1 Juan 4.7-12 (2)
La evidencia del Cristiano
ἀγαπῶμεν—este es el subjuntivo exhortatorio (no el presente activo indicativo, que es idéntico en forma).
Indudablemente tal afirmación puede ser mal entendida. Se podría concluir que cualquiera que muestre amor es un hijo de Dios, sin importar si realmente cree o no en Jesucristo como el Hijo de Dios. Pero este malentendido solamente puede darse si tomamos esta afirmación y la arrancamos de su contexto en la carta. Juan pone suficientemente en claro en otros lugares que el verdadero hijo de Dios no solamente ama sino que también cree (3:23).
¿Cómo se puede explicar la existencia de tal amor y qué indica su presencia respecto a la situación ante Dios de aquellos que tienen amor? ¿Está ciego Juan a los hechos de la vida? Una respuesta teológica tomaría la forma de las doctrinas de la creación y la gracia común. Los hombres son todavía capaces de amar porque son creados a la imagen de Dios, una imagen que ha sido desfigurada pero no destruida por la Caída. Además, a través de la predicación del evangelio, los hombres tienen conciencia de la obligación de amarse unos a otros, y pueden ser influidos por esta predicación aunque no respondan al llamado a creer en Jesucristo. Sin embargo, lo que importa es creer en Jesucristo y amar a Dios. El amor humano, no importa cuán noble sea o cuán elevada sea su motivación, resulta deficiente si rehúsa incluir al Padre y al Hijo como los objetos supremos de su afecto. No alcanza el modelo divino, y por sí solo no puede salvar a un hombre; no puede ser puesto en la balanza para compensar por el pecado de rechazar a Dios. Por tanto, el amor solo no es una señal de haber nacido de Dios.
El motivo de la evidencia del Cristiano
Lógicamente esta afirmación es paralela a «Dios es luz» (1:5) y «Dios es espíritu» (Jn. 4:24), como una de las tres expresiones juaninas de la naturaleza de Dios. Algunos teólogos dan la impresión de que esta afirmación es superior a las otras dos, pero no hay razón para hacer eso. Hacemos mal en exaltar el amor de Dios como su rasgo supremo simplemente porque está más de acuerdo con nuestra manera de pensar. Sin embargo, es verdad que «Dios es espíritu» describe la naturaleza metafísica de Dios, mientras que «Dios es luz» y «Dios es amor» tratan de su carácter, especialmente como él se ha revelado a los hombres
Westcott, 149, sostenía que la frase significaba que el amor de Dios se revela «en nosotros» los creyentes como el medio por el cual el mundo llega a conocerlo
Aunque aquí no se usa la palabra «dar» (contrastar con 3:1; Jn. 3:16), es obvio que la idea está presente. El uso que Juan hace de la palabra «envió» puede haber sido dictado por el deseo de subrayar la manera en que el Hijo vino de la esfera celestial directamente a este mundo pecador y rebelde.
Nótese la redacción. Juan no menciona el nombre de Jesús o de Cristo; en lugar de ello utiliza la palabra Hijo para llamar la atención a la íntima relación Padre-Hijo. Dios el Padre envió a su Hijo al mundo. Hizo más que eso, “envió a su Hijo unigénito” (véase también Jn. 1:14, 18: 3:16, 18). Jesús no es un Hijo entre muchos otros. La expresión unigénito “se utilizada para señalar a Jesús de un modo único por encima de todos los seres terrenales y celestiales”.
Dios envió a su Hijo unigénito a nuestro mundo pecador para darnos vida. Si Dios Padre le hubiese dado el mundo a su Hijo como regalo, por ser el heredero, Dios hubiese demostrado ampliamente su amor hacia él. Y nosotros no hubiésemos tenido dificultad en entender este acto de amor de Dios. Pero el texto dice que Dios “envió a su Hijo unigénito para que vivamos por él”. Dios envió a su Hijo para que muriese en la cruz a fines de que nosotros pudiésemos tener vida eterna.
El uso del perfecto ēgapēkamen (B; la mayoría de las autoridades tienen ēgapēsamen) tal vez subraye que no es nuestro amor permanente por Dios el que debe ocupar el lugar central sino el amor que él nos reveló históricamente (ēgapēsen, aoristo) en Jesús (de Jonge, 198 n. 367).
Dios envió a su Hijo unigénito a nuestro mundo pecador para darnos vida. Si Dios Padre le hubiese dado el mundo a su Hijo como regalo, por ser el heredero, Dios hubiese demostrado ampliamente su amor hacia él. Y nosotros no hubiésemos tenido dificultad en entender este acto de amor de Dios. Pero el texto dice que Dios “envió a su Hijo unigénito para que vivamos por él”. Dios envió a su Hijo para que muriese en la cruz a fines de que nosotros pudiésemos tener vida eterna.
El resultado del amor de Dios
Nadie, dice, ha visto jamás a Dios. Este es un pensamiento común en el Antiguo Testamento, y se lo repite en Juan 1:18, un versículo que sin duda el autor tiene en mente aquí. En Juan 1:18 se hace un contraste entre la invisibilidad de Dios y su revelación en el Hijo encarnado, Jesucristo. Aquí el contraste es con la manera en que Dios se nos da a conocer en el contexto del amor mutuo.
Posiblemente había personas que afirmaban tener una visión directa de Dios, tal vez por medio de experiencias místicas; quizás los opositores de Juan afirmaban algo por el estilo