EL SEÑOR DIO Y EL SEÑOR QUITO
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INTRODUCCIÓN:
Bien podemos decir que la paciencia es una gran virtud, porque realmente lo es; puesto que son muy pocos lo que conocen el significado de la palabra “paciencia”, podemos deducir que valorarnos escasamente el ser pacientes y tener esta virtud de la cual tanto nos aferramos. Ahora Dios, siendo tal indiferencia de parte de los hombres quiere poner ante sus ojos aquello que nos es tan necesario. Porque si no fuésemos pacientes, nuestra fe se habría desvanecido, puesto que no se la puede mantener sino por este medio. Siendo así las cosas Dios quiere que en medio de la miseria de este mundo siempre tengamos paz en el corazón y que estemos tan seguros de su bondad que podamos regocijarnos y alegrarnos en ella y que podamos gloriarnos contra Satanás y contra todos nuestros enemigos. ¿Y cómo será posible, a menos que nos consideremos superiores a este mundo, y que consideremos, que si bien nuestra condición es miserable en la opinión de la carne, sin embargo, puesto que Dios nos ama, estamos seguros de que hemos de sufrir? Ahora, este pasaje es el más excelente que existe en las Sagradas Escrituras para mostrarnos las implicaciones de la palabra “paciencia. Si queremos que Dios nos reconozca como pacientes en nuestras aflicciones debemos ser enseñados por ella. Comúnmente decimos que una persona es paciente, aunque no posea auténtica paciencia, porque todo aquel que sufre es llamado paciente; pero por mucho que persistamos en ser pacientes, es necesario que nuestra tristeza sea menor. Si existen algunos males, dejemos que sean endulzados por el reconocimiento de que Dios nuca cesa de procurar nuestra salvación, que debemos estar sujetos a él y que está perfectamente bien que Él nos gobierne conforme a su voluntad. Es así como se muestra nuestra paciencia. Pero no hay nada mejor ni más útil que considerar el espejo que aquí se nos presenta. Hemos visto que Job podría haber sido abrumado habiendo oído tantas malas noticias. Ahora, dice que se levantó y rasgó sus ropas, que se rasuró la cabeza y que se postró en tierra para humillarse delante de Dios.
I.- AQUELLOS QUE SON PACIENTES SABEN COMO LLEVAR LA AFLICCIÓN.
I.- AQUELLOS QUE SON PACIENTES SABEN COMO LLEVAR LA AFLICCIÓN.
Puesto que sienten disgusto y angustia en su corazón; porque si fuésemos como un tronco de árbol o una piedra, no habría virtud en nosotros. ¿Acaso es digno de ser alabado un hombre que no es consciente de su enfermedad? Ciertamente, vemos a un débil mental riéndose, burlándose de todo el mundo, a pesar de estar al borde de la tumba; es una persona inconsciente de su enfermedad. Esto, pues, no merece ser considerado o tenido en cuenta como virtud, puesto que es estupidez; a veces las bestias brutas no sienten nada, y por eso no son virtuosas. De manera entonces, notemos que la palabra “paciencia” no significa que los hombres deban ser mentalmente agobiados, que no deben sentir tristeza, que nunca se deben sentir ofendidos cuando experimentan alguna aflicción; virtud es cuando son capaces de dominarse y controlarse de tal modo que no cesan de alabar a Dios en medio de todas sus aflicciones, que no son abatidos por la angustia ni tan absorbidos por ella que renuncian a todo; que, en cambio, luchan contra sus pasiones hasta poder aceptar la buena voluntad de Dios para concluir como Job lo hace aquí, diciendo que Dios es totalmente justo.
