Sermón sin título (29)

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La Oración del Vencedor
Juan 17 RVR60
Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti;como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.
La mayoría de los estudiosos que han tratado de armonizar los relatos de los cuatro Evangelios colocan la oración que el Señor Jesús elevó en , en el aposento alto, después de que hubo terminado de dar sus instrucciones a sus discípulos. Después todos entonaron los salmos tradicionales de la Pascua, salieron del aposento alto, y se dirigieron a Getsemaní en donde Jesús solía reunirse con ellos y orar (ve ; ).
Sea que haya elevado esta oración en el aposento alto o camino a Getsemaní lo que sí es seguro es que esta es la oración más importante jamás elevada en la tierra, y la más importante registrada en toda la Biblia.
es ciertamente el lugar santísimo de los relatos de los Evangelios, y debemos abordar este capítulo con un espíritu de humildad y adoración. ¡Qué privilegio se nos concede el de oír mientras Dios el Hijo conversa con su Padre cuando está a punto de dar su vida como rescate por los pecadores!
Sin que importe cuáles eventos ocurrieron más tarde esa noche,
esta oración deja bien claro que Jesús era y es el Vencedor. No fue una víctima; fue y es ¡el Vencedor! “Confiad”, les había animado a sus discípulos: “yo he vencido al mundo” (). La palabra “mundo” se usa diecinueve veces en esta oración, de modo que es fácil ver la relación entre la oración y . Si tú y yo comprendemos y aplicamos las verdades que se revelan en esta profunda oración, eso nos capacitará para también ser vencedores.
No es difícil descubrir la progresión del pensamiento en esta oración. Jesús primero oró por sí mismo y le dijo al Padre que su obra en la tierra estaba terminada ().
Luego oró por sus discípulos, para que el Padre los guardara y los santificara (). Concluyó su oración orando por ti y por mí, y por toda la iglesia, para que pudiéramos estar unidos en él y un día participar de su gloria ().
¿Por qué elevó Jesús esta oración? Ciertamente estaba preparándose para los sufrimientos que se avecinaban.
Al contemplar la gloria que el Padre le había prometido, recibiría nueva fuerza para su sacrificio (). Pero también tenía en mente a sus discípulos (). ¡Qué estímulo debe haber sido para ellos esta oración! Oró por su seguridad, su gozo, su unidad, ¡y su gloria futura! También oró esto por nosotros hoy, para que pudiéramos saber todo lo que él ha hecho por nosotros y nos ha dado, y todo lo que hará por nosotros cuando lleguemos al cielo.
En esta oración nuestro Señor declara cuatro privilegios maravillosos que tenemos como hijos suyos, privilegios que nos ayudan a ser vencedores.
Participamos de su vida ()
Nuestro Señor empezó esta oración pidiendo por sí mismo, pero al orar por sí mismo también estaba orando por nosotros. “Una oración por uno mismo no es necesariamente una oración egoísta”, escribió el Dr. R. A. Torrey, y al examinar las oraciones de la Biblia se halla que esto es cierto. Lo que nuestro Señor quería más era la gloria de Dios, y esta gloria se realizaría en su obra concluida en la cruz. El siervo de Dios tiene todo derecho de pedirle al Padre la ayuda necesaria para glorificar su nombre. “Santificado sea tu nombre” es la primera petición en el Padre Nuestro (), y es el primer énfasis en esta oración.
“Padre, la hora ha llegado” nos recuerda las muchas ocasiones en el Evangelio de Juan en que se menciona “la hora”, empezando en . Jesús había vivido según un calendario divino mientras estaba en la tierra, y sabía que estaba en la voluntad de su Padre. “En tu mano están mis tiempos” ().
La importante palabra gloria se usa cinco veces en estos versículos, y debemos distinguir con todo cuidado las diferentes glorias que Jesús menciona. En se refiere a la gloria que tuvo con el Padre antes de su encarnación, la gloria que dejó a un lado cuando vino a esta tierra para nacer, servir, sufrir y morir. En , informó al Padre que su vida y ministerio en la tierra habían glorificado al Padre porque Jesús había terminado la obra que el Padre le había dado para hacer. En y 5 nuestro Señor pidió que se le diera de nuevo la gloria que tuvo con el Padre antes de su encarnación, para que el Hijo pudiera glorificar al Padre en su regreso al cielo.
