Unos Ángeles visitan Sodoma
UNOS ÁNGELES
VISITAN SODOMA
(Génesis 19)
INTRODUCCIÓN: todo creyente debiera ser embajador del Cielo: «Como me envió el Padre»—dijo el «Bienamado»—«así también yo os envío». Vosotros sois enviados para reunir las ovejas perdidas de la casa de Israel, y, a semejanza de vuestro Maestro, a buscar y salvar a los perdidos. Os hablo en forma solemne a vosotros, que habéis llorado sobre Jerusalén, y que ahora estáis demostrando vuestro amor por las almas, esforzándoos en favor de ellas. Os recuerdo, además, que es obra gloriosa el procurar salvar a los hombres y que por esa obra debierais estar prontos a soportar los más grandes inconvenientes …
1. Los ángeles nunca vacilaron cuando se les ordenó ir a Sodoma: fueron sin demora y se consagraron a su labor sin tardar. Aunque la noticia de la detestable iniquidad de Sodoma había subido al Cielo y el Señor no estaba dispuesto a soportar más a aquella corrupta ciudad, sin embargo, los ángeles no titubearon un instante en descender de la pureza del Cielo para poner sus ojos en la infamia de Sodoma. No dejaron de ir adonde Dios los había enviado». «Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde». ¡Cómo! ¿Ángeles? ¿Dos ángeles llegaron a Sodoma? ¿A Sodoma, y sin embargo ángeles? Si, ángeles, y ninguno de ellos fue menos angélico por haber ido a Sodoma; al contrario, fueron ambos más angélicos porque en incondicional obediencia a las elevadas órdenes de su Maestro fueron en busca del elegido y de su familia para librarlo a él y a ella de la inminente destrucción. Por más cerca que viváis de Cristo, por más semejantes que seáis a vuestro Señor, al ser llamados a tal servicio, nunca debéis decir:
—Yo no puedo hablar a esta gente; son muy depravadas. No puedo entrar en ese antro de pecado para hablarles de Jesús; me enfermo ante tal pensamiento. El vivir junto a ellos repugna a mis delicados sentimientos.
No, no debéis hablar así, oh hombres de Dios; al contrario, en el lugar donde se os necesita, allí debéis ser hallados. Pues, ¿a quienes debe el médico visitar sino a los enfermos y dónde puede el distribuidor de dádivas de misericordia hallar un lugar más apropiado que el lugar donde están aquellos cuya miseria espiritual es extrema? Sed ángeles de misericordia y Dios os ayudará en vuestra tarea a salvar a las almas. Habéis recibido a Cristo en vuestros corazones; imitadlo también en vuestros corazones; imitadlo también en vuestras vidas …
a) Que la mujer pecadora sienta vuestro afecto, pues Jesús la miró con piedad.
b) Que el hombre más enloquecido en la maldad sea buscado con solicitud, pues Jesús sanó a los endemoniados.
c) Que ningún tipo de pecado, por más terrible que sea, deje de despertar en vosotros compasión o atención.
Id en busca de los que han vagado lejos y arrebatad del fuego los tizones que están consumiéndose en él.
2. Cuando vayáis a las almas perdidas debéis, como hicieron estos ángeles, manifestarles claramente su condición y peligro:
—Levántate—dijeron los ángeles—. Porque Jehová va a destruir esta ciudad.
Si realmente ansiáis salvar las almas de los hombres, debéis declararles muchas verdades desagradables. La predicación de la ira de Dios ha llegado a ser muy despreciada y mucha gente de buena fe se siente medio avergonzada de ella. Un exagerado sentimentalismo acerca del amor y la bondad ha silenciado, en gran parte, las claras reconvenciones y exhortaciones del Evangelio. Pero si esperamos que las almas sean salvas, debemos declararles resueltamente y con inconmovible fidelidad, los terrores del Señor (anécdota:
—Bueno—dijo el joven escocés al oír que el predicador decía a su congregación que no había infierno—Yo no necesito venir aquí a oír a este hombre, pues si es como él afirma todo está bien y la religión no tiene importancia; y si no es como él dice, entonces no debo oírlo otra vez porque me engañará).
Dice el apóstol Pablo: «Estando pues, poseídos del temor del Señor, persuadimos a los hombres». Que los escrúpulos modernos no nos impidan hablar claramente. ¿Pretendemos nosotros ser más suaves que los apóstoles? ¿Ser más sabios que los inspirados predicadores de la Palabra? Hasta que no sintamos nuestras mentes eclipsadas con el espantoso pensamiento de la predicación de los pecadores, no estaremos en condiciones de predicar a los inconversos. Nosotros nunca persuadiremos a los hombres si tememos hablar del juicio y de la condenación de los injustos. Ninguno tan bondadoso como nuestro Señor Jesucristo; sin embargo ningún predicador habló jamás más fieles palabras de terror que Él …
a) Fue Él quien habló del lugar «donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga».
b) Fue Él quien dijo: «irán éstos al tormento eterno».
c) Fue Él quien presentó la parábola referente al hombre que en el infierno ansiaba una gota de agua para refrescar su lengua.
