Alcanzando Madurez Espiritual
ALCANZANDO MADUREZ ESPIRITUAL
1 Corintios 3:1-16
Una de las cosas que el apóstol Pablo señala es que nosotros somos labranza de Dios. Aquí él utiliza una comparación relacionada con la agricultura. Para la labor del campo se necesitan diferentes clases de trabajadores: uno es el que prepara el suelo, el otro arranca la maleza, el otro planta la semilla y, finalmente, otro recoge la cosecha. Sería tonto comparar la labor del uno con el otro, porque todos son importantes y todos reciben salario.
Una de las características de un creyente maduro es que no se compara con otros, porque entiende que hay personas igualmente, o quizás más competentes que él en la Obra del Señor. El llamado que Dios le da a sus siervos no son todos iguales, no tienen todos la misma unción, ni tienen todos la misma gracia. El creyente que es maduro, es una persona que sabe quién es en Cristo, que reconoce la virtud y el talento que hay en otros, que respeta la unción de Dios que está sobre otros, pero que no se siente amenazado porque vino éste o llegó aquél.
Cuando Dios llama a una persona a trabajar en Su Obra, la capacita y le imparte una gracia y una paciencia que no la tiene todo el mundo. Por eso es que vas a encontrar personas que te dirán: “yo no sé cómo puedes con esa carga”, es porque Dios está contigo ayudándote en cada tramo del camino. Es un privilegio cuando Dios se fija en uno para llamarlo a trabajar en Su Viña. Acordémonos siempre que el Dueño de la Cosecha es Dios.
Pablo habla de esta manera porque la iglesia de Corinto estaba dividida en base a la labor que habían realizado líderes humanos, y había grupos que decían yo soy de Cefas (Pedro), yo de Pablo, yo de Apolos y otros decían yo soy de Cristo. Uno de los daños más sutiles y devastadores que el enemigo de las almas infringe a la iglesia del Señor es la división. Podemos caer en el error de compararnos por nacionalidades, por culturas, por lenguaje, por el color de la piel o de los ojos, por el grado de educación, por la forma cómo fuimos criados, por quién fue nuestro primer pastor, por el tipo de alabanza que a nosotros nos gusta, etc. Pero el creyente maduro no se deja llevar por ninguna de estas cosas, él entiende que estas son pequeñeces al lado de las grandes cosas que Cristo hizo cuando vino a nuestras vidas.
La iglesia avanza cuando está unida. Es en la unidad en que se manifiesta el Espíritu Santo, la Biblia nos relata en Hechos que cuando los 120 estaban unidos y unánimes en oración en el Aposento Alto descendió el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios quiere morar en una iglesia donde haya amor y unidad, y para ello necesitamos crecer en el Señor.
Otra característica en el cristiano inmaduro, es que se queja de todo. Es como un niño que dice, yo no como esto, ni aquello, ni esto otro. Doy gracias a Dios porque mis padres me enseñaron desde pequeño a comer todo lo que me servían. A veces decía a mi no me gusta esto, y mi mamá o mi papá, me decían tú te lo vas a comer. Somos pobres y no podemos darnos el lujo de escoger qué vamos o qué no vamos a comer. Un creyente inmaduro es aquel que dice, no me gusta como el hermano canta, o predica o enseña. Es verdad que no todos lo hacen igual, que conectamos mejor con unos que con otros, pero lo importante es que no criticamos y que en toda alabanza, en toda enseñanza o en todo sermón buscamos entender y captar que es lo que el Espíritu Santo quiere hablar a mi vida.
Pablo señala, yo planté la semilla al fundar la iglesia de Corinto; luego vino Apolos y con su predicación y ministración regó esa semilla, pero fue Dios el Único que podía darle crecimiento a esa semilla. De manera que ni Apolos ni yo merecemos gloria, sino que toda la gloria se la debemos a Dios. Nosotros solamente somos colaboradores de Dios.
Sutilmente, podemos caer en la mala de comparar maestros, pastores, evangelistas como el mundo compara a sus artistas o deportistas. Más bien tenemos que cuidar que el suelo (nuestro corazón), donde será plantada y regada la semilla (la Palabra), no se endurezca.
A partir del versículo 10, Pablo señala unas verdades muy importantes, y deseo que me preste su atención. Veamos:
· La gracia: Dios nos da a cada uno una gracia para hacer el trabajo que Dios nos ha encomendado. Por eso es importante que usted nunca procure imitar a nadie o tratar de hacer las cosas como las hace éste o como las hace aquél. Dios te da a ti una gracia para que hagas aquello que Él te llamó a hacer.
