La gloria de Jesus en su Arresto

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El valle del Cedrón está ubicado entre el muro oriental de Jerusalén y el monte de los Olivos. Durante la estación de verano el canal está seco. Sólo durante el invierno—e incluso entonces sólo después de lluvias fuertes—se forma algo que parece de hecho un “torrente”. En consecuencia, se le llama (literalmente) “desagüe invernal”

Jesús había dicho que Judas lo traicionaría; Luego lo despidió para esa tarea diabólica y dijo: "Lo que haces, hazlo rápidamente" (13:27). Jesús sabía que Judas se dirigía a las autoridades para cometer su acto de traición. Por lo tanto, podríamos esperar que Jesús, para escapar del arresto, hubiera ido a otro lugar que no fuera un lugar donde se reunía regularmente con sus discípulos, un lugar que Judas conocía. Era natural que Judas llevara a los oficiales que lo arrestaban al jardín. Pero Jesús no buscaba evitar el arresto. Casi parece que hizo todo lo posible para ser detenido. Eso es significativo, como veremos.
Habiendo salido de la casa, Jesús, en compañía de once discípulos, cruza el Cedrón. Esto recuerda una de las huidas de David ante Absalón, pero hay esta gran diferencia: Jesús controlaba completamente la situación. No huía. Toda su actitud era voluntaria. Sabía que Judas saldría a su encuentro ahí. ¡Por eso se dirigió allá!
El relato de la agonía que Jesús sufrió en este huerto se encuentra en los otros Evangelios. Juan da por sentado que los lectores no necesitan más información respecto a ese tema. Todo lo que dice es, “… donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos”.
No solo Judas conocía el lugar, sino que Jesús sabía que Judas lo conocía. Sin embargo (¿no deberíamos decir acaso, “Precisamente por ello”?), Jesús fue allá. Al buen pastor no lo van a “atrapar”. No, va a “entregar su vida” como sacrificio voluntario (véase sobre 10:11).
Judas conocía el sitio, y el hábito de Jesús de acudir allá por la noche para orar (). De ahí esta oferta de atrapar a Jesús mientras la fiesta estuviera en progreso, atraparle de noche y a solas en su lugar usual de oración (el mismo espíritu del diablo). Robertson
–este otro Edén– en que el segundo Adán, el Señor del cielo, llevó el castigo del primero y obedeciendo ganó la vida
a. Judas, el guía.
Desde los más elevados privilegios hasta el más profundo de los pecados no hay más que una serie de pasos. Los privilegios que se utilizan de forma equivocada parecen tener un efecto insensibilizador en la conciencia. El mismo fuego que derrite la cera endurece el barro. Podemos conocer toda la verdad doctrinal y enseñar a otros y, sin embargo, tener un corazón corrupto y acabar en el Infierno junto con Judas. Quizá nos bañe la luz de los privilegios espirituales y oigamos la mejor enseñanza cristiana y, sin embargo, no demos fruto para gloria de Dios y seamos pámpanos secos de la vid que solo sirven para la quema: “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (). Por encima de todo, cuidémonos de no alentar en nuestros corazones ningún pecado oculto como el amor al dinero o al mundo. Un eslabón defectuoso en la cadena puede conducir a muchas catástrofes. Una pequeña vía de agua puede hundir un buque. Un solo pecado sin contrición puede llevar a la destrucción a alguien que profesa ser cristiano. Que todo aquel que sienta la tentación de tomarse a la ligera su vida religiosa tenga en consideración estas cosas y sea cuidadoso. Que recuerde a Judas Iscariote: su historia es toda una lección. Ryle
Por encima de todo, cuidémonos de no alentar en nuestros corazones ningún pecado oculto como el amor al dinero o al mundo. Un eslabón defectuoso en la cadena puede conducir a muchas catástrofes. Una pequeña vía de agua puede hundir un buque. Un solo pecado sin contrición puede llevar a la destrucción a alguien que profesa ser cristiano. Que todo aquel que sienta la tentación de tomarse a la ligera su vida religiosa tenga en consideración estas cosas y sea cuidadoso. Que recuerde a Judas Iscariote: su historia es toda una lección.Ryle
c. Los soldados de la Torre de Antonia (probablemente al frente)