La palabra gloria se usa ocho veces en la oración del Señor, de modo que es un tema importante. Con certeza Jesús glorificó al Padre en sus milagros (; ); pero dio la mayor gloria al Padre mediante sus sufrimientos y muerte (ve ; ). Desde el punto de vista humano el Calvario fue una exhibición repugnante del pecado humano; pero desde el punto de vista divino, la cruz reveló y magnificó la gracia y gloria de Dios. Jesús anhelaba regresar al cielo cuando dijo: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (). Esta “obra” incluía sus mensajes y milagros en la tierra (), el entrenamiento de sus discípulos para el servicio futuro, y sobre todo, su sacrificio en la cruz (; ).
Es debido a esta obra terminada que como creyentes tenemos la dádiva de la vida eterna (). La palabra dar se usa de una u otra forma en esta oración por lo menos diecisiete veces. Siete veces Jesús afirma que los creyentes le fueron dados por su Padre (, , , , ). Estamos acostumbrados a pensar que Jesús es la dádiva de amor del Padre para nosotros (), pero el Señor afirma que los creyentes son una dádiva de amor del Padre para su amado Hijo.
La “vida eterna” es un tema importante en el Evangelio de Juan, y se menciona por lo menos diecisiete veces. La vida eterna es la dádiva de la gracia de Dios a todos los que creen en su Hijo (, ; ; ). El Padre le dio a su Hijo autoridad para dar vida eterna a los que el Padre le dio al Hijo. Desde el punto de vista humano, recibimos la vida eterna cuando creemos en Jesucristo, pero desde el punto de vista divino ya hemos sido dados al Hijo en la elección divina. Este es un misterio que la mente humana no puede comprender plenamente ni explicar; debemos aceptarlo por fe.
¿Qué es la vida eterna? Es conocer a Dios personalmente. No simplemente saber acerca de él, sino tener una relación personal con él por la fe en Jesucristo. No podemos conocer al Padre sin conocer al Hijo (). No es suficiente creer en Dios; esto jamás salvará del infierno eterno al pecador. “También los demonios creen, y tiemblan” (). El debate de nuestro Señor con los dirigentes judíos (:12ss) dejó bien claro que una persona puede ser muy consagrada en su religión y no conocer a Dios. La vida eterna no es algo que nos ganamos debido a nuestro carácter o conducta; es una dádiva que recibimos al confesar que somos pecadores, al arrepentirnos y creer en Jesucristo, y sólo en Jesucristo.
El Padre contestó la petición del Hijo y le dio la gloria. Hay en el cielo hoy un Hombre glorificado, el Dios-Hombre, Jesucristo. Debido a que ha sido glorificado en el cielo, los pecadores pueden ser salvos en la tierra. Cualquier persona que confía en Jesucristo recibe la dádiva de la vida eterna.
Debido a que participamos de su vida, somos vencedores; ¡porque también participamos de su victoria! “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (). Cuando uno nace la primera vez, nace en Adán, y es un perdedor. Cuando uno nace otra vez por la fe en Cristo ¡nace vencedor!
Satanás ha tratado de oscurecer la preciosa verdad de la obra terminada de Jesucristo, porque sabe que es la base de la victoria espiritual. “Y ellos le han vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero” (). No permitas que Satanás te prive de tu poder para vencer por la obra terminada de Cristo.
Sabemos su nombre ()
Cristo ha dado a los suyos vida eterna (), pero también les ha dado la revelación del nombre del Padre (). Los judíos del Antiguo Testamento conocían a Dios como “Jehová”, el gran YO SOY (). Jesús tomó este nombre sagrado YO SOY y lo hizo significativo para sus discípulos: “Yo soy el pan de vida” (); “Yo soy la luz del mundo” (); “Yo soy el buen pastor” (); etc. En otras palabras, Jesús reveló el nombre misericordioso del Padre mostrándoles a sus discípulos que él era todo lo que necesitaban.
