11 EL E.S En La Conversion
EL ESPIRITU SANTO EN LA CONVERSION
Hay mucho concepto falso con respecto a la operación del Espíritu Santo en las conversiones. Muchas almas honestas han sido llevadas a creer que el Espíritu Santo opera directamente desde el cielo sobre el corazón del pecador para efectuar su conversión. Algunos han ido a sus sepulcros, perdidos por la eternidad, esperando por la intervención del Espíritu Santo para que les trajera la salvación. Otros afirman la conversión por el poder directo del Espíritu Santo y relatan sus experiencias, usualmente muy emocionantes, variadas e inusuales, y confiaron en esto como evidencia de salvación más que en la positiva enseñanza de la palabra de Dios. Una falsa concepción del Espíritu Santo como un poder misterioso, desconocido, probablemente para descender desde el cielo en cualquier parte, en cualquier momento y tomar posesión del alma del hombre es, sin duda, responsable por mucho concepto equivocado de la operación del Espíritu Santo en la conversión.
Cuando hablamos de conversión, hablamos de una persona naciendo de nuevo, regenerada, redimida por la sangre de Cristo; de uno que ha sido reconciliado con Dios. Un significado del término convertir es, «Cambiar a otro estado, forma o substancia; transformar.»
La Palabra de Dios en la Conversión
Todos los hombres responsables en la tierra son pecadores por razón de la transgresión. Todos hemos pecado y caído de la gracia de Dios (Rom. 3:23). El hombre se ha vuelto en un extraño para Dios a causa de sus propios pecados. Para ser salvo de su estado perdido debe ser convertido, cambiado a otro estado, reconciliado con Dios. Debe ser transformado. Debe convertirse en una nueva criatura.
El apóstol Pablo declaró muy concluyentemente que uno debe convertirse en una nueva criatura en Cristo para ser reconciliado con Dios. Pero el poder de esta transformación, conversión o reconciliación, está dentro de la palabra de Dios (2 Cor. 5:17-20). Afirmó que Dios dio a los apóstoles el ministerio de la reconciliación, habiéndoles encomendado «la palabra de reconciliación.» El mismo apóstol declaró que el evangelio de Cristo es el «poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Rom. 1:16). Si el evangelio de Cristo es el poder de Dios para salvación, entonces el Espíritu Santo no tiene algún poder separado o adicional para salvar.
¿Si el evangelio de Cristo no es el poder de Dios para salvación y el Espíritu Santo tiene un poder separado o adicional, entonces, quién es el responsable por los paganos en las tierras donde la palabra de Dios no ha llegado? En las tierras donde la Biblia, la palabra de Dios, no ha llegado, hay millones que nunca han escuchado de Cristo, o del Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo opera en el corazón, directamente desde el cielo, independiente del evangelio de Cristo, entonces, ¿por qué él no va a los millones en las tierras donde la Biblia no ha llegado y los convierte a Cristo? ¿No sabe usted que es necesario que tomemos el evangelio para todos los hombres en la tierra, para que se conviertan, para que sean salvos? Jesús mandó: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» (Marc. 16:15-16). El apóstol Pablo declaró que «agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Cor. 1:21).
El Espíritu, La Verdad, La Palabra, La Semilla
El Espíritu Santo es la persona que reveló el evangelio de salvación a los apóstoles, a quienes nuestro Señor escogió como Sus embajadores. Tan inseparable es esta operación que el Espíritu dijo ser la «verdad.» La verdad es la palabra de Dios, la semilla del reino, que recibe vida del Espíritu para que uno nazca de nuevo. (Lea cuidadosamente .1 Jn 5:7; Juan 17:17; Luc. 8:11; Juan 6:63; -1 Ped. 1:22-23).
El Espíritu y la Palabra
Las declaraciones de revelaciones directas desde el cierre de la era apostólica, son falsas declaraciones. Pablo dijo: «Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Cor. 11:13-14).
Observemos estas características de la palabra de Dios, a través de las cuales opera el Espíritu Santo. ¿Puede el Espíritu Santo morar, separado y aparte de la palabra?
1. La palabra es eso que equipa al hombre de Dios completamente (2 Tim. 3:16-17).
2. La palabra es eso que alumbra el alma del hombre (Sal. 19:8).
3. La palabra lo hace a uno sabio para salvación (2 Tim. 3:15). ¿El Espíritu Santo, aparte de la palabra, hace más que eso?