Eso es lo que debemos notar cuando dice: “Job rasgó sus ropas y se rasuró la cabeza” Esto era una costumbre en los países orientales, como también sabemos que había otras ceremonias en aquellas regiones que no existen en los países fríos dónde nosotros vivimos. Porque cuando ocurría algo que podía despertar gran enojo en los hombres, rompían sus ropas como señal de congoja. Suficiente a este respecto. Entonces, cuando Job rompe su ropa y se rasura la cabeza, lo hace en señal del dolor que le sobrevino. Ahora, es cierto que su conducta no era de ninguna manera fingida, como frecuentemente la de aquellos que se quieren disfrazar y se ponen máscaras para que nadie sospeche que tienen profunda tristeza, y para no dejar de reír en su corazón. Job no usó semejante hipocresía. Sepamos entonces, que cuando hubo rasgado sus ropas y rasurado su cabello, era por la angustia y la ilimitada amargura, y que cuando se postró en tierra, lo hizo en señal de otro testimonio. Sin embargo, pareciera aquí que Job da rienda suelta a su tristeza, lo cual habría sido un defecto condenable. Porque sabemos que los hombres son demasiado excesivos y desbordantes en sus pasiones. Porque si bien se contienen y se corrigen a sí mismos tanto como pueden, sin embargo no dejan de salirse de sus limites; no hay nada más difícil que controlarnos de tal manera de mantenernos a nosotros mismos bajo control y en orden. Vemos que la gente no sabe regocijarse sin estar demasiado festiva. La amargura o tristeza es una pasión mucho más violenta que descarría a las personas mucho más que la alegría. Así que, entonces, debemos estar en guardia siempre y toda vez que Dios nos envíe alguna adversidad, porque es allí donde solemos descontrolarnos más. Ahora, dice aquí que Job rasgó sus ropas; como si quisiera incentivarse a estar más triste de lo que estaba, porque un hombre, al verse tan desfigurado, se asombra de su propio aspecto, y luego, tocante a su cabello, se podría decir que buscaba elementos para aguijonearse a sí mismo y ayudarse en su congoja, y que él mismo se estaba llevando a la desesperación. Lo cual como he dicho sería condenable; sin embargo, notemos en primer lugar que la Escritura aquí quiere expresarnos que la tristeza de este santo hombre eran tan grande y tan vehemente que no pudo consolarse y que fue más allá de la costumbre normal, rompiendo sus ropas, para mostrar que experimentaba tal angustia y que estaba acongojado hasta lo más profundo de su corazón. Esto es lo que las Escrituras quieren expresar. Ahora bien los hombres tienen que estar atentos para no ser avasallados por la tristeza cuando están en aflicciones, no obstante deben reflexionar cuando Dios envía algún mal. Porque la forma común de rechazar cualquier prueba es muy perniciosa; pero ese es el modo en que se han conducido a este respecto; cuando quisieron practicar la paciencia extinguieron todos los pensamientos referidos a sus males, los expulsaron lejos, se apartaron de ellos; en breve aspiraron a tal estupidez como es la de no poder discernir nada. Muy por el contrario, cuando Dios nos aflige no es para darnos con el martillo en la cabeza de manera que quedemos mareados y semi-inconscientes, sino que quiere inducirnos a reflexionar en nuestra miseria. ¿Cómo? Además de la necesidad de recordarnos nuestros pecados para pedir perdón por ellos y ser tanto más cuidadosos de andar en forma adecuada, también se nos enseña que es parte de nuestra vida, para que no busquemos de agradarnos a nosotros mismos, para que no nos inflemos de vanidad ni presunción, y para que luego reconozcamos nuestra obligación para con Dios por tratarnos tan tiernamente, por llevarnos como nos lleva, en su seno; y entonces, viendo que El cuida de nuestras vidas, miremos más allá, es decir, hacia el reino eterno en el cual está nuestro verdadero gozo y descanso. Así es, pues, que Dios no deja de ser piadoso con nosotros cuando nos envía algunas aflicciones; porque es para que, examinando lo que hay en nuestro interior, reconozcamos