Pero el nombre del Padre incluye mucho más que esto, porque Jesús también les enseñó a sus discípulos que Dios, el gran YO SOY, era su Padre celestial. La palabra padre se usa cincuenta y cuatro veces en , y 136 veces en el Evangelio de Juan. En sus mensajes a los judíos Jesús dijo claramente que el Padre le había enviado, que era igual al Padre, y que sus palabras y obras venían del Padre. Fue una clara afirmación de deidad, pero ellos rehusaron creer.
En la Biblia “nombre” se refiere a naturaleza, porque los nombres muchas veces se ponen para revelar algo especial sobre la naturaleza de la persona que lleva ese nombre. Jacob fue un intrigante, y su nombre procede de una raíz hebrea que quiere decir tomar por el talón, es decir, hacer tropezar, engañar (). El nombre Isaac quiere decir risa () porque trajo alegría a Abraham y a Sara. Incluso el nombre Jesús revela que es el Salvador ().
“He manifestado tu nombre” quiere decir He revelado la naturaleza de Dios. Uno de los ministerios del Hijo fue dar a conocer al Padre (). La palabra griega que se traduce “dado a conocer” quiere decir desplegar, guiar, mostrar el camino. Jesús no reveló instantáneamente al Padre en una ráfaga de gloria cegadora, porque sus discípulos no podían aguantar tal experiencia. Gradualmente, por sus palabras y obras, les reveló la naturaleza de Dios, según ellos podían recibirlo ().
El énfasis de esta sección es en la seguridad del creyente; Dios guarda a los suyos (). Nuestra seguridad depende de la naturaleza de Dios, y no de nuestro carácter o conducta. Cuando estaba en la tierra Jesús guardó a sus discípulos y ellos podían depender de él. “Yo los guardaba en tu nombre” (). Si el Salvador limitado, en cuerpo humano, pudo guardar a los suyos mientras estaba en la tierra, ¿no será capaz de guardarlos ahora que está glorificado en el cielo? El y el Padre, junto con el Espíritu Santo, ¡son más que capaces de guardar y tener seguro al pueblo de Dios!
Todavía más, el pueblo de Dios es dádiva del Padre al Hijo. ¡Le daría el Padre a su Hijo un regalo que no durara? Los discípulos le habían pertenecido al Padre por creación y por pacto (eran judíos), pero ahora le pertenecían al Hijo. ¡Qué preciosos somos a su vista! ¡Cómo nos guarda e incluso ahora ora por nosotros! Cuando te sientas como si el Señor te hubiera olvidado, o que su amor parece haberse desvanecido, lee , ¡y alégrate!
Nuestra seguridad descansa en otro hecho: estamos aquí para glorificarle a él (). Con todos sus fracasos y faltas, los discípulos reciben esta palabra de elogio: “he sido glorificado en ellos”. ¿Glorificaría a Dios si uno de los suyos, que confiaron en el Salvador, no llegara al cielo? ¡Ciertamente que no! Este fue el razonamiento de Moisés cuando la nación de Israel pecó: “¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra?” (). Es cierto que Dios sabe todo, así que, ¿para qué salvarlos si sabe que van a fracasar en el camino? Lo que Dios empieza, lo termina ().
Dios ha provisto los recursos divinos para que le glorifiquemos y seamos fieles. Tenemos su palabra (), y su palabra nos revela todo lo que tenemos en Jesucristo. La palabra nos da fe y seguridad. Tenemos al Hijo de Dios que intercede por nosotros (; ; ). Puesto que el Padre siempre contesta las oraciones del Hijo (), este ministerio de intercesión nos ayuda manteniéndonos seguros.
También tenemos la comunión de la iglesia: “Para que sean uno, así como nosotros” (). El Nuevo Testamento no sabe nada de creyentes aislados; dondequiera que se encuentran santos, se hallan en comunión y compañerismo. ¿Por qué? Porque los del pueblo de Dios se necesitan unos a otros. Jesús empezó su mensaje del aposento alto lavando los pies de los discípulos y enseñándoles a ministrarse unos a otros. En las horas que seguirían, estos hombres (¡incluyendo el confiado Pedro!) descubrirían lo débiles que eran y cuánto necesitaban los unos el estímulo de los otros.
