NO DEJES QUE TE MANCHEN
Los jovenes cuidan su reputación de no ser manchados por otros.
SIN MANCHA ALGUNA
NO DEJES QUE TE MANCHEN
32 Entonces David dijo a Abigail:
—Bendito sea Jehová, Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontraras. 33 Bendito sea tu razonamiento y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y vengarme por mi propia mano. 34 Porque, ¡vive Jehová, Dios de Israel!, que me ha impedido hacerte mal, que de no haberte dado prisa en venir a mi encuentro, mañana por la mañana no le habría quedado con vida a Nabal ni un solo hombre.
Entonces David dijo a Abigail:
—Bendito sea Jehová, Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontraras. 33 Bendito sea tu razonamiento y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y vengarme por mi propia mano. 34 Porque, ¡vive Jehová, Dios de Israel!, que me ha impedido hacerte mal, que de no haberte dado prisa en venir a mi encuentro, mañana por la mañana no le habría quedado con vida a Nabal ni un solo hombre.
Entonces David dijo a Abigail:
—Bendito sea Jehová, Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontraras. 33 Bendito sea tu razonamiento y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y vengarme por mi propia mano. 34 Porque, ¡vive Jehová, Dios de Israel!, que me ha impedido hacerte mal, que de no haberte dado prisa en venir a mi encuentro, mañana por la mañana no le habría quedado con vida a Nabal ni un solo hombre.
Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida.
18 Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida.
Estos versículos revelan algo acerca de la forma en que David y sus hombres se mantenían mientras andaban por el desierto. Se dedicaban a proteger a los pastores y sus rebaños de los muchos bandidos que merodeaban (v. 16).
Estos versículos revelan algo acerca de la forma en que David y sus hombres se mantenían mientras andaban por el desierto. Se dedicaban a proteger a los pastores y sus rebaños de los muchos bandidos que merodeaban (v. 16).
Cuando se encontró con David, hizo lo acostumbrado para manifestar sumisión completa y confesó que su esposo era hombre perverso e insensato (vv. 23–25). Entonces fue directamente al grano, identificando el pecado en que el ofendido incurriría: “Jehová te ha impedido el venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano” (vv. 26, 31). Después entregó la remuneración que había preparado y animó a David, expresando su confianza en que Jehová iba a ponerlo como “príncipe” (v. 30) sobre su pueblo (vv. 27–31a). Terminó su intervención pidiendo que David se acordara de ella cuando se sentara en el trono de Israel (v. 31b).
El consejo recto y sano de esta mujer resuena en lo escrito por el apóstol Santiago: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea presto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse, porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:19, 20).
Quiera Dios, concedernos que, cuando la ira se agite dentro de nosotros, haya una “Abigail”, que nos calme y nos ayude a poner las cosas en su justa perspectiva. No sería deseable que pasaráramos nuestros años abrumados por el recuerdo del mal que le hicimos a otro.