NO HABRÁ MUERTE (2)
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HABLEMOS DE LA VIDA
HABLEMOS DE LA VIDA
INTRODUCCIÓN
El mundo en el que vivimos no se parece al paraíso original, aquel jardín que Dios creó para la humanidad. El hambre terrible en el que muere media humanidad, la violencia fratricida de unas guerras que no tienen fin, la esclavitud encubierta, la enfermedad que se ceba en los más desfavorecidos... Mucha gente tiene la impresión de que no cabe esperar nada: este mundo no tiene remedio. Otros, sin embargo, ven en la vida motivos de esperanza, y se han atrevido a soñar y a implicarse en la construcción de un mundo diferente. M. Luther King, por ejemplo, soñó un futuro sin racismo, M. Ghandi trabajó por un mundo sin violencia, Mons. Óscar Romero anheló una tierra sin opresión...
- Y tú, ¿con qué opinión te sientes más identificado, con la que ve en la vida motivos de esperanza o con la pesimista? ¿Por qué la gente anda tan mal de esperanza?
- Atrévete a soñar con un futuro diferente. ¿Cómo te imaginas el nuevo mundo?
ESCUCHEMOS A DIOS
ESCUCHEMOS A DIOS
1. UN MUNDO NUEVO
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
1 Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues ya el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. 2 Vi también que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajaba del cielo, donde vive Dios. La ciudad parecía una novia vestida para su boda, lista para encontrarse con su novio.
El autor contempla «un cielo nuevo y una tierra nueva» (21,1a). La expresión en Isaías (65,17) indicaba la renovación del mundo presente. Juan nos lleva a una realidad nueva. Así lo indica el autor: «porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya» (21,1b).
El autor contempla «un cielo nuevo y una tierra nueva» (21,1a). La expresión en Isaías (65,17) indicaba la renovación del mundo presente. Juan nos lleva a una realidad nueva. Así lo indica el autor: «porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya» (21,1b).
Comentario Bíblico Contemporáneo: Estudio de toda la Biblia desde América Latina La nueva creación (21:1–8)
A diferencia del individualismo del mundo moderno, los hebreos tenían un concepto mucho más integral del ser humano. Veían a la persona en su contexto social (la comunidad humana) y en su mundo físico (la creación). Además, no veían a la tierra sola sino al conjunto, la tierra con su correspondiente cielo (atmosférico y estelar). Nuevas personas, con nuevos cuerpos (resucitados) en una nueva comunidad (Nueva Jerusalén). Pero sin un cielo nuevo y una tierra nueva, el cuadro quedaría incompleto. Dios no quiere tenernos sin una tierra. Sin una tierra nueva, ¿dónde podríamos caminar con nuestros cuerpos resucitados?
A diferencia del individualismo del mundo moderno, los hebreos tenían un concepto mucho más integral del ser humano. Veían a la persona en su contexto social (la comunidad humana) y en su mundo físico (la creación). Además, no veían a la tierra sola sino al conjunto, la tierra con su correspondiente cielo (atmosférico y estelar). Nuevas personas, con nuevos cuerpos (resucitados) en una nueva comunidad (Nueva Jerusalén). Pero sin un cielo nuevo y una tierra nueva, el cuadro quedaría incompleto. Dios no quiere tenernos sin una tierra. Sin una tierra nueva, ¿dónde podríamos caminar con nuestros cuerpos resucitados?
De esa manera, el final de la Biblia es muy parecido a su comienzo (), pero con una tierra nueva y transformada. “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”, dice el primer versículo de Génesis. “Estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva”, declara la profecía de . Vi un cielo nuevo y una tierra nueva proclama Juan al final del largo camino (21:1). Recapitula también los tres temas principales de : nueva creación (65:17), nueva Jerusalén, como comunidad de alegría, comunión y justicia (65:18–19, 21–25) y plenitud de vida (65:20; ).
Estamos, pues, no ante el mundo presente renovado (como quieren los Testigos de Jehová), sino ante una nueva creación. En este mundo nuevo, el autor contempla «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (21,2). Está engalanada como una novia ataviada para su esposo. Aparece así uno de los rasgos que ya se habían anticipado al hablar de las Bodas del Cordero (19,7: su esposa se ha engalanado). Ese atavío de la Jerusalén celestial es la gracia, el amor de alianza eterna. En seguida veremos también el calificativo de “esposa” dado a la Jerusalén, que trae consigo la gloria de Dios (21,9–10).
Estamos, pues, no ante el mundo presente renovado (como quieren los Testigos de Jehová), sino ante una nueva creación. En este mundo nuevo, el autor contempla «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (21,2). Está engalanada como una novia ataviada para su esposo. Aparece así uno de los rasgos que ya se habían anticipado al hablar de las Bodas del Cordero (19,7: su esposa se ha engalanado). Ese atavío de la Jerusalén celestial es la gracia, el amor de alianza eterna. En seguida veremos también el calificativo de “esposa” dado a la Jerusalén, que trae consigo la gloria de Dios (21,9–10).
Estamos, pues, no ante el mundo presente renovado (como quieren los Testigos de Jehová), sino ante una nueva creación. En este mundo nuevo, el autor contempla «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (21,2). Está engalanada como una novia ataviada para su esposo. Aparece así uno de los rasgos que ya se habían anticipado al hablar de las Bodas del Cordero (19,7: su esposa se ha engalanado). Ese atavío de la Jerusalén celestial es la gracia, el amor de alianza eterna. En seguida veremos también el calificativo de “esposa” dado a la Jerusalén, que trae consigo la gloria de Dios (21,9–10).