El creyente, entonces, está seguro en Cristo por muchas razones: la misma naturaleza de Dios, la naturaleza de la salvación, la gloria de Dios y el ministerio intercesor de Cristo. Pero, ¿qué de Judas? ¿Estaba él seguro? ¿Cómo cayó? ¿Por qué no le guardó seguro Jesús? Por la sencilla razón de que Judas nunca fue uno de los que pertenecían a Cristo. Jesús guardó fielmente a todos los que el Padre le dio, pero Judas nunca le fue dado por el Padre. Judas no era creyente (); nunca había sido limpiado (); no estaba entre los escogidos (); y nunca había sido dado a Cristo ().
No, Judas no es un ejemplo de un creyente que perdió su salvación. Es un ejemplo de un incrédulo que fingió tener la salvación pero que a final de cuentas quedó al descubierto como fraude. Jesús guardó a los que el Padre le dio ().
Somos vencedores porque participamos de su vida. Hay un tercer privilegio que nos permite vencer.
Tenemos su palabra ()
“Yo les he dado tu palabra” (, y ve el versículo 8). La palabra de Dios es otro don de Dios para nosotros. El Padre dio las palabras a su Hijo (), y el Hijo se las dio a sus discípulos, quienes, a su vez, las han pasado a nosotros según fueron inspiradas por el Espíritu (; ). La palabra de Dios es divina en su origen, un precioso don del cielo. Nunca debemos dar por sentado la palabra de Dios, porque los que son vencedores saben la palabra y saben cómo usarla en su vida diaria.
¿Cómo nos capacita la palabra de Dios para vencer al mundo? Para empezar, nos da gozo (); y este gozo interior nos da la fuerza para vencer (). A menudo pensamos de Jesucristo como “varón de dolores” (), y en verdad lo fue; pero también fue una persona de gozo profundo y permanente. es el corazón mismo de esta oración, ¡y su tema es el gozo!
Jesús ya se había referido al gozo (), y había explicado que el gozo viene por transformación y no sustitución (). El gozo también viene por la oración contestada (). Ahora dice claramente que el gozo también viene por la palabra. El creyente no halla su gozo en el mundo sino en la palabra. Como Juan el Bautista, ¡debemos regocijarnos cuando oímos la voz del Esposo! ().
Nunca debemos imaginarnos a Jesús andando con la cara larga y una disposición de tristeza. Fue un hombre de gozo y reveló ese gozo a otros. Su gozo no fue la liviandad fugaz de un mundo pecador, sino el gozo permanente del Padre y de la palabra. No dependía de las circunstancias externas sino de los recursos internos que estaban ocultos para el mundo. Esta clase de gozo es la que Cristo quiere que tengamos, y podemos tenerlo mediante su palabra. “Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (). “Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza” (). “Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos” ().
La palabra no sólo imparte el gozo del Señor, sino que también nos asegura su amor (). El mundo nos aborrece, pero podemos hacerle frente a su odio con el mismo amor de Dios, amor que nos imparte por el Espíritu y mediante la palabra. El mundo nos aborrece porque no pertenecemos a su sistema () y no nos conformamos a sus prácticas y normas (). La palabra nos revela lo que es el mundo en realidad; la palabra desenmascara los engaños del mundo y sus peligrosas artimañas.
El mundo compite por el amor del Padre (), pero la palabra de Dios nos capacita para disfrutar del amor del Padre. Uno de los primeros pasos hacia una vida mundana es el descuido de la palabra de Dios. D. L. Moody escribió en la pasta de su Biblia: “Este libro te alejará del pecado o el pecado te alejará de este libro”. Así como la columna de fuego fue tinieblas para los egipcios pero luz para Israel, así la palabra de Dios es nuestra luz en un mundo en tinieblas, pero el mundo no puede entender las cosas de Dios (; ).
