conocimiento (2)
Intercesión de Jesús (cap. 17)
1. PETICIONES DE JESÚS PARA SÍ MISMO (17:1–5)
Después del lavamiento simbólico de los pies de los discípulos (13:1–30) y de la instrucción privada que les dio (14–16), Jesús oró. Esta oración, que se encuentra en Juan 17, ha sido llamada “la oración de Jesús, el sumo sacerdote”, o “la oración del Señor”.
Jesús había finalizado la enseñanza que dio a los discípulos con un grito de victoria “he vencido al mundo” (16:33). Esto fue en anticipación a su obra en la cruz. A lo largo de su ministerio, la obra de Jesús fue hecha en obediencia a la voluntad del Padre (cf. Lc. 4:42; 6:12; 11:1; Mt. 26:36). Al volver de nuevo a su Padre, oró primero por sí mismo (Jn. 17:1–5), después por sus apóstoles (vv. 6–19) y finalmente por los futuros creyentes (vv. 20–26).
17:1. Jesús pudo acercarse al Padre en oración debido a la relación de Padre a Hijo que existe entre ambos. Comenzó su plegaria con la palabra Padre (cf. Mt. 6:9) y la usó otras tres veces en el transcurso de ella (Jn. 17:5, 21, 24) así como “Padre santo” (v. 11) y “Padre justo” (v. 25). La hora, dijo el Señor, ha llegado. Había sobrevenido el momento de cumplir el plan divino de redención. En varias ocasiones anteriores a ésta, la hora de Jesús no había llegado (2:4; 7:6, 8, 30; 8:20). Pero ahora sí (cf. 12:23; 13:1).
Entonces Jesús oró: glorifica a tu Hijo (cf. 17:5). Esta petición de glorificación era para que el Padre lo sostuviera en medio del sufrimiento, que aceptara su sacrificio, y que después lo resucitara y restaurara a su gloria inmaculada. El propósito de la petición era que el Padre fuera glorificado por el Hijo, que la sabiduría, el poder y el amor de Dios pudieran ser conocidos a través de Jesús. Los creyentes también deben glorificar a Dios (v. 10); de hecho, éste es el fin principal del hombre (Ro. 11:36; 16:27; 1 Co. 10:31; Ef. 1:6, 12, 14; cf. Catecismo Mayor de Westminster, pregunta 1).
17:2. Las palabras: le has dado potestad sobre toda carne, indican que la petición de Jesús estaba de acuerdo con el plan eterno del Padre. El Padre estipuló el dominio del Hijo sobre la tierra (cf. Sal. 2). De manera que el Hijo tiene autoridad para juzgar (Jn. 5:27), para volver a tomar su vida (10:18) y para dar la vida eterna a todos los que el Padre le ha dado. Cinco veces en esta oración, Jesús se refirió a los suyos como a los que el Padre le había dado (17:2, 6 [dos veces], 9, 24).
17:3. Vida eterna, como la define aquí Jesucristo, involucra la experiencia de conocer el único Dios verdadero a través de su Hijo (cf. Mt. 11:27). Es una relación personal de intimidad continua y dinámica. La palabra conocer (ginōskōsin) que aparece aquí en tiempo pres., se usa a menudo en la LXX y algunas veces en el N.T. en gr. para describir la intimidad de una relación sexual (e.g., Gn. 4:1 “conoció”; Mt. 1:25). De manera que una persona que conoce a Dios, tiene una relación personal e íntima con él. Y esa relación es eterna, no temporal. La vida eterna no es simplemente una existencia sin fin, ya que todo mundo existirá para siempre en algún lugar (cf. Mt. 25:46). Pero la pregunta es: ¿en qué condición o en relación con quién pasará la eternidad?
17:4–5. La oración de Jesús a favor de sí mismo, estaba basada en su obra terminada (cf. 4:34). Yo te he glorificado (cf. 17:1), lo que da por hecho su obediencia hasta la muerte (Fil. 2:8). A pesar de que la cruz era futura, también era segura. Él repitió su petición de regresar a su gloria inmaculada con el Padre (cf. Jn. 17:1) basado en la certeza de que terminaría su obra en la cruz.
Esta “obra” que el Padre le dio para que hiciese es una de las cinco cosas que el Padre “dio” al Hijo según se menciona en esta oración: (a) obra (v. 4), (b) creyentes (vv. 2, 6, 9, 24), (c) gloria (vv. 5, 24), (d) palabras (v. 8) y (e) un nombre (vv. 11–12). El Hijo, a su vez, dio a los creyentes las palabras de Dios (vv. 8, 14) y la gloria divina (vv. 22, 24).