nuestra condición. Además es bueno y útil que los creyentes, cuando son afligidos por Dios, se sientan motivados a pensar en su interior: “¿Quién soy yo? ¿Qué será de mi? ¿Porqué soy afligido de tal manera?” que piensen digo en todo esto. Es así como Job pudo rasgar sus ropas y rasurarse la cabeza sin ofender a Dios; no es que quiso precipitarse a un excesivo enojo, sino humillarse, puesto que para los antiguos era un signo de arrepentimiento. Porque cuando Dios enviaba pestilencia o guerra, ellos se vestían de cilicio y se echaban ceniza en la cabeza. ¿ Por qué eso? No era para alimentar una tristeza perniciosa, de la cual San Pablo habla () la cual como dice, es conforme al mundo (de ella debemos huir), pero esta era otra tristeza que, como dice, es conforme a Dios, cuando los hombres habiendo visto que son pobres pecadores se presentan ante su Juez pare reconocer que son condenados y que merecen la confusión que atraviesan. Porque aquel que lleva cilicio, aquel que lleva cenizas en su cabeza, testifica que ya no tiene base para gloriarse a sí mismo, que debe callarse la boca, que es como si ya estuviese sepultados, como diciendo: “No soy digno de ser sustentado por la tierra, sino que la tierra debiera cubrirme, y Dios debería arrojarme tan profundamente que yo quedase com postrado.” Esto es lo que Job quería significar, viendo que Dios le invita a la humildad ciertamente quiso conformarse y por eso rasgó sus ropas y se rasuró la cabeza. Ahora bien, aunque vemos (como ya lo he mencionado) que la paciencia no es sin aflicciones y que es muy necesario que los hijos de Dios conozcan la tristeza y experimenten el dolor, no obstante, no dejan de tener virtud de la paciencia, resistiendo a sus pasiones y no irritándose contra Dios, de modo de no descontrolarse, de no dar coces contra la esperanza, sino de dar en cambio, la gloria a Dios.
II.- HUMILLARSE ASÍ MISMOS DELANTE DE DIOS HONRANDOLO.
II.- HUMILLARSE ASÍ MISMOS DELANTE DE DIOS HONRANDOLO.
Tal como sigue inmediatamente en el texto. “Y se postro en tierra y adoró”. Ahora bien, es cierto que esta palabra significa “reclinarse” o “acostarse” pero implica el propósito de humillarse a sí mismo delante de Dios honrándolo. Vemos a algunos que se postran en tierra, pero siguen tan enojados, que si les fuera posible ascenderían a las nubes y harían guerra contra Dios. Vemos a aquellos que se extravían en su despecho, pero es porque no pueden ir contra Dios como quisieran. En cambio Job, muy por el contrario, se postra en tierra para adorar, mirando ciertamente a Dios para humillarse ante su excelsa majestad. Porque cuando experimentamos la mano de Dios es cuando deberíamos rendirle homenaje más que nunca. Es cierto que cuando Dios nos trata bondadosamente deberíamos sentirnos motivados a acercarnos a él puesto que, en efecto, él nos invita. La gran bondad que él nos demuestra ¿qué es sino que quiere acercarnos a sí mismo? Pero como somos tan lerdos para venir, él tiene que emplazarnos y mostrarnos el derecho que tiene sobre nosotros; como un principe, que viendo a su vasallo lerdo en el cumplimiento de su deber, le envía un oficial para emplazarlo. Así Dios, viendo que no tenemos en cuenta el acercarnos a él o de acercarnos quizá sin el ardiente afecto que propiamente es requerido, él nos invita y llama. Por lo tanto, Job, conociendo el verdadero uso de la aflicción, se postra en tierra, para honrar a Dios, como diciendo: “Señor, es cierto que hasta ahora te he honrado y servido mientras yo prosperaba, mientras vivía en mis grandes triunfos me deleitaba en servirte. ¿Pero, qué de ello? No me conocía totalmente a mi mismo; y ahora veo mi debilidad y que somos criaturas miserables. Así que Señor, ahora vengo a rendirte un nuevo honor si te agrada afligirme en el mundo; Señor me riendo voluntariamente a ti, y no pido nada sino el rendirme sujeto a tu mano, sin importar lo que de ello resulte”. Con esto es suficiente lo dicho respecto de “Y se postró en tierra con el propósito de adorar a Dios”.
