Romanos 9
Vv. 1—5. Estando a punto de tratar el rechazo de los judíos y el llamamiento a los gentiles, y de mostrar que todo concuerda con el electivo amor soberano de Dios el apóstol expresa con fuerza su afecto por su pueblo. Apela solemnemente a Cristo; su conciencia, iluminada y dirigida por el Espíritu Santo da testimonio de su sinceridad. Se sometería a ser anatema, a ser condenado, crucificado, y, aun, estar en el horror y angustia más profundos si pudiera rescatar a su nación de la destrucción venidera por su obstinada incredulidad. Ser insensible al estado eterno de nuestro prójimo es contrario al amor requerido por la ley y por la misericordia del evangelio. Ellos habían profesado hace mucho tiempo ser adoradores de Jehová. La ley y el pacto nacional, fundamentado en ella, eran suyos. La adoración del templo era un tipo de la salvación por el Mesías y del medio de comunión con Dios. Todas las promesas referidas a Cristo y su salvación les fueron dadas. No solo está sobre todo como Mediador; es el Dios bendito por los siglos.
Vv. 1—5. Estando a punto de tratar el rechazo de los judíos y el llamamiento a los gentiles, y de mostrar que todo concuerda con el electivo amor soberano de Dios el apóstol expresa con fuerza su afecto por su pueblo. Apela solemnemente a Cristo; su conciencia, iluminada y dirigida por el Espíritu Santo da testimonio de su sinceridad. Se sometería a ser anatema, a ser condenado, crucificado, y, aun, estar en el horror y angustia más profundos si pudiera rescatar a su nación de la destrucción venidera por su obstinada incredulidad. Ser insensible al estado eterno de nuestro prójimo es contrario al amor requerido por la ley y por la misericordia del evangelio. Ellos habían profesado hace mucho tiempo ser adoradores de Jehová. La ley y el pacto nacional, fundamentado en ella, eran suyos. La adoración del templo era un tipo de la salvación por el Mesías y del medio de comunión con Dios. Todas las promesas referidas a Cristo y su salvación les fueron dadas. No solo está sobre todo como Mediador; es el Dios bendito por los siglos.
Vv. 6—13. El rechazo de los judíos por la dispensación del evangelio no quebrantó la promesa de Dios a los patriarcas. Las promesas y las advertencias se cumplirán. La gracia no corre por la sangre; ni los beneficios salvíficos se hallan siempre en los privilegios externos de la iglesia. No sólo fueron elegidos algunos de la simiente de Abraham, y otros no, sino que Dios obró conforme al consejo de su voluntad. Dios profetizó de Esaú y Jacob, nacidos en pecado, hijos de la ira por naturaleza, como los demás. Si eran dejados a sí mismos hubieran continuado en pecado durante toda la vida, pero, por razones santas y sabias, que no nos son dadas a conocer, Él se propuso cambiar el corazón de Jacob y dejar a Esaú en su maldad. Este caso de Esaú y Jacob ilumina la conducta divina con la raza caída del hombre. Toda la Escritura muestra la diferencia entre el cristiano confeso y el creyente real. Los privilegios externos son concedidos a muchos que no son los hijos de Dios. Sin embargo, hay un estímulo completo para el uso diligente de los medios de gracia que Dios ha determinado.
