo un cuerpo formado por tres elementos increados.
4. El cual fue declarado Hijo de Dios con potencia, según el espíritu de santidad por la resurrección de los muertos, de Jesucristo nuestro Señor. Fue declarado o si preferimos determinado, como si el Apóstol dijese que el poder de la resurrección es un decreto por el cual Cristo ha sido llamado Hijo de Dios, según está escrito en el Salmo 2:7: “Yo te he engendrado hoy”; porque esta forma de engendrar se refiere al conocimiento y manifestación del Hijo. Algunos deducen de esto tres pruebas de la divinidad de Jesucristo, entendiendo por virtud, los milagros; el testimonio del Espíritu Santo y finalmente la resurrección de los muertos; sin embargo, a mí me gusta más unir las tres cosas juntándolas en una sola, diciendo que Cristo ha sido declarado Hijo de Dios, manifestando una potencia verdaderamente celestial y del Espíritu, por cuanto El ha resucitado de los muertos, aun cuando esta potencia no se manifieste si no es sellada en los corazones de los fieles por el mismo Espíritu. En efecto, el modo de expresarse utilizado por el Apóstol confirma bien esta interpretación al decir que ha sido declarado en potencia, porque en El se ha visto resplandecer un poder a tono con la majestad de Dios, demostrando por él, claramente que era Dios. Desde luego, es cierto que esa potencia se muestra en su resurrección, pues San Pablo en otro pasaje dice que en la muerte de Cristo se puede notar la flaqueza de la carne, magnificándose la virtud del Espíritu en la resurrección (2 Cor. 13:4).
No obstante, esta gloria es desconocida por nosotros hasta que el mismo Espíritu la graba y sella en nuestros corazones. San Pablo entiende también que en la eficacia admirable del Espíritu, que Cristo ha demostrado resucitando, se encuentra el testimonio que cada fiel siente en su corazón por ella, apareciendo tal cosa en el hecho de la santificación; como si dijese que el Espíritu, mientras santifica, ratifica y confirma también este testimonio de su virtud ya demostrado. La Escritura acostumbra a dar al Espirítu de Dios epítetos relacionados con el propósito que trata, como lo vemos cuando el Señor dice: Espíritu de Verdad, por el efecto que produce (Juan 14:17).
Además, la causa por la cual dice que ha resplandecido una potencia divina, se debe al hecho de que Cristo ha resucitado por su propio poder, como El lo profetizó algunas veces diciendo: “Destruid este templo y en tres dias lo levantaré” (Juan 2:19); o “Nadie me quita la vida” … etc. (Juan 10:18); porque no ha sido mediante una ayuda prestada por la que El llegó al fin de su muerte (a la cual estaba sometido por la flaqueza de la carne), sino que alcanzó la victoria por la obra de su Espíritu.
5. Por el cual recibimos … Después de haber descrito el Evangelio, (para dar mayor autoridad a su cargo), confirma de nuevo su vocación considerando muy necesario que los romanos estuviesen bien informados.
Al nombrar separadamente la gracia y el apostolado, emplea una figura llamada por los griegos hypallage, como si dijese: la gracia del apostolado o el apostolado como don gratuito. Por tal cosa entiende que esa obra procede totalmente de la pura liberalidad de Dios y no de algún mérito o dignidad personal; pues, aunque tal estado no tenga nada de ventajoso en el mundo, sino peligros, trabajos, enemistades, vituperios y difamaciones, sin embargo, para Dios y sus santos es honroso y excelente y por tanto es la gracia quien le da existencia. Podemos decirlo así: yo he recibido la gracia para ser apóstol, lo cual es lo mismo.
Si añade, en su nombre, San Ambrosio lo explica diciendo que el Apóstol ha sido ordenado para anunciar el Evangelio, en el lugar de Cristo,21 como él mismo lo dice de otros: “Nosotros somos embajadores de Cristo” (2 Cor. 5:20). No obstante, para aquellos que toman la palabra nombre por conocimiento, parece más verdadero esto, porque cuando el Evangelio es predicado se hace con el fin de que se crea en el nombre del Hijo de Dios (1 Juan 3:23). También San Pablo es llamado vaso elegido para llevar el nombre de Cristo entre los paganos (Hechos 9:15). En su nombre equivale, pues, a: con objeto de que ya manifieste quien es Cristo.
Para la obediencia de la fe o sea: hemos recibido la orden de llevar el Evangelio a toda gente y nación para que obedezcan por la fe. Declarando así el objetivo de su vocación, advierte a los romanos cuál es su deber personal, como les dijese: a mí me concierne cumplir el encargo que me ha sido dado, es decir, predicar la Palabra, y a vosotros el deber de oírla con toda obediencia, si no queréis hacer inútil la misión que el Señor me ha encomendado. Deducimos, pues, que quienes se oponen obstinadamente al mandamiento de Dios y menosprecian su orden, rechazan irreverente y desdeñosamente la predicación del Evangelio, cuya finalidad es la de someternos a la obediencia de Dios.
Sobre este pasaje es preciso también notar la naturaleza de la fe, adornada con el título de obediencia, porque el Señor nos llama por el Evangelio, y por la fe le respondemos; por el contrario, la incredulidad es el colmo de la rebelión contra Dios. En griego se lee literalmente: a la obediencia de la fe; porque obedecer a la fe se dice impropia y figuradamente, aun cuando se halle esta expresión una vez en el libro de los Hechos (6:7); pero hablando correctamente es por la fe por la que nosotros obedecemos al Evangelio.
En todos las naciones. No bastaba con que él fuese ordenado Apóstol para dedicar su ministerio solamente a algunos discípulos; por eso añade que su apostolado se extiende a todas las naciones. El se hace llamar más claramente Apóstol de los romanos, cuando afirma que estos están comprendidos entre el número de los paganos para quienes él ha sido ordenado ministro; porque los apóstoles todos tienen, en común, el cargo de la predicación del Evangelio por todo el mundo, y no permanecen estables en algunas iglesias, como los pastores u obispos. San Pablo, aparte del cargo general de Apóstol, fue especialmente designado Ministro para predicar el Evangelio entre los paganos. Esto no contradice lo afirmado en Hechos (16:6) respecto a que se le prohibió por el Espíritu Santo predicar la Palabra en Asia e ir a Bitinia; tal prohibición no limitó su apostolado, pues por causa del tiempo se le requirió para ir antes a otros lugares, porque la cosecha alli no había madurado lo suficiente.
6. Entre las cuales sois también vosotros, llamados de Jesucristo. El Apóstol presenta aquí una razón muy importante para los romanos, a saber: que el Señor había ya mostrado en ellos una señal, por la cual se comprendía que eran llamados a la comunión del Evangelio. Por consiguiente, si deseaban hacer firme esta vocación deberían aceptar el ministerio de San Pablo, quien fue elegido y destinado para eso por elección del Señor. Creo, pues, que estas palabras: llamados de Jesucristo, son una aclaración, como si entre las dos frases existiera la palabra porque, de este modo: entre las cuales sois también vosotros, porque sois llamados por Jesucristo. Esto significa que, por la vocación, eran participantes de Cristo, pues es Cristo por quien el Padre celestial elige, como a hijos, a todos cuantos quiere hacer herederos de la vida eterna, y después de haberlos elegido, es también Cristo quien los protege y los guarda, conduciéndolos y gobernándolos como el pastor a sus ovejas.
7. A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados santos. El Apóstol muestra, de una manera bella y ordenada, lo que debemos estimar entre nosotros: 1ọ Que el Señor, por su dulzura y bondad, nos ha recibido en gracia y amor; 2ọ Que nos ha llamado y 3ọ Que nos ha llamado a santidad. Mas por todo eso no debemos glorificarnos, sino convertir en deber el seguir esta vocación, puesto que el llamamiento es de Dios.
He aquí una doctrina amplia y maravillosa que deseo considerar y analizar brevemente, rogando a cada uno que la medite en sí mismo. Seguramente que el Apóstol no nos atribuye la gloria de nuestra salvación; si no que nos hace comprender que ésta procede totalmente de la fuente del amor gratuito y paternal de Dios para con nosotros. Esta es, pues, la finalidad de cuanto dice al comenzar: Dios nos ama. ¿Y por qué motivo podrá amarnos sino por su pura bondad? De eso depende también la vocación por medio de la cual, en el transcurso del tiempo, según su sabiduría, se confirma la adopción de aquellos elegidos mucho antes por su gracia. Deducimos, pues, de esto, que nadie puede en verdad contarse entre el número de los fieles si no posee la certeza de que Dios le ama, aunque no sea digno de ello, por ser pobre y miserable pecador; porque siendo regocijados e incitados por su bondad, aspiramos a la santidad, pues El no nos llamó para ser basura e inmundicia, sino santos (1 Tes. 4:7).
Gracia y paz tengáis de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. De todo lo deseable, lo más es que Dios nos sea propicio y favorable, y tal cosa quiere decir la palabra gracia. Después, que por El tengamos prosperidad y buen éxito en nuestros asuntos, y esto se incluye en la palabra paz. Pues aunque nos parezcan sonreir todas las cosas, sin embargo, si Dios está enojado con nosotros, hasta la mayor bendición se convierte en maldición. El único fundamento, pues, de toda nuestra felicidad, es el buen afecto de Dios para con nosotros; porque El hace que nos gocemos en una prosperidad verdadera y permanente y que, hasta las adversidades, contribuyan al avance de nuestra salvación. Por tanto, al desearles el Apóstol paz, de parte del Señor, da a entender que todo cuanto contribuye a nuestro bien no es otra cosa sino el fruto de la bondad y liberalidad de Dios hacia nosotros. Es preciso no olvidar que el Apóstol ora, al mismo tiempo, para que estos bienes les sean concedidos por el Señor Jesús, pues a El se le ha otorgado este honor y El es no solamente el administrador y dispensador de la benignidad paternal de Dios para con nosotros, sino que actualmente está en todo de acuerdo con El. Sin duda, el Apóstol ha querido decir que es por el Señor Jesús por quien todos los beneficios de Dios llegan a nosotros. Algunos creen que por esta palabra paz debe entenderse tranquilidad de conciencia. No niego que en alguna ocasión quiera decir, eso, pero teniendo en cuenta que el Apóstol ha querido incluir en esta palabra todas las cosas felices y deseables, la primera interpretación hecha por Bucer, es preferible. Así pues, deseando a los fieles todo bien y felicidad, acaba por descubrir, de hecho, la fuente de todo ello, como lo hiciera con anterioridad al decir que la gracia de Dios, no solamente nos aporta la bienaventuranza eterna, sino que es la causa de todos los bienes que gozamos en esta vida.
TERCER CICLO DE LECTURA (de la «Guía para una buena lectura de la Biblia», p. vii)
SIGA LA INTENCIÓN ORIGINAL DEL AUTOR A NIVEL DE PÁRRAFO
Este comentario es una guía de estudio, lo que significa que usted es responsable de su propia interpretación de la Biblia. Cada uno de nosotros debe caminar en la medida del entendimiento que uno posee. La Biblia, el Espíritu Santo y usted son responsables de la interpretación de la Biblia. Usted no debe ceder este, que es su privilegio, a ningún comentarista.
Lea el capítulo completo de una sola vez. Identifique los temas. Compare sus divisiones de tema con las traducciones modernas. La división de párrafos no es inspirada, pero es la clave para seguir la intención original del autor, la cual es el corazón de la interpretación. Cada párrafo tiene un único tema principal.
1. Primer párrafo
2. Segundo párrafo
3. Tercer párrafo
4. Etc.
INFORMACIÓN RELATIVA AL CONTEXTO
A. Los versículos 1–7 forman la introducción de la carta. Es la introducción más larga de todas las cartas de Pablo. Él intentaba presentarse a sí mismo y a su teología a una iglesia que no lo conocía personalmente y que pudo haber escuchado información negativa acerca de él.
B. Los versículos 8–12 son una oración de apertura y de acción de gracias. Esta era una característica de las cartas griegas en general y de los escritos de Pablo en particular.
C. Los versículos 16–17 declaran el tema del libro.
D. Desde el versículo 18 hasta el 3:20 forman la primera unidad literaria y el primer punto del evangelio de Pablo: todos los seres humanos están perdidos y necesitan ser salvos (ver Gn 3).
1. gentiles inmorales
2. paganos morales
3. judíos
E. Romanos 1:18–3:20 refleja Génesis 3. La humanidad fue creada para estar en comunión con Dios, en su misma imagen (ver Gn 1:26–27). Sin embargo, la humanidad escogió su propio entendimiento y la promesa de poder e independencia. En efecto, los humanos cambiaron la exaltación a Dios por la exaltación a ellos mismos (humanismo ateo). Dios permitió, posiblemente hasta ingenió, esta crisis. El ser hecho en la imagen de Dios es ser responsable moralmente y ser voluntariamente libre con sus correspondientes consecuencias. ¡Dios separa a los seres humanos basado tanto en sus decisiones (de Él) como en las de ellos (esta es una relación de pacto)! Él les permite escogerse a sí mismos junto con todas sus consecuencias. Dios se entristece (ver Gn 6:5–7) pero los humanos son moralmente libres con todos los derechos y responsabilidades que eso conlleva. La repetida frase «Dios los entregó» (ver 1:24, 26, 28) es el reconocimiento de esa libertad y no un rechazo por parte de Dios. Esa no fue la decisión de Dios. ¡Este no es el mundo que Dios quería que fuera (ver Gn 3:22; 6:5–7, 11–13)!
F. El resumen teológico de 1:18–3:20 se encuentra en 3:21–31. Esta es la primera premisa de las «buenas nuevas» del evangelio: todos los seres humanos han pecado y necesitan el perdón de Dios. Dios por gracia provee un camino para regresar a tener íntima comunión con Él.
G. En esta primera unidad literaria de la presentación de Pablo del evangelio es interesante notar que la humanidad caída es considerada responsable de su rebelión y pecado sin ninguna referencia a Satanás o a los demonios (ver Ro 1:18–3:20). Esta sección ciertamente refleja la teología de Génesis 3, pero sin un tentador personal. Dios no permitirá que la humanidad caída culpe nuevamente a Satanás (ver Gn 3:13) o a Dios mismo (ver. Gn 3:12). Los humanos fueron hechos a imagen de Dios (ver Gn 1:26; 5:1, 3; 9:6). Tienen el derecho, poder y obligación de escoger. Ellos son responsables por sus decisiones, tanto colectivamente en Adán, como individualmente en el pecado personal (ver 3:23).
ESTUDIO DE FRASES Y PALABRAS
1:1 «Pablo» La mayoría de los judíos en los días de Pablo tenía dos nombres, uno judío y uno romano (ver Hch 13:9). El nombre judío de Pablo era Saulo. Al igual que el antiguo rey de Israel, era de la tribu de Benjamín (ver Ro 11:1; Fil 3:5). Su nombre romano en la forma griega era Pablo (Paulos), que significaba «pequeño». Esto se refería a (1) su estatura física a la cual se hace referencia en un libro no canónico del segundo siglo, Los Hechos de Pablo, en un capítulo acerca de Tesalónica llamado «Pablo y Tecla»; (2) a su sentido personal de ser el menor de los santos porque originalmente él persiguió a la iglesia (ver 1 Co 15:9; Ef 3:8; 1 Ti 1:15); o (3) simplemente al nombre dado por sus padres en su nacimiento. La opción número 3 parece ser la mejor.
• «siervo» Las versiones RVR60, LBLA, NVI y BJL dicen «siervo». Este concepto era (1) una antítesis de Jesús como Señor o (2) un título honorífico del AT (ver a Moisés en Nm 12:7 y Jos 1:1; Josué en Jos 24:25 y David en los Salmos [título], e Is 42:1, 19; 52:13).
• «llamado a ser apóstol» Esta fue decisión de Dios, no de Pablo (ver Hch 9:15; Gá 1:15; Ef 3:7), Pablo está afirmando sus calificaciones espirituales y su autoridad (como también lo hace en 1 Co 1:1; 2 Co 1:1; Gá 1:1; Ef 1:1; Col 1:1; 1 Ti 1:1; Tit 1:1) a esta iglesia a la cual nunca había conocido. Ver el Tema especial: EL LLAMADO.
El término «apóstol» en los círculos judíos de Palestina significaba «enviado como representante oficial». En el NT era usado en dos sentidos: (1) en referencia a los Doce discípulos especiales y Pablo y (2) en referencia a un don espiritual que continúa en la iglesia (ver 1 Co 12:28–29; Ef 4:1–2).
Ver TEMA ESPECIAL: ENVIAR (apostellō)
• «apartado» Este es un PARTICIPIO PERFECTO PASIVO el cual implica que Pablo fue apartado por Dios en el pasado (ver Jer 1:5 y Gá 1:15) y esto continuaba como un estado de ser. Esto era probablemente un juego de palabras con el término arameo «fariseo». Estos estaban apartados para el legalismo judío (y Pablo también [Fil 3:5] antes de su encuentro con Jesús en el camino de Damasco), pero ahora Pablo estaba apartado para el evangelio.
Se relaciona con la palabra hebrea para «santo» la cual significaba «apartado para el uso de Dios» (ver Éx 19:6; 1 Pe 2:5). Los términos «santo», «santificar» y «apartado» tenían la misma raíz griega, «santo» (hagios).
• «para el evangelio de Dios» La preposición eis en este contexto (y v. 5) demuestra el propósito del «llamamiento» de Pablo (v. 1b) y de ser «apartado» (v. 1c).
La palabra evangelio es una palabra compuesta de «bueno» (eu) y «mensaje» (angellos). Se convirtió en el término que describía las doctrinas reveladas en el nuevo pacto (ver Jer 31:31–34; Ez 36:22–32), en relación con el Mesías prometido de Dios (ver vv. 3–4). Se trata del «evangelio de su Hijo» (v. 2).
Este es el evangelio de Dios, no de Pablo (ver 15:16; Mr 1:14; 2 Co 11:7; 1 Ts 2:2, 8, 9; 1 Pe 4:17). Pablo no era un innovador o adaptador cultural, sino un proclamador de la verdad que había recibido (ver 1 Co 1:18–25).
1:2 «que Él ya había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras» Este es un INDICATIVO AORISTO MEDIO (deponente). El evangelio no fue una idea posterior de Dios, sino su plan eterno y con propósito (ver Gn 3:15; Is 53; Sal 118; Mr 10:45; Lc 2:22; Hch 2:23; 3:18; 4:28; 4:28; Tit 1:2). Los primeros sermones en Hechos (el kerygma) presentan a Jesús como el cumplimiento de las promesas y profecías del AT.
Ver TEMA ESPECIAL: El KERYGMA EN LA IGLESIA PRIMITIVA
1:3 «acerca de su Hijo» El mensaje central de las Buenas Nuevas es una persona, Jesús de Nazaret, nacido de la virgen María. En el AT la nación, el rey y el Mesías eran llamados «hijo» (ver 2 Sa 7:14; Os 11:1; Sal 2:7; Mt 2:15).
En el AT Dios habló a través de sus siervos y profetas. Jesús no era un siervo de Dios, sino un miembro de la familia (ver Hch 1:1–2; 3:6; 5:8; 7:28). Sorprendentemente este es el único lugar en el libro donde Pablo se centra en la cristología. Romanos no es una teología sistemática completa.
Ver TEMA ESPECIAL: EL HIJO DE DIOS
• «que nació de la descendencia de David» Esto se refiere a la profecía de 2 Samuel 7. El Mesías era del linaje real de David (ver Is 9:7; 11:1, 10; Jer 23:5; 30:9; 33:15) de la tribu de Judá (ver Gn 49:4–12; Is 65:9). En el Evangelio de Mateo a Jesús se le llama por este título en varias ocasiones (ver 9:27; 12:23; 15:22; 20:30), lo cual reflejaba la esperanza judía de un salvador davídico venidero.
