El Legalismo
El evangelio llama a los seres humanos al arrepentimiento, santidad, y devoción. Por esto, el mundo ve el evangelio como algo ofensivo. Pero ay de nosotros si añadimos innecesariamente a lo que es ofensivo, distorsionando la verdadera naturaleza de la cristiandad al combinarla con legalismo. Ya que el cristianismo tiene que ver con moralidad, rectitud, y ética, podemos fácilmente hacer un movimiento sutil a partir de una preocupación apasionada por una moralidad piadosa, y caer en un tipo Legalismo.
INTRODUCCIÓN:
LEGALISMO. Mientras que la legalidad se refiere al estado o práctica de estar legal (conforme a la ley), el legalismo es: (1) dependencia de la observancia de la ley como medio de salvación, y / o (2) esclavitud excesiva a la letra de la ley que pasa por alto su intención y que no la motiva el amor.
En el judaísmo del período posexílico se desarrolló una observancia fanática tanto de la ley escrita como de la colección agregada de tradiciones orales. El resultado fue un legalismo rígido y externo de obediencia esclavizadora a mandamientos, estatutos, regulaciones, ritos y sacrificios.
En los primeros días de la iglesia cristiana, cuando los creyentes eran tanto judíos como cristianos, muchos continuaron observando su antiguo legalismo. Al extenderse el evangelio entre los gentiles, los que sostenían el legalismo, llamados judaizantes, trataron de imponer sus convicciones sobre los paganos convertidos. Esa circunstancia preparó el escenario para el primer conflicto doctrinal de la incipiente iglesia. Aun cuando quedó oficialmente resuelto en el primer concilio de Jerusalén, con el rechazo del legalismo, el conflicto continuó durante gran parte del primer siglo.
Exceptuando a Jesús, el principal opositor del legalismo fue el apóstol Pablo, quien había sido liberado del mismo en forma dramática (Gá. 1:13ss.; Ro. 7:7ss.). Él reconoció que la observancia de la ley judía, como esencial para la salvación, era un intento de alcanzar la justicia por obras, la cual repudiaba la justificación por gracia mediante la fe. En su carta a los gálatas, Pablo advirtió que al ceder al legalismo judío se estaba rechazando a Cristo y su cruz salvadora (Gá. 2:21), lo cual resultaría en cadenas y esclavitud (4:9; 5:1). Y aún más importante, la dependencia de la ley imposibilitaría la nueva vida del Espíritu.
La amenaza del legalismo ha plagado a la iglesia desde el primer siglo hasta el presente. En la actualidad el peligro no radica en adoptar la ley judía, sino en desviarse hacia el moralismo, versión “cristiana” del legalismo. La ley se considera como la única alternativa a la libertad que llega a ser libertinaje. La religión, por tanto, se convierte primordialmente en apegarse a un juego de reglas y regulaciones. El creyente se enreda en la telaraña de la justicia por obras que fácilmente se convierten en justicia propia. A la vez, esa justicia propia a menudo lo hace a uno vivir bajo la “letra legalista” que produce un espíritu cortante, crítico y condenador hacia otras personas. Esta expresión del legalismo es una contradicción trágica del amor, que es el corazón mismo de la fe cristiana.
El remedio del legalismo no radica en el libertinaje o licencia (Gá. 5:13ss.), sino en el amor generado por el Espíritu que cumple el espíritu y la intención de la ley con todo el corazón, en libertad verdadera.