Evangelio Cuadruple - Jesus Es Nuestro Santificador
Introduccion
Santificacion
El Nuevo Testamento afirma que cuando los pecadores se vuelven a Jesús con arrepentimiento y fe (ver Mr 1:15; Hch 3:16, 19; 20:21), son inmediata e instantáneamente justificados y santificados. Esta es su nueva posición en Cristo. La justicia de Cristo les ha sido imputada (se declara legalmente que ahora les pertenece también, ver Gn 15:6; Ro 4). Son declarados justos y santos (en un acto forense realizado por Dios).
Pero el Nuevo Testamento también anima a los creyentes a la santidad y la santificación. La santidad es a la vez una posición teológica basada en la obra terminada de Cristo y un llamado a ser imitadores de Cristo con nuestras actitudes y acciones cotidianas. Tal como la salvación es un don gratuito y un estilo de vida que nos cuesta todo, así también lo es la santificación.
“Sean santos, porque yo soy santo”. Para el creyente, la santidad no termina con el perdón y la limpieza del pecado, sino que comienza con una vida activa de oposición al pecado. El pecador debe luchar por vivir en obediencia a Dios, demostrando así el significado de la palabra santo.
Siempre había habido voces que proclamaban que el único sacrificio agradable a Dios era la obediencia. Nada más que la obediencia podía abrir el acceso a Dios; la desobediencia era lo que levantaba la barrera que no podía apartar ningún sacrificio de animales. Jesús fue el Sacrificio perfecto porque cumplió perfectamente la voluntad de Dios. Se presentó ante Dios, y Le dijo: «Aquí me tienes. Haz conmigo lo que quieras». Él Le ofreció a Dios en representación de la humanidad lo que no había podido ofrecerle ningún ser humano: la obediencia perfecta, que es el Sacrificio perfecto.
Si hemos de mantener una relación filial con Dios, la obediencia es el único medio. Jesús Le ofreció a Dios el perfecto Sacrificio que ninguna persona podía ofrecer. En Su humanidad perfecta ofreció el Sacrificio perfecto de la obediencia perfecta. Así quedó abierto de una vez para siempre para todos nosotros el camino hacia Dios.
Los sacrificios levíticos tenían que repetirse todos los días y, a pesar de eso, no eran realmente efectivos. Mientras el templo estuvo en pie, tenían que ofrecerse los siguientes sacrificios (Números 28:3–8): Todas las mañanas y las tardes, un cordero de un año que no tuviera ningún defecto se ofrecía en holocausto, juntamente con la ofrenda de harina, que era la décima parte de un efa —37 litros— de flor de harina amasada con un cuarto de hin —6,2 litros—de aceite de olivas machacadas. Se hacía también la libación, que era un cuarto de hin de vino. Estaba además la ofrenda diaria de harina del sumo sacerdote, que consistía en un décimo de efa de flor de harina mezclada con aceite y cocido en un cacharro plano; la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde. Además se ofrecía incienso antes de las otras ofrendas, mañana y tarde. Era una rutina continua y fatigosa. El proceso no tenía fin y lo malo era que dejaba al pueblo tan culpable de pecado y alejado de Dios como antes.
Por el contrario, Jesús ofreció el Sacrificio que no podía ni necesitaba repetirse.