4. La palabra es perfecta, convirtiendo el alma (Sal. 19:7). Si la palabra es perfecta, convirtiendo el alma, entonces ¿por qué la teoría de la operación directa del Espíritu Santo?
5. El alma es engendrada por la semilla, la palabra, la verdad. El Espíritu es la verdad (1 Ped. 1:22-23; 1 Jn 5:6).
6. La palabra produce fe en el corazón (Rom. 10.17). La «fe» que declaró el apóstol, «viene por oír la palabra de Dios.» ¿El Espíritu Santo inculca fe, aparte de la palabra? El corazón es purificado por la palabra,- 1 Ped. 1:22 - «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad...» Si el alma es purificada por la obediencia a la palabra, la verdad, ¿entonces cuál sería la obra del Espíritu Santo separado y aparte de la palabra de Dios en la conversión, o en sostenimiento del Cristiano en su vida diaria?
Si Dios convirtiera hoy día un alma por la operación directa del Espíritu Santo, a través de la intervención milagrosa, colocaría a un lado todo el esquema de redención, revelado por el Espíritu Santo a través de los apóstoles en el Nuevo Testamento.
Cuando Cristo prometió enviar el Espíritu Santo a los apóstoles para hacer su obra de conversión, dijo: «...os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:7-8). Sin cuestionar, esta obra es para ser llevada a cabo a través de la palabra, el evangelio, revelado a los apóstoles por el Espíritu Santo. No hay positivamente caso de intervención directa del Espíritu Santo en cualquier conversión registrada en el Nuevo Testamento. Para asegurarnos de cómo opera el Espíritu Santo en la conversión, daremos corta atención a algunas conversiones registradas en el Nuevo Testamento.
La Conversión de Lidia y el Espíritu Santo
Si algún caso de conversión registrado en los tiempos del Nuevo Testamento, durante los días de las obras milagrosas del Espíritu Santo, llevara evidencia de intervención directa del Espíritu Santo en la conversión, el caso de Lidia ciertamente sería uno. No había predicador del evangelio en el continente Europeo donde ella vivía. De día de reposo en día de reposo estaba asistiendo a la reunión de oración a la orilla del río, aunque estaba a unas 300 millas distante de su casa. Ella era una mujer de negocios de Tiatira, o era una mujer devota que se había convertido a la fe Judía. Adoraba a Dios, acorde a los dictados de su conciencia, pero, obviamente, no era Cristiana.
En vista de que no había ministro del evangelio en cientos de millas, ¿por qué no pudo el Espíritu Santo haberla convertido, directamente desde el cielo, independientemente del evangelio de Cristo? La respuesta es simple, el Espíritu Santo nunca ha operado sobre el corazón independientemente del evangelio de Cristo, que es el poder de Dios para salvar al creyente. Fue necesario para un predicador del evangelio, en este caso, Pablo, presentar la palabra del Señor por medio de la cual esta mujer temerosa de Dios y sus asociadas pudieran ser engendradas a una nueva esperanza y vida.
Para llevar a cabo este propósito Dios dirigió el curso del viaje de Pablo, Timoteo, Silas y Lucas quienes podrían haber ido a Efeso en Asia, o Bitinia. Dios dirigió a Pablo a Macedonia, a través de la voz que mandó: «Pasa a Macedonia y ayúdanos.» Pablo concluyó, «Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio» (Hech. 16:9-10).
Todas estas circunstancias fueron incidentales para abrir el corazón de Lidia; la circunstancia más esencial siendo la necesidad de un predicador del evangelio, usando el instrumento del poder de Dios, el evangelio de Cristo, para convertir el alma de Lidia.
El Espíritu Santo Abrió el Corazón de Lidia
El Señor Jesús, a través del Espíritu Santo, abrió el corazón de Lidia y ella se convirtió en Cristiana (Hech. 16:14-15). La pregunta importante es, sin embargo, ¿cómo abrió el Señor el corazón de Lidia?
«Lidia....estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada....»
El evangelio, que es el poder de Dios para salvar al creyente (Rom. 1:16), fue el instrumento que el Señor usó para abrir el corazón de Lidia. Ella escuchó lo que Pablo decía. Lo entendió; lo creyó; y fue bautizada en Cristo. Se convirtió en Cristiana solamente. El Espíritu Santo en ninguna forma influyó en su corazón, independientemente del evangelio predicado por Pablo, antes de su conversión, ni en el proceso de su conversión.