2. INTERCESIÓN DE JESÚS POR LOS APÓSTOLES (17:6–19)
Jesús oró por sus discípulos antes de escogerlos (Lc. 6:12), durante su ministerio (Jn. 6:15), al final de su ministerio (Lc. 22:32), en este pasaje (Jn. 17:6–19), y más tarde en el cielo (Ro. 8:34; He. 7:25). Esta oración de intercesión revela la preocupación y amor de Jesús por ellos.
17:6–8. El Padre dio al Hijo un rebaño pequeño de discípulos (cf. vv. 2, 9, 24). Ellos habían sido separados del mundo (esta palabra aparece mencionada 18 veces en este capítulo, en los vv. 5, 6, 9, 11 [dos veces], 13, 14 [tres veces], 15, 16 [dos veces], 18 [dos veces], 21, 23, 24, 25). Esta separación se debió a la obra de elección del Padre, en la que los apóstoles le fueron dados como obsequio a él (cf. 6:37). Con las palabras: han guardado tu palabra, Jesús alabó a sus discípulos por responder al mensaje que Dios envió en él. Sus seguidores no eran perfectos, pero habían hecho el compromiso correcto. Su fe en Jesús denotaba confianza en su unión con el Padre (17:8). Esta fe en el Señor se manifestó en obediencia a sus palabras, porque ellos creyeron en su misión divina (cf. 16:27).
17:9–10. La oración de Cristo (en vv. 6–19), fue hecha en particular a favor de los once, aunque se aplica a todos los creyentes (cf. v. 20). En este punto, él no estaba orando por el mundo lleno de hostilidad e incredulidad. Esta oración se hizo por dos cosas: (a) la preservación de los discípulos (“guárdalos”, v. 11) y (b) su santificación (“santifícalos”, v. 17). El mundo no puede ser preservado en su rebelión o santificado en su incredulidad. Jesús hizo esta petición debido a que Dios es dueño de ellos por creación y elección (tuyos son). Las palabras de Jesús: todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, revelan su unidad, intimidad e igualdad con el Padre.
En la era de la ley mosaica, Dios moraba en su pueblo y mostraba su gloria, pero en Jesús se manifiesta la gloria de Dios (cf. 1:14). Después, los discípulos de Cristo lo glorificaron a él: he sido glorificado en ellos. En la era de la iglesia, el Espíritu Santo glorifica al Hijo (16:14) y los creyentes también deben hacerlo (Ef. 1:12).
17:11. Jesús pronto partiría hacia el Padre y dejaría a sus discípulos en el mundo. Ellos tenían que permanecer en él para llevar a cabo el plan de Dios de dar a conocer las buenas nuevas de redención y de fundar la iglesia. Con la formación de la iglesia, la historia del mundo ha llegado a ser, en un sentido, “una historia de dos ciudades”: la ciudad de Dios y la ciudad del hombre.
Puesto que los discípulos estarían en el mundo, Jesús oró para que fueran protegidos. La hostilidad en contra de Dios que recayó sobre Jesús, ahora caería sobre el pequeño grupo de apóstoles y subsecuentemente sobre muchos seguidores de Jesús. El Señor, al dirigirse a su Padre, como Padre santo, subrayó la diferencia que hay entre Dios y las criaturas pecaminosas. Esta santidad es la base para la separación del creyente del mundo. Él los guardaría del pecado y de la enemistad del mundo por el poder de su nombre (cf. Pr. 18:10). En los tiempos bíblicos, el nombre de una persona representaba a la persona misma.
¿Por qué oró Jesús por la preservación de sus discípulos? Era para promover la unidad de los creyentes siguiendo el mismo patrón de la comunión que hay entre el Padre y el Hijo: Para que sean uno, así como nosotros (cf. vv. 21–22). Aquí, parece que se refiere a unidad de voluntad y propósito. Al ser protegidos del mundo, estarían unidos en su deseo de servir y glorificar al Hijo.
17:12. Como el buen pastor, Jesús cuidó al rebaño que le fue confiado por el Padre. Pero Judas fue la excepción. Aquí se le llama el hijo de perdición. Judas no fue nunca una oveja, y finalmente, su verdadero carácter se puso de manifiesto (cf. 13:11; 1 Jn. 2:19). Era un “pámpano [muerto] que … no lleva fruto” (cf. el comentario de Jn. 15:2, 6). Judas hizo lo que quiso (vendió a Jesús). Pero sin saberlo, fue instrumento de Satanás (13:2, 27). Aun los actos de la voluntad libre de las personas se ajustan al plan soberano de Dios (cf. Hch. 2:23; 4:28). Cuando Judas traicionó a Jesús, cumplió (en un sentido amplio) las palabras de Salmos 41:9 que habla de la traición que David experimentó a manos de su amigo.