Es sorprendente que Pablo no enfatizara este aspecto de Jesús. Solo lo menciona aquí y en 2 Timoteo 2:8, ambos pasajes pueden ser citas de una antigua fórmula del credo de la iglesia.
•
LBLA, RVR60, BJL
«según la carne»
NVI
«según la naturaleza humana»
NTV
«En su vida terrenal»
Este era un cumplimiento de la profecía y una afirmación de la humanidad de Jesús, la cual a menudo era negada en el ecléctico mundo religioso del primer siglo (ver 1 Jn 1:1–4; 4:1–3). Este versículo muestra claramente que Pablo no siempre usaba el término «carne» (sarx) en un sentido negativo (ver 2:28; 9:3). Sin embargo, él solía usar «carne» en contraste con «espíritu» (ver 6:19; 7:5, 18, 25; 8:3–9, 12, 13; 1 Co 5:5; 2 Co 1:17; 11:18; Gá 3:3; 5:13, 16, 17–19, 24; 6:8; Ef 2:3; Co 2:11, 13, 18, 23).
Esta construcción gramatical kata (de acuerdo con) más un ACUSATIVO tiene su paralelo en el v. 4. Jesús es tanto humano (según la carne, v. 3) como divino (conforme al Espíritu, v. 4). Esta doctrina de la encarnación es crucial (ver 1 Jn 4:1–3). También podría ser la implicación de la designación escogida para sí mismo de «Hijo del Hombre» (ver Sal 8:4; Ez 2:1 [humano] y Da 7:13 [divino]).
Ver TEMA ESPECIAL: LA CARNE (sarx)
• «declarado» Este es un PARTICIPIO AORISTO PASIVO. Dios definitivamente designó a Jesús como «el Hijo de Dios». Esto no indica que Belén fuera el principio de Jesús o que Él sea inferior al Padre. Ver el Tema especial: La Trinidad.
• «Hijo de Dios» Los autores del NT no se refieren a Jesús con el título de «Hijo de Dios» con frecuencia (ver Mt 4:3) debido a las falsas implicaciones tomadas de la mitología griega (lo mismo es cierto en relación al nacimiento virginal). El concepto es comúnmente calificado como «único», «unigénito» o «único en su clase» (monogenes, ver Jn 1:18; 3:16, 18; 1 Jn 4:9). Por lo tanto, el significado es «Jesús, el único verdadero Hijo de Dios».
El NT tiene dos polos teológicos relacionados con Dios el Padre y Jesús el Hijo: (1) Son iguales (ver Jn 1:1; 5:18; 10:30; 14:9; 20:28; 2 Co 4:4; Fil 2:6; Col 1:15; Hch 1:3), pero (2) son personalidades separadas (ver Mr 10:18; 14:36; 15:34).
•
LBLA
«conforme al Espíritu de santidad»
RVR60, NVI, BJL
«según el Espíritu de santidad»
NTV
«mediante el poder del Espíritu Santo»
Algunas traducciones usan la «E» mayúscula en Espíritu, implicando que se trata del Espíritu Santo, mientras que una «e» minúscula se referiría al espíritu humano de Jesús. Así como Dios el Padre es Espíritu, también lo es Jesús. Los antiguos textos hebreo y griego no tenían letras mayúsculas, ni puntuación, ni divisiones de capítulos o versículos, así que estos son en realidad puntos de tradición o de interpretación de los traductores del NT.
Hay tres maneras de ver los versículos 3 y 4:
1. como una referencia a las dos naturalezas de Jesús, la humana y la divina
2. como una referencia a las dos etapas de su vida en la tierra, el Señor humano y el Señor resucitado
3. como un paralelo de «Jesucristo nuestro Señor»
• «por la resurrección» Dios el Padre respaldó la vida de Jesús y su mensaje al levantarlo de entre los muertos (ver 4:24; 6:4, 9; 8:11). La deidad (ver Jn 1:1–14; Col 1:15–19; Fil 2:6–11) y la resurrección de Jesús (ver 4:25; 1 Co 15) son pilares paralelos del cristianismo.
• Este versículo era usado con frecuencia para enseñar la herejía de la «adopción» o «adopcionismo», la cual afirmaba que Jesús fue premiado y elevado por Dios debido a su vida ejemplar de obediencia. Los herejes aseguraban que Él no fue siempre deidad (ontológicamente), sino que se convirtió en deidad cuando Dios lo levantó de la muerte. Si bien esto claramente no es verdad, lo cual es obvio según muchos textos tales como Juan 1 y 17, algo maravilloso fue conferido a Jesús en su resurrección. Es difícil expresar cómo se le puede dar un premio a Jesús siendo Dios, sin embargo eso fue lo que sucedió. Si bien Jesús compartía la gloria eterna con el Padre, su estatus fue de cierta manera enriquecido por el perfecto cumplimiento de la tarea redentora a Él asignada. La resurrección fue la ratificación por parte del Padre de la vida, ejemplo, enseñanza y muerte sacrificial de Jesús de Nazaret, el Hijo unigénito eternamente divino, completamente humano, perfecto Salvador, restaurado y premiado. Ver en el Apéndice Tres: Adopcionismo.
• «Señor» En el judaísmo el nombre del pacto para Dios, YAHVÉ, se convirtió en algo tan santo que los rabinos lo sustituyeron con el título «Señor» (Adon) cuando leían las Escrituras porque temían tomar el nombre de Dios en vano (ver Éx 20:7; Dt 5:11) y así quebrantar alguno de los Diez Mandamientos. Cuando los autores del NT llamaban a Jesús «Señor» (Kurios) en contextos teológicos, en realidad estaban afirmando su deidad (ver Hch 2:36; Ro 10:9–13; Fil 2:6–11).
• «Jesús» El nombre arameo Jesús es igual al nombre hebreo Josué. Era una palabra compuesta formada por dos palabras hebreas: «YAHVÉ» y «salvación». Puede significar «YAHVÉ salva», «YAHVÉ libera» o «YAHVÉ es salvación». La idea central del significado puede verse en Mateo 1:21, 25.
• «Cristo» Esta era la traducción griega del término hebreo mesías, el cual significaba «el ungido». En el AT varios grupos de líderes (profetas, sacerdotes y reyes) eran ungidos como señal de la elección y capacitación de Dios. Jesús cumplió los tres oficios de los ungidos (ver Hch 1:2–3).
El AT predice que Dios enviaría un «ungido» especial para iniciar la Nueva Era de justicia. Jesús fue su «siervo» especial, «hijo» y «Mesías».
Ver TEMA ESPECIAL: EL MESÍAS
Ver TEMA ESPECIAL: LOS NOMBRES DE DIOS
1:5 «hemos recibido» Pablo no menciona a ninguna otra persona en su introducción como suele hacerlo en sus otras cartas. Esta primera frase se refiere a la experiencia de conversión y llamamiento de Pablo en el camino de Damasco (ver Hch 9), lo cual fuertemente implica el uso editorial de «nosotros».
• «la gracia y el apostolado» Pablo está afirmando no solo el don de la salvación a través de Cristo, sino también, y conectado a ello, el llamado a ser apóstol a los gentiles. Todo esto ocurrió instantáneamente en el camino a Damasco (ver Hch 9). No fue por mérito, ¡sino por gracia con propósito!
• «para promover» Este es un segundo uso de eis en un contexto con propósito (ver v. 1). El evangelio restaura la imagen de Dios en la humanidad a través de la fe en Jesús. Esto permite que el propósito original de Dios sea manifestado, el cual es un pueblo en íntima comunión con Él y que refleje su carácter (ver v. 7).
•
LBLA
«para promover la obediencia a la fe»
RVR60
«la obediencia a la fe»
NVI
«para persuadir…que obedezcan a la fe»
NTV
«el privilegio y la autoridad de anunciar»
BJL
«obtener la obediencia de la fe»
Este es el primer uso del término fundamental «fe», en Romanos. El término fue usado de tres maneras distintas en este capítulo y libro:
1. Versículo 5. Es usado en referencia a un cuerpo de verdades o doctrinas relacionadas con Jesús y la vida cristiana (ver Hch 6:7; 13:8; 14:22; 16:5; Ro 14:1; 16:26; Gá 1:23; 6:10; Jud 3, 20).
2. Versículo 8. Es usado en el sentido de la confianza personal en Jesús. El término «creer», «fe» y «confiar» son traducción de una misma palabra griega (pistis/pisteuo). El evangelio es tanto conceptual (doctrina) como personal (ver v. 16; Jn 1:12; 3:16).
3. Versículo 17. Es usado en su sentido del AT de confiabilidad, lealtad o fiabilidad. Este es el significado de Habacuc 2:4. En el AT no había un desarrollo de la doctrina de la fe, sino un ejemplo tras otro de vidas de fe (ver Abraham en Gn 15:6); no una fe perfecta, sino una fe que variaba (ver Hch 11). La esperanza de la humanidad no está en su habilidad de actuar o creer correctamente, sino en el carácter de Dios. ¡Solo Dios es fiel!
Hay una serie de actos o hechos que pueden ser llamados eventos de salvación:
a. arrepentimiento (ver 2:4; Mr 1:15; Lc 13:3, 5; Hch 3:16, 19; 20:21)
b. creer/fe (ver 1:16; Jn 1:12; 3:16; Hch 16:31, el bautismo es la declaración pública de nuestra fe)
c. obediencia (ver 2:13; 2 Co 9:13; 10:5; 1 Pe 1:2, 22)
d. perseverancia (ver 2:7; Lc 18:1; 2 Co 4:1, 16; Gá 6:9; 2 Ts 3:13).
Estas son las condiciones del nuevo pacto. Debemos recibir y continuar recibiendo la oferta de Dios en Cristo (ver v. 16; Jn 1:12).
•
LBLA, BJL
«entre todos los gentiles»
RVR60
«en todas las naciones»
NVI
«a todas las naciones»
NTV
«por todas partes a los gentiles»
Este es el evangelio universal. La promesa de Dios de redención en Génesis 3:15 incluía a toda la humanidad. La muerte sustituta de Jesús incluyó a todos los hijos caídos de Adán (ver Jn 3:16; 4:42; Ef 2:11–3:13; 1 Ti 2:4; 4:10; Tit 2:11; 2 Pe 3:9). Pablo considera que su llamado especial es el de predicar el evangelio a los gentiles (ver Hch 9:15; 22:21; 26:17; Ro 11:13; 15:16; Gá 1:16; 2:21; Ef 3:2, 8; 1 Ti 2:7; 2 Ti 4:17).
Ver TEMA ESPECIAL: CREER, CONFIAR, FE Y FIDELIDAD EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
•
LBLA RVR60
«por amor de su nombre»
NVI
«en honor a su nombre»
NTV
«lo cual dará gloria a su nombre»
BJL
«a gloria de su nombre»
Ver el Tema especial: La confesión
Ver TEMA ESPECIAL: EL PLAN REDENTOR ETERNO DE YAHVÉ
1:6 «también vosotros» Pablo era un ejemplo extremo (perseguidor de la iglesia) de la gracia de Dios, pero sus lectores eran también ejemplos de la gracia inmerecida de Dios.
•
LBLA, BJL
«llamados de Jesucristo»
RVR60
«llamados a ser de Jesucristo»
NVI
«a quienes Jesucristo ha llamado»
NTV
«y son llamados a ser su pueblo santo»
Esto también puede significar:
1. un juego de palabras con el término «iglesia», el cual significaba «los llamados» o «reunidos»
2. una referencia a la elección divina (ver Ro 8:29–30; 9:1ss; Ef 1:4, 11; 3:21; 4:1, 4)
3. una traducción de la frase, «ustedes quienes han escuchado el llamado y pertenecen a Cristo».
Esto también refleja el entendimiento de esta frase como se traduce en otras versiones.
Ver TEMA ESPECIAL: EL LLAMADO
1:7 «amados de Dios» Esta frase era usada frecuentemente para referirse a Jesús (ver Mt 3:17; 17:5). ¡Aquí era usada para referirse a la iglesia en Roma! Esto muestra la profundidad del amor de Dios para aquellos que confían en su Hijo. Esta clase de transferencia también se puede ver en Efesios 1:20 (en las acciones de Dios en favor de Jesús) y en Efesios 2:5–6 (en las acciones de Jesús en favor de los creyentes).
• «en Roma» Pablo no fundó esta iglesia. Nadie sabe quién lo hizo. La carta a los Romanos era una carta en la que Pablo se presentaba a sí mismo ante una iglesia ya establecida. El libro de Romanos es la presentación más desarrollada del evangelio que predicaba. Es la iglesia menos afectada por situaciones locales, aunque existían tensiones entre los creyentes judíos y gentiles a quienes Pablo dirige comentarios a lo largo de la carta.
•
LBLA, RVR60, NVI
«llamados a ser santos»
NTV
«y son llamados a ser su pueblo santo»
BJL
«santos por vocación»
El término «santos» se refería a la posición de los creyentes en Cristo, no a su ausencia de pecado. También describe su transformación progresiva a ser como Cristo. El término era siempre PLURAL, excepto en Filipenses 4:21. Sin embargo, aun en este contexto tiene un sentido colectivo. Ser cristiano significa ser parte de una comunidad, una familia, un cuerpo.
El versículo 1 indica que Pablo fue llamado a ser un apóstol. Los creyentes son «los llamados de Jesucristo» en el versículo 6. También son llamados «santos» en el versículo 7. Este «llamamiento» era una manera del NT para afirmar la verdad de la prioridad iniciada por Dios. Ningún ser humano caído jamás se ha llamado a sí mismo (ver 3:9–13; Is 53:6; 1 Pe 2:25). Dios siempre toma la iniciativa (ver Jn 6:44, 45; 15:16). Él siempre trae el pacto a nosotros. Esto es cierto en cuanto a nuestra salvación (a nuestra justicia otorgada o condición legal), pero también en cuanto a nuestro servicio eficaz gracias a los dones (ver 1 Co 12:7, 11) y a nuestras vidas cristianas.
Ver TEMA ESPECIAL: LOS SANTOS
• «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios» Esta es la oración de bendición característica de Pablo para iniciar sus cartas. Es un juego de palabras con el término griego tradicional para «saludos» (charein) y el término originalmente cristiano de «gracia» (charis). Pablo podría estar combinando este saludo de apertura con el saludo tradicional griego Shalom o «paz». Sin embargo, esto es mera especulación. Observe que teológicamente la gracia siempre precede a la paz.
• «de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» Pablo habitualmente usa solo una PREPOSICIÓN para ambos nombres (ver 1 Co 1:3; Gá 1:3; Ef 1:2; Fil 1:2; 2 Ts 1:2; 1 Ti 1:2; 2 Ti 1:2; Tit 1:4). Esta era su manera de ligar gramaticalmente estas dos Personas de la Trinidad. Esto enfatizaba la deidad de Cristo y su igualdad con el Padre.
1. Pablo, un siervo de Cristo Jesús, un apóstol llamado, apartado para el evangelio de Dios.
Este es el comienzo del más extenso saludo inicial de Pablo. A suerte de comparación, nótese la siguiente lista que indica, en orden ascendente, el número de palabras que cada saludo tiene en el idioma original:
1 Tesalonicenses 19
2 Tesalonicenses 27
Colosenses 28
Efesios 28 (o 30)
2 Timoteo 29
Filipenses 32
1 Timoteo 32
2 Corintios 41
Filemón 41
1 Corintios 55
Tito 65
Gálatas 75
Romanos 93
Tal como en la epístola a Tito, Pablo se presenta aquí en Romanos como un doulos (pl. douloi, en Fil. 1:1) de Cristo Jesús. Como equivalente de doulos algunos prefieren—y otros aun insisten en—esclavo. Debemos reconocer que ciertos rasgos inherentes a la condición de esclavo, tales como la de la absoluta sumisión a su amo y su total dependencia de él, como también el derecho de propiedad del amo y su autoridad sin restricción sobre el esclavo, pueden ser aplicados, aunque en un sentido mucho más exaltado, a la relación entre Cristo y los creyentes. Véase, por ejemplo, 1 Co. 3:23; 6:19b, 20. Sin embargo, visto que generalmente asociamos el concepto de esclavo con ideas tales como las de servicio involuntario, sujeción forzada y (frecuentemente) trato rudo, muchos han llegado a la conclusión (y quizá estén en lo cierto) que “esclavo” no es el mejor equivalente en este contexto.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que Pablo era un “hebreo de hebreos” (Fil. 3:5), y que por ende estaba a sus anchas en el Antiguo Testamento. Por ello, cuando se llama a sí mismo un doulos de Cristo Jesús él quizá esté pensando en pasajes en que se llaman a Abraham (Gn. 26:24), a Moisés (Nm. 12:7), a Josué (Jos. 24:29), a David (2 S. 7:5), a Isaías (Is. 20:3), etc., siervos de Jehová. ¿Y no es aun posible que la imagen del Siervo absolutamente consagrado descrita en Is. 49:1–7; 52:13; 53:11 haya contribuido al significado del término doulos aquí en Ro. 1:1?
Pablo se presenta como siervo de Cristo Jesús. El nombre personal Jesús, que significa, ya sea “él por cierto salvará” (cf. Mt. 1:21), o “Jehová es salvación”, lo que en última instancia significa lo mismo, está precedida por el título oficial de Cristo (ungido). De este Cristo Jesús, Pablo es siervo, completamente rendido a su Amo.
Este siervo es, al mismo tiempo, “un apóstol llamado”.
Ahora bien, en su sentido más amplio un apóstol (del griego apostolos, término derivado de un verbo que significa enviar, comisionar, despachar) es cualquier persona enviada o por medio de quien se envía un mensaje; o sea, un embajador, un enviado, un mensajero. En el griego clásico el término podría referirse a una expedición naval, y un “barco apostólico” era un bajel de carga. En el judaísmo tardío, los “apóstoles” eran emisarios enviados por el patriarcado de Jerusalén para recaudar el tributo de los judíos de la diáspora. En el Nuevo Testamento el término adquiere un sentido claramente religioso. En su significado más amplio se refiere a cualquier mensajero del evangelio, cualquier persona enviada en una misión espiritual, cualquiera que, en tal carácter, representa a su Enviador y trae el mensaje de salvación. Según este uso, Bernabé, Epafrodito, Apolos, Silvano y Timoteo son todos llamados “apóstoles” (Hch. 14:14; 1 Co. 4:6, 9; Fil. 2:25; 1 Ts. 2:6; cf. 1:1 y véase también 1 Co. 15:7). Todos ellos representan la causa de Dios, aunque al hacerlo puedan también representar a ciertas iglesias en especial, cuyos “apóstoles” son (cf. 2 Co. 8:23). Así Pablo y Bernabé representan a la iglesia de Antioquía (Hch. 13:1–2) y Epafrodito es el “apóstol” de Filipos (Fil. 2:25).
Pero para determinar el significado del término apóstol aquí en Ro. 1:1 será mucho mejor estudiar aquellos pasajes en los cuales es utilizado en su sentido más habitual. Lo encontramos diez veces en los Evangelios, casi treinta en Hechos, más de treinta veces en las cartas paulinas (incluyendo las cinco ocasiones en que aparece en las cartas pastorales) y ocho veces en el resto del Nuevo Testamento, y por lo general (aunque nótese las importantes excepciones de Heb. 3:1, y las ya indicadas) se refiere a los Doce y Pablo.
En ese sentido muy profundo y completo un hombre es apóstol de por vida y dondequiera que vaya. El ha sido investido con la autoridad de Aquel que le envió y esa autoridad atañe tanto a la doctrina como a la vida. La idea, encontrada en mucha de la literatura religiosa de hoy en día, según la cual un apóstol no tiene un verdadero oficio o autoridad, carece de base bíblica. Cualquiera puede ver esto por sí mismo analizando pasajes tales como Mt. 16:19; 18:18; 28:18, 19 (nótese la relación), Jn. 20:23; 1 Co. 5:3–5; 2 Co. 10:8; 1 Ts. 2:6.
