Caña cascada y pabilo humeante

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“Caña cascada y pabilo humeante”

Mateo 12:15-21

 

“…La caña cascada no quebrará,

y el pabilo que humea no apagará”

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 - Mansedumbre y misericordia de Cristo.

 

- Jesús no da a nadie por perdido. Nos ayuda aunque hayamos pecado.

 

- Nuestro comportamiento hacia los demás ha de estar lleno de compasión, de comprensión y de misericordia.

¿Qué significado tiene para la iglesia la siguiente descripción que Isaías hace del Mesías? «no quebrará la caña cascada, no apagará el pabilo que humeare…».

Durante muchos años he notado la frialdad e incertidumbre con que la Iglesia trata a aquellos, que por circunstancias que han vivido, son como «caña cascada y pabilo humeante». Tendemos a aislar indirectamente a estos creyentes que, cabe aclarar, son tan lavados y limpiados en la sangre de Cristo como cualquier persona que acude a la cruz del Calvario para redención. Se les trata con aire de inferioridad considerándoseles una influencia negativa o, peor aun, cristianos de segunda o tercera categoría. ¡Se les condena y rechaza por un pasado, y hasta un presente, que ya ha sido perdonado por el único Juez justo! Dirá usted: «Pero hermano, ¿quiénes son estas personas y por qué su comparación?» Permítame compartir con usted lo siguiente.

El carácter y ministerio de Cristo es manifestado por el profeta Isaías en su capítulo 42 y versículo 3: «No quebrará la caña cascada, no apagará el pabilo que humeare…» Mateo describe en su evangelio el cumplimiento de ésta profesía. ¿Qué significado puede tener este texto para la Iglesia?

1-La caña mencionada crece abundantemente en las orillas de los ríos de Israel. Se usaba para elaborar flautas y era una tarea delicada ya que al ahuecarla se podía magullar fácilmente. Si se dañaba no servía como instrumento musical y entonces se quebraba y se tiraba al río. De todos modos había muchas más cañas que se podían usar.

Las personas son, a menudo, «cañas» dañadas, con cicatrices en sus vidas que las han doblegado y herido. Un líder agresivo podría quebrar esa caña y echarla a un lado, pero no Aquel de quien se dijo: «No quebrará la caña cascada». Él se especializa en enderezar las cañas heridas, ayudándolas a ponerse firmes bajo su paciente y amoroso cuidado. El apóstol Pedro era una «caña cascada» cuando negó al Señor. ¿Cómo podía ese hombre luego llegar a ser un líder reconocido en la iglesia primitiva? La respuesta está en el ministerio del Señor que cuidadosamente restauró a Pedro y le dijo: «Apacienta mis ovejas».

2-En los tiempos bíblicos los hogares israelitas se iluminaban con pequeñas lámparas de aceite. Un pabilo o mecha de fibras de lino flotaba en el aceite y daba luz a la casa. Ese pabilo con el tiempo, se carbonizaba soltando un olor nauseabundo y debilitando la luz de la lámpara, por tanto, se necesitaba una limpieza periódica y un arreglo del pabilo para que la lámpara continuara alumbrando.

El pabilo humeante sirve para ilustrar a la persona cuyo testimonio se ha vuelto ineficaz. El Siervo de quien Isaías dice que no apagará el pabilo humeante sino que lo restaurará para que continúe brillando es Aquel de quien la iglesia actual debe aprender. Este ministerio que está haciendo falta en la Iglesia es la restauración de las lámparas humeantes. Vidas que una vez brillaron y alumbraron pero que se han opacado.

Amados hermanos, la caña cascada y el pabilo humeante de los cuales hablo son todas aquellas personas que fácilmente son pasadas por alto en nuestras iglesias: minusválidos, divorciados, «re-casados», separados, viudos, madres solteras, convictos y otros.

No olvidemos que Jesucristo restauraba esas cañas magulladas y las convertía en instrumentos musicales que tocaban su canción de gracia. Él tocaba los residuos humeantes de la vida y los transformaba en los medios a través de los cuales sería la luz del mundo. Entonces, ¿por qué nosotros no hacemos lo mismo? ¿Es que acaso se nos olvida de dónde nos sacó Dios?