17:13. Las palabras de consuelo que Jesús dijo (hablo esto) a sus discípulos, fueron de gran provecho para ellos. Después de su Pasión, ellos recordarían sus palabras y experimentarían su gozo de manera plena (cumplido). El gozo llegó a ellos debido a que sabían por sus palabras que él había conquistado al enemigo y les había traído vida eterna.
17:14. La intercesión de Jesús a favor de los discípulos continuó con un recordatorio de (a) su valor y (b) su peligro venidero. Eran valiosos porque habían recibido la palabra de Dios: yo les he dado tu palabra (cf. “las palabras que me diste, les he dado”, v. 8). Estaban en peligro debido a que el sistema satánico del mundo los aborreció. Esto se debe a que no son parte de él. Estando los creyentes en Jesucristo, “todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1 Jn. 2:16), pierde su atractivo. El compromiso del creyente demuestra que los valores del mundo son basura o estiércol (cf. Fil. 3:8). Por tanto, el mundo detesta que se pongan en evidencia sus falsos valores (cf. Jn. 3:20).
17:15. El plan de Dios no era remover a los discípulos del peligro y la oposición: que los quitara del mundo, sino que los preservara en medio del conflicto. A pesar de que Jesús sería pronto quitado del mundo (v. 11), sus seguidores permanecerían en él. Así como Daniel en Babilonia (Dn. 1–2; 4–6) y los santos de la casa de César (Fil. 4:22), Dios desea que sus seguidores sean testigos de la verdad en medio de la falsedad demoniaca. Satanás, el maligno (cf. Mt. 5:37; 1 Jn. 5:19), como líder del sistema del mundo, busca hacer todo lo posible para destruir a los creyentes (cf. Ap. 2:10; 12:10); sin embargo, el plan de Dios prevalecerá. Los cristianos no deben segregarse del mundo, sino permanecer en un contacto significativo con él, confiando en la protección de Dios mientras testifican de Jesús.
17:16–17. Así como Jesús no pertenece al sistema satánico del mundo (yo no soy del mundo; cf. v. 14), tampoco los creyentes. Más bien, son del reino celestial (Col. 1:13) debido a su nuevo nacimiento (cf. Jn. 3:3). Jesús había orado pidiendo protección para sus discípulos (17:11). Su segunda petición a favor de ellos fue que fueran santificados. Santificar significa “apartar para un uso especial”. El creyente debe ser diferente del mundo y de sus pecados, valores y metas.
El medio de esta obra de santificación es la verdad de Dios. La verdad se comunica por medio de la palabra, que es tanto personal como proposicional. Cuando el mensaje acerca de Jesús fue escuchado, creído y entendido, los corazones y mentes de los discípulos quedaron cautivados. El cambio en su manera de pensar dio como resultado una transformación en su manera de vivir. Lo mismo sucede con los creyentes de hoy en día. Cuando aplican la palabra de Dios a su vida, son santificados, apartados para Dios y transformados para honrarlo (cf. 15:3). El mensaje divino apartó a los apóstoles del mundo para que hicieran su voluntad, no la de Satanás.
17:18. Jesús es el modelo para cada creyente. Él estaba en el mundo, pero no era del mundo (vv. 14b, 16b). Fue enviado al mundo por su Padre para realizar una misión. Así también los creyentes son enviados al mundo a una misión dada por el Hijo, para dar a conocer al Padre (cf. 20:21). De la misma forma en que la oración de Jesús a favor de los discípulos no estaba limitada sólo a los apóstoles (cf. 17:20), este pasaje es similar a la gran comisión (Mt. 28:18–20). Cada cristiano debe verse a sí mismo como un misionero cuya tarea es comunicar la verdad de Dios a otros.
17:19. Para beneficio de los discípulos, Jesús se santificó a sí mismo. ¿En qué sentido necesitaba hacerlo? ¿No estaba ya apartado para Dios y separado del mundo? Sí, pero esta santificación se refiere a que su persona fue separada y dedicada para su muerte y el propósito de su muerte era que también ellos fueran santificados en la verdad. Esto probablemente significa que la verdad de Dios es el medio de la santificación (cf. el comentario de v. 17). El propósito de la muerte de Cristo es dedicar o separar a los creyentes para que realicen el plan de Dios.
3. INTERCESIÓN DE JESÚS POR LOS FUTUROS CREYENTES (17:20–26)
17:20. La porción final de la oración de Jesús (vv. 20–26) se refiere a los creyentes que vendrían a él por la palabra de los apóstoles. En la era de la iglesia, todos los cristianos han venido a Cristo directa o indirectamente a través del testimonio de los apóstoles. Jesús sabía que su misión tendría éxito. Él moriría, resucitaría, enviaría al Espíritu, los apóstoles predicarían, la gente se convertiría y se formaría la iglesia. Así como cada sumo sacerdote de Israel presentaba los nombres de las tribus ante la presencia de Dios en el tabernáculo y en el templo (cf. Éx. 28:9–12, 21–29), así Jesús, el gran sumo sacerdote, llevaría a los futuros creyentes a la santa presencia de su Padre celestial (cf. He. 4:14–5:12; 7:24–8:2).