Pablo era, entonces, un apóstol en el sentido más amplio del término. Su apostolado era de igual carácter que el de los Doce. De allí que hablamos de “los Doce y Pablo”. Pablo hace notar con énfasis que el Salvador resucitado se le había aparecido a él tan ciertamente como se le había aparecido a Cefas (1 Co. 15:5, 8). Ese mismo Salvador le había asignado una misión tan amplia y universal que de allí en adelante su vida entera estaría consagrada a ella (Hch. 26:16–18).
Y sin embargo, Pablo, decididamente, no era uno de los Doce. Casi no merece consideración la idea de que los discípulos se habían equivocado al elegir a Matías para tomar el lugar de Judas y que luego el Espíritu Santo había designado a Pablo como verdadero sustituto (véase Hch. 1:24). Pero si no era uno de los Doce y sin embargo estaba investido del mismo oficio, ¿cuál era la relación entre él y los Doce? Posiblemente la respuesta esté sugerida en Hch. 1:8 y Gá. 2:7–9. En base a estos pasajes podemos formular la respuesta así: los Doce, al reconocer que Pablo había sido llamado especialmente para desarrollar su ministerio entre los gentiles, de hecho llevaban a cabo por su intermedio el llamado que ellos tenían para con los gentiles.
Las características de un apostolado total—el de los Doce y de Pablo—se enumeran a continuación:
En primer lugar, los apóstoles han sido elegidos, llamados y enviados por Cristo mismo. Han recibido su mandato directamente de él (Jn. 6:70; 13:18; 15:16, 19; Gá. 1:6).
Segundo, Jesús los ha capacitado para su misión y ellos han sido testigos oculares y orales de sus palabras y hechos; más específicamente, ellos son los testigos de su resurrección (Hch. 1:8; 21, 22; 1 Co. 9:1; 15:8; Gá. 1:12; Ef. 3:2–8; 1 Jn. 1:1–3). Nota: aunque Hch. 1:21, 22, no se aplica a Pablo, los otros pasajes sí. ¡Pablo también había visto al Señor!
Tercero, ellos han sido dotados en medida especial con el Espíritu Santo, y es ese mismo Espíritu, quien los guía a toda la verdad (Mt. 10:20; Jn. 14:26; 15:26; 16:7–14; 20:22; 1 Co. 2:10–13; 7:40; 1 Ts. 4:8).
Cuarto, Dios bendice su obra, confirmando su valor por medio de señales y milagros y dándoles mucho fruto a sus labores (Mt. 10:1, 8; Hch. 2:43; 3:2; 5:12–16; Ro. 15:18, 19; 1 Co. 9:2; 2 Co. 12:12. Gá. 2:8).
Quinto, su oficio no está limitado a una iglesia local ni cubre tampoco sólo un breve lapso; por el contrario, es para toda la iglesia y de por vida (Hch. 26:16–18); 2 Ti. 4:7, 8).
Nótese: “un apóstol llamado”. Esto es, por cierto, una expresión mucho mejor que “llamado apóstol”, o “llamado a ser o a hacerse apóstol”. Lo que el original quiere decir es que Pablo era un apóstol en virtud de haber sido llamado efectivamente por Dios para ese oficio. Del mismo modo, la gente a la cual se dirige eran santos en virtud de haber sido llamados, “santos por vocación (divina)”. Véase sobre 1:7.
Como apóstol llamado, Pablo había sido “apartado para el evangelio de Dios”. Desde el principio él había sido designado por Dios para la proclamación del evangelio. Nótese especialmente Gá. 1:15, donde el apóstol se expresa en los siguientes términos: “agradó a Dios, quien me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo predicara su evangelio entre los gentiles …”
Pablo habla del “evangelio de Dios”. Es la narración o el relato de lo que Dios ha hecho para salvar los pecadores. Por esa misma razón es un mensaje de buenas nuevas. Es la gozosa nueva de salvación que Dios dirige a un mundo perdido en el pecado. No es lo que nosotros debemos hacer, sino lo que Dios en Cristo ha hecho por nosotros lo que es la parte más destacada en esas buenas noticias. Esto surge claramente de la forma en que el sustantivo evangelio y su respectivo verbo, proclamar un evangelio, traer buenas noticias, son usados en el Antiguo Testamento. Véase LXX sobre Sal. 40:9; 96:2; Is. 40:9; 52:7; 61:1 y Nah. 1:15.
Aquí en Ro. 1 el término “evangelio de Dios” (v. 1) tiene dos modificadores, uno en el v. 2, el otro en el v. 3s.
2.… que él prometió de antemano por medio de sus profetas en (las) Sagradas Escrituras …
Este pasaje es, por cierto, muy importante. Nos muestra como Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, quiere que consideremos al Antiguo Testamento. El ve claramente que la antigua y la nueva dispensaciones van juntas. El considera (a) el Antiguo Testamento y (b) las buenas nuevas de salvación, tal como son proclamadas por Jesús y sus mensajeros, como una unidad. Hablando en términos generales, podemos decir que el Antiguo Testamento contiene las promesas; el Nuevo Testamento muestra cómo estas promesas habían sido, estaban siendo, e iban a ser cumplidas.
Cuando Pablo dice “sus profetas” él se refiere no sólo, desde luego, a hombres tales como Isaías, Jeremías, etc., sino también a Moisés, Samuel, David, etc. Para hablar en lenguaje que hasta los niños entienden:
El Antiguo por el Nuevo explicado,
El Nuevo en el Antiguo contenido.
o en forma similar:
El Nuevo en el Antiguo escondido,
El Antiguo por el Nuevo revelado.
Lo que Pablo escribe aquí es exactamente lo que Jesús también proclamó: y esto no sólo en esos bien conocidos pasajes: Lc. 24:25–32, 44–48, a los cuales se hace referencia muchas veces en relación con esto, sino ciertamente también en Lc. 4:21 (en el contexto de 4:16–30) “… Hoy, mientras vosotros lo oís, se está cumpliendo este pasaje de la Escritura”, y en Lc. 22:37: “Porque os digo, lo que ha sido escrito se debe cumplir en mí: ‘Y fue contado con los transgresores’. Sí, ese pasaje que se refiere a mí esta llegando a su cumplimiento”. Para más sobre este tema véase C.N.T. sobre Lucas, pp. 907–908, y Filipenses, pp. 94–98.
Lo que debe enfatizarse aquí es que tanto Jesús (véase Jn. 10:35; 17:17) como Pablo tenían en alta estima al Antiguo Testamento. Lo consideraban sagrado. Cuando alguien rechaza el Antiguo Testamento ¡está rechazando también a Jesús y a Pablo!
Pasamos ahora al segundo modificador del término “el evangelio de Dios”. Es este:
3, 4 … acerca de su Hijo, quien según la carne nació del linaje de David, pero por virtud del (o: según el) Espíritu de Santidad fue, por medio de la resurrección de entre los muertos, constituido Hijo de Dios investido de poder, a saber, Jesucristo nuestro Señor …
Los intérpretes difieren bastante en su explicación de estas líneas. Mi propia interpretación se basa, en gran parte, en mis conclusiones respecto al significado del original. Por ello invito a los conocedores del griego a estudiar la nota.
Pablo confiesa que Jesús es el Hijo de Dios. Quiere decir que el Salvador era Hijo de Dios completamente aparte de su toma de la forma humana y con anterioridad a ello. El es el Hijo de Dios desde toda la eternidad; por eso él es Dios.
Esta confesión concuerda con todo lo que el apóstol dice en otras partes. De allí que en Ro. 9:5, según la que probablemente sea la mejor lectura e interpretación, Pablo llama a Jesús “sobre todo Dios bendito para siempre”. En Tito 2:13 él lo describe como “nuestro gran Dios y Salvador”. El es, en verdad, “Aquel en quien toda la plenitud de la deidad está concentrada” (Col. 2:9). Cf. Fil. 2:6.
Ahora bien, es este Hijo quien, sin dejar de lado su naturaleza divina, asumió la naturaleza humana. Aunque era rico, por amor a nosotros se hizo pobre, para que por medio de su pobreza nosotros pudiéramos ser ricos (2 Co. 8:9). En la plenitud del tiempo el nació de una mujer (Gá. 4:4). Durante su peregrinación terrena fue de verdad “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is. 53:3). Exactamente de qué modo era posible que la totalmente intacta y gloriosa naturaleza divina del Salvador morara en íntima unión con su naturaleza humana—estando esta última agobiada con la carga de nuestra culpa y todas las inexpresables agonías que esta condición implicaba—, es algo que sobrepasa la comprensión humana.
Nuestro pasaje nos informa también que en lo referente a su naturaleza humana Jesús “nació del linaje de David”. Esto sucedía en cumplimiento de la promesa frecuentemente repetida. Véase 2 S. 7:12, 13, 16; Sal. 89:3, 4, 19, 24; 132:17; Is. 11:1–5, 10; Jer. 23:5, 6; 30:9; 33:14–16; Ez. 34:23, 24; 37:24; Mt. 1:1; Lc. 1:27, 32, 33, 69; 3:23–31; Jn. 7:42; Hch. 2:30; 2 Ti. 2:8; Ap. 5:5; 22:16. De no haber sido él descendiente de David, no podría haber sido el Mesías, ya que la profecía respecto a él debe cumplirse.
Su estado de humillación, sin embargo, no podía durar para siempre. Como recompensa por su buena voluntad de soportarla, el fue, por virtud del Espíritu de santidad, designado para ser Hijo de Dios “en poder”, o “investido de poder”.
En lo que tiene que ver con la “designación” desde la eternidad, efectuada en el tiempo, véanse Sal. 2:7, 8; Hch. 13:33; Heb. 1:5; 5:5. La exaltación de que se habla se efectuó a través de su resurrección de entre los muertos; en otras palabras, su gloriosa resurrección fue el primer paso importante en su trayecto a la gloria. Fue seguida por la ascensión de Cristo, su coronación y el acto de derramar al Espíritu Santo.
En la expresión “él fue constituido Hijo de Dios investido de poder”, todo el énfasis recae sobre las palabras escritas en bastardilla. Como ya se ha indicado, él era Hijo de Dios desde toda la eternidad, pero durante el período de su humillación la plenitud de su poder, estaba, por decirlo así, oculta. Por medio de su gloriosa resurrección, su investura de poder no sólo fue resaltada, sino que también comenzó a resplandecer en toda su gloria. La expresión usada aquí nos recuerda la afirmación de Pedro, hecha en un contexto muy similar, a saber: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis Dios le ha hecho a él Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Esta afirmación no implica que antes de su resurrección Jesús no fuera Señor y Cristo. Significa que el poder, majestad y gloria de su exaltado oficio comenzaba ahora a resplandecer con todo su incrementado brillo.
Ahora Ro. 1:4 nos informa que esta manifestación de la investidura de poder de Cristo se llevó a cabo por medio del “Espíritu de santidad”. No se debe identificar a este “Espíritu de santidad” con el elemento espiritual de la naturaleza humana de Cristo en contraste con su elemento físico, o con su naturaleza divina en contraste con su naturaleza humana, sino con el Espíritu Santo, la tercera persona de la divina Trinidad.
Pero aunque la tercera persona es diferente de la segunda, ambos, el Espíritu Santo y Cristo, están relacionados de la manera más íntima. El Dr. H. Bavink dice:
“Por cierto, el Espíritu de santidad ya moraba en Cristo antes de su resurrección; de hecho, desde el momento mismo de su concepción, ya que él fue concebido del Espíritu Santo (Lc. 1:35), fue lleno del Espíritu Santo (Lc. 4:1), le recibió sin medida (Jn. 3:34) … Pero esta gloria que Cristo poseía internamente no podía revelarse exteriormente. El era carne, y debido a la debilidad de la carne él fue matado en la cruz (2 Co. 13:4). Pero en la muerte él puso de lado esta debilidad y cortó toda conexión con el pecado y la muerte. Dios, quien por amor a nosotros entregó a la muerte a su propio Hijo, también lo resucitó de entre los muertos, y lo hizo a través de su Espíritu, quien, como Espíritu de santidad, mora en Cristo y en todos los creyentes (Ro. 8:11). El lo resucitó para que de ese momento en adelante él ya no viviese en la debilidad de la carne sino en el poder del Espíritu”.
Fue debido a este gran poder que el exaltado Salvador divino-humano desde su trono celestial derramó el Espíritu sobre su iglesia, impartiendo fuerza, convicción, valor e iluminación a que previamente habían sido muy débiles. Fue también esta energía la que lo capacitó para lograr conversiones de a miles, de manera tal que aun según el testimonio de los enemigos “el mundo estaba siendo trastornado” (Hch. 17:6). Además, fue como resultado del ejercicio de esta poderosa influencia que la barrera entre judío y gentil, un muro tan formidable que debe haber parecido imposible quitarlo, fue efectivamente destruido. Y fue debido a esta fuerza que el glorioso evangelio del Salvador resucitado y exaltado comenzó a penetrar cada esfera de la vida y continúa haciéndolo hoy.
La obra de impartir vida le es atribuida generalmente al Espíritu Santo:
Envías tu Espíritu, son creados,
Y la faz de la tierra renuevas.
Para siempre sea la gloria al Señor,
Que todas sus obras canten su loor.
Véase Sal. 104:30, 31
Pues bien, si la obra de impartir vida se le atribuye al Espíritu Santo, ¿no es lógico que aquí en Ro. 1:4 se le atribuya también a él la renovación de la vida—la resurrección de Cristo?
Pablo concluye este sumario de nombres de Aquel que es corazón y centro del “evangelio de Dios” (v. 1) añadiendo: “Jesucristo nuestro Señor”. Este muy significativo título demuestra lo que Aquel a quien se describe significa para el apóstol: en realidad, para la iglesia en general y para la de Roma en particular. Nótese: “De Dios Hijo” (vv. 3, 4a) “… nuestro Señor” (v. 4b). Obsérvese también la combinación del nombre personal, Jesus = Salvador, con el nombre oficial Cristo = el Ungido. La adoración: Señor (Dueño, Gobernante, Proveedor) es colocada a la par con la apropiación: nuestro Señor. Es por medio de “Jesucristo nuestro Señor” que el verdadero evangelio llega a su culminación. Aparte de él la salvación es imposible. Con él como nuestro soberano gozosamente reconocido, objeto de nuestra confianza y amor, la condenación es impensable. Véase Ro. 8:1.
Habiéndose presentado en el versículo 1, Pablo añade ahora más información sobre sí mismo; más precisamente sobre sí mismo en relación con “Jesucristo nuestro Señor”, de quien había recibido su importante comisión:
5.… por medio de quien y por cuya causa recibimos el don del apostolado, para suscitar obediencia de fe entre todos los gentiles …
Tomado literalmente, el pasaje dice: “por medio de quien y por cuya causa recibimos gracia y apostolado”. Muchos traductores han retenido estas palabras, en ese mismo orden, en sus versiones. Así interpretado, Pablo estaría diciendo que él había recibido dos cosas (a) gracia; es decir, el favor inmerecido de Dios que otorga salvación, más (b) el apostolado. Esta interpretación puede ser correcta.
Personalmente estoy a favor de otro punto de vista, a saber, que lo que aquí tenemos en el versículo 5 es un caso de hendiadys (la expresión idiomática del “uno por medio de dos; o sea, un concepto es expresado por dos sustantivos vinculados por y), y que el significado es, consecuentemente, “el don (o gracia) del apostolado”. Estoy a favor de esta interpretación y traducción por las siguientes razones:
1. En el presente contexto es difícil ver por qué enfatizaría Pablo que él es un hombre salvado por la gracia.
2. También en Ro. 15:15, 16, la “gracia” mencionada es el ministerio de Pablo, su oficio apostólico. Y cf. 12:6.
Cuando Pablo dice: “Recibimos”, lo más probable es que él esté usando el plural literario. De ser así, él se está refiriendo a sí mismo y no a otros también.
¿Cuándo recibió Pablo de “Jesucristo nuestro Señor” el don del apostolado, con el mandato implícito de ejercerlo? Muchos pasajes vienen a la mente; por ejemplo: Hch. 9:1–9 (nótese especialmente el versículo 15); 18:9, 10; 22:6–21; 26:12–18; Ro. 15:15, 16. Entre todos estos hay dos que merecen una mención más que pasajera:
En el primero, Jesús aparece hablándole a Pablo en relación con la inolvidable visión que este último recibió cuando era un incansable perseguidor en camino a Damasco. En respuesta a la pregunta de Pablo “¿Quién eres, Señor?”, el Señor contestó: “Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque para esto me he aparecido a ti, para ponerte (para que seas) ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas que te mostraré, librándote de tu propio pueblo y de los gentiles, a quienes te envío, para abrir sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios; para que reciban por la fe que es en mí perdón de los pecados y herencia entre los santificados” (Hch. 26:15b–18).
En el segundo, que describe lo que sucedió poco después, cuando Pablo estaba orando en el templo, se dice que él cayó en trance y oyó que el Señor le decía; “Vé, porque te enviaré lejos a los gentiles” (Hch. 22:21).
En ambos pasajes se describe al apóstol como un hombre que recibió su misión apostólica de Jesucristo. Véase también C.N.T. sobre Gá. 1:1.
Nótese “por medio de quien y por cuya causa”. Esto significa que no sólo es cierto que Pablo recibió su apostolado de, o a través de, Cristo, sino que también es un hecho que lo recibió para que por medio del mismo él pudiese proclamar el nombre de Cristo y promover su causa.
El propósito por el cual Pablo fue designado era el de suscitar obediencia de fe. Tal obediencia está basada en la fe y surge de la fe. En realidad, la fe y la obediencia están unidas tan estrechamente que se las podría comparar con gemelos idénticos. Cuando se ve a uno, se ve al otro. Una persona no puede tener una fe genuina sin tener obediencia, ni viceversa.
Una notable ilustración de este hecho es ofrecida por el apóstol mismo en dos pasajes sinónimos, en los que el primero tiene que ver con la fe, y el segundo con la obediencia:
Ro. 1:8, “… Doy gracias a mi Dios por medio de Cristo Jesús por todos vosotros, porque se habla de vuestra fe por todo el mundo”.
Ro. 16:19, “Porque el informe de vuestra obediencia ha llegado a todos”. Es por medio de la obediencia de fe que una persona abraza a Cristo.
Después que Pablo ha escrito “… para suscitar obediencia de fe entre todos los gentiles”, el continúa, diciendo:
6.… incluyéndoos también a vosotros, los llamados de Jesucristo …
Es evidente que Pablo, quién en los vv. 1–5 ha estado hablando no sólo de sí mismo y de su oficio apostólico sino también del evangelio cristocéntrico, se vuelve ahora específicamente a los a quienes se está dirigiendo. Por cierto, nunca han estado ausentes de su mente. Pero ahora él los menciona como quienes estaban definitivamente incluidos en el número de aquellos para quienes el evangelio estaba destinado.
Hablando en términos generales, el apóstol se goza en poder afirmar que la iglesia de Roma no sólo había sido invitada a abrazar a Jesucristo como Señor y Salvador, sino que por la gracia soberana de Dios también había respondido favorablemente a la invitación. Pablo está hablando entonces de lo que muchas veces ha sido denominado “el llamado eficaz” (Ro. 8:28, 30; 9:24; 1 Co. 1:9, 24, 26, etc.)
