El Toque Sanador de Dios
EL TOQUE SANADOR DE DIOS
(Mateo 8:1-4)
Hoy hablaremos de manos…hablaremos de contacto.
¿Puedo pedirle que se mire la mano por un momento? Mire el envés, después la palma. Vuelva a familiarizarse con sus dedos. Pase su pulgar por sus nudillos.
¿Qué tal si alguien filmara un documental de sus manos? ¿Qué tal si algún productor quisiera contar su historia basándose en la vida de sus manos? ¿Qué vería? Como con todos nosotros, la película empezaría con un puño infantil…
No pasa mucho tiempo en el drama antes de que vea su mano mostrando afecto, acariciando la cara del papá o al perro. Tampoco pasa mucho tiempo para que vea su mano actuando agresivamente: empujando a su hermano mayor, o arrebatando un juguete. Todos nosotros aprendemos que la mano es muy apropiada para la supervivencia; es una herramienta de expresión emotiva.
Si le muestra esa película a sus amigos, usted se sentirá orgulloso de algunos momentos: su mano extendiéndose con un regalo, poniendo un anillo en el dedo de otra persona, curando una herida, preparando una comida o unidas en oración.
Pero también hay otras escenas. Cuadros de dedos acusadores, puños crispados. Manos que toman más de lo que dan, exigiendo en lugar de ofrecer, lastimando en lugar de amar.
Ah, el poder de nuestras manos. Déjelas sin control y se convierten en armas: agarrando para el poder, estrangulando para sobrevivir, seduciendo por el placer. Pero manejadas bien nuestras manos llegan a ser instrumentos de gracia: no solo instrumentos en las manos de Dios, sino las mismas manos de Dios. Ríndalas y esos apéndices con cinco dedos se convierten en las manos del cielo.
Eso mismo hizo Jesús. Nuestro Salvador rindió por completo sus manos a Dios. El documental de sus manos no tiene escenas de codicia acaparando, ni dedos señalando sin base. Lo que sí tiene, es una escena tras otra de personas que anhelan fervientemente su toque compasivo: padres llevando a sus hijos, el pobre trayendo sus temores, el pecador llevando a hombros su aflicción. Cada uno que viene recibe el toque. Cada uno que es tocado cambia. Pero ninguno fue tocado o cambiado más que un leproso anónimo según Mateo 8:1-4:
1 Cuando descendió Jesús del monte, lo seguía mucha gente. 2 En esto se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo:-Señor, si quieres, puedes limpiarme. 3 Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo:-Quiero, sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. 4Entonces Jesús le dijo: -Mira, no lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.
Reina Valera Revisada (1995). 1998. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
Algunas veces mi curiosidad me gana, y empiezo a hacer preguntas en voz alta. Eso es lo que voy a hacer aquí: preguntarme en voz alta sobre el hombre que sintió el toque compasivo de Jesús… Explicar como lo haré…
Dialogo del hombre curado de su lepra:…Desarrollar ( texto en Carpeta Estudios y Semones)
Quiero que congeles la imagen de Jesús tocando a ese leproso en
tu mente por un momento, mientras la consideramos más a fondo.
¿Podría Jesús haber sanado a este hombre sin tocarlo? ¿Era
necesario para su sanidad que hubiera toque físico? Sabemos que
Jesús podía sanar a la distancia, porque lo hizo en otra ocasión
con el siervo de un centurión.
Jesús no tuvo que tocar a este hombre. Más bien, ese toque
indica su gran compasión y el amor que tiene hacia las personas.
A veces es fácil amar a la humanidad en lo abstracto, pero
sentir asco de las personas particulares. Jesús no es así. El no
es como algún gran filántropo, que da grandes sumas para
beneficencia pero no quiere que lo moleste la chusma a quienes
él ayuda.
Jesús toma el tiempo, en su día ocupado, para tocar a un pobre
leproso; y nos abre una ventana a su corazón. Pero hay algo más
que sucede aquí. Bajo la ley del Antiguo Testamento, la persona
que tocara a un leproso se volvía impura. Tenía que purificarse
de la impureza que había contraído.
Jesús, sin embargo, toca al leproso - y ¡no se contamina! Todo
lo contrario; en lugar de que Jesús se contaminara, el leproso
queda limpio. Con Jesús, las cosas funcionan al revés. Imagina
que una persona se bañara en aguas sucias y contaminadas. ¿Cómo
saldrá? Sucio y contaminado, ¿no?
Pero ahora imagina que al meterse la persona al agua, en lugar
de ensuciarse, el agua misma se volviera pura y cristalina. ¿No
sería eso algo inaudito? Pero eso es precisamente lo que sucede
con Jesucristo. No importa el pecado que te contamina; si tú
vienes a Cristo para que El te limpie, serás purificado también.
El leproso jamás ocultó su condición. Fue directo a Jesús. No le escondió nada.
El Antiguo Oriente no ha sido la única cultura que ha aislado a sus heridos. Nosotros tal vez no construyamos colonias ni nos cubramos la boca en su presencia, pero ciertamente construimos paredes y apartamos los ojos. La persona no tiene que ser leprosa para sentirse en cuarentena.
Uno de mis recuerdos más tristes tiene que ver con mi amigo de cuarto grado, Jerry. Él y otra media docena de nosotros éramos objeto eternamente presente e inseparables en el patio. Un día llamé a su casa para ver si podía salir a jugar. Contestó el teléfono una voz maldiciente, ebria, que me decía que Jerry no podía salir ni ese día ni nunca. Les conté a mis amigos lo que ocurrió. Uno de ellos me explicó que el padre de Jerry era alcohólico. No sé si supe lo que esa palabra quería decir, pero lo aprendí muy pronto. Jerry, el que jugaba segunda base; Jerry, el de la bicicleta roja; Jerry, mi amigo de la esquina era ahora «Jerry, el hijo del borracho». Los muchachos pueden ser crueles, y por alguna razón fuimos muy crueles con Jerry. Estaba infectado. Como el leproso, sufrió de una condición que él no creó. Como el leproso, lo proscribimos de nuestra población.
El divorciado conoce estos sentimientos. Igual el lisiado. El desempleado lo ha sentido, al igual que el que tiene educación escasa. Algunos se retraen de las madres solteras. Mantenemos nuestra distancia de los deprimidos y de los enfermos deshauciados. Tenemos vecindarios para inmigrantes, asilos de convalescencia para los ancianos, escuelas para los retardados, centros para los adictos y prisiones para los criminales.
El resto sencillamente tratamos de alejarnos de todo eso. Solo Dios sabe cuántos Jerrys están en exilio voluntario: individuos que viven vidas calladas, solitarias, infectadas por sus temores de rechazo y sus recuerdos de la última vez que lo intentaron. Prefieren que no se los toque antes que arriesgarse a que se les lastime.
Debemos devolverle al mundo el Toque amoroso y sanador de Dios, a través de nuestras manos. El mundo gime y llora por un abrazo sincero.
Dios busca voluntarios…te ofreces a El para eso???