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EL QUE PIENSA ESTAR FIRME, MIRE QUE NO CAIGA

1 Corintios 10.12 (RVR60): Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.

Esta semana la vamos a dedicar a refrescar nuestra relación con Dios. Vamos a ir a su palabra y vamos a buscar en esta lo que necesitamos para no solo estar en la iglesia, sino para estar firmes dentro de ella y en la fe. Estoy seguro que Dios nos bendecirá mientras nos dedicamos a eso du- rante estos días. Vamos a estudiar el espíritu de profecía y a repasar parte de la experiencia del pueblo de Dios en el pasado y a compararla con la nuestra hoy día, para aprender y crecer con la ayuda de Dios

Israel cayó por la codicia (v. 6). Para hablar de la codicia como un pecado y los peligros que representa para la iglesia hoy, vamos a dedicar uno de estos días durante esta semana especial. Pero aquí solo quiero mencionar que la codicia es un afán excesivo o el deseo desordenado y enfermizo de adquirir o poseer más de lo que uno necesita, y solo por el placer de tenerlo. En el caso de Israel la codi- cia los llevó a dar vueltas en un desierto durante 40 años, deseando cosas malas que terminaron separándolos de Dios para siempre. Israel cayó por la idolatría (v. 7).Israel como pueblo nunca dejó de batallar con el problema de la idolatría. Al parecer, la influencia de 400 años vividos en Egipto y luego la influencia de naciones paganas e idólatras que los rodearon dejaron sus huellas sobre este pueblo. Debemos recordar que en el mismo momento en que Moisés esta- ba recibiendo la ley de Dios escrita para el pueblo, ellos presionaron a Aarón para que les fabricara un becerro de oro y adoraron a ese ídolo como si fuera Dios (Éx. 32:6). Estas prácticas seguramente no cesaron entre ellos, pues en tiempos del profeta Isaías Dios los de- safía con esta pregunta: “¿A quién me asemejáis, me igualáis y me comparáis, para que seamos semejantes? Sacan oro de la bolsa y pesan plata con balanzas; contratan a un platero para que de ello haga un dios, y se postran y lo adoran. Luego se lo echan sobre los hombros, lo llevan y lo colocan en su lugar; allí se está, sin moverse de su sitio. Le gritan pero tampoco respon- de ni libra de la tribulación. Acordaos de esto y avergonzaos. Volved en vosotros, rebeldes. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos, porque yo soy Dios; y no hay otro Dios, ni nada hay semejante a mí...” (Is. 46:5-9).
‘No quiero que ignoren que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos pasaron el mar, y todos en unión con Moisés fueron bautizados en la nube y el mar’. Pablo comienza a evocar la histo- ria, para recordar el tiempo cuando el pueblo de Israel fue sacado por el Señor de la esclavitud egipcia y llevado a través del mar y el desierto a la Canaán terrenal. En todo ese trayecto disfrutaron de increíbles privilegios materiales y espirituales. Les ocurrieron las cosas más impresionantes que pueden pasarle a un ser humano en su relación con Dios. Pablo menciona que estuvieron bajo la nube, refiriéndose a la nube que servía de guía y protección al pueblo de Israel. De día era una columna de nubes para protegerlos del sol abrasador del desierto y el calor, y de noche era una columna de fuego para protegerlos de las temperaturas frías y los peligros pro- pios del desierto durante esas horas (Éx. 13:21; 14:19). Todos ellos pasaron el mar, y esta era una alusión al milagro más impresionante de la historia del pueblo de Israel, la división del mar Rojo. Es decir, toda esa gente comprobó con sus ojos el poder de Dios en ac- ción, vieron lo sobrenatural, Dios se reveló a ellos en una forma tan evidente como pocos han podido ver (Éxo. 14:19-31). Y todo eso -dice Pablo- lo hicieron bajo el liderazgo y la compañía de Moisés, el líder más grande que tuvo el pueblo de Israel. Esto es, no les faltó liderazgo espiritual, no fueron engañados por un falso líder, sino que fueron orientados por un hombre de Dios. Ellos vivieron lo mismo que él vivió y por eso Pablo dice que juntos fueron bautizados en la nube y en el mar. ¡Pero hay más! Todos comieron el mismo alimento espiritual y la misma bebida espiritual. Porque bebían de la roca espiritual que los seguía y la roca era Cristo. Los israelitas no solo vieron a Dios todos los días en la nube, no solo lo vieron abriendo un camino en el mar, sino que también por 40 años lo vieron proveyendo alimento para ellos y satisfaciendo todas sus necesidades físicas y espirituales. Ninguno de ellos podía decir “a mí no me tocó del maná, yo no estaba ahí cuando de la roca brotó agua”. Todos estaban, todos recibieron el beneficio, todos fueron alimentados y saciados por Dios.