Implícito en estas palabras está también el hecho de que Pablo está muy consciente de que él tiene un derecho muy especial y definido de dirigirse a esta gente. ¿No es él “el apóstol (por excelencia) a los gentiles”? Además del versículo inmediatamente precedente (v. 5), véanse también Ro. 11:13; 15:16; Gá. 2:8, 9; Ef. 3:8; 1 Ti. 2:7. ¿Y no es la implicación más natural de las palabras, “entre todos los gentiles, incluyéndoos también a vosotros” (o, “entre los cuales vosotros también estáis”) ésta, a saber, que los a quienes Pablo se dirige aquí eran mayormente gentiles de raza y que habían sido en un tiempo gentiles también por religión? Véase Introducción, Sección IV.
Cuando Pablo denomina a los destinatarios “los llamados de Jesucristo”, él quiere decir “aquellos que en virtud de haber sido eficazmente llamados pertenecen a Jesucristo, son su pueblo”. Ellos son aun ahora su exclusiva propiedad, habiendo sido entregados a él por el Padre. Véase Jn. 10:27, 28: Cf. Jn. 17:6, 9, 24; Tit. 2:14; 1 P. 2:9. Véase también 1 Co. 6:19, 20. Esta inclusión en la familia de Dios está también implícita en las palabras
7.… a todos los que están en Roma que son amados de Dios, santos en virtud de haber sido llamados: …
Por medio de la frase: “a todos los que están en Roma que son amados de Dios” Pablo continúa lo que había comenzado en el v. 6, a saber, describir a los a quienes se dirige. Ahora incluye en su descripción el nombre del lugar donde viven, Roma. Las razones por las cuales creemos que las palabras “en Roma” son una parte genuina del texto pueden verse en Introducción VI, bajo Texto.
En cuanto a la expresión “amados de Dios” (o: “amados por Dios”), un estudio del libro de Romanos en su totalidad revela que para Pablo estas palabras indican no sólo que Dios ama ahora a los creyentes que están en Roma sino que él los ha amado desde toda la eternidad (cf. Jer. 31:3), y nunca dejaría de amarlos (Ro. 8:31–39). Sabemos que esta es la opinión del apóstol porque, según él lo ve, el afecto de Dios por sus hijos es una cadena irrompible (Ro. 8:29, 30). Abarca desde una eternidad hasta la otra. Es un amor que precede, acompaña y sigue el amor de ellos por Dios. Y, lógicamente, aun el amor de los hombres por Dios no debe ser visto como una entidad independiente. Más bien: “Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). La misma idea está ciertamente implícita en las enseñanzas de Pablo sobre este tema. Véanse Ro. 5:5–11; 8:28.
Pablo añade: “santos en virtud de haber sido llamados”.
Aunque los intérpretes no han escatimado esfuerzos para llamar la atención a este significado del original, los traductores continúan ofreciéndonos “llamados a ser santos”. Pero eso no es lo que dice Pablo. El les dice a los cristianos romanos lo que, por gracia, ellos son aun ahora. El afirma que algo les ha pasado: han sido eficazmente llamados. Por este llamado interno o eficaz se entiende aquella operación del Espíritu Santo por la cual él aplica de tal manera el evangelio a las mentes y corazones de los pecadores que ellos se dan cuenta de su culpa, comienzan a comprender su necesidad de Jesucristo, y lo abrazan como su Señor y Salvador. Así se convierte esta gente en santos, es decir, gente que ha sido “apartada” para vivir vidas a la gloria del trino Dios quien se reveló en Cristo Jesús.
Como ya se dijo antes, Pablo había sido totalmente entrenado en el contenido de lo que hoy denominamos el Antiguo Testamento. El sabía que durante la antigua dispensación hubo ciertos lugares, objetos y personas que habían sido “apartados” y “consagrados” al servicio de Dios; por ejemplo, el santuario (1 R. 8:10) y el lugar santísimo (Ex. 26:33), el diezmo de la tierra (Lv. 27:30), los sacerdotes (Lv. 21:6, 7), y aun los israelitas en conjunto, vistos a distinción de las otras naciones (Ex. 19:6; Lv. 20:26; Dt. 7:6; Dn. 7:22). Es esta idea que en el Nuevo Testamento se aplica a los cristianos en general. Ellos son el “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” de la nueva dispensación, escogido para declarar las alabanzas de Dios (1 P. 2:9). El santo es, entonces, una persona cuya culpa ha sido borrada en base a la expiación vicaria de Cristo y que, en consecuencia, por medio del poder del Espíritu que mora en él, se esfuerza en vivir para la gloria de Dios. Se trata de uno que ha sido “apartado” y “consagrado” para servir.
Pablo, entonces, afirma que los destinatarios de esta carta son esa clase de personas. Son santos en virtud de haber sidos efectivamente llamados.
Pero ahora, tras haber rechazado la traducción “llamados a ser santos” por ser errónea, hay que ser justo y destacar que precisamente esta traducción, aunque lejos de ser satisfactoria, contiene un elemento de valor. Apunta al hecho de que la persona que por la soberana gracia y poder de Dios ha llegado a ser santo, no puede dormirse en sus laureles. Por el contrario, al ser ahora un santo, debe esforzarse día tras día en vivir como un santo debe vivir. Esto es aun más cierto debido a que mientras esté todavía en este mundo, sigue siendo un pecador. Deber esforzarse lo más posible—no por su propio poder, puesto que no tiene ninguno, sino por el poder del Espíritu Santo—para ser “santo(s) e irreprensible(s) delante de él” (Ef. 1:4). Y si es realmente un santo, también hará esto. Así vemos que aun una equivocada traducción de Ro. 1:7 puede apuntar en la dirección correcta.
Pablo ha llamado a estos romanos “los llamados de Jesucristo, amados de Dios, santos”. “Pero, ¿por qué,” podemos preguntarnos, “es él tan generoso en su alabanza a esta gente y tan ansioso por asegurarles que los ama … y aun mejor, que Dios los ama?” Lo probable es que lo haga porque él sabe, y ellos saben, que él, Pablo, no ha fundado esta iglesia. Es como si estuviera diciendo: “Yo os amo tan sincera y profundamente como si yo mismo hubiese sido el fundador de vuestra iglesia. Y me considero vuestro apóstol; sí, realmente vuestro”.
Gracia a vosotros y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Esta es la forma de saludo que hallamos en la mayoría de las epístolas de Pablo. En Colosenses y en 1 Tesalonicenses hay una abreviación; en 1 y 2 Timoteo hay una ampliación, al ha berse insertado la palabra “misericordia” entre “gracia” y “paz”. En Tito las palabras “nuestro Salvador” han sido sustituidas por “nuestro Señor”.
Lo que vemos aquí en Romanos, etc., es que la forma griega de saludar ha sido combinada con la forma judía. El griego dice ¡Chaire! = “¡Gozo a vosotros!” El judío dice ¡Shalom! = “¡Paz!” Pero no sólo se han unido estos dos saludos por Pablo sino que se han transformado al mismo tiempo en un saludo peculiarmente cristiano. En relación con esto vale la pena notar que chaire ha sido cambiada a charis = gracia.
La gracia, como se usa aquí, es el favor inmerecido y espontaneo de Dios en acción, la benevolencia libremente otorgada en función, brindando salvación a pecadores cargados de culpa que buscan refugio en él. Es algo así como el arco iris que rodea el trono mismo y del cual salen relámpagos, estruendos y truenos (Ap. 4:3, 5). Pensamos en el Juez que no sólo remite el castigo sino que también cancela la culpa del ofensor y luego lo adopta como hijo.
La gracia trae paz. Esta última es tanto un estado, el de reconciliación con Dios, como una condición, la convicción interna de que todo está bien. La paz es la gran bendición que Cristo, por medio de su sacrificio expiatorio, otorga a la iglesia (Jn. 14:27), y ella sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). No es el reflejo de un cielo sin nubes en las tranquilas aguas de un pintoresco lago, sino más bien la hendidura en la roca en la cual el Señor esconde a sus hijos cuando truena la tormenta (piénse se en el tema de la profecía de Sofonías); o, para cambiar la figura un poco, pero reteniendo el pensamiento central, es el lugar de refugio bajo las alas donde la gallina reune a sus polluelos, de modo tal que los mismos están seguros mientras que la tormenta se desata con toda su furia sobre ella.
Ahora bien, esta gracia y paz tiene su origen en Dios nuestro (¡preciosa palabra que nos permite apropiar y vernos incluidos!) Padre, y que ha sido merecida a favor de los creyentes por aquel que es el gran Amo-Dueño-Conquistador (“Señor”), Salvador (“Jesús”), y Profeta-Sacerdote-Rey (“Cristo”), y quien, debido a su triple unción “puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Heb. 7:25).
Para más detalles que tienen que ver con ciertos aspectos de los saludos iniciales de Pablo, consúltese C.N.T., sobre 1 y 2 Tesalonicenses, pp. 47–56; sobre Filipenses, pp. 55–60; y sobre 1 y 2 Timoteo y Tito, pp. 59–67, 383–388.
Sección I La Introducción de Pablo
Romanos 1:1–17
A. EL SALUDO APOSTÓLICO, 1:1–7
Todas las cartas de la antigüedad principiaban en cierta forma: “Gayo a Junius, saludos.” Pablo usa la forma acostumbrada: Pablo… a todos los que estáis en Roma, pero luego la ensancha y le da un énfasis cristiano a cada parte de la fórmula. La longitud del saludo se explica por el hecho de que Pablo no había fundado la iglesia en Roma, ni la había visitado todavía. Además, desde el mero principio el Apóstol siente la necesidad de exponer los puntos sobresalientes de la polémica que pronto principiará. Esto de por sí le da un peso inusitado a sus palabras iniciales. “Son mucho más que una introducción formal. Una y otra vez el tema tremendo de la epístola aparece en ellas. El gran asunto está presente desde el principio.”2
Pablo se presenta a sí mismo como un siervo (doulos, siervo sin derechos, o esclavo) de Jesucristo (1). Esto es mucho más que una expresión de humildad; Pablo está completamente a la disposición de su Amo. “El hombre que está hablando aquí es un emisario, obligado a desempeñar su deber; (es) el ministro de su Rey; un siervo, no un amo. Por muy importante y grande que Pablo haya sido, el tema esencial de su misión no yace en sí mismo sino por encima de él.” Abraham (Gn. 26:24; Sal. 105:6, 42), Moisés (Nm. 12:7–8), David (2 S. 7:5, 8), y los profetas (Am. 3:7; Is. 20:3; Jer. 7:25) fueron llamados siervos del Señor. Este es el primer caso de un uso similar en el Nuevo Testamento, y “es notable cuán calladamente San Pablo se ubica en el lugar de los profetas y líderes del antiguo pacto, y cuán calladamente substituye el nombre de su propio Señor en una conexión que hasta entonces había estado reservada para el de Jehová”.
El Apóstol procede a identificarse un poco más, como uno llamado a ser apóstol. La frase griega (kletos apostolos) significa literalmente “un apóstol llamado”. Godet explica que esto significa “un apóstol por virtud de un llamamiento”. Kletos también tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Abraham (Gn. 12:1–3), Moisés (Ex. 3:10), y los profetas (Is. 6:8–9; Jer. 1:4–5; Am. 7:14–15) fueron siervos de Dios por llamamiento divino. Asimismo lo fue Pablo. Apostolos significa literalmente “un mensajero” (“uno que es enviado a que vaya”); es el equivalente griego de “misionero” que se deriva de la voz latina missus. Apóstol tiene dos significados. En el más estrecho de los dos es aplicable a los Doce originales (Mr. 3:14; Lc. 6:13), pero en un sentido más amplio es usado para Bernabé (Hch. 14:4, 14), tal vez Santiago el hermano de Jesús (Gá. 1:19) y otros (Ro. 16:7). Pablo era un apóstol en el sentido más amplio del término, pero al referirse a sí mismo como kletos apostolos, él estaba recalcando el hecho de que no era un apóstol meramente por virtud de poseer los requisitos descritos en Hechos 1:21–22, sino merced a que había tenido un encuentro personal con el Cristo resucitado (cf. 1 Co. 15:8; Gá. 1:1, 15–16). “Su llamado a ser un apóstol, un comisionado especial de Cristo, había venido directamente, aduce Pablo, ‘por Jesucristo y por Dios el Padre’ (Gá. 1:1), quien había puesto en sus hombros la responsabilidad de proclamar el evangelio al mundo gentil (Gá. 1:16).”
Apartado para el evangelio de Dios es entonces un paralelo de kletos apostolos. Apartado (aphorismenos) tiene el mismo significado en su raíz que fariseo (farisaios). “Pablo, quien se había apartado a sí mismo de la ley, es apartado por Dios para el evangelio.” “¿Hemos entonces de llamarle un fariseo?” nos pregunta Barth, y nos contesta: “Sí, un fariseo—‘apartado’, aislado y distinto. Pero es un fariseo de un orden superior.”8 Es apartado para el evangelio de Dios. La dedicación es la respuesta humana al acto divino de separación. Dios separa a sus siervos, quienes entonces y a su vez se dedican a sí mismos para Dios. La aceptación humana del acto divino de separación demuestra el lugar de la agencia moral libre en la implementación del plan preordenado de Dios (cf. 1 Co. 9:27). El evangelio de Dios es “la gozosa proclamación divina de la victoria y la exaltación de su Hijo, y la liberación y amnistía resultantes de las que podemos disfrutar a través de la fe en El”.
A continuación Pablo procede a mostrar que hay continuidad entre la dispensación del evangelio y el antiguo pacto. La buena nueva había sido prometido (a) antes por sus profetas en las santas Escrituras (2). El evangelio representa, no un rompimiento con el pasado, sino una consumación del pasado. Por ende, Pablo escribe en 1 Corintios 15:3–4 “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras… y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. La insistencia y la repetición de que todo esto sucedió de acuerdo a las Escrituras nos demuestran cuán vital era esta verdad para Pablo. “Las palabras de los profetas, por largo tiempo encerradas bajo llave y candado, ahora han quedado en libertad… Ahora podemos ver y entender lo que fue escrito, pues tenemos una ‘entrada al Antiguo Testamento’ (Lutero).”
Pero aunque el evangelio tiene su fuente en Dios, las buenas nuevas son acerca de su Hijo (3), en quien todas las promesas del Antiguo Testamento hallan su cumplimiento (2 Co. 1:20), y por quien todos los actos salvíficos de Dios son llevados a cabo (2 Co. 5:18–19). “El evangelio tiene un solo centro alrededor del cual gira. De principio a fin trata del Hijo de Dios.” Una fórmula (probablemente un credo) explora la naturaleza del Hijo de Dios, de quien declara que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (3–4). Varios pasajes del Nuevo Testamento afirman la ascendencia davídica de Jesús (p. ej. Mt. 1:1; Hch. 2:30; Ap. 5:5); empero, esta es la única referencia paulina de la que no hay duda alguna, a ello (pero cf. 15:12). C. K. Barrett escribe: “Es probable que Pablo mencione lo último porque está citando una fórmula que él mismo no había forjado; y no es imposible que la esté citando con el fin de aprobar su ortodoxia a personas de quienes él sabía que reconocerían la fórmula al leerla.” Parece haber armonía de opinión entre los eruditos contemporáneos sobre este particular. Franz J. Leenhardt hace la observación adicional de que la fórmula probablemente tenía un origen palestino, lo que es sugerido por el interés de relacionar al Mesías con el linaje de David, y asimismo con la predicación de Pedro en Hechos.14
La clave para entender esta fórmula cristológica es captar su carácter antitético. Según la carne, Jesús era descendiente de David, de acuerdo a la promesa antiguotestamentaria que llama Mesías al Hijo de David. Pero Cristo no sólo comparte nuestra humanidad común. Según el Espíritu de santidad, Aquel que en su existencia humana pertenecía a la simiente de David fue declarado Hijo de Dios con poder… por la resurrección de entre los muertos. “Se implica que hay dos verdades que declarar acerca de Cristo, que en efecto no son contradictorias entre sí, sino complementarias la una de la otra, pero diferentes la una de la otra. Cristo pertenece a dos esferas u órdenes de existencia, denotados respectivamente por la carne y el Espíritu.”
Empero, hay una verdad más básica aún debajo de la fórmula. Y es que Jesús fue desde el principio Hijo de Dios quien se manifestó primero en debilidad, y luego en potencia. Fue el Hijo preexistente que se encarnó, a quien Dios “envió” en la carne (8:3; cf. 8:32; Gá. 4:4). El participio griego traducido era (3) es genomenou y correctamente denota “transición de un estado o modo de subsistencia a otro”. “Es correctamente parafraseado ‘Quien fue nacido’ y es prácticamente equivalente a la frase juanina ‘elthontos eis ton kosmon’ (‘venía al mundo’).”
De modo que Jesús, como hombre, era del linaje de David, pero fue declarado Hijo de Dios con poder por la resurrección. La palabra declarado (horisthentos) es traducida “determinado”, “determinaron”, y “determina” (Lc. 22:22; Hch. 11:29; 17:26, 31; y He. 4:7, respectivamente). John Murray declara llanamente: “No hay ni necesidad ni justificación para recurrir a cualquier otra traducción además de la que han provisto esos otros usos de la palabra en nuestro Nuevo Testamento, o sea que Jesús fue ‘nombrado’ o ‘constituido’ Hijo de Dios con poder y señala por lo tanto a una investidura que tuvo un principio histórico paralelo al principio histórico mencionado en el verso 3.” La verdad es parecida a la que es expresada en Hebreos 1:5, sobre la cual Wiley ofrece el siguiente comentario:
Las palabras “yo te he engendrado hoy” (1:5a) son aplicadas por San Pablo a la resurrección en Hechos 13:33, y por San Juan en Apocalipsis 1:5. El Hijo fue de cierto el “unigénito del Padre” antes del universo, y la deidad del Hijo se encuentra necesariamente como base de la encarnación y de la resurrección, de otra manera excluiría su trabajo como Mediador. Pero el Hijo también fue engendrado otra vez en la resurrección, que marcó la demostración total de la humanidad de Jesús de su estado de humillación al de glorificación y exaltación.
De modo que, sea que traduzcamos horisthentos como declarado (R-V, VM, VP.) o constituido, (BJ.), no estamos amenazando la doctrina de la deidad esencial de Cristo. La frase que importa es con poder. Ni debemos olvidar tampoco que en el verso 3 el Señor es ya visto no sencillamente como el Hijo eterno sino como el Hijo encarnado, sujeto a condiciones históricas—las condiciones humanas de haber nacido del linaje de David. Nygren enfoca sobre todas estas verdades al decir: “Desde luego que El era, desde el principio el Hijo de Dios, pero en debilidad y bajeza. La gloria divina, que anteriormente había estado escondida, se manifestó después de la resurrección. Desde esa hora El es el Hijo de Dios en un nuevo sentido; El es el Hijo de Dios con poder, el hijo de Dios en gloria y en plenitud de poder.”
Otras tres frases de la fórmula demandan nuestra atención. La más difícil de ellas es la que es traducida literal y exactamente el Espíritu de santidad. ¿Es esta una referencia al espíritu humano de Jesús o al Espíritu Santo? ¿Es un contraste entre la carne de Jesús y su espíritu; o lo es entre su naturaleza humana (“la esfera de la carne”) por un lado, y su naturaleza celestial (“La esfera del Espíritu Santo”) por el otro? Al escribir “Espíritu de santidad” con mayúscula la R-V lo identifica con el Espíritu Santo. Es cierto que Pablo no se refiere en ningún otro lugar al Espíritu Santo con esta frase (pneuma hagiosynes), la cual es probablemente de origen semítico; pero este problema es resuelto si aceptamos la tesis de que el Apóstol está citando una fórmula palestina.
