La manifestación de la Gloria de Dios
Introducción
En este pasaje vemos a nuestro Señor solo al fin con sus once discípulos fieles. Judas, el traidor, ya ha salido de la estancia para llevar a cabo su malvada obra de las tinieblas. Libre ya de su compañía, que sin duda debió de resultarle dolorosa, nuestro Señor abre su corazón al pequeño rebaño más de lo que lo había hecho nunca.
1. La Gloria de Dios manifestada en la Cruz
2. La gloria de Dios en la Iglesia
no tenía nada de glorioso
A pesar de haber sido renovados, nuestros corazones albergan la semilla de todos los pecados y solo precisan de la ocasión propicia, de cierto relajo o de la pérdida de la gracia de Dios durante un tiempo para que germinen y crezcan en toda su plenitud. Igual que Pedro, podemos hacer cosas maravillosas por Cristo; e igual que Pedro, podemos aprender en carne propia que no tenemos ninguna fortaleza en absoluto.
¡Por tanto Bethlehem, “hijitos míos”! - durante estos días cruciales, en estos históricos días en la vida de nuestra iglesia, esto es lo que Jesús nos pide hacer. “Que como yo os he amado Bethlehem, así también os améis los unos a los otros”. Desciendan y sirvan como serví yo al lavar los pies, sírvanse unos a otros. Depongan sus vidas, sus privilegios, háganlo unos por los otros. Amen a sus hermanos y hermanas atravesando las barreras étnicas y raciales. Amen al más débil y al más anciano y al más joven. Amen al discapacitado. Amen al solitario conflictivo. Es verdad que cuando usted ama no puede expiar el pecado de otra persona. Pero aun así puede hacer algo similar, porque “el amor cubre multitud de pecados” (1ra de Pedro 4:8). ¡Cuán bendecida es la iglesia -especialmente la iglesia en transición- que ama de esta forma!