‘No quiero que ignoren que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos pasaron el mar, y todos en unión con Moisés fueron bautizados en la nube y el mar’. Pablo comienza a evocar la histo- ria, para recordar el tiempo cuando el pueblo de Israel fue sacado por el Señor de la esclavitud egipcia y llevado a través del mar y el desierto a la Canaán terrenal. En todo ese trayecto disfrutaron de increíbles privilegios materiales y espirituales. Les ocurrieron las cosas más impresionantes que pueden pasarle a un ser humano en su relación con Dios. Pablo menciona que estuvieron bajo la nube, refiriéndose a la nube que servía de guía y protección al pueblo de Israel. De día era una columna de nubes para protegerlos del sol abrasador del desierto y el calor, y de noche era una columna de fuego para protegerlos de las temperaturas frías y los peligros pro- pios del desierto durante esas horas (Éx. 13:21; 14:19). Todos ellos pasaron el mar, y esta era una alusión al milagro más impresionante de la historia del pueblo de Israel, la división del mar Rojo. Es decir, toda esa gente comprobó con sus ojos el poder de Dios en ac- ción, vieron lo sobrenatural, Dios se reveló a ellos en una forma tan evidente como pocos han podido ver (Éxo. 14:19-31). Y todo eso -dice Pablo- lo hicieron bajo el liderazgo y la compañía de Moisés, el líder más grande que tuvo el pueblo de Israel. Esto es, no les faltó liderazgo espiritual, no fueron engañados por un falso líder, sino que fueron orientados por un hombre de Dios. Ellos vivieron lo mismo que él vivió y por eso Pablo dice que juntos fueron bautizados en la nube y en el mar. ¡Pero hay más! Todos comieron el mismo alimento espiritual y la misma bebida espiritual. Porque bebían de la roca espiritual que los seguía y la roca era Cristo. Los israelitas no solo vieron a Dios todos los días en la nube, no solo lo vieron abriendo un camino en el mar, sino que también por 40 años lo vieron proveyendo alimento para ellos y satisfaciendo todas sus necesidades físicas y espirituales. Ninguno de ellos podía decir “a mí no me tocó del maná, yo no estaba ahí cuando de la roca brotó agua”. Todos estaban, todos recibieron el beneficio, todos fueron alimentados y saciados por Dios.
Israel cayó por la codicia (v. 6). Para hablar de la codicia como un pecado y los peligros que representa para la iglesia hoy, vamos a dedicar uno de estos días durante esta semana especial. Pero aquí solo quiero mencionar que la codicia es un afán excesivo o el deseo desordenado y enfermizo de adquirir o poseer más de lo que uno necesita, y solo por el placer de tenerlo. En el caso de Israel la codi- cia los llevó a dar vueltas en un desierto durante 40 años, deseando cosas malas que terminaron separándolos de Dios para siempre. Israel cayó por la idolatría (v. 7).Israel como pueblo nunca dejó de batallar con el problema de la idolatría. Al parecer, la influencia de 400 años vividos en Egipto y luego la influencia de naciones paganas e idólatras que los rodearon dejaron sus huellas sobre este pueblo. Debemos recordar que en el mismo momento en que Moisés esta- ba recibiendo la ley de Dios escrita para el pueblo, ellos presionaron a Aarón para que les fabricara un becerro de oro y adoraron a ese ídolo como si fuera Dios (Éx. 32:6). Estas prácticas seguramente no cesaron entre ellos, pues en tiempos del profeta Isaías Dios los de- safía con esta pregunta: “¿A quién me asemejáis, me igualáis y me comparáis, para que seamos semejantes? Sacan oro de la bolsa y pesan plata con balanzas; contratan a un platero para que de ello haga un dios, y se postran y lo adoran. Luego se lo echan sobre los hombros, lo llevan y lo colocan en su lugar; allí se está, sin moverse de su sitio. Le gritan pero tampoco respon- de ni libra de la tribulación. Acordaos de esto y avergonzaos. Volved en vosotros, rebeldes. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos, porque yo soy Dios; y no hay otro Dios, ni nada hay semejante a mí...” (Is. 46:5-9).
Israel cayó por la codicia (v. 6).
Para hablar de la codicia como un pecado y los peligros que representa para la iglesia hoy, vamos a dedicar uno de estos días durante esta semana especial. Pero aquí solo quiero mencionar que la codicia es un afán excesivo o el deseo desordenado y enfermizo de adquirir o poseer más de lo que uno necesita, y solo por el placer de tenerlo. En el caso de Israel la codi- cia los llevó a dar vueltas en un desierto durante 40 años, deseando cosas malas que terminaron separándolos de Dios para siempre. Israel cayó por la idolatría (v. 7).Israel como pueblo nunca dejó de batallar con el problema de la idolatría. Al parecer, la influencia de 400 años vividos en Egipto y luego la influencia de naciones paganas e idólatras que los rodearon dejaron sus huellas sobre este pueblo. Debemos recordar que en el mismo momento en que Moisés esta- ba recibiendo la ley de Dios escrita para el pueblo, ellos presionaron a Aarón para que les fabricara un becerro de oro y adoraron a ese ídolo como si fuera Dios (Éx. 32:6). Estas prácticas seguramente no cesaron entre ellos, pues en tiempos del profeta Isaías Dios los de- safía con esta pregunta: “¿A quién me asemejáis, me igualáis y me comparáis, para que seamos semejantes? Sacan oro de la bolsa y pesan plata con balanzas; contratan a un platero para que de ello haga un dios, y se postran y lo adoran. Luego se lo echan sobre los hombros, lo llevan y lo colocan en su lugar; allí se está, sin moverse de su sitio. Le gritan pero tampoco respon- de ni libra de la tribulación. Acordaos de esto y avergonzaos. Volved en vosotros, rebeldes. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos, porque yo soy Dios; y no hay otro Dios, ni nada hay semejante a mí...” (Is. 46:5-9).
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