El Espíritu Santo en la Conversión de los Tres Mil
Circunstancias, No Condiciones
El registro de la conversión de 3000 almas en Pentecostés es encontrado en Hechos, 2º Capítulo. No debemos equivocar las circunstancias acompañando la conversión de estas personas con las condiciones de conversión dictadas por el Espíritu Santo a los apóstoles. Los apóstoles recibieron el bautismo del Espíritu Santo, como había sido prometido por el Señor (Hech. 1:4-5,26; 2:1-4).
El bautismo del Espíritu Santo no era una parte de las condiciones para el perdón de los pecados obtenido por los 3000 conversos. Ellos recibieron el «don del Espíritu Santo,» pero no el bautismo del Espíritu Santo.
Este bautismo del Espíritu Santo capacitó a los apóstoles para hablar en «otras lenguas,» que confundió a la multitud porque «cada uno les oía hablar en su propia lengua» en la que habían nacido. Hablar en lenguas no era una parte de las condiciones de su salvación, sino que fue una demostración milagrosa que hizo que la gente prestara atención y escuchara al evangelio proclamado en su propia lengua, aunque hablada por hombres que no hablaban su idioma. Incidentalmente, hay personas hoy día que afirman hablar en «lenguas,» por el poder del Espíritu Santo, como lo hicieron los apóstoles, pero es muy evidente que ellos no hablan en «lenguas» de manera que las personas de diferentes nacionalidades puedan entenderlas en su propia lengua nativa. ¡No hay hombre en la tierra hoy día que pueda hablar en «lenguas» como lo hicieron los apóstoles!
Las condiciones de conversión, o de perdón de los pecados, reveladas por los hombres inspirados de Dios en Pentecostés no estaban en ninguna manera relacionadas a las circunstancias particulares que acompañaron su conversión. Habiendo escuchado el evangelio proclamado por los apóstoles especialmente escogidos, este evangelio siendo dirigido por el Espíritu Santo, ellos fueron «compungidos en su corazón» (Hech.2:37) y, como creyentes, se les dijo qué tenían que hacer para obtener el perdón de los pecados.
El Espíritu Santo tiene una parte muy clara en la conversión de toda alma a Cristo. Ningún hombre nace en el reino de Cristo sin haber sido engendrado por el Espíritu Santo a través de la palabra de Dios.
De la verdad divina ya citada, hemos aprendido que el «Espíritu» es la «verdad,» la «verdad» es la «palabra,» y la «palabra» es la «semilla» del reino. Cristo proclamó, «Os es necesario nacer de nuevo» (Juan 3:7).
El inspirado apóstol Pedro declaró de los hijos elegidos de Dios, que escucharon el evangelio, que purificaron sus almas en «obediencia a la verdad....habiendo sido reengendrados, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por medio de la palabra de Dios...» (1 Ped. 1:22-23 - Versión Moderna). No puede haber sino una conclusión: ellos fueron engendrados por el Espíritu, a través de la palabra, la simiente (o semilla) incorruptible. El hombre es, por tanto, engendrado por el Espíritu Santo, a través de la palabra de Dios, cuando es convertido al Señor, o nacido en el reino de Cristo.
Engendrado por el Espíritu, Nacer de Agua
Pedro identificó a aquellas que fueron «reengendrados» (engendrados por la «simiente» (o semilla, la «palabra,» la «verdad,» el «Espíritu») en -1 Ped. 1:1,- como las mismas personas referidas en Hechos 2:5-11, que escucharon y obedecieron el primer sermón del evangelio, ofreciendo el perdón de los pecados en el nombre de Cristo.
Pedro les proclamó la verdad, la palabra. Plantó la semilla del reino en sus corazones. «Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo....Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas...Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (Hech. 2:37-38,41,47).
El registro divino revela, «Al oír esto» - no «Al SENTIR ESTO» - fueron salvos. Ellos ESCUCHARON el evangelio y lo obedecieron, de esta manera obteniendo «el perdón de los pecados.»
A Pedro, Cristo había declarado: «....edificaré mi iglesia ... Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos ...» (Mat. 16:18-19).