17:21. Jesús pidió unidad para los futuros creyentes (cf. vv. 11, 22). Este v. es uno de los favoritos de los promotores del actual movimiento ecuménico. Hay que admitir que la iglesia dividida es en muchas maneras un tropiezo. La solución sin embargo, no es la unión institucional. Jesús no estaba orando por la unidad de una sola iglesia ecuménica mundial, en la que se mezclaran la herejía y la ortodoxia. Más bien, estaba orando por una unidad de amor, de obediencia a Dios y su palabra, y un compromiso unido con su voluntad. Existen grandes diferencias entre los términos uniformidad, unión y unidad.
Todos los creyentes pertenecen al cuerpo único de Cristo (1 Co. 12:13) y su unidad espiritual ha de manifestarse en su forma de vida. La unidad que Cristo desea para su iglesia es igual que la que el Hijo tiene con el Padre: como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti (cf. Jn. 10:38; 17:11, 23). El Padre realizó su obra a través del Hijo y el Hijo siempre hizo lo que agradaba al Padre (5:30; 8:29). Esta unidad espiritual ha de manifestarse en la iglesia. Sin una unión con Jesús y con el Padre (que también ellos sean uno en nosotros), los cristianos no pueden hacer nada (15:5). La meta de sus vidas debe ser hacer la voluntad del Padre.
La unión de los discípulos con Jesús como su cuerpo dará como resultado que la gente del mundo crea en el Padre: que tu me enviaste (cf. 17:23).
17:22–23. La gloria que Cristo dio a la iglesia puede referirse a la gloria de la cruz (cf. vv. 1–5). Cuando la iglesia reciba y considere la importancia de la obra salvífica de Jesús, estará unida con los propósitos y el plan redentor de Dios. De nuevo, la unión de los cristianos (que sean uno) se compara con la unidad que el Hijo tiene con el Padre (así como nosotros somos uno; cf. vv. 11, 21). Esta unión se fortalece por la morada de Cristo en los creyentes (yo en ellos).
La meta de la unidad de los creyentes entre sí y con Dios, tiene dos aspectos: (a) que el mundo crea en la misión divina del Hijo (conozca que tú me enviaste) y (b) que el mundo se dé cuenta de que el amor de Dios por los creyentes es profundo, íntimo y duradero, igual al amor que tiene a su único Hijo (cf. v. 26).
17:24. La comunión y compañerismo que los discípulos tienen con Jesús en esta vida se perfeccionará en la eternidad. La meta de la salvación del creyente es su futura glorificación, misma que incluye estar con Jesús (cf. 14:3; Col. 3:4; 1 Ts. 4:17). La última voluntad y testamento de Jesús (quiero, thelo) es que sus discípulos entren en (vean) su gloria (He. 2:10). Esta gloria era la que Jesús tenía con el Padre y que tendría de nuevo (Jn. 17:5). Su testamento fue sellado por su muerte y resurrección. Ya que su voluntad es idéntica a la del Padre (4:34; 5:30; 6:38), ciertamente se cumplirá.
17:25–26. La oración de Jesús por los creyentes termina con un clamor al Padre justo. La palabra que se traduce como “justo” no aparece a menudo en el evangelio de Juan (cf. 5:30; 7:24). Su importancia aquí es que es la alabanza del Padre por Jesús por su obra de revelación (cf. Mt. 11:25–26). El Padre está en lo cierto (justo), y el mundo está equivocado (el mundo no te ha conocido). Jesús ha conocido, revelado (Jn. 17:6) y glorificado (v. 4) al Padre, y lo mismo deberían hacer los cristianos. La esencia de Dios es el amor (1 Jn. 4:8). Jesús ha dado a conocer al Padre al mundo, así como su amor por medio de su muerte, porque el Padre dio a conocer su amor por el Hijo al resucitarlo a la gloria. El propósito de Jesús al revelar al Padre era que los cristianos continuaran creciendo en ese amor (para que el amor del Padre por el Hijo esté en ellos) y para que disfrutaran la presencia personal de Jesús en sus vidas (y yo en ellos).
Las peticiones de Jesús a favor de los creyentes son cuatro: preservación (Jn. 17:11), santificación (v. 17), unidad (vv. 11, 21–22) y participación en la gloria de Jesús (v. 24). Ciertamente esta oración será contestada (cf. 11:42; 1 Jn. 5:14).