EL CANON DE LAS ESCRITURAS
EL CANON DE LA BIBLIA
IV. EL CANON DE LAS ESCRITURAS
La palabra “canon” viene del griego kanon, que quiere decir “una caña o vara de medir” y significa “una regla, una norma.” De aquí que el canon de la Biblia consiste de esos libros considerados dignos de ser incluidos en la sagrada escritura. De acuerdo con los autores Selby y West:
La canonización fue el resultado de un desarrollo de siglos de duración por medio del cual aquellos libros que se mostraron útiles para la fe y alabanza, fueron elevados a un papel más decisivo. Quiere decir que el canon estaba determinado no tanto por decreto rabino o de la iglesia como por el mérito de cada libro por separado y su recibimiento por la comunidad por la inspiración y edificación ofrecida.
Otro autor lo expresa de esta manera: “Los diferentes libros poseían y ejercían autoridad divina mucho antes de que los hombres hicieran pronunciamientos al respecto. Los concilios eclesiásticos no les dieron a los libros su autoridad divina, sino simplemente reconocieron que la tenían y que la ejercían.”
A. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
Cualquier consideración acerca del momento exacto en que se cerró el canon del Antiguo Testamento lleva a una variedad de opiniones entre los literatos bíblicos. El Antiguo Testamento no dice nada al respecto; sin embargo, sí da muchas sugerencias acerca de los comienzos de la escritura de las leyes de Dios para que pudieran ser guardadas por la gente. El capítulo diecisiete de Exodo narra la victoria de los hijos de Israel sobre Amalec mientras las manos de Moisés eran sostenidas en alto delante del Señor, y el versículo catorce dice: “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué …” Exodo 24:3, 4 registra la escritura de las palabras y los juicios de Dios: “Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová a dicho. Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová …”
El capítulo 31 de Deuteronomio narra la escritura de la ley por Moisés, que debía ser guardada y leída a la gente cada siete años:
Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví … Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años, en el año de la remisión, en la fiesta de los tabernáculos, cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová tu Dios en el lugar que escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos (Vs. 9–11).
Esta ocasión bien podría marcar el comienzo más temprano del canon del Antiguo Testamento, porque leemos: “Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas … diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti” (Dt. 31:24–26). Josué, el sucesor de Moisés, también escribió estas palabras, “en el libro de la ley de Dios” (Jos. 24:26). Samuel registró algunos eventos de su época en un libro. Leemos: “Samuel recitó luego al pueblo las leyes del reino, y las escribió en un libro, el cual guardó delante de Jehová” (I Sam. 10:25). Los profetas en tiempos posteriores se ocuparon en escribir libros. Dios habló a Jeremías, y dijo: “Toma el rollo de libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá y contra todas las naciones desde el día que comencé a hablarte, desde los días de Josías hasta hoy” (Jer. 36:2).
Generaciones posteriores se encuentran consultando las escrituras de sus predecesores. Daniel buscó “en los libros” y encontró que el profeta Jeremías limitó a setenta años la duración de la desolación de Jerusalén (Dn. 9:2). Más tarde, cuando la gente estaba nuevamente congregada en Jerusalén después de la cautividad de Babilonia, la ley de Moisés fue leída y honrada (Neh. 8:1–8). Durante el reino de Josías en Judá, el libro de la ley p 8 de Jehová, que había sido perdido, fue hallado: “Entonces dijo el sumo sacerdote Hilcías al escriba Safán: He hallado el libro de la ley en la casa de Jehová” (II R. 22:8). Josías reunió a los ancianos de Judá y Jerusalén, “y leyó, oyéndolo ellos, todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová” (II R. 23:2). De aquí, vemos los comienzos de lo que posteriormente se convirtió en el Antiguo Testamento.
En su artículo de la International Standard Bible Encyclopedia (Enciclopedia Internacional Normativa de la Biblia), George L. Robinson, después de una cuidadosa consideración de las posibles evidencias, concluye (siguiendo la triple división del Antiguo Testamento en el hebreo) que los libros de la ley fueron reconocidos como canónicos durante la época de Esdras (444 a.C.); Robinson también concluye que los profetas fueron reconocidos como tales algún tiempo después (alrededor del 200 de nuestra era) y que los escritos recibieron autoridad alrededor del 100 a.C. Robinson no dice que haya tres cánones separados, pero que “había tres clases separadas de escritos, los cuales entre 450 a.C. y 100 a.C. se sostenían sobre distintas bases sin duda alguna, y sólo gradualmente llegaron a tener autoridad.”
Otros eruditos sostienen la creencia de que hubieron sólo dos períodos de canonización correspondientes a “la ley y los profetas”, y que el canon del Antiguo Testamento fue completado alrededor del 400 a.C. Es difícil decir cual de estas posiciones es la correcta. Lo que es importante es que el canon del Antiguo Testamento, sin duda, estaba completo en la época de Cristo. Jesús se refirió a él como “Las escrituras”, diciendo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna” (Jn. 5:39). Leemos: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decía” (Lc. 24:27).
En Lucas 11:51 hay una declaración interesante de Jesús que habla del tiempo “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo.” Jesús se refería a los mártires del Antiguo Testamento. Abel fue el primero, como está registrado en el cuarto capítulo de Génesis y Zacarías fue el último como registra II Crónicas 24:20, 21. En la Biblia hebrea, II Crónicas es el último libro, mientras que Génesis es el primero. Entonces, Jesús no sólo puso su sello de aprobación sobre todo el Antiguo Testamento, desde Génesis hasta II Crónicas, sino que también dio p 9 indicación de que estos libros estaban en existencia, y estaban aprobados en el período en que Él estuvo en la tierra.
Como evidencia adicional de la perfección del canon del Antiguo Testamento en esta época tenemos el testimonio del celebrado historiador judío Flavio Josefo. En sus escritos, En contra de Apión, él dice:
Porque no tenemos entre nosotros una innumerable multitud de libros que están en desacuerdo y que se contradicen el uno al otro, (como tienen los griegos) sino sólo veintidós libros, que contienen los registros de todos los tiempos pasados; los cuales nosotros justamente creemos que son divinos … y es evidente cuan firmemente hemos dado crédito a estos libros de nuestra propia nación por lo que hacemos; porque durante tantos siglos como ya han pasado, nadie ha tenido el coraje suficiente como para agregar nada a ellos, ni sacar nada de ellos; pero ha llegado a ser inmediatamente natural a todo judío, y desde su nacimiento, estimar estos libros que contienen doctrinas divinas, y a persistir en ellas, y si la ocasión se diera, morir voluntariamente por ellos.
En nuestras Biblias cristianas hay treinta y nueve (39) libros en el Antiguo Testamento, mientras que el Antiguo Testamento judío cuenta sólo con veinticuatro (24). Esto se explica por los siguientes hechos:
• Los doce libros de los profetas menores (Oseas a Malaquías) son sólo un libro;
• También los siguientes son sólo un libro cada uno: I y II Samuel, I y II Reyes, I y II Crónicas, Esdras y Nehemías.
De modo que, aunque no hay diferencia en las palabras, el Antiguo Testamento hebreo lista nueve títulos menos. Josefo contó veintidós (22), porque él unió Rut con Jueces y Lamentaciones con Jeremías.