Por el Espíritu Santo, Pedro usó las llaves del reino por la predicación de la Palabra, mandando la fe, el arrepentimiento, y el bautismo para el perdón de los pecados (Hech. 2:4,14,36-38). El registro divino revela que «los que recibieron su palabra fueron bautizados» (Hech. 2:41), y el Señor «añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» (Hech. 2:47). Más tarde, el apóstol escribió su carta a ellos, declarando que habían sido reengendrados por la simiente incorruptible, la palabra de Dios. Fueron engendrados por el Espíritu Santo a través de la «verdad,» la «palabra,» la «semilla» (o simiente), y fueron bautizados para el perdón de los pecados; nacidos de agua para el reino de Cristo.
Cristo declaró a Nicodemo, «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5). Los tres mil nacieron de agua y del Espíritu, nacieron en el reino de Cristo.
«Los que recibieron su palabra fueron bautizados,» fue afirmado (Hech. 2:41). Pedro declaró que ellos fueron «reengendrados, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por medio de la palabra de Dios» (1 Ped. 1:23. Juan proclamó que el «Espíritu es la verdad» (1 Jn 5:6) y Cristo declaró que la «verdad» es la «palabra» y la «palabra» es la «semilla»; por tanto, debe ser concluido más allá de toda pregunta, que las tres mil almas fueron engendradas por el Espíritu, a través de la palabra de Dios, y nacidas de agua (bautizadas para el perdón de los pecados) para el reino de Cristo.
Además debe ser concluido que en ningún momento el Espíritu Santo actuó independientemente de la palabra proclamada por los apóstoles, en la conversión de los Pentecostales. Los apóstoles fueron guiados divinamente por el Espíritu Santo en la proclamación del evangelio. El Espíritu Santo trajo convicción a los corazones de los pecadores, quienes fueron convertidos a través de la predicación del evangelio.
La Conversión de los Samaritanos
El registro divino de la conversión de las personas de Samaria es encontrado en Hechos 8:5-25. Como en cada caso de conversión, el Espíritu Santo ejecutó su parte arreglada por Dios: «Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe ... Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.»
Felipe, el evangelista, predicó la palabra, les «...anunciaba ... de Jesucristo.» Aquellos que escucharon y creyeron la predicación de Felipe con respecto al reino y el nombre de Jesucristo, se bautizaron. Los Samaritanos fueron engendrados por el Espíritu, a través de la palabra, y naciendo de agua cuando fueron bautizados en el reino, como lo fueron los tres mil en Pentecostés en Hechos, capítulo 2. El Espíritu Santo no les reveló una sola palabra a ellos acerca de Cristo y de Su reino, excepto por la boca del hombre de Dios con el mensaje inspirado. Felipe «les predicaba a Cristo. Y la gente unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe ... cuando creyeron a Felipe ... se bautizaban hombre y mujeres,» declara la Biblia.
El Espíritu Santo, en ningún momento, se reveló a sí mismo directamente desde el cielo con un mensaje para el pecador. Los pecadores que fueron engendrados por el Espíritu Santo y salvos de sus pecados fueron los que escucharon el evangelio, lo creyeron, y lo obedecieron por medio de arrepentirse y ser bautizados en Cristo.
La Imposición de las Manos No es Parte de la Conversión
Alguien podría preguntar, «¿No recibieron los Samaritanos dones milagrosos del Espíritu Santo?» Sí, pero esto fue una administración especial del Espíritu Santo que pudo ser ejecutado únicamente por los apóstoles. Aunque Felipe era un ministro de Cristo y podía obrar milagros, como lo fue hecho en la era apostólica de la iglesia, para confirmar la palabra cuando predicó, él no podía conferir esta obra milagrosa del Espíritu a los demás. Los apóstoles en Jerusalén descendieron a Samaria e «imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo» (Hech. 8:14-17). Fue necesario para los apóstoles venir y conferir los dones milagrosos del Espíritu Santo por medio de la imposición de las manos. Únicamente los apóstoles tenían este poder.
Simón fue informado, «No tienes tú parte ni suerte en este asunto» cuando pecó por ofrecer dinero para obtener este don de Dios (Hech. 8:18-21). Los Samaritanos, como todos los Cristianos, recibieron el Espíritu Santo, a través de la palabra de Dios, cuando obedecieron al evangelio, cuando creyeron y fueron bautizados. Dios da el Espíritu Santo a todos los que «le obedecen» (Hech. 5:32). Los dones milagrosos del Espíritu Santo, no obstante, fueron impartidos a través de la imposición de las manos de los apóstoles y no podrían ser consumados, excepto a través de los apóstoles. Cuando el último apóstol murió, por tanto, la imposición de las manos, el impartimiento de las obras milagrosas del Espíritu, cesaron.