III. EN NUESTRA TOTAL DESNUDEZ PODEMOS VER LA BONDAD DE DIOS.
III. EN NUESTRA TOTAL DESNUDEZ PODEMOS VER LA BONDAD DE DIOS.
Cuando Job reconoce la condición del hombre dice: “Desnudo salí del viente de mi madre, y desnudo volveré allá” Cuando dice “allá” implica que es de otra parte, esto es, del seno de la tierra, que es la madre de todos; o quizá como un hombre, enfermo del corazón, que no dice todas las palabras, sino que habla a medias, como vemos que hacen quienes están extremadamente tristes, que no expresan todas sus palabras. Sin embargo, esta declaración es suficiente clara, es decir, que Job quiere decir “bien, tengo que regresar a la tierra, tal como he salido del viente de mi madre”. Es cierto que este pasaje podría ser tomado en un sentido doble, es decir, primeramente como una afirmación general. He aquí los hombres que han venido al mundo, y se van de la misma manera, no se llevan sus riquezas, ni sus honores, ni sus pompas, ni sus deleites. Deben volver en ruina; la tierra tiene que recibirlos. La otra interpretación es más adecuada, es decir, que Job aplica esto a sí mismo, como diciendo: “Desnudo salí del viente de mi madre; durante un tiempo Dios quiso enriquecerme, de modo que tuve gran cantidad de ganado, y una gran familia, tuve una multitud de hijos, en resumen, estuve bien provisto de dones y bendiciones con que Dios me había engrandecido. Ahora quiere que me vaya totalmente desnudo; él me enriqueció con todas estas cosas, ahora me las quitó para que yo pueda volver a mi primer estado y para que ahora me pueda preparar para el sepulcro”. Es bueno notar esta oración. Porque Job no pudo haber probado mejor su paciencia que determinando su total desnudez viendo que tal era la buena voluntad de Dios. Ciertamente los hombres se resisten en vano; pueden crujir sus dientes, pero deben volver al sepulcro totalmente desnudos. Incluso los paganos han dicho que solamente la muerte muestra la pequeñez de los hombres. ¿Por qué? Porque tenemos una vorágine tal de codicia que nos tragaríamos la tierra entera; si una persona tiene muchas riquezas, viñedos, prados y posesiones, todo ello no es suficiente; Dios tendría que crear mundos nuevos si quisiera satisfacernos. ¿Pero, qué si morimos? A seis pies bajo la tierra nos descomponemos y somos reducidos a nada. De modo entonces que la muerte muestra cuál es nuestra naturaleza. Sin embargo, vemos que muchos luchan contra la realidad; construyen honorables sepulcros, celebran funerales triunfantes; pareciera que esas personas quisieran resistir a Dios, pero no lo logran totalmente. Ahora bien, esa es la condición general de los hombres, pero en cuanto a nosotros tenemos que sufrir pacientemente el ser despojados después de haber sido vestidos de bienes y riquezas; debemos permitir digo que Dios nos prive de todo y que vivamos totalmente despojados y desnudos, y que en tal condición estemos preparados para volver al sepulcro. Así es digo como hemos de probar nuestra paciencia. Y eso es lo que Job quería indicar en este pasaje. De modo entonces, siempre que nos falten los bienes de este mundo, y estemos hambrientos y sedientos, y soportemos la presión de algunas aflicciones, y no tengamos ninguna ayuda, pensemos en nuestro origen, considerémonos a nosotros mismos y quiénes somos, y adonde vamos. Porque los hombres abusan del cuidado paterno de Dios cuando les muestra lo que les tiene que suceder. Ciertamente, debiéramos tener esto bien grabado en nuestro corazón: es decir, que Dios no quiere que tengamos ninguna necesidad, que él no nos pondría en el mundo si no estuviera dispuesto a alimentarnos; sin embargo, siempre tenemos que reconocer que esto nos viene de afuera y que no debiéramos suponer que tenemos por derecho propio lo que poseemos por la voluntaria bondad de Dios.Si un hombre me aumentase por pura liberalidad y me dijese: “Ven cada día, tendrás tanto vino , tanto pan; quiero sustentarte; y no es que lo haría por obligación sino que quisiera darte esto”. Si luego yo intentara entablar pleito para recoger lo que debiera pedir para cada día, recibiendo el sustento de su mano y si quisiera hacer una ganancia con lo que él me da de su pura liberalidad, ¿ no sería ello una villana ingratitud? Merecería que alguien me escupiera en la cara. Tanto más estamos obligados a recibir los bienes que Dios nos da, con toda modestia, sabiendo que él no nos debe nada, y puesto que somos pobres, debemos venir a él y pedirle cada día de su infinita liberalidad. De modo entonces, cuando tenemos alguna necesidad corramos a él como he dicho y reconozcamos “¿de dónde he salido?” He salido del vientre de mi madre, totalmente desnudo, una criatura pobre y miserable, necesité ayuda y necesité ser limpiado de la pobreza en que estaba; hubiera perecido totalmente si no hubiera sido ayudado de afuera. Entonces, le agradó a Dios alimentarme y preservarme hasta ahora, y de hacerme una infinidad de favores. Y si él ahora quisiera afligirme está muy bien que yo lo soporte todo pacientemente, puesto que proviene de su mano”. Esto es lo que debemos recordar de lo que se nos muestra por medio de Job. “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré al sepulcro”. En resumen, nosotros pensamos así: Cuando Dios ha puesto algunos bienes en nuestras manos, que su titularidad siga con nosotros, que seamos acompañados por nuestras riquezas y que éstas nos sigan hasta el sepulcro y que nunca seamos privados de ellas. Pero no pensemos de esa manera; porque así nos engañamos a nosotros mismos; al contrario sepamos que si es la buena voluntad de Dios quitarnos los bienes con que nos puede haber engrandecido, al día siguiente debemos estar listos para ser privados de ellos, que no nos dañará ser despojados en un minuto de todo aquello que hayamos podido adquirir a lo largo de toda nuestra vida. Pero Job nos lleva aún más lejos...
IV.- ES RAZONABLE QUE EL SOBERANO SEÑOR DISPONGA DE LO QUE HA PUESTO EN NUESTRAS MANOS.
IV.- ES RAZONABLE QUE EL SOBERANO SEÑOR DISPONGA DE LO QUE HA PUESTO EN NUESTRAS MANOS.
“Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” Al decir que Dios lo ha dado, muestra que es razonable que Dios disponga de lo que ha puesto en nuestras manos, puesto que es suyo; porque cuando Dios nos envía riquezas no renuncia a su titularidad, ni deja de tener señoría sobre ellos (como lo debe tener) por ser el Creador del mundo. Porque la palabra “Creador” implica que lo ha hecho todo de tal manera que todo el poder y soberano dominio que tiene permanecen con él. Y aunque los hombres poseen cada uno su porción según Dios los haya engrandecido mediante los bienes de este mundo, no obstante, él siempre tiene que seguir siendo Señor y Dueño de ello. Job entonces, reconoció esto y se sujetó enteramente a la buena voluntad de Dios; y todos nosotros confesamos que esto es más que justo, aunque nadie esté dispuesto a acogerse a ello. Esto puede ocurrir tan pronto Dios nos ha permitido disfrutar por tres días algunas bendiciones; nos parece que al quitárnoslas, nos hiere profundamente y que deberíamos murmurar contra él. ¿Y qué diremos a esto? Recientemente discutí sobre la ingratitud que es cuando, habiéndosenos revelado Dios durante un tiempo con liberalidad, creemos que nunca debiera fallarnos, hagamos lo que hagamos. Esta entonces es una afirmación suficientemente común, pero tan raras veces practicada que obviamente solo un número muy pequeño de personas la entienden. Tanto más debemos reflexionar en el significado de “Dios dio, y Dios quitó para reconocer con qué libertad el Señor nos ha concedido disfrutar de sus bienes, y que también, si le place, puede privarnos de ellos en un minuto. Y es por eso que San Pablo nos exhorta que, tanto más viendo que este mundo se desvanece y que todas las cosas envejecen y se deshacen, debiéramos poseer como si no poseyésemos, esto es, no debiéramos inhibir nuestro coraje; como dicen en otra parte “no debemos poner la esperanza en las riquezas inciertas” Siempre debemos estar dispuestos a decir con Job: “Cuando Dios quiera despojarnos de lo que nos ha dado”, o quizá, “Señor, tú has ejercido tu derecho, tú lo ha dado, y tú lo has quitado”, según te agrado a ti.” Este entonces, es el resumen de este pasaje, es decir, cada vez que pensemos en los bienes de este mundo debemos recordar que los hemos recibido todos de Dios. ¿Y bajo qué condiciones? No por derecho de propiedad, al punto que él ya no quiera ejercer ninguna titularidad sobre ellos; pero si le agradó depositarlos en nuestras manos es bajo la condición de volver a tomarlos cuando le parezca bien. Reconozcamos entonces que estamos tanto más comprometidos con él cuando nos ha permitido disfrutar algunos beneficios, sea por un día, un mes o algún tiempo, de modo que no nos parezca demasiado extraño si nos despoja de ellos; en cambio, estemos prestos a reconocer lo que he dicho, que “Dios siempre pueda tener tal superioridad sobre nosotros que pueda disponer de lo suyo según le parezca bien”. Si para los seres mortales es algo terrible controlar a voluntad sus bienes, ¿No debería atribuir mucho mayor control al Dios viviente? Viendo entonces, como el Señor debiera tener señorío, no solamente sobre lo que poseemos, sino también sobre nuestras personas y sobre nuestros hijos, deberíamos humillarnos enteramente, sin contradicción alguna ante su santa voluntad. Pero ¿Qué es lo que vemos? Son muy pocos los que rinden este homenaje a Dios. Es cierto, cada uno reconocerá, sin bacilar, que es -dios quien les dio cuanto poseen; ¿pero qué hacen al respecto? Se vuelven contra él, se levantan como para desafiarlo. ¿Y qué es esto? ¿Pregunto, acaso no es una burla? Por cierto, es una insoportable hipocresía cuando, habiendo reconocido que todo lo recibimos de Dios, no obstante nunca estamos dispuestos a permitir que disponga de ello; no estamos dispuestos a que cambie algo, deseamos que nos deje en paz, que se aparte de nosotros, como si estuviéramos separados de él y fuera de su jurisdicción. Es como si alguien dijera: “Ah si, estoy contento de reconocer que fulano es mi principe, he de rendirle suficiente honor y obediencia; pero no entre en mi casa, que no venga a pedirme nada, que no me cause molestias”. El mundo no soportaría semejante vileza. Sin embargo, así es como jugamos con Dios. ¿Y qué significado tiene que confesar: “Reconozcamos que todo proviene de él” si al mismo tiempo no queremos que toque nada? Vemos entonces cómo el mundo se burla abiertamente de Dios; por eso siempre debemos seguir lo que aquí se nos presenta, es decir, ya que Dios nos ha dado cuanto hay en nuestras manos, él también tiene derecho a pedirlo de vuelta y quitárnoslo cuando le plazca.
V.- UNA IMPLICACIÓN FINAL:
V.- UNA IMPLICACIÓN FINAL:
Además se agrega aquí la implicación final: “Sea el nombre de Jehová bendito”. Porque con ello Job se somete a Dios confesando que El es bueno y justo, a pesar de estar bajo severas aflicciones causadas por su mano. He dicho que esto implica aun más; porque uno puede atribuir plenamente a Dios soberano poder diciendo: “Muy bien, puesto que él lo ha dado, es cierto que él puede volver a tomarlo, no obstante, sin reconocer que Dios lo hace justa y razonablemente; muchos lo hacen así pues cuando son afligidos acusan de crueldad a Dios, o de severidad, de manera que no le reconocen el derecho de volver a tomar lo que les ha dado; y no consideran como he dicho que debieran poseer las riquezas de tal modo que al siguiente día puedan ser despojados de ellas. Son muy pocos lo que sostienen esta consideración al extremo de permanecer en paz confesando que no hay nada mejor que estar totalmente sujetos a la majestad de Dios y reconocer que dejarnos hacer nuestros deseos solamente nos causaría confusión; pero si él nos gobierna conforme a su voluntad ello es para nuestro provecho y salvación. Este es el punto de vista al cual debemos arribar. Ahora vemos, entonces, que la frase: “Bendito el nombre de Jehová” implica más. Porque no solamente debemos desmenuzar las palabras, sino considerar la intención de la cual proceden, y que son dichas en verdad y sin simulación. Porque, cómo será posible bendecir el nombre de Dios excepto que antes le confesásemos como justo. Pero aquel que murmura contra Dios, como si Dios fuera cruel e inhumano, maldice a Dios y con ello se rebela contra él; aquel que no reconoce que Dios es su Padre, y él su hijo, aquel que no da testimonio de su bondad, absolutamente no bendice a Dios. ¿Y porqué no? Porque aquellos que no aprecian la misericordia y la gran bondad que Dios les manifiesta cuando los aflige, tiene que crujir los dientes y escupir y expresar alguna ponzoña contra él. Entonces, bendecir el nombre de Dios implica estar bien persuadidos de que él es justo y equitativamente con nosotros y no solamente esto, sino que es justo y misericordioso. Así es cómo debemos poder bendecir el nombre de Dios siguiendo el ejemplo de Job, reconociendo su justicia y su equidad, y, reconociendo también su gracia y bondad paternal hacia nosotros.