Podemos ahora entender el curso de los sucesos. En la fortaleza de Antonia, cerca del Templo y conectado con el mismo por medio de dos escaleras (Jos., Guerras v.5.8), se hallaba la guarnición romana. Pero durante la fiesta del Templo era vigilado por una cohorte armada, que consistía en unos 400 a 600 hombres, a fin de prevenir o sofocar cualquier tumulto que pudiera producirse entre los peregrinos (Jos., Ant. xv.5.3). Sería al capitán de esta cohorte que los principales sacerdotes y líderes de los fariseos le solicitaron en primer lugar una guardia armada para efectuar el arresto de Jesús, dando como motivo el que podía dirigir un tumulto popular.
Este destacamento romano, armado con espadas y «palos» –con estos últimos había dado orden Pilato en otras ocasiones a sus soldados que atacaran a los que participaran en un tumulto (Jos., Guerras ii.9.4)–, iba acompañado por siervos del palacio del Sumo Sacerdote y otros alguaciles judíos para dirigir el arresto de Jesús. Llevaban antorchas y lámparas, colocadas en el extremo de palos, para evitar que pudiera esconderse de ellos ().
d. La policía del templo (quizá detrás de los soldados)
Y los romanos tampoco habrían tolerado una fuerza judía armada regular en Jerusalén.
e. Sumo sacerdotes y ancianos (miembros del Sanedrín, quizá muchos)
Aunque una compañía ordinariamente consistía en 600 hombres (la décima parte de una legión).. Los soldados y policías del templo estaban armados.
Los soldados y policías del templo estaban armados.
un beso! Y también ¡qué tremendamente ridículo! ¡Como si Jesús no se hubiera identificado a sí mismo!
Véase sobre versículo 4 (arriba). Aquí vemos a Jesús como al gran Profeta, dándose a conocer a sí mismo. En el versículo 6 lo vemos como el Rey de reyes. En los versículos 7 y 8, como el Sumo sacerdote compasivo, que amorosamente cuida de los suyos.
Judas, el hombre en quien los demás habían confiado, también él estaba ahora junto a los poderes del príncipe de las tinieblas.
Aquí hay otra señal (véase sobre 2:11). Aquí está Cristo Jesús, el Rey. Cuando nuestro Señor parecía débil, demostró su fortaleza.
Cuando nuestro Señor parecía débil, demostró su fortaleza.
Habiéndolos obligado dos veces a repetir sus órdenes, él, por el sonido de la voz de ellos, y por el contenido de sus respuestas, les ha hecho ver que Jesús nazareno y sólo él, debe ser detenido. “Si me buscáis a mí—como, desde luego, lo hacéis—entonces dejad que estos hombres (los discípulos) se vayan” (o: se retiren). El sumo sacerdote protege amorosamente a los suyos.
si los discípulos en este momento hubieran sido capturados por estos soldados y guardas del templo, habría resultado una prueba demasiado dura para su fe. No estaban listos para esta prueba extrema, para esta tortura. Jesús lo sabía. En consecuencia, procura que no sean arrestados.
Cuando Juan publicó su Evangelio, ya no era posible castigar al agresor. En consecuencia, se puede mencionar su nombre al igual que el de la persona agredida.
El agresor fue Pedro, que aquí se menciona (y frecuentemente en el cuarto Evangelio) con el nombre completo: Simón Pedro. Véase sobre 1:40–42. Envalentonado quizá por el maravilloso triunfo de Jesús sobre los hombres que habían venido a capturarlo, y estimulado en gran parte por el espectáculo de estos soldados y policías que un momento antes yacieron en el suelo y por su propia jactancia anterior que tenía que comprobar, Simón sacó de la vaina su espada (μάχαιραν)
El nombre del siervo era Malco. Aquí tenemos el toque del testigo ocular. El cuarto Evangelio está lleno de tales detalles. Véase I de la Introducción. En relación con esto también debe tenerse presente que el escritor conocía al sumo sacerdote (18:15). Por lo tanto, no sorprende que también conozca el nombre de su siervo.
El buen pastor debe ofrecerse voluntariamente. La acción de Simón contradice esta determinación.
lutero: El hecho de pelear para ayudar a Jesús a que escapara era contrario a la voluntad del Padre para la salvación del mundo. “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” le pregunto Jesús. Él ya estaba listo.
Jesús debe poder decir a Pilato: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (18:36).
Si hubiera sido el deseo de Jesús defenderse, tenía otros medios a su disposición, por ejemplo, más de doce legiones de ángeles (). La acción precipitada y violenta de Pedro era totalmente innecesaria.
su entrega es “según el plan”. Fue para que se cumplieran las Escrituras (, ). En consecuencia, su entrega no fue, en realidad, rendición. ¡Fue victoria!