La palabra de Dios no sólo nos da el gozo y amor de Dios, sino que también nos imparte el poder de Dios para vivir una vida santa (). La petición anhelante de la oración de nuestro Señor en era la seguridad; pero aquí es santidad, una vida práctica y santa para la gloria de Dios. Estamos en el mundo pero no somos del mundo, y no debemos vivir como el mundo. A veces pensamos que sería más fácil si estuviéramos fuera de este mundo, pero no es así. Dondequiera que vayamos, llevamos con nosotros nuestro propio ser pecaminoso, y los poderes de las tinieblas nos seguirán. He conocido a personas que se han “aislado espiritualmente” para poder ser más santos, tan sólo para descubrir que no resulta.
La verdadera santificación (ser apartado para Dios) viene por el ministerio de la palabra de Dios. “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (). Cuando fuiste salvo, fuiste apartado para Dios. Conforme creces en la fe, experimentas más y más la santificación. Amas menos al pecado y amas más a Dios. Quieres servirle a él y ser una bendición para otros. Todo esto viene mediante la palabra.
La verdad de Dios nos ha sido dada en tres maneras: su palabra es verdad (); su Hijo es la verdad (), y su Espíritu es la verdad (). Necesitamos todas las tres para experimentar verdadera santificación, una santificación que toque toda parte de nuestra persona interior. Con la mente aprendemos la verdad de Dios mediante la palabra. Con el corazón amamos la verdad de Dios, su Hijo. Con la voluntad nos rendimos al Espíritu y vivimos la verdad de Dios día tras día. Los tres son esenciales para una experiencia de santificación balanceada.
No es suficiente solo estudiar la Biblia y aprender gran cantidad de verdad doctrinal. Debemos también amar a Jesús más al aprender todo lo que él es y ha hecho por nosotros. Aprender y amar debe llevar a una vida práctica, permitiendo que el Espíritu de Dios nos capacite para obedecer su palabra. Así es como le glorificamos en este mundo perverso.
La palabra nos da gozo, amor y poder para vivir una vida santa. También nos da lo que necesitamos para servirle como testigos en este mundo (). La santificación no es con el propósito de jactarnos ni es por disfrutarla egoístamente o jactarnos; sino para que podamos representar a Cristo en este mundo y ganar a otros para él. Jesús se apartó por nosotros; y ahora nos ha apartado para él. El Padre le envió al mundo, y ahora él nos envía al mundo. Somos gente bajo órdenes y ¡será mejor que obedezcamos! Jesús ahora está apartado en el cielo, orando por nosotros, para que nuestro testimonio lleve fruto, el fruto de los muchos que se arrepienten de sus pecados y acuden al Señor.
¿Cómo podemos ser vencidos por el mundo cuando tenemos la palabra de Dios que nos ilumina, nos capacita y nos anima?
Participamos de su gloria ()
Aquí nuestro Señor dirige nuestra atención al futuro. Empieza a orar por nosotros los que vivimos hoy, y por la iglesia de todas las épocas. Ya había orado por la seguridad y santidad; ahora la petición en esta oración es unidad. Se preocupa porque su pueblo tenga una unidad espiritual como la unidad del Padre y el Hijo. Los creyentes pueden pertenecer a diferentes compañerismos, pero todos le pertenecen al Señor y los unos a los otros.
A menudo los discípulos exhibían un espíritu de egoísmo, competencia y desunión; y esto debe haberle quebrantado el corazón al Salvador. Me pregunto cómo se siente él cuando ve la condición actual de la iglesia. El predicador puritano Tomás Brooks escribió: “La discordia y la división no le convienen al creyente. El que los lobos sean una preocupación para las ovejas no es sorpresa, pero que una oveja inquieta a otra, eso no es natural sino es monstruoso”.
¿Cuál es la base para la verdadera unidad cristiana? La persona y la obra de Jesucristo y su gloria (). El ya nos ha dado su gloria, y ¡promete que experimentaremos más esa gloria cuando lleguemos al cielo! Todos los verdaderos creyentes tienen dentro de sí la gloria de Dios, sin que importe cómo se vean por fuera. La armonía cristiana no se basa en lo externo de la carne, sino en lo interno y lo eterno del Espíritu Santo dentro de la persona. Debemos mirar más allá de los elementos de nuestro primer nacimiento: raza, color, capacidades, etc., y cultivar nuestra comunión sobre lo esencial de nuestro nuevo nacimiento.