Cuando el pueblo de Samaria fue convertido, fueron engendrados por el Espíritu, a través de la palabra de Dios, y nacieron de agua en el reino de Cristo.
La regeneración de la vida está dentro de la semilla. El poder regenerador del Espíritu Santo es inseparable del evangelio de Cristo, la verdad, la palabra, la semilla del reino.
El Espíritu Santo en la Conversión de Saulo
En Hechos 9:1-8 y Hechos 22:3-16 tenemos el registro de la conversión de Saulo quien se convirtió en Pablo el gran apóstol; un hombre, quien más tarde se declaró, como apóstol, que fue guiado por el Espíritu Santo (Gál. 1:11-12). El no tenía el Espíritu Santo antes de su conversión. Fue necesario para él cambiar su religión e invertir su conciencia con respecto a Cristo y Su iglesia antes de que fuera convertido a Cristo. El Espíritu Santo, acerca del cual este gran hombre de Dios escribió mucho después de su conversión, tuvo una parte en su conversión pero no se le apareció a Saulo directamente desde el cielo y lo convirtió.
Acorde a Pablo, así registrado en Hechos 22:3; 23:1, era un hombre que vivía ante Dios siempre con toda buena conciencia, habiéndole sido enseñada la ley, y era celoso hacia Dios. Era un hombre muy religioso, profundamente devoto de Dios, pero no era Cristiano en ese tiempo. Después de que se convirtió en Cristiano, se refirió a sí mismo como siendo el «primero de los pecadores» antes de convertirse en Cristiano (1 Tim. 1:15).
Sólo porque una persona es honesta, sincera, vive ante Dios con toda buena conciencia, es profundamente religiosa, y es devota a una causa religiosa no significa que el es un Cristiano. Saulo era un hombre muy honesto y «celoso hacia Dios,» pero no era salvo. Entonces, la pregunta: «¿Qué hizo Saulo para ser salvo?»
No Salvo Directamente Por el Espíritu
Mientras estaba en su camino a Damasco para perseguir a la iglesia de nuestro Señor, Jesús apareció a Saulo y le dijo, «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (Hech. 9:4-6).
¿No habría sido este el momento más oportuno para el Señor salvar a Saulo, directamente desde el cielo, si siempre una persona debe ser salva por el poder del Espíritu Santo directamente desde el cielo? Pero, Saulo no fue la excepción. El tenía que obedecer al evangelio también.
Saulo esperó en la ciudad de Damasco para escuchar lo que debía hacer para ser salvo. Por tres días y noches estuvo profundamente penitente y orando. Aún, no era salvo. Finalmente, el evangelio, que debía escuchar para saber qué hacer para ser salvo, fue traído a él por Ananías. Acorde a Hechos 22:16, a Saulo se le mandó, «Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.» Se le dijo qué debía hacer, así previamente informado por Jesucristo. El bautismo era esencial para su salvación. Aunque otras condiciones son exactamente tan esenciales, el bautismo no es menos esencial.
Recibió la Vista - ¿Salvo?
Pero, alguien pregunta, «¿No fue salvó en el camino a Damasco cuando recibió su vista?» ¿Cuánto tiempo serán engañados los hombres por aquellos que continúan pervirtiendo la verdad eterna de Dios? En este registro de Hechos tenemos la narración del llamado de Pablo a su apostolado y el registro de su conversión. Pablo fue cegado por la brillantez de la luz. Más tarde su vista física le fue restaurada. Imagínese a algún predicador engañando a personas honestas por medio de decir que Saulo fue salvo antes de ser bautizado. ¡Esto es una perversión deliberada de la verdad! Recuerde, a Saulo le fue dicho, «Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.»
No sabe usted que si Saulo hubiera sido salvo antes de que fuera bautizado, el Señor no lo sabría porque Cristo dijo, «se te dirá lo que debes hacer.» No sabe usted que si él fue salvo antes de que fuera bautizado, ¡Saulo mismo no lo supo! Le digo que si Saulo fue salvo antes de que fuera bautizado, fue la persona salva más miserable de la cual he escuchado. No sabe usted que si él fue salvo antes de que fuera bautizado, ¡fue salvo con todos sus pecados aún no perdonados! No se olvide, a él se le dijo, «Levántate y bautízate, y lava tus pecados...» Sus pecados no fueron perdonados hasta que fue bautizado. Fue salvo por el poder del evangelio predicado por Ananías. Fue convertido al Señor. Fue Pablo quien escribió más tarde, «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego» (Rom. 1:16). Pablo recibió el Espíritu Santo cuando obedeció al evangelio.
El Espíritu Santo en la Conversión del Eunuco Etíope
El registro de la conversión del Eunuco Etíope, registrada en Hechos 8:26-39, es otro ejemplo de operación del Espíritu Santo en la conversión. Aquí está un hombre devotamente religioso quien había cambiado su religión al ser convertido al Señor. Había estado en Jerusalén adorando y «volvía sentado en su carro,» y estaba leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dirigió a Felipe, el predicador del evangelio, diciendo: «Acércate y júntate a ese carro.» Felipe obedeció al Espíritu Santo. Se le acercó al Etíope en su carro y le preguntó, «¿entiendes lo que lees?» El Eunuco Etíope respondió, «¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?» Felipe aceptó su invitación para unírsele en su carro y comenzando desde esta escritura, «le anunció el evangelio de Jesús.»
¿Salvo Directamente Desde el Cielo?
¿Pudiera ser posible que alguien pudiera alargar tanto su imaginación para pensar que el Espíritu Santo apareció directamente desde el cielo y convirtió a este oficial Etíope? ¡Ciertamente esto es impensable! El Espíritu Santo estuvo presente, pero en ese momento el Espíritu Santo no intervino directamente, efectuando la conversión del hombre. El Espíritu dirigió al predicador del evangelio, Felipe, a predicar el evangelio a este hombre. Si hubo algún momento cuando el Espíritu Santo pudiera haber intervenido en la conversión, él bien pudiera haber aparecido al Etíope y revelado el significado de la palabra de Dios la cual él estaba leyendo. El oficial declaró que no entendía la profecía, la cual se relacionaba con Cristo, el Salvador del alma del hombre, y no podría entenderla con excepción de «si alguno no me enseñare.» ¿Si el Espíritu Santo en algún momento convirtió un alma por medio de la operación directa de su poder desde el cielo, por qué no convirtió al Etíope por operación directa? ¡La respuesta es obvia! El Espíritu Santo no opera directamente desde el cielo en la conversión de cualquier alma, a pesar de todas las declaraciones de los hombres a lo contrario. Exactamente como todo otro caso de conversión, el evangelio de Cristo, la llenura del Espíritu y el evangelio dirigido por el Espíritu, fue proclamado al creyente pecador y obedeció al evangelio.
Cristo Predicado
Felipe predicó a Jesucristo al Etíope. En la predicación de Cristo, predicó los mandamientos de Cristo. Esto es evidente en los versículos Hechos 8:35-39. «Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.»
Pregunta, ¿dónde obtuvo el Etíope la idea de que debía ser bautizado? No puede haber sino una respuesta. Cuando Felipe «predicó a Jesús,» predicó el evangelio de Jesús. No podía predicar a Cristo sin predicar el evangelio de Jesús. Ningún hombre hoy día puede «predicar a Jesús» sin predicar el evangelio de Cristo. ¿Qué mandó Jesús, como condiciones de conversión, en su evangelio? Este es un asunto muy importante. ¡Usted no debe entenderlo mal! ... Jesús mandó: «...predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» (Marc. 16:15-16). ¡Creer y ser bautizado para ser salvo, lo mandó Jesús! El Eunuco declaró que creía que Cristo era el Hijo de Dios. El no hizo alguna confesión de algún credo humano. Confesó su fe en el Hijo de Dios y sobre esa confesión fue bautizado en Cristo donde se convirtió en una nueva criatura en Cristo. Fue sepultado con su Señor en el bautismo, como está descrito en Romanos 6:3-4. Ambos, Felipe el predicador, y el eunuco, el hombre siendo convertido al Señor, «descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.» El Espíritu Santo tuvo una parte en la conversión de este oficial Etíope, pero únicamente a través del evangelio de Cristo, como en todo caso de conversión. El Espíritu Santo dirigió el mensaje del evangelio que dio origen a su conversión. Tal operación directa del Espíritu Santo fue necesaria durante aquellos días de los milagros, porque ellos no tenían escrito y confirmado el evangelio de Cristo, aún durante los días de los milagros, ninguna alma fue jamás convertida por el Espíritu Santo, ¡directamente del cielo!