Una segunda frase que pudiera parecer sorprendente a los lectores de griego es la que R-V traduce: por la resurrección de entre los muertos. Literalmente la frase significa “la resurrección de aquellos que están muertos”. Pablo en efecto dice que Cristo fue designado o declarado el Hijo de Dios con poder “por una resurrección de muertos”. Nygren interpreta a Pablo como queriendo decir: “Mediante Cristo la edad de la resurrección ha irrumpido sobre nosotros. Aquel que cree en el Hijo de Dios ‘ha pasado de muerte a vida’ (Jn. 5:24).” En Efesios 1:19–2:7 encontramos una expansión de la misma verdad. El mismísimo poder que levantó a Cristo de los muertos nos ha resucitado de la muerte del pecado. Y el significado final de todo ello es dado en 1 Corintios 15:19–58. “Así que la resurrección es el punto de viraje en la existencia del Hijo de Dios. Antes de ello El era el Hijo de Dios en debilidad y bajeza. Mediante la resurrección El se volvió el Hijo de Dios con poder. Pero la resurrección es también el punto de viraje en la existencia de la humanidad. Antes de ello toda la raza estaba bajo el dominio soberano de la muerte; pero en la resurrección de Cristo la vida irrumpió victoriosamente, y una nueva edad principió, la edad de la resurrección y de la vida.”
Finalmente, allí está la frase nuestro Señor Jesucristo (3). La confesión cristiana primitiva era sencillamente “Jesús es Señor” (1 Co. 12:3; Fil. 2:11). Dios designó a Jesús Hijo de Dios con poder por la resurrección y le dio un nombre que es sobre todo nombre, el nombre Señor. El nombre Jesús identifica una Persona recordada, el Hijo encarnado. Cristo nos dice que Este es el Mesías prometido de Israel. Señor lo identifica con el nombre inefable de Dios en el Antiguo Testamento—Yahaveh o Yavé—que es traducido en la Septuaginta por la mismísima palabra que se le atribuye aquí a Jesús, Kyrios. Cuando Dios exaltó a Jesucristo como Señor y le dio el nombre que es sobre todo nombre, fue con el fin de que toda rodilla se doblara y toda lengua confesara que Jesús es Señor.
La revelación del señorío de Jesús termina la fórmula cristológica que Pablo cita y también amplía y explica la naturaleza de la comisión del Apóstol de predicar el evangelio en Roma. Del Señor exaltado y glorificado Pablo había recibido la gracia y el apostolado (5). No todo aquel que recibe la gracia es hecho un apóstol. Pero para Pablo ambos eran inseparables. El no se convirtió primero y luego fue llamado a ser apóstol. Más bien dicho, Pablo recibió el doble llamado en el camino a Damasco (cf. Hch. 9:15; Gá. 1:15–16). En el momento de su conversión fue comisionado a llevar el evangelio a los gentiles entre todas las naciones por amor de su nombre.
Puesto que Jesucristo es Señor de todos, toda rodilla debe doblarse ante El y toda lengua debe confesar su nombre. La frase traducida aquí para la obediencia a la fe (eis hupakoen pisteos) literalmente significa “a la obediencia de fe” (“para predicar la obediencia de la fe”, BJ.). El contexto aclara el significado. El señorío y la obediencia son términos correlativos. J. A. Beet ofrece un comentario atinado: “El acto de fe es sumisión a Dios.”24 Puesto que el pecado hace del yo el fin y la regla de la vida, la fe significa la abdicación del yo, y la exaltación de Jesucristo como Señor. El propósito de Pablo es traer a todo ser humano “a la obediencia de fe”.
El Apóstol ha llegado al punto en el que puede dirigirse directamente a la iglesia en Roma. La frase entre los cuales estáis también vosotros (6) identifica a la congregación romana como que es gentil en su mayoría. Como el Apóstol a los Gentiles, Pablo tiene el derecho de dirigirles esta epístola a ellos y a predicar el evangelio entre ellos. Empero, no se refiere a ellos como gentiles sino como cristianos. Han sido llamados a ser de Jesucristo, y lo que es más, son amados de Dios, llamados a ser santos (7).
La frase llamados a ser de Jesucristo es una traducción muy atinada, si bien hay otras traducciones: “llamados para ser de Jesucristo” (VM.), “llamados de Jesucristo” (BJ.). Pero, ¿cómo llegamos a pertenecer a Jesucristo? Una versión (NEB) reza: “Vosotros que habéis oído el llamado y pertenecéis a Jesucristo.” Nosotros tenemos la tendencia a recalcar el hecho de que voluntariamente decidimos seguir a Cristo, o ser de El. Pero el Nuevo Testamento recalca el hecho del llamado de Dios. Por esta razón Pablo se dirige a los romanos y los llama los kletoi, o sea, los llamados. Sanday y Headlam señalan que hay una diferencia entre el uso de este término en los evangelios y en las epístolas. “En los evangelios los kletoi son todos aquellos que son invitados a entrar al reino de Cristo, sea que acepten la invitación o la declinen; los eklektoi (escogidos o electos) son un grupo más pequeño, seleccionados para un honor especial (Mt. 22:14). En las cartas de San Pablo ambas palabras son aplicadas a las mismas personas; kletos implica que el llamado no sólo ha sido dado sino obedecido.” Al referirse a los creyentes como los llamados, el Nuevo Testamento mantiene delante de nosotros la importantísima verdad de la iniciativa divina en la salvación, que es completamente por la gracia “no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8–9).
Los cristianos en Roma son también amados de Dios (agapetois theou, 7). Aquí Pablo usa la gran palabra del Nuevo Testamento para el amor, agape. Este agape es el propio amor de Dios que se reveló supremamente en la cruz, donde Cristo murió por nosotros cuando éramos “enemigos” (Ro. 5:10). Ese mismo amor ha sido derramado en los corazones de los cristianos por el Espíritu Santo (5:5). “Ese amor ahora envuelve toda su vida. De aquí en adelante ningún poder logrará separarlos del amor de Dios en Cristo Jesús (8:35–39). Cuando Pablo se dirige a los cristianos como ‘amados de Dios’, él está usando esa palabra con su significado más profundo e inclusivo. Esa designación caracteriza toda su existencia como cristianos.”
Finalmente Pablo los llama llamados a ser santos (kletois hagiois). Godet ha hecho la observación de que “llamados santos tiene un significado muy diferente de llamados a ser santos (lo cual implica que no lo son). El significado es: santos por virtud de un llamado, lo que implica que lo son en realidad”. En el Nuevo Testamento todos los creyentes son “santos” (hagioi) (15:25–26, 31; 16:2, 15).
La idea básica de la santidad es separación. Los santos son los que componen el pueblo de Dios y que han sido separados de entre “todos los pueblos que están sobre la tierra… para serle un pueblo especial” (“para que le seas un pueblo de exclusiva posesión”, VM.) (Dt. 7:6; 1 R. 8:53; 1 P. 2:9–10). En este sentido los cristianos en Roma eran santos. Ya no eran sencillamente gentiles; habían sido llamados “a pertenecerle a Cristo Jesús”. “Eran hombres de quienes Dios había tomado posesión. Pudieran ser carnales como los corintios (1 Co. 3:3), pero como los corintios todavía eran santificados en Cristo (1 Co. 1:2).”
Los santos no son sólo los separados; son también los purificados. “Puesto que el pecado es la autoelevación del yo hasta que llega a ser el propósito y la regla de la vida, el pecado es absolutamente opuesto a la santidad. La santidad de Dios le hace intolerante con el pecado, puesto que el pecado le roba lo que su santidad demanda. Sólo los santos son puros, y sólo los puros son santos.” Esta purificación principia en la conversión. Al interpretar 1 Corintios 6:9–11, Juan Wesley hace esta luminosa observación: “ ‘Ya habéis sido lavados’, dice el Apóstol y añade, ‘ya habéis sido santificados’; lo cual significa limpiados de ‘fornicación, idolatría, embriaguez’ y todos los demás pecados externos, y sin embargo al mismo tiempo y en otro sentido de la palabra todavía no eran santificados, no estaban lavados, no eran interiormente lavados de la envidia, de pensar mal, de la parcialidad.” Todos los santos han sido purificados del pecado en el sentido de que las demandas de Dios sobre ellos han quebrado el reino del pecado en sus vidas; y habiendo recibido al Espíritu santificador, ahora anhelan ser limpiados de la raíz del pecado que permanece adentro. Los santificados por completo son aquellos que se han consagrado completamente a Dios en un acto de consagración decisiva y que están siendo transformados por “la renovación de (su) entendimiento” (6:13; 12:1–2; cf. 1 Co. 7:1; 1 Ts. 5:23–24).
Llegamos ahora a las palabras de saludo de Pablo: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo (7). El saludo tradicional de las cartas griegas de la antigüedad era sencillamente la palabra chairein (saludos). Pablo usa una palabra parecida charis (gracia) que significa el favor gratuito e inmerecido de Dios, y añade eirene (paz), que es la serenidad interior, el sentimiento de bienestar que los seres humanos disfrutan mediante la gracia de Dios. Puesto que paz (heb., shalom) era el saludo judío tradicional, la frase paulina, gracia… y paz, que es su saludo en todas sus cartas, combina los saludos hebreo y griego.
De Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo es una frase significativa, que nos sugiere cuán estrechamente unidos estaban en la mente de Pablo el Padre y Jesucristo. La gracia viene del Padre a través de Cristo (3:24).
Introducción
Romanos 1:1–17
El evangelio de Dios y el vehemente anhelo de Pablo de compartirlo
Pablo comienza su carta de forma muy personal. El pronombre personal y el posesivo (yo, me, mi) aparecen más de veinte veces en estos versículos iniciales. Evidentemente está ansioso desde el comienzo por establecer una relación íntima con sus lectores. Su introducción consta de tres partes, que llamaré ‘Pablo y el evangelio’ (1–6), ‘Pablo y los romanos’ (7–13) y ‘Pablo y la evangelización’ (14–17).
1
Pablo y el evangelio
Romanos 1:1–6
Las pautas para la composición de cartas varían de una cultura a otra. Nuestra forma moderna es la de dirigirnos al destinatario primeramente (‘Querida Juana’) y sólo al final identificarnos a nosotros mismos (‘Con afecto, José’). En el mundo antiguo se usaba el orden inverso, es decir, el o la que escribía se anunciaba al comienzo y a continuación mencionaba al destinatario o la destinataria (‘José a Juana, ¡saludos!’). Normalmente Pablo seguía el estilo de sus días, pero en este caso ofrece una descripción más completa de sí mismo que lo usual, en relación con el evangelio. Es probable que la razón sea que él no fue el fundador de la iglesia de Roma. Tampoco la había visitado todavía. Por lo tanto, siente la necesidad de presentar sus credenciales como apóstol y una síntesis del evangelio. Comienza así: Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para anunciar el evangelio de Dios. ‘Siervo’ es doulos, y en realidad debería traducirse ‘esclavo’. En el Antiguo Testamento hubo una honorable sucesión de israelitas, comenzando con Moisés y Josué, que se describieron como ‘siervos’ o ‘esclavos’ de Yahvéh (por ej. ‘Yo, Señor, soy tu siervo’). Yahvéh, el Señor, también designaba a Israel colectivamente ‘mis siervos’.2 Es notable con cuánta facilidad el título ‘Señor’ fue transferido, en el Nuevo Testamento, de Yahvéh a Jesús (por ej., los versículos 4, 7); y los ‘siervos’ del Señor ya no son los que pertenecen a Israel, sino todo su pueblo, sean judíos o gentiles.
‘Apóstol’, por otra parte, fue un nombre distintivamente cristiano desde el comienzo, en el sentido de que Jesús mismo lo eligió como su manera de referirse a los Doce, y Pablo sostenía que él había sido agregado a ellos.4 Las cualidades distintivas de los apóstoles eran que habían sido directa y personalmente llamados y comisionados por Jesús, que eran testigos oculares del Jesús histórico, por lo menos (y especialmente) de su resurrección, y que habían sido enviados por él a predicar con su autoridad. De esta manera los apóstoles del Nuevo Testamento se asemejaban tanto al profeta del Antiguo Testamento, que era ‘llamado’ y ‘enviado’ por Yahvéh para hablar en su nombre, como al shalíaj del judaísmo rabínico, que era ‘un representante o delegado autorizado, legalmente facultado para actuar (dentro de determinados límites) en nombre de su jefe’. Es ante este doble fondo que hemos de entender el autorizado papel docente del apóstol.
La doble designación de Pablo como ‘esclavo’ y ‘apóstol’ se destaca de manera especial cuando contrastamos estos vocablos entre sí. ‘Esclavo’ es un título de gran humildad; expresaba el sentido que tenía Pablo de su insignificancia personal, sin derechos propios, al haber sido comprado para pertenecer a Cristo. ‘Apóstol’, por otra parte, era un título de gran autoridad; expresaba su sentido de privilegio y dignidad oficiales en razón de haber sido designado por Jesucristo. Además, ‘esclavo’ es una palabra cristiana general (todos los discípulos consideran a Jesucristo como su Señor), en tanto que ‘apóstol’ es un título especial (reservado para los Doce y Pablo, y tal vez uno o dos más, tales como Jacobo). Como apóstol, Pablo había sido ‘apartado para anunciar el evangelio de Dios’.
¿Cómo quería Pablo que entendieran sus lectores su referencia al hecho de haber sido apartado? La raíz del verbo afōrismenos tiene el mismo significado que el de ‘fariseo’ (farisaios). ¿Se trataba de algo deliberado, dado que Pablo había sido fariseo? Anders Nygren, por ejemplo, que refleja su tradición luterana, escribe que ‘como fariseo Pablo se había apartado para la ley, pero ahora Dios lo había apartado para … el evangelio … Así, en el primer versículo de su epístola nos encontramos con la yuxtaposición de la ley y el evangelio, asunto que es básico en la carta y que constituye, desde un punto de vista, el tema de Romanos.’8 Es discutible, sin embargo, si los lectores de Pablo hubiesen podido captar este juego de palabras. Es más probable que Pablo haya visto un paralelo entre su consagración a ser apóstol y la de Jeremías a ser profeta. En Gálatas, Pablo escribió que Dios lo había apartado (usa allí la misma palabra) desde su nacimiento, y que luego lo había llamado a predicar a Cristo a los gentiles, así como a Jeremías Dios le había dicho: ‘Antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones.’10 Por lo tanto, tenemos que pensar en el encuentro de Pablo con Cristo en el camino a Damasco no sólo como su conversión sino como su designación para ser apóstol (egō apostellō se, ‘te envío’, ‘te hago apóstol’), y especialmente para ser el apóstol enviado a los gentiles.
Por esa razón, las dos expresiones verbales de Pablo, ‘llamado a ser apóstol’ y ‘apartado para anunciar el evangelio de Dios’, van inseparablemente juntas. No se puede pensar en el concepto de ‘apóstol’ sin pensar en el ‘evangelio’, y viceversa. Como apóstol, Pablo tenía la responsabilidad de recibir, formular, defender, sostener y proclamar el evangelio, y de este modo combinar los papeles de depositario, defensor y heraldo. Como lo ha expresado el profesor Cranfield, la función del apóstol era ‘servir al evangelio mediante una proclamación autorizada y normativa del mismo’.
A continuación Pablo pasa a ofrecer un análisis del evangelio para el que ha sido apartado, dividido en seis puntos.
1. El origen del evangelio está en Dios
‘Dios es la palabra más importante en esta epístola,’ escribió el doctor Leon Morris. ‘Romanos es un libro acerca de Dios. Por lejos, ningún tema se trata con la frecuencia del tema de Dios. Todo lo que Pablo trata en esta carta se relaciona con Dios … No hay nada parecido en ninguna otra parte.’ De manera que las buenas noticias cristianas constituyen ‘el evangelio de Dios’. No fue algo inventado por los apóstoles; les fue revelado y confiado por Dios.
Esta sigue siendo la primera y más básica convicción que sustenta a la evangelización auténtica. Lo que compartimos con otros no es un conjunto de especulaciones humanas ni una religión más. Es, más bien, ‘el evangelio de Dios’, las buenas noticias de Dios para un mundo perdido. Sin esta convicción, la evangelización queda vacía de su contenido, de su propósito y de su impulso.
2. La certificación del evangelio es la Escritura
Versículo 2: [el evangelio] que por medio de sus profetas ya había prometido en las Sagradas Escrituras. Es decir, si bien Dios reveló el evangelio a los apóstoles, no les llegó a ellos como una total novedad, porque ya lo había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras del Antiguo Testamento. Hay, de hecho, una esencial continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Jesús mismo dijo con claridad que las Escrituras daban testimonio de él, que él era el Hijo del hombre de Daniel 7 y el Siervo sufriente de Isaías 53, y que, como estaba escrito, tenía que sufrir con el fin de entrar en su gloria. En Hechos oímos a Pedro citar el Antiguo Testamento con referencia a la resurrección y exaltación de Jesús y al don del Espíritu.15 También observamos a Pablo razonar con la gente desde las Escrituras sobre que el Cristo debía sufrir y resucitar, y que este era Jesús. De manera semejante insistió en que fue ‘según [o, de conformidad con] las Escrituras’ que Cristo murió por nuestros pecados y fue levantado al tercer día.17 Así, tanto la ley como los profetas dieron testimonio del evangelio (3:21; ver 1:17).
Tenemos razón, por consiguiente, de estar agradecidos que el evangelio de Dios tiene una certificación doble, a saber, los profetas en el Antiguo Testamento y los apóstoles en el Nuevo. Todos ellos dan testimonio en cuanto a Jesucristo, y es a esto a lo cual se refiere Pablo a continuación.
3. La esencia del evangelio es Jesucristo
Si juntamos los versículos 1 y 3, omitiendo el paréntesis del versículo 2, nos queda la declaración de que Pablo fue apartado para el evangelio de Dios acerca de su Hijo. Porque el evangelio de Dios es ‘el evangelio de su Hijo’ (9). Las buenas noticias de Dios se refieren a Jesús. Como lo expresó Lutero en su glosa de este versículo: ‘Aquí la puerta se abre plenamente para entender las Sagradas Escrituras, es decir, que todo ha de entenderse en relación con Cristo.’ Calvino escribe en forma semejante que ‘todo el evangelio está contenido en Cristo’. Por lo tanto, ‘alejarse un solo paso de Cristo significa alejarse del evangelio’.19
A continuación Pablo describe a Jesucristo mediante dos condiciones opuestas: que según la naturaleza humana era descendiente de David (3), pero que según el Espíritu de santidad fue designado con poder Hijo de Dios por la resurrección. Él es Jesucristo nuestro Señor (4). Aquí tenemos referencias, directas o indirectas, al nacimiento (descendiente de David), a la muerte (a la que se hace referencia por su resurrección), a la resurrección de los muertos, y al reinado (en el trono de David) de Jesucristo. El paralelismo ha sido armado tan cuidadosamente y de manera tan exacta que muchos entendidos suponen que Pablo estaba haciendo uso de un fragmento de algún credo anterior. De ser así, aquí le otorga su aprobación apostólica. Expresa una antítesis entre dos títulos (descendiente de David e Hijo de Dios), entre dos verbos (‘era’ o ‘nació’ como descendiente de David, pero ‘fue designado’ o ‘declarado’ Hijo de Dios), y entre dos cláusulas con función calificativa (kata sarka, ‘según la naturaleza humana’ [literalmente, ‘según la carne’], y kata pneuma hagiōsynēs, literalmente, ‘según el espíritu de santidad’).
Primero, dos títulos. ‘Hijo de David’ era un título mesiánico universalmente reconocido como tal. Lo mismo puede decirse de ‘Hijo de Dios’, particularmente sobre la base de Salmo 2:7. Sin embargo, la forma en que lo entendió Jesús, como se ve tanto en su modo de acercarse a Dios como ‘¡Abba! ¡Padre!’ y en su manera de referirse a sí mismo de modo absoluto como ‘el Hijo’, indica que la designación tiene carácter divino, y no meramente mesiánico. Evidentemente Pablo la usaba de esta manera (no sólo en 1:3–4, sino también, por ej., en 5:10 y 8:3, 32). Los dos títulos hablan conjuntamente, por lo tanto, de su humanidad y de su deidad.