Ya tenemos su gloria dentro de nosotros (, y nota ), y un día contemplaremos su gloria en el cielo (). Conforme crecemos en el Señor, la gloria de dentro empieza a crecer y a revelarse en lo que decimos y hacemos, y la manera en que lo decimos y hacemos. La gente no nos ve a nosotros para glorificarnos a nosotros; ve al Señor y le glorifica a él (; ).
Una de las cosas que más impresiona al mundo es la manera en que los creyentes se aman unos a otros y viven juntos en armonía. Es este testimonio lo que nuestro Señor quiere en el mundo “para que el mundo crea que tú me enviaste” (). El mundo no puede ver a Dios, pero sí puede ver a los creyentes; y lo que ven en nosotros es lo que creerán en cuanto a Dios. Si ven amor y unidad, creerán que Dios es amor. Si ven odio y división, rechazarán el mensaje del evangelio.
Jesús nos ha asegurado que algunos creerán debido a nuestro testimonio (), pero debemos asegurarnos que nuestro testimonio es fiel y amoroso. Algunos creyentes se parecen a fiscales acusadores y jueces en lugar de ser testigos fieles, y el resultado es que los pecadores se alejan del Salvador.
Hay toda razón para que los creyentes se amen unos a otros y vivan en unidad. Confiamos en el mismo Salvador y participamos de la misma gloria. Un día ¡disfrutaremos del mismo cielo! Pertenecemos al mismo Padre y tratamos de hacer la misma obra, testificándole a un mundo perdido que sólo Jesucristo salva del pecado. Creemos la misma verdad, aunque podamos tener puntos de vista diferentes en asuntos doctrinales secundarios; y seguimos el mismo ejemplo que Jesús puso para su pueblo, el de vivir una vida santa. Sí, los creyentes tienen sus diferencias; pero tenemos mucho más en común, y esto debe animarnos a amarnos unos a otros y promover la verdadera unidad espiritual.
Con frecuencia he usado como texto para meditaciones en funerales. ¿Cómo sabemos que los creyentes van a cielo? Debido al precio que Jesús pagó () y la promesa que Jesús hizo (), y la oración de Cristo (17:24). El Padre siempre contesta las oraciones del Hijo, así que sabemos que los creyentes que mueren van al cielo para contemplar la gloria de Dios.
En no hay peticiones. Jesús simplemente le informa al Padre sobre su ministerio en el mundo, y hace varias afirmaciones que son importantes para nosotros. Declara que el mundo no conoce al Padre, pero que los creyentes le conocemos porque el Hijo nos ha revelado al Padre. El mundo por cierto ha tenido muchas oportunidades para conocer al Padre, pero prefiere seguir ciego y con el corazón duro. Nuestra tarea como creyentes es dar testimonio al mundo perdido y proclamar el mensaje divino de salvación.
También declara la importancia del amor y la verdad en la iglesia. Los creyentes conocen el nombre (la naturaleza) de Dios y participan de esa naturaleza divina. Jesús dijo claramente que la verdad y el amor deben ir juntos (ve ). Bien se ha dicho que la verdad sin amor es brutalidad, pero el amor sin verdad es hipocresía. La mente crece al recibir la verdad, pero el corazón crece cuando da amor. El conocimiento por sí solo puede conducir al orgullo (), y el amor por sí solo puede llevar a las decisiones equivocadas (ve ). ¡El amor cristiano no debe ser ciego!
Al repasar esta oración se ve las prioridades espirituales que el Salvador tenía en su corazón: la gloria de Dios, la santidad del pueblo de Dios, la unidad de la iglesia y el ministerio de la proclamación del evangelio a un mundo perdido. Hoy seremos sabios si enfocamos las mismas prioridades.
Un día cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de su ministerio. Es un pensamiento solemne esto de que un día estaremos ante el tribunal de Cristo, y daremos nuestro informe final.
Confío en que podremos decir: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” ().
Wiersbe, W. W. (2008). Transformados en Cristo: Estudio expositivo del Evangelio Según Juan Capítulos 13–21 (pp. 70–84). Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente.
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