El ladrón de corazones rotos.

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Jesús entre ladrones. Lucas 23; 32-33

¿Quién no preferiría ser como Simón de Cirene, que fue privilegiado a llevar la Cruz de Jesús, antes que el purpurado Pilato, que, por cobardía se vio empujado a entregar a Jesús a la voluntad del populacho? (Lc.23:24-26). Pero, aparte de la execrable cobardía de Pilato, Dios ha entregado a Su Hijo a la voluntad del pueblo. Y cada vez que escuchamos el Evangelio de Cristo o bien le honramos en nuestros corazones o le deshonramos (Jn.1:12). Los profundos y solemnes pensamientos de esta porción se pueden centrar fácilmente en «el lugar llamado de la Calavera» (Lc.23:33). Era un:

I. Lugar de culpa. «Llevaban a otros dos, que eran malhechores, para ser ejecutados con Él» (Lc.23:32). Cristo fue crucificado entre los bandidos, como sí Él fuera el mayor criminal. Los que pasaban por allí contaban a los malhechores como uno, dos, tres. Ciertamente, Él «fue contado con los transgresores». Sí, Él llevó los pecados de todos nosotros.

II. Lugar de compasión. Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc.23:34). ¡Qué oración de parte de un padeciente coronado de espinas! ¡Qué revelación del amor y de la misericordia de Dios, surgiendo a través del corazón dolido de Cristo, Su Hijo, por los soberbios y culpables hijos de los hombres! Él amó a Sus enemigos, y bendijo a los que le maldecían (Hch.7:59).

III. Lugar de mofa. «Y aun los gobernantes se burlaban de él ... También los soldados le escarnecían» (Lc.23:35-37). El hecho de que «a otros salvó» no hizo en absoluto disminuir la enemistad de ellos ni apaciguó la ira que sentían, sino que más bien intensificaba su diabólica furia. Él no podía «salvarse a Sí mismo» porque vino precisamente con el propósito expreso de darse a Sí mismo en rescate por muchos.

IV. Lugar de testimonio. «Con letras griegas, latinas y hebreas» (Lc.23:38) se escribieron sobre Él estas palabras: «ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDIOS». Aunque escritas y leídas con burla y desdén, estas palabras eran absolutamente ciertas; aunque se atribuyen a la ironía de Pilato, eran en verdad el testimonio del Espíritu de Dios. Habían crucificado a su Rey, su Mesías, el Hijo del Altísimo. En el Calvario se revela la enemistad natural del corazón humano en contra de la imagen de Dios.

V. Lugar de salvación. «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc.23:40-43). Este bandido arrepentido fue el primero en entrar en el paraíso por medio de la sangre del Cordero. La suma de la obra de la redención de Cristo se encuentra en estas pequeñas palabras: «CONMIGO». Este malhechor moribundo quedó reconciliado con Dios por medio de la muerte de Su Hijo. Aquellos que están con Él ahora en el Espíritu y en vida estarán con Él en el más allá transformados por Su poder (1Jn.3:2).

VI. Lugar de milagro. «El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad» (Lc.23:44; Lc.23:45). La rotura del velo y el oscurecimiento del sol fueron símbolos sobresalientes de la bondad y de la severidad de Dios manifestadas en la Cruz de Cristo. La oscuridad declara Su severidad contra el pecado, y el velo rasgado indica un camino abierto por Dios, por medio de los padecimientos de Cristo, para entrar en Su propia presencia (He.10:20).

VII. Lugar de muerte. «Expiró» (Lc.23:46). Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. UNA MUERTE que ha traído a luz la vida y la inmortalidad; que ha hecho la paz con Dios, y que sigue llevando a los pecadores a que «se golpeen los pechos» ante tal espectáculo (Lc.23:48); una muerte que quita nuestro pecado, y que es la muerte de la muerte.

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