Debemos ser tan francos como lo era Cristo, tan íntegros en nuestra honestidad para con las almas de los hombres como lo era Él; de lo contrario seremos, al fin, ll amados a rendir cuentas por nuestra traición. Si engañamos a nuestros semejantes con tontas fantasías en cuanto a lo insignificante del castigo futuro, ellos nos aborrecerán eternamente por haberlos engañado: y, en el mundo de los perdidos, pronunciarán contra nosotros perpetuas imprecaciones por haberles profetizado «cosas halagüeñas», ocultándoles la espantosa verdad.
3. Cuando le hayamos dicho al pecador, en tono afectuoso y llano, que la paga del pecado es la muerte y que por su incredulidad le aguarda segura perdición, debemos dar un paso más adelante y exhortar al culpable, en el nombre de nuestro Señor Jesús, que huya de la merecida destrucción. Los ángeles, aunque sabían que Dios había elegido a Lot para que fuese salvo, no omitieron una sola exhortación ni dijeron que la obra se hiciese sola, como si tuviese que ser hecha por predestinación sin instrumentalidad. Ellos dijeron:
—Levántate, toma tu mujer y tus dos hijas, que se hallan aquí, porque no perezcas.
¡Cuán impresionantes son cada una de estas amonestaciones! ¡Qué poder y vehemencia de amor fulgura en cada uno de estos ruegos!
«Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas». Cada una de estas palabras es viva y eficaz, decisiva y oportuna. Se necesita ardiente amonestación y afectuosa exhortación para constreñir a las almas a escapar de su propia ruina. Si los pecadores fueran sensatos, la simple información del peligro les seria suficiente y la perspectiva de una feliz huida les alcanzaría. Pero, siendo ellos enteramente imprudentes, como lo fuimos nosotros, tienen que ser apremiados, persuadidos y suplicados para que al mirar al Crucificado, sean salvos. Nunca hubiéramos nosotros ido a Cristo si la divina compulsión no nos hubiese constreñido; ni tampoco hubieran ido los demás. Ese constreñimiento viene, por lo regular, a través de alguna instrumentalidad. Procuremos nosotros, pues, ser tales instrumentos. Si no hubiese sido por las fervorosas voces que nos hablaron y por los apasionados maestros que nos exhortaron a acercarnos a la cruz, nunca hubiéramos tomado ese paso. Paguemos, pues, la deuda que hemos contraído con la Iglesia de Dios y procuremos en la medida de nuestras posibilidades hacer con otros lo que Dios, en su bondad, hizo con nosotros. Sed diligentes en persuadir a los hombres con todas vuestras habilidades de razonamiento y argumentación, salando todo con lágrimas de afecto. No permitáis que opiniones doctrinales de ninguna especie se interpongan en la senda de la más libre persuasión cuando estéis tratando con las mentes de los hombres, pues la sana doctrina es perfectamente compatible con esa actividad (anécdota del autor: recuerdo las quejas que se presentaron contra un sermón mío titulado «Fuérzalos a entrar», en el cual hablé con mucha ternura en favor de las almas. Se dijo que ese sermón era arminiano y heterodoxo. A mí me importó poco el ser juzgado por juicio humano, pues mi Maestro puso su sello de aprobación sobre ese mensaje. Nunca prediqué un sermón por medio del cual tantas almas fueron ganadas para el Señor, como lo testificaron las reuniones de nuestra iglesia; y en todos los lugares del mundo donde ese sermón llegó. muchos pecadores fueron salvados por su instrumentalidad. Por lo tanto, si resulta vil el exhortar a los pecadores a que se rindan a Cristo, me propongo ser más vil todavía. Soy tan inflexible creyente en las doctrinas de la gracia como lo puede ser cualquier persona, y además soy «un genuino calvinista» según el orden de Juan Calvino mismo. Pero si se considera malo exhortar al pecador a que eche mano de la vida eterna, no seré aún más malo en ese particular. En esto imitaré a mi Señor y a sus apóstoles, quienes, aunque enseñaron que la salvación es por gracia, y solamente no temieron hablar a los hombres como seres racionales y agentes responsables, ni temieron exhortarlos a «procurar entrar por la puerta angosta» y «a trabajar no por la comida que perece sino por la que a vida eterna permanece». Adheríos a la gran verdad del amor electivo y de la soberanía divina, pero no dejéis que estas cosas os aten con cadenas cuando, por el poder del Espíritu Santo, lleguéis a ser pescadores de hombres).