VI.- CONCLUSIÓN:
VI.- CONCLUSIÓN:
Y por eso, para concluir, el texto también agrega: “En todo esto no pecó Job ni atribuyó a Dios despropósito alguno”. Literalmente, Job no imputó ni impuso a Dios ninguna sinrazón; y su forma de hablar es sumamente digna de ser observada. ¿A qué se debe que los hombres se irritan tanto con Dios cuando les manda cosas totalmente contrarias a sus deseos, y por qué no reconocen que todas las cosas las hace Dios con una razón y con un motivo justo? Porque si en nuestro corazón estuviera bien grabado que “todo lo que Dios hace está fundado en una buena razón” ciertamente nos avergonzaríamos de acalorarnos contra él, digo sabiendo que tiene buenos motivos para despojarnos así de cosas, como vemos que lo hace. Ahora, por eso se dice especialmente que Job no atribuyó despropósito alguno a Dios, es decir, que Dios no hizo nada que no fuese justo y equitativo. Suficiente con esto. Pero debemos notar, sobre toda la palabra “en Dios” o “a Dios”. Ellas implican mucho, porque no creemos que se deba hablar tan abominable mente de las obras de Dios como lo hacemos nosotros. Tan pronto Dios nos envía lo que hemos querido, disputamos con él, le hacemos pleito; no es algo visible, pero nuestra conducta demuestra que tal es nuestra intención. Ante cada golpe preguntamos “ Y ¿qué hacen con esto?” Pero, ¿de parte de qué espíritu decimos? de parte de un corazón amargado; como si dijéramos: “Esto tendría que haber sido diferente; no le veo razón de ser” Entre tanto, Dios es condenado entre nosotros. Así es cómo los hombres se exasperan ellos mismos. Y ¿qué hacen con esto? Es como si acusaran a Dios de ser un tirano o un descabezado que sólo pretende confundirlo todo. La boca de los hombres exhalan blasfemias tan horribles, y muy pocos piensan en ellos. Sin embargo, el Espíritu Santo quiso decirnos que si queremos glorificar a Dios y bendecir adecuadamente su nombre, debemos estar persuadidos de que Dios no hace nada sin razón. Entonces, no le atribuyamos crueldad ni ignorancia, como si hiciera las cosas por despecho e inadvertidamente; reconozcamos en cambio, que en todo y por todo, él procede con admirable justicia, con bondad e infinita sabiduría, de modo que solamente hay absoluta rectitud en todo lo que hace. Ahora, es cierto que hay aquí un asunto que dilucidar, esto es, ¿cómo reconoció Job que Dios le había quitado lo que le fue llevado por los ladrones; es algo que nos parece muy extraño, pero lo que no podemos explicar ahora, lo dejaremos para otro día. Es suficiente con haber demostrado que si somos afligidos no hemos de pensar que ello ocurre sin razón, sino que Dios tiene buena causa para hacerlo. Y toda vez que estemos en pruebas y angustias volvamos corriendo a él, oremos a él que nos de la gracia de reconocer que en este mundo nada nos ocurre sin que él lo disponga; y de estar convencidos que él dispone todas las cosas de tal manera que todo redunde para nuestra salvación. Y cuando tengamos ese convencimiento nos ayudará a llevar pacientemente las aflicciones que él nos mande. También nos hará humildes ante él, y que, habiendo gustado su bondad paternal, no hemos de querer otra cosa sino glorificarle en todo y por medio de todo, tanto en las aflicciones con en la prosperidad.
Ahora hemos de inclinarnos ante el rostro de nuestro Dios.