Conclusiones
El Espíritu intervino en la conversión del Etíope pero no independiente del evangelio de Cristo (Hech. 8:26-39).
Presento las siguientes conclusiones con respecto al Espíritu Santo en la conversión del Etíope. Debe ser observado:
1) El Espíritu estuvo presente pero no habló directamente al hombre para ser convertido; mas bien, el Espíritu dirigió al evangelista, Felipe, para ir y predicar el evangelio de Cristo al oficial Etíope.
2) El pecador invitó al predicador para guiarle en el entendimiento de la verdad - «¿Cómo podré, si alguno no me enseñare?» dijo él. El Espíritu Santo apeló a su inteligencia, su entendimiento, a través de la enseñanza de las Escrituras por Felipe, el predicador.
3) Felipe, desde las escrituras, «le anunció el evangelio de Jesús.» Proclamó la verdad llena del Espíritu, por medio de la cual el oficial fue engendrado.
Felipe predicó a Jesús por medio de predicar el evangelio de la gran comisión de Jesús, que incluía: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo» (Marc. 16:15-16). Ningún hombre puede predicar a «Jesús» sin predicar los mandamientos de Jesús. Después de confesar que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, en obediencia al mandamiento del Señor, el hombre de Etiopía fue bautizado en Cristo.
El Espíritu estuvo allí. Felipe fue dirigido por el Espíritu del Señor para predicar el evangelio a esta alma honesta. El Espíritu dirigió al evangelista en su camino, después de la conversión del eunuco, pero en ningún momento el Espíritu Santo habló directamente para convertir, o influenciar la decisión o experiencia del corazón del hombre, independiente de la enseñanza de la palabra por el evangelista. El Espíritu Santo opera sobre el alma en la conversión, pero no independiente del evangelio de Cristo que es el «poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Rom. 1:16).
La Conversión de Cornelio y el Espíritu Santo
Cornelio, otro hombre devoto, religioso, fue convertido al Señor por el evangelio de Cristo, proclamado por Pedro, quien fue inspirado y dirigido por el Espíritu Santo.
Pregunta: ¿No cayó el Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa y los convirtió? La respuesta: El Espíritu Santo nunca en ningún momento vino directamente sobre alguien para el propósito de la conversión. Es verdad que el milagroso «don del Espíritu Santo» vino sobre Cornelio y su casa Gentil, y, para un propósito muy específico; a saber, para probarle a Pedro y a los otros Judíos que los Gentiles eran sujetos del evangelio también como los Judíos. El don milagroso del Espíritu Santo fue administrado por el Señor a los Gentiles, en el caso de Cornelio, para establecer el hecho de que los Judíos en Pentecostés, del capítulo 2 de Hechos, no tienen privilegios especiales sobre los Gentiles en el reino del Señor - que ningún hombre debía ser considerado «común o inmundo» (Hech. 10:44-47; 11:15-18).
Cornelio fue engendrado por el Espíritu, a través de la palabra de Dios, la cual fue proclamada por Pedro. Aunque él era un hombre devotamente religioso, Cornelio no era un hombre salvo. Fue informado por el ángel: «Envía hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro; él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa» (Hech. 11:13-14).
Cuando Pedro fue convencido de que Pedro era un sujeto del evangelio de Cristo, dijo, «¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús» (Hech. 10:47-48).
A Cornelio le fue dicho que consiguiera a Pedro «él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa.» Ahora, siendo convencido de que los Judíos y los Gentiles son sujetos del evangelio de Cristo, y viendo que eran creyentes en Cristo, Pedro concluyó, «¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?» (Hech. 11:16-17). Por tanto, «mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús» (Hech. 10:48).
El mensajero celestial no le dijo a Cornelio, el pecador, qué hacer para ser salvo, sino que le mandó a conseguir al predicador del evangelio, a Pedro, un hombre inspirado por el Espíritu, quien le diría «las palabras» por las cuales sería salvo.