La caña cascada, la mecha humeante, representan toda clase de miserias, dolencias y penalidades a que está sujeta la humanidad. No terminará de romper la caña ya cascada; al contrario, se inclina sobre ella, la endereza con sumo cuidado y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Tampoco apagará la mecha de una lámpara que parece que se extingue, sino que empleará todos los medios para que vuelva a iluminar con luz clara y radiante. Ésta es la actitud de Jesús ante los hombres.

Es tiempo de dar lugar al amor y al perdón condicional. No olvidemos que todos somos parte del cuerpo de Cristo y que nos necesitamos mutuamente. Si no es la Iglesia quien abre sus brazos a estas personas con el mensaje de perdón y restauración, entonces ¿quién lo hará?

NO QUEBRARÁ LA CAÑA CASCADA

- Mansedumbre y misericordia de Cristo.

 

- Jesús no da a nadie por perdido. Nos ayuda aunque hayamos pecado.

 

- Nuestro comportamiento hacia los demás ha de estar lleno de compasión, de comprensión y de misericordia.

Es ésta la ocasión en la que San Mateo, movido por el Espíritu Santo, señala el cumplimiento de la profecía de Isaías sobre el Siervo de Yahvé, en la que se prefigura con rasgos muy definidos al Mesías, a Jesús: He aquí a mi Siervo a quien elegí, mi amado en quien se complace mi alma. Pondré mi espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No disputará ni vociferará, nadie oirá sus gritos en las plazas. No quebrará la caña cascada, no apagará la mecha humeante...

El Mesías había sido profetizado por Isaías, no como un rey conquistador, sino sirviendo y curando. Su misión será caracterizada por la mansedumbre, la fidelidad y la misericordia. El Evangelista señala que esta profecía se estaba cumpliendo. Por medio de dos imágenes bellísimas describe Isaías la mansedumbre, dulzura y misericordia del Mesías. La caña cascada, la mecha humeante, representan toda clase de miserias, dolencias y penalidades a que está sujeta la humanidad. No terminará de romper la caña ya cascada; al contrario, se inclina sobre ella, la endereza con sumo cuidado y le da la fortaleza y la vida que le faltan. Tampoco apagará la mecha de una lámpara que parece que se extingue, sino que empleará todos los medios para que vuelva a iluminar con luz clara y radiante. Ésta es la actitud de Jesús ante los hombres.

En la vida corriente a veces decimos de un enfermo que su dolencia «no tiene remedio», y se da por imposible su curación. En la vida espiritual no es así: Jesús es el Médico que nunca da como irremediablemente perdidos a quienes han enfermado del alma. A ninguno juzga irrecuperable. El hombre más endurecido en el pecado, el que ha caído más veces y en faltas más grandes nunca es abandonado por el Maestro. También para él tiene la medicina que cura. En cada hombre Él sabe ver la capacidad de conversión que existe siempre en el alma. Su paciencia y su amor no dan a ninguno por perdido. ¿Lo vamos a dar nosotros? Y si, por desgracia, alguna vez nos encontráramos en esa triste situación, ¿vamos a desconfiar de quien ha dicho de Sí mismo que ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido?

Como caña cascada fue María Magdalena, y el buen ladrón, y la mujer adúltera... A Pedro, deshecho por las negaciones de su más triste noche, lo restaura, y ni siquiera le hace prometer el Señor que no volvería a negarlo. Solamente le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Es la pregunta que nos hace a todos, cuando no hemos sido del todo fieles. ¿Me amas? Cada Confesión es también, y sobre todo, un acto de amor. Pensemos hoy cómo es nuestro amor, cómo respondemos a esa pregunta que nos hace el Señor.

II. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea...

La misericordia de Jesús por los hombres no decayó ni un instante, a pesar de las ingratitudes, las contradicciones y los odios que encontró. El amor de Cristo por los hombres es profundo, porque, en primer lugar, se preocupa del alma, para conducirla, con ayudas eficaces, a la vida eterna; y, al mismo tiempo, es universal, inmenso, y se extiende a todos. Él es el Buen Pastor de todas las almas, a todas las conoce y las llama por su nombre. No deja a ninguna perdida en el monte. Ha dado su vida por cada hombre, por cada mujer. Su actitud cuando alguno se aleja es darle las ayudas para que vuelva, y todos los días sale a ver si lo divisa en la lejanía. Y si alguno le ha ofendido más, trata de atraerle a su Corazón misericordioso. No quiebra la caña cascada, no termina de romperla y la abandona, sino que 1a recompone con tanto más cuidado cuanto mayor sea su debilidad.