1 Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues ya el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. 2 Vi también que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajaba del cielo, donde vive Dios. La ciudad parecía una novia vestida para su boda, lista para encontrarse con su novio.
Está engalanada como una novia ataviada para su esposo. Aparece así uno de los rasgos que ya se habían anticipado al hablar de las Bodas del Cordero (19,7: su esposa se ha engalanado). Ese atavío de la Jerusalén celestial es la gracia, el amor de alianza eterna. En seguida veremos también el calificativo de “esposa” dado a la Jerusalén, que trae consigo la gloria de Dios (21,9–10).
2. DIOS DANDONOS VIDA PLENA
3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
El autor contempla «un cielo nuevo y una tierra nueva» (21,1a). La expresión en Isaías (65,17) indicaba la renovación del mundo presente. Juan nos lleva a una realidad nueva. Así lo indica el autor: «porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya» (21,1b). Estamos, pues, no ante el mundo presente renovado (como quieren los Testigos de Jehová), sino ante una nueva creación.En este mundo nuevo, el autor contempla «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (21,2). Está engalanada como una novia ataviada para su esposo. Aparece así uno de los rasgos que ya se habían anticipado al hablar de las Bodas del Cordero (19,7: su esposa se ha engalanado). Ese atavío de la Jerusalén celestial es la gracia, el amor de alianza eterna. En seguida veremos también el calificativo de “esposa” dado a la Jerusalén, que trae consigo la gloria de Dios (21,9–10).
3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
3 Y oí que del trono salía una fuerte voz que decía:
«Aquí es donde Dios vive con su pueblo. Dios vivirá con ellos, y ellos serán suyos para siempre. En efecto, Dios mismo será su único Dios. 4 Él secará sus lágrimas, y no morirán jamás. Tampoco volverán a llorar, ni a lamentarse, ni sentirán ningún dolor, porque lo que antes existía ha dejado de existir.»
La promesa «pondrá su morada entre ellos» continúa con la siguiente afirmación: «y ellos serán su pueblo, y él, Dios-con-ellos, será su Dios» (21,3b). El término “pueblo” se encuentra en muchos manuscritos en plural: “sus pueblos”. Esta lectura es preferida por muchas ediciones críticas. Con ella se habría querido expresar la diversidad de pueblos que forman la Jerusalén celestial. En cualquiera de las dos variantes está presente la fórmula de la Alianza (ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios), que recorre toda la Biblia: ,; ,; ,; ,; etc. Ahora los redimidos son el pueblo santo, lleno de la Gloria de Dios, unido a él eternamente. Y Él es su Dios, el Dios Uno y Trino, adorado eternamente y reconocido como el Creador y Señor. Es digno de notarse la forma original con que Dios es nombrado en este lugar: “el Dios-con-ellos será su Dios”. En una retrotraducción al hebreo habría que decir: “el Emmanuel será su Dios”. El Dios verdadero y único es el Dios con nosotros (cf. ,). Las otras variantes de esta expresión (véase la nota de la BJ) destacan también en sus diversas lecturas la intensidad de esta Comunión.Tras esta promesa con la formulación de la Alianza, la voz del trono prosigue: «Y enjugará toda lágrima de sus ojos». Las lágrimas, signo del dolor, serán enjugadas por Dios, por su amor eterno. «No habrá ya muerte, ni llanto ni grito, ni fatigas»; es la liberación definitiva del mal, especialmente de la muerte en los redimidos. El texto termina diciendo: «porque el mundo viejo ha pasado» (21,4c). Esta historia de la humanidad que el autor nos ha descrito llena de luchas, de victorias y derrotas, la historia de una humanidad sometida a la muerte, ha pasado. Esa expresión sobre la transitoriedad del mundo es la perspectiva del creyente sobre el sentido de la vida humana (cf. la Constitución Gaudium et Spes [nº 39], que ha acudido a estos textos).
3. DIOS COMPLIRÁ
5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.
5 Dios dijo desde su trono: «¡Yo hago todo nuevo!» Y también dijo: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.» Después me dijo: «¡Ya todo está hecho! Yo soy el principio y el fin. Al que tenga sed, a cambio de nada le daré a beber del agua de la fuente que da vida eterna.
El oráculo divino prosigue: «Escribe: Éstas son palabras ciertas y verdaderas» (21,5b). Las promesas son tan espléndidas que Dios quiere ratificarlas con su autoridad divina. A continuación añade el autor: «Me dijo también: Hecho está; yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré el manantial del agua de la vida gratis. Ésta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí» (21,6–7).
5 Dios dijo desde su trono: «¡Yo hago todo nuevo!» Y también dijo: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza.»
El oráculo divino prosigue: «Escribe: Éstas son palabras ciertas y verdaderas» (21,5b). Las promesas son tan espléndidas que Dios quiere ratificarlas con su autoridad divina. A continuación añade el autor: «Me dijo también: Hecho está; yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré el manantial del agua de la vida gratis. Ésta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí» (21,6–7).
El oráculo divino prosigue: «Escribe: Éstas son palabras ciertas y verdaderas» (21,5b). Las promesas son tan espléndidas que Dios quiere ratificarlas con su autoridad divina. A continuación añade el autor: «Me dijo también: Hecho está; yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré el manantial del agua de la vida gratis. Ésta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mí» (21,6–7).