La Obediencia al Evangelio
Esta es la conversión de un hombre cuyas oraciones fueron escuchadas, pero el Espíritu Santo no descendió sobre él para salvar su alma en respuesta directa a la oración. Tampoco los dones milagrosos del Espíritu Santo tuvieron alguna relación para su salvación del pecado. Este milagro del don del Espíritu Santo, aunque trabajado sobre Cornelio, no fue para el propósito del cambio de Cornelio, sino que fue para el beneficio de Pedro y de los otros Judíos. Usualmente determinamos lo que una cosa es, por el uso hecho de esta, especialmente esto es verdad con la aprobación divina.
Aquí está un hombre, Cornelio, un hombre muy bueno y devotamente religioso, pero perdido, quien debía escuchar las palabras por las cuales sería salvo (Hech. 11:14). El único mandamiento que le fue dado para obedecer fue, «Y mandó bautizarles en el hombre del Señor» (Hech. 10:48).
El único requerimiento, por tanto, hecho de Cornelio y su casa, para ser salvos, fue el de ser bautizados en Jesucristo. Esto no significa que el hombre es salvo por el bautismo solo. Es muy evidente que ellos eran creyentes arrepentidos y como creyentes fueron bautizados en Cristo. Sin duda, hay muchas personas honestas, sinceras, y aún devotamente religiosas hoy día que necesitan obedecer al Señor por medio de ser bautizadas en Cristo para ser salvas, como fue el caso de Cornelio.
Uno no necesita sentir una conciencia de ser el más grande pecador en el mundo para ser consciente de su necesidad de la salvación. Todo hombre debiera mirar en el espejo de la palabra de Dios y tratar de verse a sí mismo como él es, bueno o malo, religioso, o irreligioso, y resolver obedecer los mandamientos del Señor, como ellos se aplican a él, aún si necesita solamente ser bautizado en Cristo.
La desobediencia a este mandamiento del Señor, aun cuando uno pudiera ser devotamente religioso, podría causar la pérdida de su alma. Cornelio estuvo perdido hasta que le fue dicho por el apóstol las «palabras por las cuales sería salvo él y toda su casa,» las cuales fueron, «bautizarse en el nombre del Señor» (Hech. 11:14; Hech. 10:47-48). El Espíritu Santo tuvo una parte en la conversión de Cornelio, pero esto fue a través de las «palabras» llenas del Espíritu habladas por el apóstol. El no fue convertido por el poder directo del Espíritu Santo, ¡independiente de la palabra de Dios!
La Conversión de los Corintios
El corto registro de la conversión de los Corintios está registrado en Hechos 18:8-11 - «Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los Corintios, oyendo, creían y eran bautizados.» Pablo continuó predicando el evangelio en la ciudad dos años.
Crispo y los otros Cristianos que fueron convertidos, oyeron el evangelio, lo creyeron y fueron bautizados. Crispo fue bautizado por Pablo: -1 Cor. 1:14, como Cristo lo mandó en la gran comisión (Marc. 16:15-16).
Ellos fueron engendrados por el Espíritu a través del evangelio predicado por Pablo: «Pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio» (1 Cor. 4:15). Esto está en armonía con la declaración inspirada del apóstol Pedro cuando declaró que uno es reengendrado (renacido) por la simiente incorruptible, la palabra de Dios (1 Ped. 1:22-23). El Espíritu Santo da la regeneración y la producción de la vida por el poder de la simiente (semilla), la palabra, el evangelio, la verdad.
Pablo enfatizó que el evangelio que proclamaba era inspirado y dirigido por el Espíritu Santo: «Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (Gál. 1:11-12).
El Espíritu Santo operó en los corazones de los Corintios a medida que oyeron el evangelio, lo creyeron, y lo obedecieron, como en cada caso de conversión en el Nuevo Testamento. No hay registro divino indicando que el Espíritu Santo en algún momento convirtió algún alma por la manifestación directa del poder sobre el pecador.
El Espíritu Santo no opera en el alma del hombre, independiente de la palabra de Dios, en la conversión del alma. Cuando los hombres hablan acerca de la conversión por la operación directa del Espíritu Santo, están suponiendo que la conversión podría ser experimentada sin el Espíritu, sin la vida, y sin la palabra de Dios. Tal «conversión,» por tanto, de necesidad sería anticristiana, sin Dios, sin Espíritu, y sin vida.
En el último día, los hombres de la tierra serán juzgados, no por alguna experiencia peculiar supuesta habiendo sido causada por una operación directa del Espíritu Santo, sino por la palabra de Dios, revelada por el Espíritu Santo. Jesús dijo: «El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero» (Juan 12:48)