manuel (2)
¿Cómo afectó la condición espiritual de la iglesia el ataque de Satanás? ¡En nada! El hecho de que Pedro y Juan fueron arrestados, enjuiciados y amenazados no tuvo absolutamente ningún efecto en la vida espiritual de la iglesia, porque la iglesia siguió unida (Hechos 4:32), magnificada (Hechos 4:33), y se multiplicaba (Hechos 4:32).
Dios ama a su iglesia y es celoso por ella, porque fue comprada con la sangre del Hijo de Dios (Hechos 20:28; Efesios 5:25) y ha sido puesta en la tierra para glorificar a Dios y hacer la obra de Dios. Satanás quiere destruir a la iglesia, y la manera más fácil de hacerlo es usar a los que están dentro del compañerismo. Si Pedro no hubiera tenido discernimiento, Ananías y Safira hubieran llegado a ser personas influyentes en la iglesia. Satanás habría estado trabajando por medio de ellos para lograr sus propósitos.
La iglesia es “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15), y Satanás la ataca con sus mentiras La iglesia es el templo de Dios en donde él mora (1 Corintios 3:16), y Satanás quiere meterse en ella y morar allí también. La iglesia es el ejército de Dios (2 Timoteo 2:1–4), y Satanás trata de colocar en las iglesias tantos traidores como pueda. La iglesia está segura en tanto que Satanás ataque desde afuera, pero cuando la infiltra, la iglesia corre peligro.
Es fácil para nosotros condenar a Ananías y Safira por su hipocresía, pero necesitamos examinar nuestras propias vidas para ver si nuestra profesión de fe está respaldada por nuestra práctica. ¿Realmente somos sinceros cuando oramos en público? ¿Cantamos los himnos y cánticos del evangelio con sinceridad o de rutina? “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8). Si Dios matara a los engañadores religiosos hoy, ¿cuántos miembros de la iglesia quedarían?
Lo que se describe en este capítulo no es un caso de disciplina eclesiástica. Más bien es un ejemplo del juicio personal de Dios. “Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:30–31). Si Ananías y Safira hubieran juzgado su propio pecado, Dios no los hubiera juzgado (1 Corintios 11:31), pero convinieron en mentir, y Dios tuvo que llamarles a cuenta.
Ananías murió y fue sepultado, ¡y Safira ni siquiera lo sabía! Satanás siempre tiene a sus siervos a oscuras, mientras que Dios guía a sus siervos en la luz (Juan 15:15). Pedro acusó a Safira de tentar al Espíritu de Dios, es decir deliberadamente desobedecer a Dios para ver cuánto iba a tolerar Dios; (Éxodo 17:2; Deuteronomio 6:16). En realidad Ananías y Safira estaban desafiando a Dios y retándole a actuar; y él actuó, con rapidez y finalidad. “No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:7).
Debemos tener presente que su pecado no consistió en robarle dinero a Dios, sino en mentirle y robarle la gloria. Ellos no tenía ninguna obligación de vender la propiedad; y habiéndola vendido, no tenían ninguna obligación de dar nada del dinero a la iglesia (Hechos 5:4). Su deseo de reconocimiento concibió pecado en sus corazones (Hechos 5:4, 9), y ese pecado a la larga produjo la muerte (Santiago 1:15).
El resultado fue una oleada de temor santo que cundió en la iglesia y en todos los que oyeron el relato (Hechos 5:11). Hemos pasado de “gran poder” y “abundante gracia” (Hechos 5:33) a “gran temor”, y todo esto debe estar presente en la iglesia. “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:28–29).