El enemigo que yo amo.
El enemigo que yo amo.Lucas 6:27 Verdadera caridad es el amor de Dios derramado en el corazón por el Espíritu Santo. El amor es de Dios. Dios es amor. El que no ama no conoce a Dios. Estas palabras de nuestro Señor, "Amen a sus enemigos", "Bendice a quien te maldice",
I. Los preceptos. Estas leyes celestiales que nos son dadas aquí por Jesucristo son espejos que reflejan el misericordioso carácter de nuestro Padre Celestial, y su propósito es ayudarnos a llegar a Su semejanza. "Seamos, pues, misericordiosos, como también nuestro Padre es misericordioso".
1. CON RESPECTO AL AMAR. "Amen a sus enemigos" (Lc.6:27). Naturalmente, esto no implica que no debemos amar a nuestros amigos, sino más bien que nuestro amor debe ser según Dios, que, mientras éramos aún pecadores, dio a Su Hijo para salvarnos (Jn.3:16). Si tu enemigo tiene hambre, dale pan, porque esto lo hizo tu Padre por ti en los tiempos de tu enemistad, y así amontonó tales ascuas de fuego sobre tu cabeza que fundieron tu corazón (Pr.25:21; Pr.25:22).
2. CON RESPECTO AL BENDECIR. "Bendice a quien te maldice" (Lc.6:28). Bendecirás al que te injuria no injuriando al mismo tiempo. Esto es según el ejemplo divino (1P.2:23). El apóstol Pablo obedeció este mandamiento al pie de la letra (1Co.4:12). "No devolviendo mal por mal,... sino por el contrario bendiciendo" (1P.3:9); esto dará evidencia de que estamos gobernados por el Espíritu del Padre.
3. ACERCA DE LA ORACIÓN. "Oren por los que los maltratan". Poder orar por nuestros enemigos en el Espíritu de Cristo es un triunfo destacado de la gracia de Dios. Cristo logró tal victoria cuando oró: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc.23:34). Esta gracia abundó también en Esteban (Hch.7:60).
4. ACERCA DE DAR. "A todo el que te pida, dale" (Lc.6:30). Esto no nos enseña que debamos dar todo lo que cada uno pueda pedirnos, sino que debemos dar a cada peticionario. Esto es según la misericordia del Padre. Si bien dar a los pobres no es en sí una evidencia del amor de Dios morando en nosotros, retener sí que es una prueba cierta de que no mora (1Jn.3:17).
II. Los ejemplos. La misericordia de nuestro Padre Celestial es aquí contrastada con la bondad natural de los hombres impíos. El mundo ama lo suyo. Nuestra misericordia no debe ser como la del pecador, sino como la del Padre. La primera es como un estanque cenagoso, y la segunda como un río claro como el cristal.
1. Que el amor de nosotros no sea como el amor de los pecadores. "Si amas a los que te aman, ¿qué clase de favor es el tuyo? Porque también los pecadores aman a los que les aman" (Lc.6:32). El amor del corazón irregenerado sólo va a aquellos que a su vez le aman. El amor de Dios alcanza incluso a aquellos que le aborrecen sin causa.
2. Que nuestras obras no sean como las obras de los pecadores. "Si haces bien a los que te hacen bien, ¿qué clase de favor es el tuyo? Porque también los pecadores hacen lo mismo" (Lc.6:33). Los impíos mostrarán bondad a los que les son amables. Pero nuestro Padre es bondadoso incluso con los desagradecidos. "Sean, pues, misericordiosos, como también nuestro Padre es misericordioso".
3. Que nuestra GRACIA no sea como la gracia de los pecadores. "Y si prestas a aquellos de quienes esperas recibir, ¿qué clase de favor es el nuestro? Porque también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto" (Lc.6:34). Los incrédulos mostrarán gracia y prestarán a sus hermanos escépticos con la esperanza de recibir otro tanto. Pero nuestro Padre en el Cielo da a los malos y a los injustos, "sin esperar nada a cambio" (Mt.5:45). "Sean, pues, misericordiosos, como también nuestro Padre es misericordioso". Nuestra justicia debe superar a la de los escribas y fariseos, porque no somos nosotros los que actuamos, sino el Espíritu del Padre que está en nosotros (Mt.10:20).
III. Las promesas. Si el amor de Dios está derramado en nuestros corazones, de modo que podamos amar a nuestros enemigos y hacerles el bien, no esperando nada de parte de ellos, entonces el Padre, que ve en lo secreto, nos recompensará en público.
1. SERÁ GRANDE NUESTRA RECOMPENSA (Lc.6:35). Será grande en esta vida en el hecho de que la naturaleza divina gobernará de manera manifiesta en nuestro ser. Será grande en la vida venidera, porque en medio de una generación malvada y perversa hemos glorificado a nuestro Padre Celestial dejando brillar nuestra luz delante de los hombres.
2. SEREMOS HIJOS DEL ALTÍSIMO (Lc.6:35). El Dios que rige sobre todos nos reclamará como a Sus propios hijos, y como hijos del ALTÍSIMO nuestra vida será elevada en Aquel que está "por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y de todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero" (Ef.1:21-23). "Seamos, pues, misericordiosos, como también nuestro Padre es misericordioso".