De los dos verbos, el primero ocasiona pocas dificultades. Si bien no significa más que ‘se hizo’, evidentemente se refiere al hecho de que Jesús descendía de David por nacimiento (y quizás por adopción también, ya que José lo reconoció como su hijo). El segundo verbo, en cambio, plantea un problema. La traducción ‘designado [declarado, RVR] con poder Hijo de Dios por la resurrección’ se entiende fácilmente. El problema está en que horizō no significa realmente (o generalmente) ‘declarar’. Se traduce correctamente ‘designar’ cuando se dice que Dios ‘designó’ a Jesús juez del mundo. Pero el Nuevo Testamento no enseña que Jesús haya sido designado, nombrado, establecido o instalado como Hijo de Dios en el momento de la resurrección o mediante ella, por cuanto ha sido el Hijo de Dios eternamente. Esto sugiere que las palabras ‘con poder’ deben unirse al sustantivo ‘Hijo de Dios’ antes que al verbo ‘designar’. En este caso Pablo afirma que Jesús fue ‘designado Hijo-de-Dios-con-poder’23 o incluso que fue ‘declarado como el poderoso Hijo de Dios’ (BAGD). Nygren capta bien este concepto cuando escribe: ‘De modo que la resurrección es punto decisivo en la existencia del Hijo de Dios. Antes de eso era el Hijo de Dios en debilidad y humildad. Mediante la resurrección se transforma en el Hijo de Dios con poder.’
El tercer contraste está en las dos cláusulas de naturaleza calificativa, ‘según la naturaleza humana’ [literalmente, ‘según la carne’] y ‘según el Espíritu de santidad’. Si bien ‘carne’ tiene para Pablo una variedad de significados, aquí evidentemente se refiere a la naturaleza humana de Jesús o a su ascendencia física, aunque tal vez con un sentido de su debilidad o vulnerabilidad, a diferencia del poder implícito en su resurrección y deidad. Por esa razón algunos comentaristas insisten en que, con el objeto de preservar el paralelismo, ‘según el Espíritu de santidad’ debe traducirse ‘según su naturaleza divina’, o por lo menos ‘según su santo espíritu humano’. Pero ‘Espíritu de santidad’ no es de ningún modo una referencia obvia a la naturaleza divina de Jesús. Más aun, no fue solamente una parte de él (su naturaleza divina o su espíritu humano) lo que fue levantado de los muertos o designado Hijo-de-Dios-con-poder por la resurrección. Fue el Jesucristo completo, cuerpo y espíritu, humano y divino.
Otros comentaristas señalan que ‘Espíritu de santidad’ era un hebraísmo natural para el Espíritu Santo, y que había vínculos obvios entre el Espíritu Santo y la resurrección, tanto porque él es ‘el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos’ y, más importante, porque fue el Cristo resucitado y exaltado el que demostró su poder y autoridad con el derramamiento del Espíritu,26 y el que de este modo inauguró para la iglesia la era del Espíritu.
Parecería entonces que las dos expresiones ‘según la naturaleza humana’ y ‘según el Espíritu’ no se refieren a las dos naturalezas de Jesucristo (humana y divina), sino a las dos etapas de su ministerio, preresurrección y postresurrección, la primera débil y la segunda poderosa debido al Espíritu derramado. Lo que aquí se nos presenta es una equilibrada declaración tanto de la humillación y la exaltación, de la debilidad y el poder del Hijo de Dios, de su descendencia humana trazada a partir de David y su divina condición de Hijo-con-poder demostrada mediante la resurrección y el don del Espíritu. Más todavía, esta persona única (simiente de David e Hijo de Dios, débil y poderosa, encarnada y exaltada) es Jesús (una figura humana histórica), Cristo (el Mesías de las Escrituras del Antiguo Testamento), nuestro Señor, dueño y amo de nuestra vida. Tal vez podríamos agregar que los dos títulos de Jesús, ‘el Cristo’ y ‘el Señor’, seguramente apelan en forma especial a los cristianos judíos y a los de origen gentil, respectivamente.
4. La esfera de acción del evangelio abarca a todas las naciones
Ahora Pablo vuelve de su descripción del evangelio a su propio apostolado y escribe: Por medio de él (es decir, el Cristo resucitado), y en honor a su nombre (frase a la que volveremos), recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe (5). Es improbable que al adoptar el plural ‘recibimos’ Pablo quiera asociar a otros apóstoles con él, por cuanto no los menciona en ninguna parte de su carta. Es probable que se trate del plural editorial, o el plural de autoridad apostólica, mediante el cual en realidad se estaba refiriendo a sí mismo. ¿Qué fue, entonces, lo que ‘recibió’ de Dios a través de Cristo? Él lo denomina ‘el don apostólico’ [‘la gracia y el apostolado’, RVR], lo que en el contexto parece querer decir ‘el inmerecido privilegio de ser apóstol’; Pablo siempre atribuía su apostolado a la misericordiosa gracia y nombramiento de Dios.27
Cuando Pablo pasa a declarar el propósito de su apostolado, da a conocer aspectos adicionales del evangelio. Define su alcance como ‘a todas las naciones’. Sugiere que los cristianos de Roma eran predominantemente gentiles, ya que los menciona específicamente: Entre ellas están incluidos también ustedes, a quienes Jesucristo ha llamado (6). Enseguida Pablo describe el evangelio como el ‘poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles’ (1:16). Lo que está declarando es que el evangelio es para todos; su alcance es universal. Él mismo era un judío patriota, que amaba a su pueblo y anhelaba apasionadamente su salvación (9:1–5; 10:1). Al mismo tiempo, había sido llamado a ser el apóstol de los gentiles. Nosotros también, si hemos de estar comprometidos con la misión mundial, tendremos que ser liberados de todo orgullo de raza, nación, tribu, casta y clase, y reconocer que el evangelio de Dios es para todos, sin excepción y sin distinción. Este es un tema de primordial importancia en Romanos.
5. El propósito del evangelio es la obediencia a la fe
Literalmente, Pablo escribe que ha recibido su apostolado ‘para la obediencia de fe entre todas las naciones’. De modo que ‘la obediencia de fe’ es su definición de la respuesta que el evangelio exige. Se trata de una expresión particularmente notable, ya que aparece al comienzo y al final de Romanos (ver 16:26). Es en Romanos donde Pablo insiste más decididamente que en cualquier otra parte que la justificación es ‘por la fe sola’. Con todo, aquí aparentemente escribe que no es por la fe sola, sino por la ‘obediencia de fe’. ¿Ha perdido el rumbo Pablo? ¿Se contradice ahora el apóstol? Por cierto que no; Pablo es consecuente en su pensamiento.
Encontramos tres explicaciones principales de esta frase. La primera es que significa ‘obediencia a la fe’, tomando ‘fe’ aquí como un conjunto de creencias. Y por cierto que se trata de una expresión neotestamentaria. Además, no cabe duda de que los apóstoles se refieren a la conversión en función de obediencia a la verdad o a la doctrina.30 Pero cuando el término ‘fe’ tiene este significado, se esperaría que apareciera con el artículo determinante (‘la fe’), mientras que en realidad aquí todo el contexto de la carta exige una referencia a ‘fe’ (como en 8, 16–17). La segunda posibilidad es que ‘de’ sea un ‘genitivo de equivalencia’, y en ese caso la expresión debería traducirse ‘la obediencia que consiste en fe’. ‘La fe que el apostolado debía promover no era un acto de emoción liviana sino la sincera y devota entrega a Cristo y a la verdad de su evangelio’, dice John Murray. Sin embargo, aunque la fe y la obediencia siempre van juntas, no son equivalentes, y el Nuevo Testamento generalmente mantiene una distinción entre ellas.
La tercera opción es que se trata de un genitivo de fuente o de origen. Así la NIV traduce ‘la obediencia que viene de la fe’, lo cual de inmediato nos recuerda a Abraham, quien ‘por la fe … obedeció’.32 Al mismo tiempo notamos que esta es la obediencia de fe, no la obediencia de la ley. Tal vez, en efecto, la segunda y la tercera opciones no se excluyan mutuamente. Porque la respuesta correcta al evangelio es la fe, más aun, la fe sola. Con todo, una fe verdadera y viva en Jesucristo incluye en sí misma un elemento de sumisión (ver 10:3), especialmente debido a que su objeto es ‘Jesucristo nuestro Señor’ (4) o ‘el Señor Jesucristo’ (7), y lleva necesariamente a una vida de obediencia. Por esto la respuesta que Pablo buscaba era una entrega total y sin reservas a Jesucristo, a lo cual llamaba ‘la obediencia de fe’. Esta es nuestra respuesta a los que argumentan que es posible aceptar a Jesucristo como Salvador sin entregarse a él como Señor. No es así. Por cierto que los cristianos de Roma habían creído y obedecido, porque Pablo dice que ‘están incluidos’ entre aquellos ‘a quienes Jesucristo ha llamado’ (6).
6. La meta del evangelio es la honra del nombre de Cristo
Las palabras en honor a su nombre, que la NVI coloca al comienzo del versículo 5, en realidad vienen al final de la oración gramatical griega, y de ese modo constituyen una especie de culminación. ¿Por qué anhelaba Pablo lograr que las naciones llegaran a la obediencia de fe? Era para lograr la gloria y la honra del nombre de Cristo. Porque Dios ‘lo exaltó hasta lo sumo’ y ‘le otorgó el nombre que está sobre todo nombre’, con el fin de que ‘ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla … y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor’. Por lo tanto, si Dios quiere que toda rodilla se incline ante Jesús y toda lengua confiese su nombre, también debemos hacerlo nosotros. Debemos ser ‘celosos’ (como a veces lo expresa la Escritura) en cuanto al honor que le corresponde a su nombre, preocuparnos cuando pasa inadvertido, sentirnos heridos cuando se lo ignora, indignados cuando se lo blasfema, y siempre ansiosos por que se le dé el honor y la gloria que le corresponde, como también decididos a que así sea. El más elevado de los motivos misioneros no consiste en cumplir la Gran Comisión (aunque tiene su importancia, desde luego), ni el amor por los pecadores que se encuentran alienados y camino a la perdición (por fuerte que sea dicho incentivo, especialmente cuando contemplamos la ira de Dios, versículo 18), sino más bien el celo abrasador y apasionado por la gloria de Jesucristo.
Algunas actividades de evangelización no son más que una forma de imperialismo apenas disimulado, toda vez que nuestra verdadera ambición sea el honor de nuestra nación, iglesia, organización, o de nosotros mismos. Hay un solo imperialismo cristiano, sin embargo, y es el interés de Su Majestad Imperial Cristo Jesús, y el de la gloria de su imperio o reino. Los primeros cristianos, nos dice Juan, salían ‘por causa del Nombre’. Ni siquiera especifica a cuál nombre se refiere. Pero lo sabemos. Y Pablo nos lo aclara. Se trata del incomparable nombre de Jesús. Ante esta suprema meta de la misión cristiana, todo motivo indigno se marchita y muere.
Para sintetizar, aquí tenemos seis verdades fundamentales acerca del evangelio. Su origen está en Dios el Padre, y su esencia es Jesucristo su Hijo. Su certificación proviene de las Escrituras del Antiguo Testamento, y su esfera de acción es a todas las naciones. Nuestro propósito inmediato al proclamarlo es llevar a la gente a la obediencia de fe, pero nuestra meta última es la mayor gloria del nombre de Cristo Jesús. O, para simplificar estas verdades mediante el uso de seis preposiciones, podemos decir que las buenas noticias constituyen el evangelio de Dios, acerca de Cristo, según las Escrituras, para las naciones, con miras a la obediencia de fe, y por causa del Nombre.
I. La fórmula inicial de la carta
1:1–7
1 Pablo, esclavo de Cristo Jesús, apóstol por el llamado de Dios, apartado para la obra de proclamar el mensaje de las buenas noticias de Dios, 2 que él prometió de antemano por medio de sus profetas en las sagradas escrituras, 3 acerca de su Hijo, que nació de la simiente de David según la carne, 4 que fue designado Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad desde la resurrección de los muertos, Jesucristo nuestro Señor, 5 por el cual recibimos gracia y apostolado a fin de lograr, por causa de su nombre, obediencia de fe entre todos los gentiles, 6 entre los cuales os encontráis también vosotros, vosotros que sois llamados de Jesucristo, 7 a todos los que estáis en Roma amados de Dios, santos por el llamado de Dios: gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Los primeros siete versículos constituyen la fórmula inicial de las antiguas cartas griegas, considerablemente modificada y ampliada. El primer elemento de la fórmula (el sobrescrito o indicación de la identidad del remitente) es el más ampliado y abarca seis versículos. La razón de esto es la necesidad especial que tenía Pablo de presentarse a una iglesia en la que no es conocido personalmente y a la que espera visitar pronto. Al presentarse a los cristianos de Roma hace referencia, naturalmente, a su misión, y esto lleva a una definición altamente significativa del evangelio que tiene la misión de proclamar. Dicha definición, que se extiende hasta el final del v. 4, se presupone en los vv. 9, 15 y 16 cuando se hace referencia al evangelio. Lo que sigue en los vv. 5 y 6 tiene una conexión importante y obvia con las relaciones de Pablo con los cristianos de Roma y la visita que se propone hacerles. El segundo y el tercer elemento de la fórmula inicial (los destinatarios y el saludo) se encuentran en el v. 7. A cada uno de estos tres elementos se le ha asignado un rico contenido teológico, y la radical transformación de la fórmula inicial, de lo que es externo a la carta que la sigue a lo que constituye parte integrante de la carta, es algo que se ve muy claramente en Romanos.
1. Pablo se refiere a sí mismo como esclavo de Cristo Jesús. A un griego de la tradición clásica le resultaba casi imposible usar una palabra del grupo al que pertenece la palabra que aquí se traduce como «esclavo» sin experimentar, en alguna medida, una sensación de aborrecimiento. Pero en el antiguo Israel constituía un gran honor el que a alguien se le diera el título de «esclavo de Dios». Este título se usó en el caso de Moisés, Josué, David y los profetas. Para Pablo todo cristiano es un esclavo de Cristo (compárese, por ejemplo, 1 Co. 7:22.; y sobre el uso que hace Pablo del lenguaje vinculado con la esclavitud en relación con la vida cristiana, véase lo que se dice sobre 6:15–23). Este término expresa la pertenencia total y la lealtad total que corresponden a la propiedad y autoridad totales que denota la palabra «señor» cuando se aplica a Cristo. Pero, como designación para sí mismo, la expresión «esclavo de Cristo» probablemente incluye, además de la confesión personal de entrega y compromiso, una referencia al ministerio especial del autor, en el cumplimiento del cual es, en un sentido especial, esclavo de Cristo.
El hecho de que con bastante frecuencia Pablo coloca «Cristo» delante de «Jesús» es una clara indicación de que no pensaba habitualmente en «Cristo» como un nombre propio simplemente (como lo han sugerido algunos entendidos), sino que, al usarlo, tenía conciencia de su significado («ungido», el equivalente griego de la palabra hebrea que hemos castellanizado como «mesías»). Parecería probable que aquí adoptó este orden con la intención de destacar en forma especial, desde el comienzo de la epístola, el hecho de que aquel, de quien era esclavo, venía a ser el cumplimiento de las promesas de Dios y de la antigua esperanza de Israel.
apóstol. No tenemos motivos para dudar de la sinceridad de Pablo cuando se reconocía a sí mismo como el más pequeño de los apóstoles, completamente indigno de ser llamado apóstol, porque había perseguido a la iglesia de Dios (1 Co. 15:9). Podemos tener la seguridad de que admitía francamente que él no era fuente de primera mano en lo tocante a la tradición histórica de la vida y las enseñanzas de Jesús, sino que él mismo dependía para su conocimiento, tanto de los detalles del ministerio de Jesús como de la sustancia de su enseñanza, de aquellos que habían sido apóstoles antes que él (Gá. 1:17). Pero al mismo tiempo aseveraba que la autoridad de su apostolado era igual que la de ellos, al basar su afirmación, al parecer, en los siguientes hechos: que también había visto al Señor resucitado (1 Co. 9:1), que había recibido su comisión directamente de Cristo mismo (Gá. 1:1; compárese Hch. 26:15–18), y que su comisión había sido confirmada divinamente por las señales apostólicas que acompañaban su ministerio (2 Co. 12:12). El uso de la palabra «apóstol» indica aquí que Pablo reclamaba la atención de la iglesia romana a lo que sigue en la carta sobre la base, no de su propia dignidad y sabiduría personales, sino de la comisión que había recibido de Cristo. El vocablo aleja la mirada de la persona del apóstol para centrarla en aquél al cual se debía como apóstol. Por consiguiente, se trata de un término sumamente humilde, como también, al mismo tiempo, de una expresión de la más augusta autoridad.
por el llamado de Dios. Se contrasta el llamado divino con la designación de sí mismo hecho por el hombre. No es sobre la base del presuntuoso egoísmo humano que Pablo es apóstol, sino sobre la base del llamado de Dios.
apartado para la obra de proclamar el mensaje de las buenas noticias de Dios. Pablo se sabe incluido entre los que han sido consagrados por Dios (compárese Gá. 1:15) para la tarea de proclamar el evangelio.
Particularmente importantes para entender el sustantivo griego representado aquí por «mensaje de las buenas noticias», como se lo emplea en el Nuevo Testamento, son pasajes veterotestamentarios tales como Isaías 40:9; 41:27; 52:7; 61:1; Nahum 1:15. En éstos las buenas nuevas aludidas se relacionan con la intervención del reinado de Dios, el advenimiento de su salvación. Pero hay también un interesante fondo pagano para el uso neotestamentario de esta palabra euangelion. Para los habitantes del Imperio Romano tenía asociaciones especiales con el culto ofrecido al emperador, dado que los anuncios de acontecimientos tales como el nacimiento de un heredero del emperador, el momento en que llegaba a la mayoría de edad, y su ascenso, constituían euangelia. Por lo tanto, hay en el uso cristiano de la palabra un contraste implícito entre ese evangelio, que puede llamarse «evangelio de Dios» con propiedad, y estos otros evangelios que representan las pretensiones desorbitadas de hombres que se promocionan a sí mismos. El mensaje de buenas nuevas que Pablo tiene que proclamar es la autorizada palabra de Dios. Su fuente no es otra que Dios mismo.
2. que él prometió de antemano por medio de sus profetas en las sagradas escrituras. Luego de definir que el mensaje de las buenas noticias era «de Dios», Pablo se propone ahora definirlo más ampliamente, por medio de una cláusula relativa, como el cumplimiento de las promesas de Dios hechas mediante sus profetas en el Antiguo Testamento. De este modo subraya su carácter fidedigno. Este versículo es, directamente, una afirmación acerca del evangelio comparable con declaraciones tales como la última parte de 3:21 y la repetición de la frase «conforme a las Escrituras» en 1 Corintios 15:3. Es, también, indirectamente, una declaración sobre el Antiguo Testamento, una afirmación de que se lo debe entender como lo que señala hacia adelante, hacia el evangelio. De modo que el tema de la recta interpretación del Antiguo Testamento, tema al que Pablo se abocará a lo largo de toda la carta, aparece al comienzo mismo.
3–4. El hecho de que dos de los versículos más difíciles de toda la epístola aparezcan tan al comienzo constituye un agudo problema para el intérprete de Romanos preocupado por la posibilidad de que sus lectores se desalienten y abandonen mucho antes de que hayan tenido la oportunidad de sentirse cautivados por la carta. La inusual acumulación de dificultades en estos versículos es notoria.
