Sermón sin título
Deseo de Pablo de visitar Roma
8Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, 10rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. 11Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; 12esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí.
13Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles. 14A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. 15Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma.
Versículos 8–15
1. Al magnífico prólogo de los versículos 1–7, sigue ahora, primeramente (v. 8), una oración de acción de gracias «a mi Dios, dice, por medio de Jesucristo». Puede verse en estas expresiones el gozo triunfal de Pablo, por la fe de los creyentes romanos, de todos ellos; era una fe práctica, notoria, famosa por todo el mundo, tanto más cuanto que Roma era la capital del Imperio. Todas nuestras oraciones han de ir dirigidas a Dios por medio, en el nombre del Señor Jesucristo (v. Jn. 15:16; 16:23, 24). Cuando más tarde (Hch. 28:15), algunos de los cristianos de Roma salieron a recibirle, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo. Con estas expresiones del versículo 8, no intenta Pablo que se enorgullezcan, sino que les estimula a corresponder a la buena opinión que se tiene de ellos en todas partes. Una alabanza sincera, modesta y merecida es el mejor estímulo a comportarse cada vez mejor.
2. Sigue a continuación una oración de petición por ellas (v. 9). Aun cuando era una iglesia floreciente y famosa por su fe, resultaban de la oración de Pablo, pues todo lo que en nosotros hay de bueno es obra de la gracia de Dios, y de Él hemos de depender continuamente, ya que, dejados de su mano, nada bueno podríamos hacer (comp. Jn. 15:5). Pablo observa en la oración la misma constancia («sin cesar») que él recomienda a otros (12:12). Su oración no consiste en generalidades, sino que hace mención de ellos, de sus triunfos y de sus miserias, de todos y de cada uno, en sus oraciones. Y apela al que escudriña el corazón: «me es testigo Dios». Cuando decimos a otros hermanos que ya oramos (u oraremos) por ellos, ¿podemos decir sinceramente «me es testigo Dios»? Es de temer que, en muchos casos, sea una fórmula vaga para salir del paso con un cumplimiento («cumplo y miento»). Es, a la vez, un consuelo y una advertencia, saber que Dios es testigo de nuestras oraciones secretas. Al mencionar en este versículo a Dios, añade Pablo: «a quien sirvo (griego latreuo, entendido casi siempre de servicio cultual; comp. 12:1: «culto—latreian—, espiritual») en mi espíritu (comp. Jn. 4:24) en el evangelio, es decir, al predicar el Evangelio, de Jesucristo, centro del mensaje evangélico. En esta ocasión, Pablo tiene un ruego muy específico en su oración (v. 10): «que ahora tenga al fin (pues lo ha deseado por largo tiempo, v. 13), por la voluntad de Dios (no sólo «si Dios quiere», sino «porque Dios lo quiere»), un próspero viaje para ir a vosotros». Cuando Pablo escribía esto, no se podía imaginar las condiciones en que dicho viaje se iba a realizar (v. Hch. caps. 27 y 28). Véase, con todo, el comentario a 8:28.
3. El gran deseo que Pablo tenía de ver a los cristianos de Roma (vv. 11–15) se echa de ver en las expresiones afectuosas de las que están llenos estos versículos. El verbo epipothó con que encabeza el versículo 11 expresa un deseo vehemente, lleno de nostalgia o añoranza, y aun de celo (v. Stg. 4:5). Siente mucho el apóstol, y así lo hace saber a los destinatarios de la carta (v. 13) el no haber podido ir antes a verlos, «por haber sido estorbado hasta ahora», dice, sin explicar cuáles han sido dichos estorbos; lo interesante es observar los tres objetivos que se proponía en este viaje:
(A) La edificación de los cristianos de Roma (v. 11): «para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis consolidados». Recibía para dar, y quería que, conforme las ramas ascendían, las raíces ahondaran. Los más santos necesitan ser más y más consolidados.
(B) Consuelo para sí mismo (vv. 12 y 13), y esto de dos maneras: (a) «para cobrar yo nuevos ánimos en compañía de vosotros mediante el influjo recíproco de nuestra común fe, la vuestra y la mía (v. 12, NVI). Lo que había oído del crecimiento de ellos en la gracia era para él un gozo tan grande que deseaba ver aumentado el crecimiento para que aumentase también el gozo. Es una gran bendición para la iglesia cuando hay esa mutua confianza entre el pastor y la congregación, al confiar ellos en él como en fiel ministro de Dios, y él en ellos como en pueblo fiel de Dios; (b) «para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles» (v. 13b). Cuanto más fruto tuviese él en ellos, mayor sería su gozo y su galardón.
(C) Desempeño fiel de su cometido como apóstol de los gentiles (v. 14): «Me debo» o, mejor, «estoy en deuda» (NVI). Lo mucho que recibía le hacía ser gran deudor. Habríamos de pensar en esto al codiciar grandes cosas, que cuanto más recibimos, más deudores somos, pues somos sólo administradores de los bienes de Dios. El ministerio mismo de Pablo le hacía deudor. Aunque había puesto en él todo su talento y se había fatigado en su labor, y hacer tanto bien como jamás pudo hacer hombre alguno, se titula, no obstante, a sí mismo deudor: «deudor a griegos como a no griegos, a sabios y a no sabios» (v. 14). Los griegos pensaban tener el monopolio de la sabiduría y consideraban «bárbaros», incultos y sin civilizar, a los demás pueblos de la tierra, pero Pablo se siente en deuda con unos y con otros. Por consiguiente, está dispuesto a pagar esa deuda (v. 15): «Ésta es la razón por la que tengo tanto empeño en (lit. estoy tan presto a) predicar el evangelio también a vosotros, los que estáis en Roma» (NVI). Estas palabras denotan una tremenda disposición de su ánimo, de su espíritu y de su mente, porque no era sórdido lucro lo que él codiciaba (v. 2 Co. 12:14 «porque no busco lo vuestro, sino a vosotros»).