Vv. 14—24. Cualquier cosa que Dios haga debe ser justa. De ahí que el feliz pueblo santo de Dios sea diferente de los demás. La sola gracia de Dios les hace ser diferentes. Él actúa como benefactor en esta gracia eficaz y previsora que distingue, porque su gracia es sólo suya. Nadie la ha merecido, de modo que los que son salvos deben agradecer únicamente a Dios; y aquellos que perecen, deben sólo culparse a sí mismos, Oseas xiii, 9. Dios no está obligado más allá de lo que le parezca bien obligarse según su pacto y promesa, que es su voluntad revelada. Esta es que recibirá y no echará fuera a los que vienen a Cristo; pero la elección de almas, para que vayan, es un favor anticipado y distintivo para los que Él quiere. —¿Por qué encuentra faltas aún? Esta no es objeción que la criatura pueda hacer a su Creador, el hombre contra Dios. La verdad, como pasa con Jesús, anonada al hombre, poniéndolo como menos que nada, y establece a Dios como el soberano Señor de todo. ¿Quién eres tú, tan necio, tan débil, tan incapaz de juzgar los consejos divinos? Nos corresponde someternos a Él, no objetarlo. ¿Los hombres no permitirían al infinito Dios el mismo derecho soberano para manejar los asuntos de la creación, como el alfarero ejerce su derecho a disponer de su barro, cuando del mismo montón de barro hacer un vaso para un uso más honroso, y otro para uso más vil? Dios no puede hacer injusticia por más que así le parezca a los hombres. Dios hará evidente que odia el pecado. Además, formó vasos llenos con misericordia. La santificación es la preparación del alma para la gloria. Esta es obra de Dios. Los pecadores se preparan para el infierno, pero Dios es quien prepara a los santos para el cielo; y a todos los que Dios destina para el cielo en el más allá, a ésos prepara ahora. —¿Queremos saber quiénes son estos vasos de misericordia? A los que Dios llamó, y éstos no sólo son de los judíos sino de los gentiles. Ciertamente que no puede haber injusticia en ninguna de estas dispensaciones divinas; no la hay en Dios que ejerce su benignidad, paciencia y tolerancia para con los pecadores sujetos a culpa creciente, antes de traerles su destrucción total. La falta está en el mismo pecador encallecido. En cuanto a todos los que aman y temen a Dios, por más que esas verdades parezcan más allá del alcance de su entendimiento, aun así guardan silencio ante Él. Es el Señor solo quien nos hace diferentes; debemos adorar su misericordia perdonadora y su gracia que crea de nuevo, y poner diligencia para asegurar nuestra vocación y elección.
Vv. 25—29. El rechazo de los judíos y la incorporación de los gentiles estaban profetizados en el Antiguo Testamento. Esto ayuda mucho a esclarecer una verdad, a observar cómo se cumple en ella la Escritura. Prodigio de la potestad y misericordia divinas es que haya algunos salvos: porque aun los dejados para ser simiente hubiesen perecido con los demás, si Dios los hubiera tratado conforme a sus pecados. Esta gran verdad nos la enseña esta Escritura. Se debe temer que, aun en el vasto número de cristianos profesantes, sólo un remanente será salvo.
Vv. 30—33. Los gentiles no conocían su culpa y miseria, por tanto, no se tomaban la molestia de procurarse remedio. Pero alcanzaron la justicia por fe. No por volverse prosélitos de la religión judía, ni por someterse a la ley ceremonial, sino abrazando a Cristo, creyendo en Él, y sujetándose al evangelio. Los judíos hablaban mucho de justificación y santidad, y parecía que deseaban mucho ser los favoritos de Dios. Buscaron, pero no de la manera correcta, no de la manera que hace humilde, no de la manera establecida. No por fe, no por abrazar a Cristo, sin depender de Cristo ni sujetarse al evangelio. Esperaban la justificación obedeciendo los preceptos y las ceremonias de la ley de Moisés. Los judíos incrédulos tuvieron una justa oferta de justicia, vida y salvación, hecha a ellos en las condiciones del evangelio, cosa que no les gustó y no aceptaron. ¿Hemos procurado saber cómo podemos ser justificados ante Dios, procurando esa bendición en la forma aquí señalada, por fe en Cristo, como Jehová Justicia nuestra? Entonces, no seremos avergonzados en ese día terrible, cuando todos los refugios de mentiras sean arrasados, y la ira divina innunde todo escondite salvo aquel que Dios ha preparado en su Hijo.