La Necesidad Del Perdón
LA NECESIDAD DEL PERDÓN
En nuestro caminar cristiano, siempre hay dos (o a veces más de dos) formas de hacer las cosas. Uno puede vivir para agradar al hombre o puede hacerlo para agradar a Dios. Uno puede decidir hacer las cosas para impresionar desde el punto de vista exterior, o sencillamente uno puede hacerlo de todo corazón. La Biblia nos enseña un ejemplo de esto en Marcos 12:41-44, cuando al hablar de la ofrenda de la viuda, Jesús le enseñó a sus discípulos que mientras todos habían echado de lo que les sobraba, esta pobre viuda echó todo lo que tenía, todo su sustento.
No siempre somos juzgados de una manera correcta, porque no importa cuán buenas hayan sido sus intenciones, o con cuánto amor usted haya tratado de hacer algo, siempre habrá alguien que le critique o que le encuentre una falta.
Lo cierto es que faltas las cometemos todos, no hay experiencias que hayas vivido, ni posición que hayas ocupado que te garanticen que desde ahora en adelante no te vas a equivocar. El problema no es tanto el cometer errores –aunque uno debe tratar no cometerlos-, más bien el problema es enfrentar las consecuencias de esos errores. Y una de las consecuencias más funestas y que más perdura en cuando se ofende (consciente o inconscientemente) y a raíz de eso, no se perdona.
Durante la pasada semana, meditando en las cosas del Señor, sentí que el Espíritu de Dios ponía en mi corazón este pensamiento para que le hablara a la Iglesia sobre la necesidad de perdonar. La impresión que dejó en mi corazón era que hay muchos dentro de Su pueblo que han perdido el gozo y la oportunidad de vivir una vida abundante en Cristo, precisamente porque tienen sus corazones cargados de sentimientos negativos, resentimientos, amarguras, iras, corajes, y el Espíritu Santo ha estado tratando con mucha gente para sanar esos corazones y no se dejan.
Posiblemente, muchas de las cosas que yo exprese en este sermón no sean nuevas para sus oídos, pero no he venido para hablar cosas novedosas, sino las que el Espíritu de Dios quiere que yo le diga a Su pueblo, y me deber es obedecerle.
I.- LA IMPORTANCIA DEL PERDÓN AL MOMENTO DE OFRENDAR.
El perdón es algo sumamente importante delante de los ojos de Dios, sin embargo, es algo de lo que ya no se habla desde muchos altares. Esto es tan importante que Jesús dijo en Mateo 5: 23-24: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda, y anda reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.” Es lamentable que hoy día, en muchos púlpitos se le dé más importancia a la ofrenda que al perdón. Nosotros no tenemos la autorización para cambiar lo que Dios ha establecido.
La verdadera base de nuestra creencia, la razón por la cual estamos aquí es el perdón. Sin el perdón de Dios usted ni yo tendríamos esperanza de reconciliarnos con Dios.
He sentido en mi corazón cómo el Espíritu me ministraba sobre personas que pueden cumplir con todo lo que de ellos se espera exteriormente, pero en su corazón están tan lejos de Dios. Oran, leen la Biblia, ayunan, hacen vigilias, ofrendan, diezman y cooperan con todo lo que se les pide –y estas cosas son buenas- pero de nada sirven si el corazón no está limpio delante de Dios.
II.- JUSTIFICANDO LO INJUSTIFICABLE.
A quienes seguramente me dirán, Pastor yo tengo razón de estar como estoy, porque yo no me merezco lo que me han hecho. Le di mis mejores años a mi esposo(a), mis atenciones, mis cuidados y mire cómo me pagó. Eso yo no se lo podré perdonar. Permítame decirle hermano(a), usted tendrá razón para sentirse como se siente, pero no tiene el derecho delante de Dios para mantener eso en su corazón. Seguramente, habrá jóvenes y aún niños quienes también se quejarán de que su padre o madre los abandonaron cuando más lo necesitaban, o lo despreciaron porque ellos representaban un tropiezo para sus vidas, a ti también te digo, tú tienes que perdonar.
