encomienda a Dios tu camino
introduccion
I. EL CAMINO DE LA PRUEBA O LA TENTACION
1Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.a 2Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. 3Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. 4El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
I. Una ferviente petición. «Cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, se fue hacia Él y le rogaba que descendiese y sanase a su hijo» (v. 47). Oyó, fue y rogó. Ésta es la actuación de un corazón honrado. Su petición de que Cristo «descendiese» muestra fe en el poder de su presencia, pero quizá una falta de fe en su promesa. El Señor quería enseñar al noble y a nosotros que su Palabra es tan buena como Él mismo. «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida». Tienen el mismo carácter que Él.
II. Una gentil reprensión. «Jesús le dijo: Si no veis señales y prodigios, de ningún modo creéis» (v. 48). «Los judíos piden señales» (1 Co. 1:22). En esta contestación, Cristo viene a decirle al noble: ¿No estás dispuesto a creer en Mí sin ver señales y milagros que Yo obre? Estás dispuesto a creer que soy el Mesías si desciendo a sanar tu hijo, que está a punto de morir. «Si no veis (…) de ningún modo creeréis.» Hay una fe que es más noble que ésta. «Cree, y verás.» ¿Y cuán mejores son los de nuestro tiempo, que no creen si no sienten? Una fe coja siempre busca las muletas de los «prodigios y milagros».
III. Una promesa concreta. Cuando el noble hubo en efecto dicho: Con o sin señales, en Tu misericordia, «desciende antes que mi hijo muera», entonces el Señor le ofreció la palabra de sanidad. «Vete, tu hijo vive» (vv. 49, 50). Al darle su Palabra le estaba dando con ella el «pan de vida», tanto para él como para su hijo. «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» «La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios.»
IV. Un acto de fe. «Y el hombre creyó la palabra… y se puso en camino» (v. 50). Ahora que está preparado para creer en Cristo, sin ver señales, se queda satisfecho con su Palabra de promesa, y así emprende el camino, sin pedir nada más. Tuvo la bienaventuranza del que cree sin haber visto (Jn. 20:29). Ésta es la fe que corona al Cristo de gloria y honra. La fe que salva es una fe que acta confiadamente. Tener fe en Cristo para cualquier cosa prometida, que está aún por ver, es tener la evidencia de que aquella cosa es en realidad para ti (He. 11:1). «El que cree en el hijo tiene». Por fe andamos, no por vista. ¡Qué importancia vital otorga nuestro Señor siempre a sus palabras! Ellas son «espíritu y vida». Un hombre es o bendito o condenado, según su actitud hacia ellas. Creer su testimonio es certificar que Dios es veraz (Jn. 3:33). No creer este registro es hacer a Dios mentiroso (1 Jn. 5:10).
V. Una evidencia confirmadora. «Cuando él ya descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron noticias, diciendo: Tu hijo vive… ¿A qué hora había comenzado a mejorar? … Ayer a la hora séptima… El padre, entonces, comprendió que aquélla era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive» (vv. 51–53). ¿No queda esta fe siempre confirmada por la providencia de Dios? ¿No tuvo Josué que confesar, al final de su vida llena de acontecimientos, que «no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios os ha dicho»? (Jos. 23:14). Cree y verás, porque «a la misma hora» en la que el todopoderoso Redentor dice que lo que se espera será hecho, lo será. Los que van en fe y a su mandato, como lo hizo este noble, encontrarán de cierto que es fiel Aquel que prometió. La certidumbre de la salvación debe seguir con toda certeza al acto de la fe.