¿Qué dice a quienes están rotos por el pecado, a quien ya no da luz porque apagó la llama divina en su alma? Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré. «Tiene piedad de la gran miseria a la que les ha conducido el pecado; les lleva al arrepentimiento sin juzgarles con severidad. Él es el padre del hijo pródigo que abraza al hijo desgraciado por su falta; Él mismo perdona a la mujer adúltera a la que se disponen a lapidar; recibe a la Magdalena arrepentida y le abre enseguida el misterio de su vida íntima; habla de la vida eterna a la Samaritana a pesar de su mala conducta; promete el Cielo al buen ladrón. Verdaderamente en Él se realizan las palabras de Isaías: La caña cascada no la quebrará; ni apagará el pabilo que aún humea».

Nunca nadie nos amó ni nos amará como Cristo. Nadie nos comprenderá mejor. Cuando los fieles de Corinto andaban divididos diciendo unos: «yo soy de Pablo», y otros: «yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo», San Pablo les escribe: ¿Ha sido Pablo crucificado por vosotros?. Es el argumento supremo.

No podemos desesperar nunca... Dios quiere que seamos santos, y pone su poder y su providencia al servicio de su misericordia. Por eso, no debemos dejar pasar el tiempo mirando nuestra miseria, perdiendo de vista a Dios, dejándonos descorazonar por nuestros defectos, tentados de exclamar «¿para qué continuar luchando, considerando todo lo que he pecado, todo lo que he fallado al Señor?». No, nosotros debemos confiar en el amor y en el poder de nuestro Padre Dios, y en el de su Hijo, enviado al mundo para redimirnos y fortalecernos.

¡Qué gran bien para nuestra alma sentirnos hoy delante del Señor como una caña cascada que necesita de muchos cuidados, como el pabilo que tiene una débil llama y que precisa del aceite del amor divino para que luzca como el Señor quiere! No perdamos nunca la esperanza si nos vemos débiles, con defectos, con miserias. El Señor no nos deja; basta que pongamos los medios y que no rechacemos la mano que Él nos tiende.

III. Esta mansedumbre y misericordia de Jesús por los débiles señalan el camino a seguir para llevar a nuestros amigos hasta Él, pues en su nombre pondrán su esperanza las naciones. Cristo es la esperanza salvadora del mundo.

No podemos extrañarnos de la ignorancia, de los errores, de la dureza y resistencia que tantos ponen en su camino hacia Dios. El aprecio sincero por todos, la comprensión y la paciencia deben ser nuestra actitud ante ellos. Pues «rompe la caña cascada aquel que no da la mano al pecador ni lleva la carga de su hermano; y apaga la mecha que humea aquel que desprecia en los que aún creen un poco la pequeña chispa de la fe».

Nuestros amigos, quienes se crucen con nosotros por circunstancias diversas, han de encontrar en la amistad o en nuestra actitud un firme apoyo para su fe. Por eso, hemos de acercarnos a su debilidad: para que se torne fortaleza; debemos verlos con ojos de misericordia, como los mira Cristo; con comprensión, con un aprecio verdadero, aceptando el claroscuro que forman sus miserias y sus grandezas.

Los frutos de esta doble actitud de comprensión y fortaleza son tan grandes -para uno mismo y para los demás- que bien vale la pena el esfuerzo por ver almas en quienes tratamos a diario; en verles tan necesitados como los veía el Señor. No es suficiente apreciar -afirma un autor de nuestros días- a los hombres brillantes porque son brillantes, a los buenos porque son buenos. Debemos apreciar a todo hombre porque es hombre, a todo hombre, al débil, al ignorante, al que carece de educación, al más oscuro. Y esto no lo podremos hacer a menos que nuestra concepción de lo que es el hombre lo haga objeto de estima. El cristiano sabe que todo hombre es imagen de Dios, que tiene un espíritu inmortal y que Cristo murió por él. La frecuente consideración de esta verdad nos ayudará a no separarnos de los demás, sobre todo cuando los defectos, las faltas de educación, su mal comportamiento se hagan más evidentes. Imitando al Señor, nunca romperemos una caña cascada. Como el buen samaritano de la parábola, nos acercaremos al herido y vendaremos sus heridas, y aliviaremos su dolor con el bálsamo de nuestra caridad. Y un día oiremos de labios del Señor estas dulces palabras: lo que hiciste con uno de éstos, por Mí lo hiciste.