El Nuevo Testamento griego de Nestle-Aland no tiene puntuación alguna al final del v. 2 ya que da por sentado que los vv. 3–4 forman parte de la cláusula relativa que comienza al principio del v. 2. Empero, resulta mucho más natural tomar los vv. 3–4, no como continuación de la cláusula relativa, sino como una tercera definición del mensaje de buenas nuevas (compárense VRV1/3, VM, BJ, BA, entre otras). Habiéndolo definido en primer lugar como «de Dios», con relación a su fuente, y luego por medio de la cláusula relativa v. 2, Pablo pasa a definirlo aun más mediante el recurso de indicar su contenido: se refiere al Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor.
Es sumamente probable, si bien no es tan seguro como a veces se considera, que Pablo se esté valiendo aquí del lenguaje de una fórmula confesional ya existente. Parecería tener sentido que en este preciso momento, cuando se está presentando ante los cristianos de Roma, Pablo recalcase de este modo su concordancia fundamental con sus hermanos en la fe. Además, el hecho de que no exista otra referencia directa a la descendencia davídica de Cristo en las epístolas paulinas, excepto en 2 Timoteo 2:8, y el hecho de que Pablo no se valga en ninguna otra parte del verbo que se traduce aquí por medio del vocablo «designado», pueden tomarse como confirmación de este punto de vista. No está claro el que hubiera o no —en caso de ser acertada la hipótesis— alguna tensión entre la teología de esta fórmula y el pensamiento del propio Pablo. No hay por qué suponer que la intención original de la fórmula tenga que haber sido adopcionista. De todos modos, lo que nos interesa en este momento es el significado paulino mismo, y para esto resultan decisivas las palabras acerca de su Hijo. El lenguaje es característicamente paulino (compárense, por ejemplo, v. 9; 5:10; 8:3, 29, 32; 1 Co. 1:9; 15:28; 2 Co. 1:19; Gá. 1:16; 2:20; 4:4, 6). Es claro que, tal como la usa Pablo con referencia a Cristo, la designación «Hijo de Dios» expresa nada menos que una relación con Dios que es «personal, ética e inherente» (C. A. Anderson Scott), lo que significa una real comunión de naturaleza entre Cristo y Dios. La posición de las palabras «su Hijo», que se encuentran fuera del paréntesis formado por las dos cláusulas relativas en estos versículos (en el griego son cláusulas en participio), parecería querer decir que el que nació de la simiente de David ya era Hijo de Dios antes de la acción que denota la segunda cláusula («que fue designado … de los muertos»), e independientemente de ella.
que nació de la simiente de David. Si bien parecería que algunos de los judíos del período neotestamentario no consideraban que la descendencia de David fuese un requisito absolutamente esencial para el Mesías, resulta claro que la expectativa de que había de pertenecer a la familia de David estaba fuertemente arraigada. Estas palabras aseveran la descendencia davídica de Jesús en concordancia con el testimonio de otras partes del Nuevo Testamento (compárense Mt. 1:1, 2–16, 20; Lc. 1:27, 32, 69; 2:4; 3:23–31; Hch. 2:30; 2 Ti. 2:8; Ap. 5:5; 22:16). Pero tanto en Mateo como en Lucas se indica que José, a través del cual se traza la descendencia (Mt. 1:16, 20; Lc. 1:27; 2:4; 3:23), no era el padre natural de Jesús (Mt. 1:18–25; Lc. 1:34s.). La implicancia de los relatos es que la descendencia davídica es legal, no natural, y que descansa en el hecho de que José aceptó al niño como su hijo, y de este modo lo legitimó. Las referencias al hecho de que José le pusiera el nombre (Mt. 1:21, 25) son significativas, ya que el acto de dar el nombre equivalía a aceptar al niño como propio. El hecho de que José aceptara a Jesús como hijo le otorgaba todos los derechos legales de un hijo legítimo. (Las referencias a «sus padres» en Lc. 2:41 y 43 se pueden entender en este sentido.) El uso que hace Pablo aquí, y también en Gálatas 4:4 y Filipenses 2:7, de un verbo griego que, si bien puede tener el sentido de «nacido», más frecuentemente aparece con otros significados (tales como «llegar a ser», «acontecer»), en lugar del verbo griego más obvio (que a veces usa, por cierto, pero nunca en relación con el nacimiento de Jesús), posiblemente refleja la posibilidad de que tuviera conocimiento de la tradición del nacimiento de Jesús sin paternidad humana natural.
según la carne se entiende mejor, tanto aquí como en 9:5, con el significado de «como hombre», «por lo que hace a su naturaleza humana». Al usar esta frase Pablo da a entender que el hecho de la naturaleza humana de Cristo, con respecto a la cual lo que se acaba de decir es cierto, no es toda la verdad en cuanto a su persona. «Hijo de David» es una descripción válida en tanto es aplicable, pero el alcance de su aplicabilidad no es coextensivo con la plenitud de su persona.
que fue designado Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad desde la resurrección de los muertos. La primera de las dos cláusulas relativas ha descripto al Hijo de Dios (a quien se refiere el mensaje de las buenas noticias) al hacer referencia al hecho de su nacimiento humano, destacando mediante una mención especial la relación con David en la que entraba de esta manera. Luego, la segunda cláusula relativa lo describe mediante una referencia a otro acontecimiento, a saber, su resurrección, si bien en este caso el acontecimiento mismo, como tal, no se especifica por el verbo sino mediante una frase dependiente. La cláusula contiene una cantidad inusual de elementos cuya interpretación se discute. Con respecto al primero, no existen grandes dudas en cuanto a que el verbo griego usado aquí deba entenderse con el significado de «designar» más bien que «declarar» o «indicar como», por cuanto no se ha propuesto ningún ejemplo claro de su uso en este último sentido, ni antes de la época del Nuevo Testamento, ni durante dicha época. Con respecto al segundo, parecería más acertado relacionar «en poder» con «Hijo de Dios» y no con el verbo. En apoyo de este punto de vista se puede decir que el sentido que resulta de tomar «en poder» con «Hijo de Dios» concuerda perfectamente, mientras que el sentido que resulta de tomar la frase con «fue designado», que sugiere la idea del adopcionismo, no concuerda bien, ni con la enseñanza de Pablo en otras partes, ni con la presencia de «su Hijo» al comienzo del v. 3. Entendemos, entonces, que la primera parte de la cláusula significa «que fue designado Hijo-de-Dios-en-poder» (es decir, por contraste con su aparente debilidad y pobreza como Hijo de Dios durante su existencia terrenal). Postergamos por ahora la consideración del tercer elemento («según el Espíritu de santidad»). Con respecto al cuarto elemento, de los significados que se han sugerido para la preposición griega traducida arriba como «desde», no cabe duda de que se debe preferir éste (en el sentido de «desde el momento de») o «a partir de» en lugar de «debido a». La glorificación de Cristo no se debió fundamentalmente a su resurrección; pero este último acontecimiento significó el comienzo de su vida glorificada. Con respecto al quinto, se han hecho varias sugerencias: que el genitivo plural griego tiene aquí el sentido de «de los muertos», omitiéndose la preposición con el fin de evitar la repetición de una palabra que se acaba de usar; que el plural se usa porque Cristo no fue resucitado para sí solo sino como las primicias de los muertos; que el plural se ha de explicar como un plural «generalizador» o «alusivo». Esta última sugestión tal vez sea la más sencilla; pero, en todo caso, está claro que aquí se hace referencia a la resurrección de Cristo mismo.
Volvemos ahora a la frase «según el Espíritu de santidad», que es el elemento más difícil de la cláusula, porque cada una de las tres palabras griegas que la componen es problemática. Diversos significados pueden sugerirse para «según»; es tema de discusión si la palabra «espíritu» se refiere al Espíritu Santo o a algo inherente a Cristo, su espíritu humano o su divinidad; y «de santidad» se explica de modos diversos: como un simple equivalente del adjetivo «santo», como referencia a la santidad trascendente de Cristo, o como referencia a la santificación que opera el Espíritu Santo. Se han sugerido interpretaciones muy diversas con respecto a la frase completa. La explicación que nos parece más probable es la de que la frase se refiere al Espíritu Santo, cuya santificación de los creyentes constituye evidencia de que Cristo ha sido designado Hijo-de-Dios-en-poder y que ahora está exaltado. En cualquier caso, ya sea que el genitivo griego traducido arriba como «de santidad» tenga como fin transmitir el sentido de «quien imparte santificación», o que se use simplemente como equivalente a «Santo» (quizá bajo la influencia de alguna expresión hebrea), para Pablo está presente aquí el pensamiento de la santificación. Podemos resumir lo que entendemos acerca de la segunda cláusula relativa: Pablo está afirmando por medio de ella que el que siempre ha sido el Hijo de Dios («su Hijo», al comienzo del v. 3), pero que a la vez entró, por su nacimiento humano, en una relación de parentesco con David, en lo que hace a su naturaleza humana, fue señalado como el glorioso Hijo-de-Dios-en-poder desde el momento de su resurrección. Este hecho atestigua la obra santificadora actual del Espíritu Santo en los creyentes.
Jesucristo nuestro Señor. Pablo completa su definición del mensaje de buenas nuevas, para cuya proclamación ha sido consagrado, al agregar el título completo de aquel que es su contenido. Designa a un Jesucristo glorificado que comparte la majestad y la autoridad de Dios, y a quien los que en él creen rinden culto de adoración. Una consideración completa de «Señor» aplicado a Cristo puede verse en el comentario sobre 10:9. Cuando se lo combina con «nuestro», como es el caso aquí, o con «mi», como en Filipenses 3:8, se destaca el sentido de compromiso, entrega y lealtad personales.
5. por el cual recibimos gracia y apostolado. Pablo, en particular, tenía razones para reconocer que fue por la mediación del Cristo resucitado y glorificado que él recibió el don. (Compárense 1 Co. 9:1; 15:8; Gá. 1:1, 12, 16; también Hch. 9:3ss.; 22:6ss.; 26:12ss.) La primera persona del plural probablemente se explique simplemente como una referencia a Pablo mismo (una especie de plural de redacción). Quizá se lo prefiriese aquí, en lugar de la primera persona del singular (que se usa en los vv. 8–16a, versículos que son más personales), porque cuadraba mejor a la afirmación formal de autoridad. Las sugerencias de que Pablo usó el plural porque estaba pensando en el hecho de que todos los cristianos han recibido la gracia, o porque quería asociar a los otros apóstoles con él como receptores tanto de la gracia como del apostolado, son mucho menos aceptables. Es posible que por «la gracia y el apostolado» se quiera decir dos cosas diferentes: la gracia (vale decir, el favor inmerecido de Dios, que es la base misma de la vida cristiana), y el apostolado (vale decir, el ministerio del apóstol); pero es mucho más probable que en este caso tengamos un ejemplo de la figura de lenguaje gramatical por la cual una sola idea se expresa mediante dos palabras, relacionadas por medio de una conjunción, y que el significado sea «la gracia del apostolado» o (en otras palabras) el ministerio de apóstol como un don de la gracia, al cual Pablo no se ha hecho acreedor por mérito propio alguno. Podemos comparar Hechos 23:6, donde «la esperanza y resurrección de los muertos» significa «la esperanza de la resurrección de los muertos».
a fin de lograr, por causa de su nombre, obediencia de fe entre todos los gentiles. El propósito para el cual le ha sido encomendado a Pablo este ministerio es que nazca entre todos los gentiles, para la gloria del nombre de Cristo, esa obediencia a Dios que consiste en fe. Entendemos que «de fe» es lo que los gramáticos llaman un genitivo de aposición. Esto parece tener más posibilidades de ser correcto que todas las otras sugerencias que se han hecho, por ejemplo, que significa «requerida por la fe», o que tiene carácter adjetival simplemente, por lo que sería equivalente a «creer». La sugerencia de que la palabra traducida «gentiles» debería tomarse en su sentido inclusivo de «naciones» es muy improbable. Aceptarla haría que la cláusula relativa que sigue no tuviese sentido. Pablo está pensando en su comisión especial a los gentiles (compárense, por ejemplo, 11:13s.; Gá. 2:8s.).
entre los cuales os encontráis también vosotros, vosotros que sois llamados de Jesucristo es, desde luego, gramaticalmente, una cláusula relativa dependiente de «gentiles»; no obstante, por lo que hace al pensamiento tiene, en realidad, carácter de paréntesis; porque una declaración acerca de las personas a las cuales Pablo se dirige no sería de esperar antes del «a» al comienzo del v. 7, y, ubicada donde está, interrumpe la fluidez de la fórmula inicial. El porqué de su inserción aquí no es difícil de adivinar. Pablo quiere indicar lo antes posible que la comunidad cristiana de Roma, aunque no fue fundada por él, se encuentra dentro de la esfera de su comisión apostólica, y que, por consiguiente, tiene derecho a dirigirse a ella de la forma en que lo está haciendo. Las palabras «entre los cuales os encontráis también vosotros» se toman con frecuencia como indicación clara de que la comunidad cristiana de Roma era en esa época predominantemente gentil; pero es igualmente posible que se refieran simplemente a su situación geográfica en el centro del mundo gentil. Sería razonable que Pablo considerase que incluso una iglesia predominantemente judía, si se encontraba en el corazón del Imperio Romano, estuviese dentro de la esfera de su responsabilidad. Los miembros son «llamados de Jesucristo», es decir, llamados por él (se debe rechazar la afirmación de algunos en el sentido de que el significado tiene que ser «de Jesucristo, llamados por Dios», sobre la base de que en otras partes de las epístolas paulinas, donde el sujeto de la acción es explícito, se dice que es el Padre y no Cristo el que llama).
7. a todos los que estáis en Roma amados de Dios, santos por el llamado de Dios es la parte de la fórmula inicial en la que se especifica a quiénes está dirigida la epístola: a todos los cristianos de Roma. El «todos» es enfático, y el énfasis se repite mediante el «todos» del v. 8. El amor de Dios para con ellos es la base de su existencia como creyentes. El vocablo griego representado aquí por «santo» es simplemente el adjetivo que significa lo mismo, usado como sustantivo. En la Biblia la «santidad» de Dios denota la autoridad absoluta con la cual aparece ante los hombres. Pero esta autoridad es la de aquel que se ha revelado a sí mismo como misericordioso y justo. Aplicado a Israel, el término «santo» expresaba el hecho de que constituía el pueblo especial de Dios. Su santidad derivaba del hecho de que Dios en su gracia lo había elegido, y comprendía la obligación, por parte de su pueblo, de tratar de ser y de hacer lo que concordaba con el carácter revelado de ese su Dios, mediante la obediencia a su ley. El uso que hace Pablo de «santo» descansa llanamente sobre sus fundamentos veterotes-tamentarios. Los que han sido llamados por el Dios santo son santos en virtud de su llamado, y por lo tanto son separados para la santidad de vida. Tal como lo usa Pablo, «llamado» denota el llamado efectivo de Dios: los llamados son los que han sido convocados por Dios y que, además, han respondido a la convocatoria.
gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo es la salutación que completa la triple fórmula inicial. Se trata de un deseo (se podría agregar «sean con vosotros») lleno de profundo significado teológico y evangélico. En el Nuevo Testamento el vocablo «gracia» denota característicamente —y este es el significado que tiene aquí— el inmerecido amor de Dios revelado en Cristo, y, por consiguiente, puede decirse que sintetiza todo el evangelio en una sola palabra. «Paz» era, desde luego, el saludo común del mundo semítico. En el Nuevo Testamento, y por cierto que en Romanos, este término tiene diversos significados en diferentes lugares. Es probable que el concepto que se destaca aquí sea el de la paz con Dios (compárese 5:1–11), aun cuando es posible que Pablo esté pensando también en las bendiciones que resultan de la reconciliación con Dios. Las palabras siguientes indican la fuente de la cual Pablo espera que procedan la gracia y la paz para los cristianos romanos. La notable yuxtaposición de Dios y Cristo, si bien no es claramente por sí sola una prueba de que Pablo creía que Cristo fuera divino en el sentido más pleno, es, no obstante, un indicio significativo que apunta en esa dirección; además se la debe ver junto con muchos otros indicios en Romanos que señalan hacia la misma dirección. Las palabras «nuestro Padre» anticipan la enseñanza de 8:14–17
1
Presto a Predicar en Roma
Romanos 1:1–17
El 24 de mayo de 1738 un misionero desanimado fue muy en contra de su voluntad a un servicio religioso en Londres. Aconteció un milagro allí. “A las nueve menos un cuarto”, escribió él en su diario, “sentí un extraño fervor en mi corazón. Sentí que había confiado en Cristo, sólo en Cristo, para mi salvación y estaba seguro de que él había quitado mis pecados, y que me había salvado de la ley del pecado y de la muerte”.
Ese misionero era Juan Wesley. El mensaje que oyó esa noche era el prefacio del comentario sobre la epístola a los Romanos por Martín Lutero. Apenas hacía unos meses que Juan Wesley había escrito en su diario: “Fuí a América a convertir a los indios; pero ¿quién me convertirá a mí?” Esa noche en la calle Aldersgate su pregunta fue contestada, y el resultado fue el gran avivamiento Wesleyano que inundó a Inglaterra y transformó a dicha nación.
La Epístola de Pablo a los Romanos aún está transformando vidas, tal como transformó la vida de Martín Lutero y de Juan Wesley. El pasaje principal que sacó a Lutero de una religión formal al gozo de la salvación por la gracia, por medio de la fe, fue Romanos 1:17: “Mas el justo por la fe vivirá”. La reforma protestante y el avivamiento Wesleyano fueron fruto de esta hermosa carta escrita por Pablo desde Corinto, alrededor del año 56 d. de C. La carta fue llevada a Roma por una de las diaconisas de la iglesia de Cencrea, la hermana Febe (Romanos 16:1).
¡Imagínese! ¡Tú y yo podemos leer y estudiar la misma carta inspirada por Dios que le dio vida y poder a Lutero y a Wesley! ¡Y el mismo Espíritu Santo que les enseñó a ellos nos puede enseñar a nosotros! Podemos experimentar avivamiento en nuestro corazón, hogares e iglesias si el mensaje de esta carta se apodera de nosotros como lo hizo en siglos pasados con los hombres de fe.
En los primeros versículos de la carta Pablo se presenta a los creyentes de Roma. Obviamente, algunos le conocieron personalmente, ya que los saluda en el último capítulo, pero muchos no lo conocían. Así que, en los primeros 17 versículos Pablo trata de identificarse con sus lectores romanos en tres maneras.
Presenta sus credenciales (Romanos 1:1–7)
En la antigüedad el escritor de una carta siempre la comenzaba dando su nombre. Pero es posible que hubiera muchos hombres llamados Pablo en aquel tempo, así que el escritor tenía que identificarse enseguida y convencer a los lectores que tenía derecho de enviar la carta. ¿Cuáles son las credenciales de Pablo?
Es siervo de Jesucristo (1:1a). La palabra siervo que Pablo usa sería significativa para los romanos porque en griego es la palabra “esclavo”. Se estima que había unos tres millones de esclavos en el imperio romano; y el esclavo era considerado como un objeto y no como una persona. En devoción amorosa Pablo se hizo esclavo de Jesucristo para ser su siervo y obedecer su voluntad.
Es apóstol (1:1b). Esta palabra significa uno que es enviado con autoridad a una comisión. Se aplicaba en ese tiempo a los representantes del emperador o a los emisarios del rey. Uno de los requisitos para ser apóstol era haber visto al Señor resucitado (1 Corintios 9:1–2). Pablo vio a Cristo en el camino a Damasco (Hechos 9:1–9), y fue entonces que Cristo lo llamó a ser apóstol a los gentiles. Pablo recibió revelaciones divinas de Cristo que tenía que compartir con las iglesias.