· El fundamento: Tiene que estar claro en nuestra mente que no hay y no puede haber otro fundamento que es Cristo. Esto se parece a las construcciones modernas, lo primero en lo que trabajan los constructores al levantar una edificación es en la fundación, porque ellos entienden que sobre ella va a reposar todo el peso del edificio. A mayor altura, mayor profundidad. En la vida de todo creyente hay un crecimiento interno y un crecimiento externo. Antes de que puedas crecer por fuera, tienes que crecer por dentro. Hay personas que pueden venir a la iglesia y rápido quieren conseguir un compañero o compañera, o quieren un cargo y hay algunos que quieren rápido un ministerio. Personalmente lo llamo, ministerio express, es decir, no hace paradas, sino que va directo a lo que quiere. Pero ningún creyente, ni ministerio puede llegar hasta donde Dios quiere sino tiene primero un buen fundamento. Y el fundamento es Cristo, nadie más. Nuestro anhelo debe ser crecer más para parecernos a Cristo. Mientras más alto Dios te quiera llevar, más tiempo se va a tomar en poner la fundación dentro de ti, porque Él sabe que un edificio alto con una pobre fundación se desmoronará en cualquier momento. Así es que debes entender que muchas veces no veras fruto externamente por que estás creciendo internamente.
· La verdadera aplicación: los católicos usan este pasaje para basar su doctrina del purgatorio. Ellos dicen que el fuego purificará las almas que han partido para luego entrar en el cielo; los modernistas, por su parte, dicen que esto significa que por las buenas obras las personas se van a salvar, pero esto no es lo que quiere decir la Biblia. La correcta interpretación es que va a haber un juicio, se llama El tribunal de Cristo, en donde la obra de cada uno será probada. En ese juicio, el creyente podrá recibir o perder su recompensa dependiendo de lo que revele el fuego al cual ha sido sometido su obra; y por ello, enumera una serie de materiales que reflejan el valor de la edificación: oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, etc. La lista va en orden descendente, y nos enseña que uno edifica con oro, cuando da lo mejor de sí. Nuestra ofrenda, nuestra alabanza y nuestro servicio a Dios debe llevar un distintivo, EXCELENCIA. Pero cuando uno edifica con madera, heno u hojarasca, el fuego los consume con facilidad y rapidez. Esto habla del servicio que se le da a Dios de cualquier manera, lo que nos sobra, lo que no nos importa, y decimos, por lo menos algo es algo. A Dios no se le trata así.
· Tres clases de constructores: Veamos las tres clases de constructores a los que se refiere Pablo:
o El constructor sabio, usa materiales duraderos, y no baratos. Este constructor busca honrar a Cristo enfocándose en la calidad que glorifica a Dios y no en la cantidad que traerá el reconocimiento de los hombres. Los constructores sabios usan la Palabra, la oración y dependen del Espíritu de Dios y por ello su obra perdura.
o El constructor insensato, es aquel que emplea materiales baratos. Es aquel que busca edificar pero con apuros y por eso utiliza cualquier cosa que le venga a la mano. Estos constructores buscan levantar una multitud, no una iglesia. Por eso, para ellos no es importante si la persona hizo o no profesión de fe, si verdaderamente han nacido de nuevo, lo único que les interesa son las estadísticas. Es importante tener, primero, una relación genuina y verdadera con Cristo, para después ocupar una posición en la Obra del Señor.
o El destructor, no edifica, sino más bien destruye. Lo cierto es que para destruir no se necesita talento, ni inteligencia. Cualquiera puede destruir algo, hasta un bebé por su inexperiencia puede destruir algo que esté a su alcance. Los creyentes inmaduros destruyen en lugar de edificar. Ellos destruyen con sus comentarios, con sus opiniones, con su falta de fe, con su falta de motivación. Mire, hermano, tenga cuidado, no cuente todos sus planes a cualquier, porque hay expertos en demoler, demuelen las buenas intenciones que uno tenga, demuelen las esperanzas, quitan la fe, quitan el ánimo, destruyen amistades, con sus críticas, dicho en un español moderno: te echan un balde de agua fría. Ni cortan la leña, ni prestan el hacha. Debes tener cuidado, cuando Dios pone en tu corazón el deseo de hacer algo, o de orar por algo o por alguien, no salgas a buscar confirmación en la personas, más bien pide en silencio confirmación de parte de Dios, porque la verdad es que no todos entenderán tu visión y tu anhelo.
Hoy en día vivimos en un mundo donde hay muchos retos, muchos desafíos. Pero Dios no cambia, Él quiere culminar lo que ha empezado en ti. Te pueden venir muchos tropiezos, pero el creyente maduro hasta de las malas experiencias saca buenas lecciones. Dios quiere que te levantes en vuelo como el águila, que siempre vuela por encima de las tormentas y de cuando en cuando se retira en las alturas, pero no caigas en los lazos del enemigo que quiere que pierdas la visión del llamado que Dios tiene contigo.
DIOS TE BENDIGA.