LEGADO DE PAZ
Introducción
27La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
En esta porción vemos que Jesús vuelve a exhortar a sus discípulos a que no se turben por el hecho de que Él se marcha, sino a que conserven la paz que Él les da, junto con los motivos por los que deberían estar alegres.
I. Les dice primero que deberían ser receptivos al influjo de su paz: «La paz os dejo, mi paz os doy» (v. 27). Para un judío el vocablo «paz» (hebreo shalom, del verbo shalam = estar entero, completo, seguro) significa el cúmulo de bendiciones de toda clase que «descienden de parte del Padre de las lumbreras» (Stg. 1:17. Lit.). Es como si, en este versículo Jesús hiciese su testamento, ya próximo a morir, y les dejase a sus discípulos todo lo que le iba a quedar después del despojo que sufrió en su pasión y muerte en cruz.
I. Les dice primero que deberían ser receptivos al influjo de su paz: «La paz os dejo, mi paz os doy» (v. 27). Para un judío el vocablo «paz» (hebreo shalom, del verbo shalam = estar entero, completo, seguro) significa el cúmulo de bendiciones de toda clase que «descienden de parte del Padre de las lumbreras» (Stg. 1:17. Lit.). Es como si, en este versículo Jesús hiciese su testamento, ya próximo a morir, y les dejase a sus discípulos todo lo que le iba a quedar después del despojo que sufrió en su pasión y muerte en cruz.
1. Vemos primero lo que les deja. El legado es «paz» en el sentido indicado: «La paz …, mi paz». El espíritu lo entregará al Padre (v. 19:30, comp. con Lc. 23:46); el cuerpo, a José de Arimatea, para que lo coloque en el sepulcro nuevo (19:38); sus vestidos, a los soldados que habían intervenido en su crucifixión (19:23–24); su madre, a Juan, que era el que lo escribió (19:27); su reino, a un ladrón arrepentido (Lc. 23:42–43). Entonces, ¿qué les iba a dejar a sus pobres discípulos? Oro ni plata no tenía, pero les dejó lo mejor que le quedaba (comp. con Hch. 3:6): su paz.
6Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
¿Para qué querían más, si en la paz de Cristo se hallan concentrados todos los bienes que un creyente puede desear? La paz es para reconciliación y amor. Y, ¿qué paz verdadera puede poseer el que no tenga paz con Dios (Ro. 5:1)
2. Vemos también a quiénes es legada esta paz: «Os dejo … os doy»; es decir, «esta paz es para vosotros, mis discípulos y seguidores». Esta paz es el legado de Cristo para todo cristiano que anda en el Espíritu
«Yo no os la doy como el mundo la da». Como si dijese: «Mi paz no es de cumplido ni como mera rutina, sino una verdadera bendición. Los dones que yo otorgo no son como los que el mundo da». Efectivamente, los regalos que el mundo ofrece son temporales y afectan sólo al cuerpo o a la sensibilidad; en cambio, los dones de Cristo enriquecen el alma para toda la eternidad. Así que la paz que Cristo ofrece es infinitamente más valiosa que todo lo que el mundo puede ofrecer
«No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo» (v. 27b). Esto viene aquí como conclusión de todo lo que les ha dicho desde el comienzo del capítulo. Empezó diciendo: «No se turbe vuestro corazón» (v. 1), y lo repite ahora como algo de lo que hasta aquí había dado razones suficientes.
27 La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.
5 Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, 2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:
3 «Dichosos los pobres en espíritu,
porque el reino de los cielos les pertenece.
4 Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
5 Dichosos los humildes,
porque recibirán la tierra como herencia.
6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados.
7 Dichosos los compasivos,
porque serán tratados con compasión.
8 Dichosos los de corazón limpio,
porque ellos verán a Dios.
9 Dichosos los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque el reino de los cielos les pertenece.
11 »Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. 12 Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes.
La sal y la luz
13 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.
14 Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. 15 Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.
El Sermón del monte: Las bienaventuranzas
(Lc. 6.20–23)
5
1Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
3Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
5Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
9Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
La sal de la tierra
13Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
La luz del mundo
14Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Lenski comenta: “ ‘¡Bienaventurados!’ recitado una y otra vez, suena como las campanas del cielo, repiqueteando a este infeliz mundo desde la torre de la catedral del reino, invitando a todos los hombres a entrar.”