Es predicador del evangelio (1:1c–4). Cuando Pablo era rabí judío, fue apartado como fariseo para las leyes y tradiciones de los judíos. Pero cuando se rindió a Cristo, fue apartado para el evangelio y su ministerio. Evangelio significa “buenas nuevas”. Es el mensaje de que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y que resucitó, y que ahora puede salvar a todos los que confían en él (1 Corintios 15:1–4). Es “el evangelio de Dios” (Romanos 1:1) porque tiene su origen en Dios; no fue inventado por hombres. Es el evangelio de Cristo (1:16) porque se centra en Cristo, el Salvador. Pablo también lo llama “el evangelio de su Hijo” (1:9), lo que indica que Jesucristo es Dios. En Romanos 16:25–26, Pablo lo llama mi evangelio. Con esto hace referencia a la atención especial que él dio en su ministerio a la doctrina de la iglesia y al lugar de los gentiles en el plan de Dios.
El evangelio no es un mensaje nuevo; fue prometido en el Antiguo Testamento comenzando con Génesis 3:15. El profeta Isaías ciertamente predicó el evangelio en pasajes como 1:18, y los capítulos 53 y 55. La salvación que hoy gozamos fue prometida por los profetas aunque ellos no entendieron bien todo lo que predicaron y escribieron (1 Pedro 1:10–12).
Jesucristo es el centro del mensaje del evangelio. Pablo lo identifica como un judío, un hombre, y el Hijo de Dios. Nació de una virgen (Isaías 7:14; Mateo 1:18–25) de la familia de David, lo cual le da derecho al trono de David. Murió por los pecados del mundo, y luego resucitó de entre los muertos. Es este evento milagroso de la muerte sustituidora y la resurrección vicaria lo que constituye el evangelio; y este era el evangelio que Pablo predicaba.
Es misionero a los gentiles (1:5–7). Misionero es la forma latina de “apóstol—un enviado”. Tal vez había varias iglesias en Roma y no sólo una, siendo que Pablo en Romanos 16 saluda a varias iglesias en las casas (16:5, 10, 11, 14). No sabemos con seguridad cómo comenzaron estas iglesias, pero es probable que creyentes de Roma que estuvieron presentes en el día de Pentecostés establecieron las asambleas al regresar a Roma (Hechos 2:10). Sabemos que había judíos y gentiles en dichas asambleas, ya que Pablo se dirige a ambos en esta carta (judíos: 2:17–29; 4:1; 7:1 y gentiles: 1:13; 11:13–24; 15:15–21). Las iglesias en Roma no fueron fundadas por Pedro o algún otro apóstol. Si así fuera, entonces Pablo no hubiera planeado visitar Roma, porque su propósito era predicar donde ningún otro apóstol había predicado (Romanos 15:20–21).
Nota la repetición de la palabra “llamado”: Pablo fue llamado a ser apóstol; los creyentes eran llamados a ser de Jesucristo; y también eran llamados santos. (No a ser santos; ya eran santos. Un santo es uno que ha sido apartado; y aquel que ha confiado en Jesucristo ha sido apartado y, por lo tanto, es un santo.) La salvación no es algo que hacemos para Dios; es Dios quien nos llama en su gracia (2 Tesalonicenses 2:13–14). Cuando confías en Cristo eres salvo por su gracia y experimenta su paz.
La comisión especial de Pablo era la de llevar el evangelio a los gentiles (la palabra “naciones” significa gentiles), y esta es la razón por la que estaba planeando ir a Roma, la capital misma del imperio. El era predicador del evangelio, y el evangelio era para todas las naciones. En realidad, Pablo estaba ansioso de ir a España con el mensaje de Cristo (Romanos 15:28).
Habiendo presentado sus credenciales, Pablo procede a forjar un segundo eslabón entre él y los creyentes en Roma.
INTRODUCCIÓN
(1:1–15)
Saludos y presentación personal (1:1–7)
1:1–7. En los tiempos de la antigüedad la fórmula que se usaba para comenzar las cartas era algo diferente de la que empleamos actualmente. Ahora el que escribe firma al final de la carta, mientras que los antiguos lo hacían al principio. La primera palabra del primer versículo de la carta a los romanos identifica a Pablo como el autor.
Un segundo aspecto, que antiguamente se ubicaba siempre al comienzo de las cartas, era la identificación del destinatario. Eso ocurre en el versículo 7 de esta epístola de Pablo, en la que a los destinatarios se les identifica como “a todos los que estáis en Roma, amados de Dios y llamados a ser santos”.
El tercer aspecto común en todas las cartas de la antigüedad era el saludo. Aquí en Romanos el saludo, “Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”, es muy similar a la frase con la que prácticamente se inician todas las cartas de Pablo en el Nuevo Testamento.
Lo que resulta poco común en esta epístola a los romanos es la gran atención que se le presta al primero de los aspectos, es decir, a la descripción que hace el autor de sí mismo y de su mensaje y que ocupa los versículos del 1 a 5. En ella Pablo se llama a sí mismo “siervo de Jesucristo”. Literalmente dice que es un esclavo, una persona que no sigue su propia voluntad, sino que cumple órdenes. Pablo estaba al servicio de Jesucristo; su tarea especial había tomado forma al haber sido “llamado a ser apóstol”. Por definición, apóstol es aquel que ha sido enviado. Pablo fue “llamado a ser apóstol”; por su propia cuenta nunca hubiera escogido serlo. Recordemos que anteriormente él había sido Saulo, el gran perseguidor de los cristianos; ese Saulo se oponía tanto a ellos que no sólo los perseguía en Jerusalén, sino que hasta salía a buscarlos más allá de los límites de la ciudad. En el transcurso de su viaje a Damasco para arrestar a los cristianos de aquel lugar, Jesús lo interceptó en el camino, lo dejó ciego y lo enfrentó bruscamente con un severo reproche, diciéndole: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4).
Pablo no decidió convertirse al cristianismo, sino que, más bien, Dios lo llamó y lo hizo “apartado para el evangelio” (Romanos 1:1). Cuando Ananías, el piadoso cristiano a quien el Señor envió para que atendiera al enceguecido Pablo, se negó a acercarse a ese flagrante perseguidor, Dios le dijo: “Ve, porque instrumento escogido me es éste para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de reyes y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15). Pablo fue verdaderamente escogido por Dios y apartado para el evangelio.
Al mencionar el evangelio, Pablo pasa de la descripción de sí mismo a una amplia descripción de las buenas nuevas de las que era apóstol y servidor privilegiado.
Pablo describe su mensaje como el evangelio que “él [Dios] había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras: evangelio que se refiere a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:2–4).
Al llamarse a sí mismo “siervo” de Dios, Pablo usa un término que era una descripción común de los profetas del Antiguo Testamento (Esdras 9:10, 11; Jeremías 7:25; Daniel 9:6; Amós 3:7). Y es con buena razón que Pablo se identifica con los siervos de Dios del Antiguo Testamento: los profetas. El evangelio que predica es verdaderamente el mismo mensaje que ellos habían proclamado; ellos habían señalado al Mesías, al Cristo prometido, que iba a venir al mundo como Salvador y Redentor. El mensaje de Pablo proclama y ensalza al mismo Cristo que ahora ya ha venido. Él puede decir que su evangelio es el mismo que Dios “había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras… que se refiere a su Hijo” (Romanos 1:2, 3). Al comienzo de su carta, Pablo les dice a los romanos que realmente no está diciendo nada nuevo; su mensaje corresponde con lo que los siervos de Dios, los profetas, ya habían predicho.
Y ¿en qué consistía este mensaje? En esencia, era la afirmación de que en Cristo, el verdadero Dios y el verdadero hombre estaban unidos en la misma persona. Pablo expresa esa verdad en un conjunto de expresiones paralelas (versículos 3 y 4). Sin embargo, ese paralelo se refleja mejor en la nota correspondiente al versículo 4 que aparece al pie de página en la Nueva Versión Internacional. La diferencia entre los dos textos radica en que la nota a que nos referimos dice: “según su espíritu de santidad” en tanto que en la versión Reina-Valera 1995 se lee: “según el Espíritu de santidad”.
Vea la diferencia en la nota al pie de página de la Nueva Versión Internacional: “espíritu” aparece en minúscula y se refiere al “espíritu de santidad” de Cristo, a diferencia del “Espíritu” con mayúscula, que se refería al “Espíritu Santo”. Literalmente, Pablo dice que su evangelio es un mensaje acerca del Hijo de Dios:
que, según la carne, nació de la simiente de David
y
que, según su espíritu de santidad, fue declarado
Hijo de Dios.
Jesús se convirtió en verdadero hombre, la simiente de David, al nacer de María; pero desde la eternidad siempre fue verdadero Dios. No se convirtió en Hijo de Dios, sino que fue declarado como tal, lo que quedó demostrado poderosamente mediante su resurrección.
De los muchos milagros que hizo el Dios-hombre mientras estaba aquí en la tierra, el milagro supremo fue el de su resurrección después de haber muerto como nuestro sustituto. Su vida perfecta obtuvo la justicia para nosotros; su muerte inocente fue el pago por nuestros muchos pecados y delitos. El hecho de que Dios lo resucitara de entre los muertos prueba que es en verdad el Salvador, totalmente aceptable a su Padre celestial.
Pablo llama a este Dios-hombre “nuestro Señor Jesucristo”, expresión que entendemos como un título sencillo, que es bueno; pero en un sentido más amplio, cada una de las tres palabras que lo componen es individualmente significativa. El nombre Jesús significa “Salvador” y se le dio al hijo de María nacido en Belén. Cristo significa “el Ungido”, el Mesías, el Hijo de Dios, que consintió en revestirse de la naturaleza humana para poder morir como sustituto de los pecadores. Al hacerlo los redimió, los rescató, al precio de su sangre, de modo que ahora le pertenecen. Él es propietario, amo y señor de ellos. Pero la palabra clave que personaliza toda la expresión es el adjetivo posesivo nuestro. Mediante la fe recibimos todos los beneficios que él consiguió. Por la fe él es nuestro Señor, como lo fue de Pablo. Bajo la guía del Espíritu Santo Pablo llegó a aceptar a Jesucristo como su Señor y ahora lo anuncia como el corazón del mensaje evangélico que está a punto de compartir con sus lectores romanos.
La epístola de Pablo va dirigida “a todos los que estáis en Roma, amados de Dios y llamados a ser santos” (versículo 7). Aunque no ha estado allí, como nos lo informará en breve (1:13), conoce a un número considerable de personas en esa ciudad; en el capítulo final de su carta, Pablo les envía sus saludos personales a alrededor de dos docenas de ellas. Sin embargo, el verdadero vínculo que lo une a sus lectores es que ellos, al igual que él mismo, son amados por el Señor, que los ha llamado a ser santos. En la manera como Pablo emplea el término, santos designa a los que llegan a serlo mediante la fe en Jesucristo; si se desea los podemos llamar creyentes.
Sobre la base de la fe común en Cristo, Pablo les puede extender el siguiente saludo: “Gracia y paz a vosotros, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (versículo 7). “Gracia” era el saludo habitual en el mundo de habla griega, en tanto que “paz” (shalom) lo era y es en el ámbito judío. Como esta carta fue escrita para una audiencia étnicamente mixta de judíos y gentiles, ambos saludos resultan apropiados. Sin embargo, viniendo de la pluma de Pablo, esos términos están muy lejos de ser un saludo común secular. En el vocabulario cristiano de Pablo, la gracia es la cualidad que hace que Dios tenga la buena voluntad, incluso el anhelo, de darles buenos dones a los creyentes. Y los dones de Dios, como el perdón de los pecados, la tranquilidad de conciencia y la certidumbre del reino celestial, les dan paz a los que son objeto de su gracia. De esta forma, gracia y paz van juntas como causa y efecto.
. Asuntos introductorios (1:1–17)
A. Saludos (1:1–7)
La fórmula que se acostumbraba en las cartas de los tiempos antiguos incluía: (a) el nombre e identidad del autor, (b) el nombre e identificación del destinatario y (c) un saludo breve. Pablo sigue esta misma fórmula en su carta a los romanos a pesar de la larga interrupción provocada por la palabra “evangelio”. Este mismo formato se emplea en todas las cartas del N. T. con excepción de Hebreos y 1 Juan. (V. “Introducciones de las epístolas paulinas” en el Apéndice, pág. 364.)
1:1. Pablo se identifica primero como siervo de Jesucristo. “Siervo” (doulos) quiere decir esclavo, persona que pertenece a otra. Pablo empleaba este título con gusto (Gá. 1:10; Tit. 1:1), gozándose en la imagen veterotestamentaria de un esclavo que por amor, se sujeta a su amo de por vida (Éx. 21:2–6).
Pablo también se identifica como apóstol, alguien que es enviado con autoridad delegada (cf. Mt. 10:1–2), posición a la cual fue llamado, (lit. en gr., es “un apóstol llamado”). Este llamamiento provenía de Dios (Hch. 9:15; Gá. 1:1), aunque fue reconocido por los hombres (Gá. 2:7–9). Involucraba haber sido apartado (de aforizō; cf. Hch. 13:2) para el evangelio de Dios, el mensaje de buenas nuevas de parte de Dios que se centra en “su Hijo” (Ro. 1:2, 9) que Pablo estuvo siempre “pronto … a anunciar” (v. 15) sin pena (v. 16). El haber sido apartado no impedía a Pablo fabricar tiendas para proveer para su propio sostenimiento y el de sus compañeros (Hch. 20:34; 1 Ts. 2:9; 2 Ts. 3:8) ni que dejara de mezclarse libremente con todos los niveles de la sociedad pagana de su tiempo. Había sido apartado para algo, tenía un compromiso y una dedicación, no era un aislamiento de las cosas materiales como hacían los fariseos. (Por cierto, la palabra “fariseo” quiere decir “apartado” en el sentido de estar recluido y segregado.)
1:2. La frase santas Escrituras se refiere obviamente al A.T. y aparece solamente en este lugar en el N.T. (2 Ti. 3:15 emplea palabras gr. distintas para “santas” y “Escrituras”). Pablo no citó a ninguno de los profetas que anunciaron el evangelio, pero un buen ejemplo es el uso que hizo Felipe de Isaías 53:7–8 con el eunuco (Hch. 8:30–35; cf. Lc. 24:25–27, 45–47).
1:3–4. Las buenas noticias de Dios tratan de su Hijo, identificado como nuestro Señor Jesucristo. Esta frase afirma la deidad de Cristo como característica básica de su persona, previa a su encarnación, debido a que su identificación con la línea de David “vino a ser”, traducción exacta del part. genomenou, que se traduce fue. También es auténticamente humano, como lo prueban su parentesco con David según la carne y su resurrección de entre los muertos. La resurrección lo declaró Hijo de Dios porque hizo válidas sus pretensiones de divinidad y sus predicciones de que se levantaría de entre los muertos (Jn. 2:18–22; Mt. 16:21). Esta declaración fue hecha según (lit., “de acuerdo con”) el Espíritu de santidad. Este es el Espíritu Santo, y no, como algunos han sugerido, el espíritu humano de Cristo.
1:5–7. El ministerio concedido a Pablo por Jesús fue en todas las naciones, lo cual abarca a los romanos, a quienes Pablo se dirigió no como a una iglesia, sino como a creyentes individuales. Pablo fue el agente humano (había recibido de y por Cristo la gracia y el apostolado, es decir, “la gracia del apostolado”; cf. 12:3; 15:15); pero el llamamiento (el llamado divino para salvación de las gentes; cf. 8:28, 30) le vino del Señor quien había separado a sus lectores como “santos”. La obediencia y la fe están a menudo unidas (cf. 15:18; 16:26; también cf. 1 P. 1:2). Así como Pablo fue “llamado” apóstol, también los creyentes en Roma fueron llamados a ser de Jesucristo (lit., “llamados de Jesucristo”) y llamados a ser santos (lit., “llamados santos”).
El saludo de Pablo, igual que los de todas sus epístolas, expresa el deseo de que gocen de la gracia y paz de Dios.
1:1–7
Introducción
Las cartas normalmente empezaban con el nombre de quien las enviaba, sus títulos (si eran necesarios), el nombre de los destinatarios, y un saludo. Por ejemplo: “Pablo … a la iglesia en … saludos”. Las cartas o discursos persuasivos empezaban estableciendo la credibilidad de quien hablaba, lo que los griegos llamaban ethos. Este principio no demostraba el punto del que hablaba, pero predisponía al público para oírlo respetuosamente.
1:1. Un esclavo de alguien en alta posición tenía mejor status, autoridad y libertad que un ciudadano común libre; los esclavos del emperador eran algunas de las personas de más alta alcurnia en el imperio, algo que de seguro ya sabían los cristianos en Roma. En el AT, a los profetas, empezando con Moisés, generalmente se les llamaba “siervos” o “esclavos” de Dios.
Pablo, que en un tiempo había sido agente o mensajero comisionado (*apóstol) del sumo sacerdote (Hech. 9:1, 2), ahora era representante de Dios. Las ideas de “llamado” y “apartado” se remontan al lenguaje del AT para Israel y, más importante aquí, a los profetas de Israel.
1:2, 3. Las palabras de Pablo aquí apelarían a los lectores judíos. “Mediante sus profetas” concuerda con la doctrina judía de la inspiración y autoridad final del AT; “según la carne” (RVA) quiere decir sencillamente que Jesús descendía físicamente de David.
1:4. “Espíritu de santidad” era un nombre judío común para el *Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Una oración regular en la *sinagoga consideraba la futura *resurrección de los muertos como la demostración máxima del poder de Dios. La frase “Hijo de Dios” quería decir muchas cosas para muchas personas diferentes en el mundo antiguo, pero podía hacer impacto en los paganos romanos al pintar a Jesús como rival del emperador; en el AT se refería a la línea davídica, y por ello, consecuentemente, al rey judío prometido (ver el 1:3; cf. 2 Sam. 7:14; Sal. 2:7; 89:27). Pablo aquí considera la resurrección de Jesús como su coronación por parte del Espíritu como el *Mesías y como el anticipo de prueba para la humanidad de la resurrección futura y del *reino.
1:5, 6. El AT prometía que un remanente representativo de entre las naciones se volvería a Dios; Isaías asoció este remanente con la misión del siervo (42:6; 49:6; 52:15). Debido a que la *iglesia en Roma incluía a cristianos judíos, *“gentiles” (BA) se traduce mejor como “naciones” (RVA); el término se usaba para significar tanto “naciones”, excluyendo a Israel, y “gentes”, incluyendo a Israel. Representantes de todas las culturas mediterráneas residían en este gran centro urbano: Roma.
1:7. “Santos” o “los que han sido apartados” se remonta a la imagen del AT del pueblo de Dios como separado para sí mismo. Como Pablo (ver el comentario sobre 1:1), ellos también eran “llamados” (1:6, 7); Pablo los recibe como coherederos en la misión, no como inferiores.
El saludo griego normal era “saludos” (cairein; Stg. 1:1), término griego relacionado con “gracia” (caris); los judíos se saludaban entre sí con “paz”, y las cartas judías con frecuencia empezaban: “saludos y paz”. Pablo adapta este saludo regular, un deseo de parabién, a una oración cristiana: “Gracia a vosotros y paz, de parte de Dios y del Señor Jesucristo”. (Respecto a “oraciones de parabienes” ver el comentario sobre 1 Tes. 3:11). Colocar al Padre y a Jesús en igualdad como proveedores de la gracia y la paz elevaba a Jesús por sobre el papel dado a cualquier simple ser humano en la mayoría del judaísmo. “Padre” era también un título para Dios en el judaísmo (usualmente “nuestro Padre”).