4. Cuando las palabras no alcanzan, como acontece frecuentemente, debéis adoptar otros medios de compulsión: el ángel los tomó de la mano. Yo creo mucho en los tratos íntimos con los hombres, que se hacen bajo la dirección de Dios. Las súplicas personales hechas en el poder del Espíritu Santo, producen maravillas. El estrechar, mientras le habláis, las manos a una persona, puede ser un gesto sabio y provechoso. Dios, sin duda, bendecirá vuestra labor cuando toméis a uno de la mano y le demostréis, con súplicas, vuestra ansiedad. Es conveniente que arrojéis vuestras palabras, tranquila y solemnemente en lo profundo del alma de las personas cuando éstas estén solas. Por lo regular este medio resulta eficaz donde el predicador con su sermón trabajo en vano. Si no podéis conquistar hombres por medio de la palabra, debéis preguntaros: «¿Qué puedo hacer?», e ir al Señor con la misma pregunta. Debéis, por la persistencia de vuestros celos, importunarlos hasta hacerlos pensar. Como la viuda, por sus continuas visitas, molestó al juez injusto, así también vosotros debéis, por vuestra continua ansiedad y perseverancia, molestar a los pecadores en sus pecados hasta que os presten, de buena gana, un poco de atención, con el único fin de librarse si les fuera posible de vosotros, y nada más. Si no podéis ganarlos porque no leen la Biblia, podéis poner en sus manos un buen libro que les diga lo que vosotros no podéis decirles. Podéis seguir orando en favor de ellos; también podéis estimular el brazo de Dios y rogar al Altísimo que venga en vuestra ayuda.
5. Hubo casos en los cuales, habiendo fallado todo, una lágrima, lágrima de amor contrariado, hizo la obra (anécdota: un día, cuando Sr. Knill distribuía tratados entre los soldados, se encontró con uno que lo insultó y dijo a sus compañeros: «Rodeadlo y yo terminaré con su distribución de tratados una vez por todas». Y, a continuación, profirió tan espantosas blasfemias y maldiciones, que el Sr. Knill, que no podía huir, se echó a llorar amargamente. Años después, cuando el Sr. Knill estaba predicando en las calles, se le presentó un granadero y le dijo:
—¿No me conoce, Sr. Knill?
—No, me parece que no—replicó él—. No creo que le haya visto a usted alguna vez.
—¿No recuerda usted al soldado que dijo: «Rodeadle y yo terminaré con su distribución de tratados?» ¿No recuerda, además, qué hizo usted?
—No, no recuerdo.
—¡Ah! echó a llorar, y cuando yo llegué a casa, esas lágrimas ablandaron mi corazón. Comprendí entonces que usted distribuía aquellos tratados movido por un gran celo cristiano. Luego me avergoncé de mí mismo y ahora predico al mismo Jesús que en una ocasión menosprecié).
Dios quiera que vosotros podáis sentir tal amor por los pecadores que perecen, que podáis aguantar sus burlas y reproches hasta el punto de decirles: «Abofeteadme si queréis, pero oídme; ponedme bajo las plantas de vuestros pies como si yo fuera el desecho de todas las cosas, pero con todo, no os dejaré perecer, si en mí está el advertiros del peligro que os amenaza».
CONCLUSIÓN: tenemos que recordar que nosotros somos, ante los hijos de los hombres, los mensajeros de la misericordia de Dios: «El Señor tuvo compasión de él». Los ángeles no visitaron a Lot por sí mismos. Fueron la personificación y exteriorización de la compasión de Dios. Los cristianos debieran considerarse en el mundo como las manifestaciones de la compasión de Dios para con los pecadores, instrumentos de gracia, siervos del Espíritu Santo. Ahora bien, la gracia es un atributo ágil; la justicia, en cambio, va despacio. La justicia tiene calzado de plomo, pero los pies de la gracia son alados. La gracia se goza en desempeñar su misión. También para nosotros debiera ser un placer el hacer bien a los hombres. Dios puede salvar a las almas sin instrumentalidad, pero rara vez lo hace. Su norma es obrar por medios. Recordemos, al mezclarnos con la sociedad, que Dios nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. Si este ministerio hubiese sido confiado a los ángeles, ellos, sin duda, se hubieran mostrado incesantemente activos, hubieran volado con todas sus fuerzas de un lugar a otro para cumplir la voluntad del Señor. ¿Seremos nosotros, que hemos sido honrados con este ministerio, menos activos que ellos? En cuanto está de nuestra parte, redimamos el tiempo porque los días son malos; instemos a tiempo y fuera de tiempo; sembremos junto a todas las aguas; sea por fin nuestro celoso empeño el cumplir nuestro trabajo, sea éste cual fuere, para que al fin oigamos decir: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré».