libres del falso YO

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TODOS LOS HOMBRES TENEMOS UN “FALSO YO”
DEL CUAL DIOS NOS QUIERE LIBERTAR.
El “falso yo” al que vamos a hacer referencia es todo el ser del hombre, en especial toda su parte almática, sólo que escondida detrás de una falsa identidad.
Según la psicología todos los seres humanos tenemos un “falso yo”, es decir, nos presentamos ante los demás con una forma de ser, que en el fondo no es nuestro verdadero “yo”.
Pablo pudo escribir estas palabras maravillosas en “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Muchos sabemos este verso de memoria, sin embargo, hoy quisiera repasar específicamente la frase que dice: “ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí…”.
“YA NO SOY YO EL QUE VIVE…”
Para poder entender esta frase, tratemos de parafrasearla de la siguiente manera: “Mi yo, ya no puede seguir vivien do a expensas de lo que me heredaron y los programas emocionales que se han gestado a lo largo de mi existencia”.
Cuando hablamos del “Falso yo”, estamos refiriéndonos a lo que la Biblia le llama: “El viejo hombre”, el “yo” del hombre. Esto no sólo fue una realidad aplicable al apóstol Pablo, sino fue el lenguaje que ocuparon los apóstoles para expresar esta realidad.
Con estas palabras Pablo no estaba diciendo que su “yo” no existía, o que estaba muerto, sino quiso decir que “él tenía un ser falso”, o un “falso yo” que había definido toda su vida pasada, pero desde el momento que vino a ser un hijo de Dios, estaba siendo desmantelado por Dios para ya no depender del falso YO.
¿Por qué muchas veces nos presentamos a nosotros mismos ante los demás con una forma de ser no genuina? En muchos casos es a causa del orgullo, los complejos, los traumas, los temores, los miedos al fracaso, etc. Todas estas cosas se gestan en nosotros de manera inconsciente, es decir, no brotan mediante el uso de la razón, sino por medio de las emociones.
Hay personas que tienen temor a envejecer, de modo que gastan energías, tiempo, dinero, y hacen de todo con tal de no envejecer. ¿Acaso esta actitud no es la de un falso yo? ¿Por qué querer aparentar lo que no es real? A esto nos referimos con el “falso yo”, a esa máscara que usamos para esconder nuestras debilidades. A medida que van pasando los años, más nos acostumbramos a presentarnos con una personalidad que no es la nuestra.
El “falso yo” se arraiga en nuestra manera de ser a raíz de varios factores:
En primer lugar, a causa de la genética, es decir, lo que hemos heredado de nuestros padres; y en segundo lugar, a causa de lo que vivimos durante nuestro desarrollo emocional. Estas dos fuentes le dan origen a muchas programaciones emocionales en nuestra vida, de modo que nos volvemos expertos en ocultar y aparentar nuestra verdadera condición.
¿Cómo podemos liberarnos de nuestro falso yo?
la liberacion la vamos obteniendo cuando nos paramos en creerle a Dios y su palabra. cuando permitimos que su verdad nos desnude, nos muestre lo falso de nuestra conducta, de nuestros mismos sentimientos, de la bajeza que realmente vemos en nosotros. Y al pasar eso decidimos no depender de lo que somos o tenemos sino de Dios mismo. “ya no soy yo el que vive...”.
en el momento en el que nos paramos en el terreno de la verdad de la palabra y le creemos, le quitamos la máscara a nuestro “falso yo”.
En el momento que nos paramos en el terreno de la fe, le quitamos la máscara a nuestro “falso yo”. Al identificarnos como muertos en Cristo, el "viejo hombre” empieza a quebrarse, a quedarse sin sustento, y de pronto, empiezan a desaparecer los vestigios de nuestra vana manera de vivir. Al ser libres del “falso yo”, automáticamente empezarán a caer costumbres, malos hábitos, formas soeces de hablar, y aun nuestro semblante. Tal vez antes no podíamos llorar a causa del duro viejo hombre en el que nos escondíamos, pero en nuestro interior éramos muy frágiles; al ser quebrantado nuestro “falso yo” empezaremos a sentirnos en la libertad de llorar. Así hermanos, Dios quiere libertarnos de todos los programas emocionales que le han dado sustento al “Falso yo”.
Al identificarnos como muertos en Cristo, esto es, que no podemos vivir a expensas del "viejo hombre” empieza a quebrarse, a quedarse sin sustento, y de pronto, empiezan a desaparecer los vestigios de nuestra vana manera de vivir. Al ser libres del “falso yo”, automáticamente empezarán a caer costumbres, malos hábitos, formas soeces de hablar, y aun nuestro semblante. Tal vez antes no podíamos llorar a causa del duro viejo hombre en el que nos escondíamos, pero en nuestro interior éramos muy frágiles; al ser quebrantado nuestro “falso yo” podríamos sentirnos en la libertad de llorar. Así hermanos, Dios quiere libertarnos de todos los programas emocionales que le han dado sustento al “Falso yo”.
“CRISTO VIVE EN MI”
Desde el momento que nos convertimos al Evangelio, el Señor viene a morar a nuestro espíritu, sin embargo, no debemos dar por hecho que desde ese momento Él habita también en nuestra alma.
Una cosa es que el Señor more en nuestro espíritu, y otra es que Él llegue a morar en nuestra alma. La intención de Dios no es que Su Vida se quede sólo a nivel de nuestro espíritu, sino que por la fe Él habite en nuestros corazones.
Esta frase del apóstol Pablo no se está refiriendo al hecho de que Cristo vivía en su espíritu, más bien, él está haciendo alusión a que Cristo ahora también habitaba en su alma, es decir, en su verdadero “yo”.
El apóstol Pablo no está diciendo esta frase aislada a lo anterior, sino por el contrario, está confirmando que la consecuencia de haber entendido y creído que el Padre ya lo identificó como muerto juntamente con Cristo, es que su “falso yo” ha quedado sin fundamentos para seguir de pie, sus programas emocionales fueron desmantelados, y por lo tanto, ahora Cristo vive en su alma, en su “yo” genuino.
¿Podemos todos los creyentes tener la Vida de Cristo en nuestros corazones? ¡Por supuesto que sí! ¿Por qué, entonces, no es una realidad para todos? En primer lugar, porque no todos creen que Dios ya los identificó como muertos juntamente con Cristo, y en segundo lugar, porque el Señor tiene que desmantelar los programas emocionales que le dan vigencia a nuestro “falso yo”, para luego Él poder habitar en nuestro “yo genuino”.
La vida cristiana depende de qué tanto Cristo mora en nosotros. No debemos esforzarnos para que el Señor esté en nosotros, porque eso viene a ser una realidad desde el día que creemos en la obra de Cristo a favor nuestro; lo que debemos procurar es que el Señor tenga un lugar en nuestro corazón. Permitámosle que Él desmantele nuestras programaciones emocionales, soltemos las amarras y las máscaras detrás de las cuales nos hemos escondido por años. Dios está dispuesto a tratar con todos los hombres, por eso vemos ejemplos en los Evangelios de cómo Él trató con un Zaqueo tramposo, con una mujer samaritana insaciable, con una María Magdalena de la cual echó fuera siete demonios, y así, con muchos pecadores con los cuales comió, pero rechazó rotundamente a los religiosos, a los que aparentaban un grado mayor de justicia que los demás.
En realidad, todos los hombres tenemos un “falso yo”, la psicología moderna lo confirma, y bíblicamente el apóstol Pablo dice claramente que él tenía un “viejo hombre”. Aborrezcamos vivir de apariencias, ya dejemos de escondernos en la falsedad religiosa. Que nos quede impregnado en nuestros corazones que la única forma de quebrar el “falso yo” es creer que Dios ya nos identificó como muertos en la muerte de Su Hijo; si nos paramos en ese terreno de fe, el Señor no dudará en vivir en nuestro corazón, pues, con todo y nuestros defectos, Él nos irá transformando poco a poco, de gloria en gloria.
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