El resentimiento amarga a aquel que lo lleva en su corazón, le pone una carga pesada difícil de llevar, le quita el gozo de la vida en Cristo, le crea una atadura que le impide ser libre, lo mete en una prisión y cierra la celda para jamás volverla a abrir. Y pasan días, semanas, meses y años y ese creyente ya no siente el gozo de la salvación, lo único que le queda es un caparazón de religiosidad y una falsa esperanza de que algún día esté en la Presencia del Señor.
Dios quiere que tú arregles cuentas con Él ahora. Esto no tiene ver cuánto tiempo tú tienes en el Señor, cuántos versículos de la Biblia sepas de memoria, qué puestos estés ocupando actualmente o cómo Dios te usa. A veces solemos escondernos detrás de estas excusas, pero de Dios nadie se esconde. Cuando Dios toca tu corazón y te dice que tienes que tratar algo, tienes que hacerlo, no hay otra opción, si en verdad quieres agradar a Dios. Necesitas que el Hijo te libere y la Biblia dice en Juan 8:36 “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libre.”
Es sorprendente, pero siento en mi espíritu que hay personas que aún estando en la Iglesia están enojados con Dios. Sienten que Dios les debe algo, o que Dios no les permitió obtener algo, o que Dios se ha demorado mucho en contestarle sus oraciones. Dios sabe lo que es mejor para ti y Dios quiere que seas libre y la libertad es algo del corazón, de esto pueden testificar Pablo y Silas.
III.- UNA FRASE MUY GASTADA.
Empecé diciendo que cuando uno va a hacer algo para el Señor, lo mejor es hacerlo de corazón. Sin embargo, muchos de nosotros hemos aprendido a eludir nuestras responsabilidades con frases fabricadas y que se usa ligeramente. Una de ellas yo la he llamado el perdón de la Santa Cena. Hay creyentes que ofenden muchas veces y a propósito, pero cuando saben que se acerca el momento de participar en la Cena del Señor y quieren acercarse a la mesa, entonces van donde la persona que ofendieron y sabiendo que lo hicieron a propósito y bien pensado, se atreven a decir: Hermano, si en algo te he ofendido, perdóname. Un perdón así lo pide cualquiera, pero no tiene mérito, porque debe venir del corazón.
Para que haya perdón, debe haber primero verdadero arrepentimiento. Esto es bíblico, Dios nos otorga a nosotros el perdón si primero nos arrepentimos de corazón de nuestros pecados. Examina siempre tu corazón, y examínalo como si fueras un juez severo, si ves que hay cosas que están mal, arréglalas de inmediato, no dejes que pase el tiempo.
Cuando pidas perdón, hazlo de corazón y sé específico: Hermano, yo te ofendí; te juzgué mal; dije algo que no debí decir; me pasé de la raya, me puse a hablar mal de ti con otra persona, etc.
Estoy consciente que encontrarás personas con las cuales te será difícil llevarte bien, porque has tratado y sientes que esa persona no te brinda esa confianza, pero sigue el consejo del apóstol Pablo en Romanos 12:18: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”
IV.- NO TODAS LAS PERSONAS SON IGUALES.
Finalmente, quiero señalar que cada persona es distinta, en su físico, en sus sentimientos, en los talentos y dones que Dios le haya dado, en sus gustos, etc. Precisamente, por esa variedad, habrá hermanos que serán más fáciles para tratar, para entablar una conversación o para estar de acuerdo en algunos temas que otros. No obstante, el creyente que es maduro aprende a aceptar y a amar a los otros como son, con sus defectos y sus virtudes, con sus errores y sus aciertos.
No podemos decidir no amar porque tal o cual hermano no son como yo quisiera que fuera y hasta que no cambie no pienso cambiar. Un creyente maduro aprende a sobrellevar a otros y a pasar por alto las ofensas. La Biblia dice en 1 Pedro 4:8: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados.”