Como profeta, Jesús salió a su encuentro, y se identificó a si mismo; como rey, dio órdenes, haciendo que el grupo cayera al suelo; como sacerdote, protegió a los suyos. Cuando Pedro mostró, con un acto de precipitación (cortando la oreja del siervo del sumo sacerdote), que no entendía la naturaleza del reino de Cristo, Jesús de palabra y obra reveló el carácter espiritual del mismo.

Entonces Jesús permitió que lo capturaran y lo maniataran (véase la siguiente sección).

Los soldados se recuperaron del desmayo, arrestaron a Jesús y lo ataron. Él no ofreció ninguna resistencia.
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Sobre el papel, un destacamento de soldados romanos ascendía a mil hombres. Por lo general, sin embargo, las unidades no tenían su complemento completo de soldados, por lo que se estima que las tropas que salieron a arrestar a Jesús tenían entre seiscientos y setecientos en número. Cuando agregamos a la policía del templo, podemos adivinar que casi mil hombres fueron enviados a capturar a un hombre. Con una multitud tan grande, y con muchos de ellos llevando antorchas y linternas, sin duda fue fácil para Jesús y los discípulos escucharlos y verlos venir.
Jesús no volvió a caer en las sombras. No se escondió detrás de sus discípulos. Tomó la iniciativa, dio un paso al frente, saludó a los soldados cuando llegaron y dijo: "¿A quién buscas?" Ellos dijeron: "Jesús de Nazaret", a lo que Jesús respondió: "Yo soy Él". A lo largo del Evangelio de Juan, hemos visto los dichos de "Yo soy" de Jesús: "Yo soy el pan de vida", "Yo soy la luz del mundo", y así sucesivamente. Cada vez que Jesús dio uno de estos dichos, usó una frase única, traducida en griego como ego eimi. "YO SOY EL QUE SOY" (). Por lo tanto, cuando Jesús usó esta construcción, estaba reclamando deidad para sí mismo. Esa es la frase que Jesús usó aquí, cuando se dirigió a los que habían venido a arrestarlo.
Esa noche había dos grupos de personas aterrorizadas. El primer grupo fueron los discípulos. Puedes imaginar el miedo que los envolvió cuando escucharon el sonido de las espadas, vieron las linternas moviéndose y vieron las antorchas encendidas. Sabían que el arresto de Jesús, y probablemente también el de ellos, era inminente. Pero el grupo que tenía más miedo que los discípulos eran los soldados. Es posible que hayan superado a Jesús en número de mil a uno, pero no obstante tenían miedo.
¿No te recuerda esta situación a Moisés y al pueblo de Israel, atrapados entre Migdol y el Mar Rojo cuando entraron los carros del faraón ()? ¿No te recuerda a Eliseo, que se encontró en Dothan, rodeado por los soldados de Siria ()? A simple vista, la situación de Moisés era desesperada. Había un mar de agua frente a él y un mar de carros detrás. Pero Dios abrió un camino a través del mar para Moisés y los israelitas. La situación de Eliseo parecía igualmente desesperada. Su criado dijo: “¡Ay, mi señor! ¿Qué haremos? ”Eliseo respondió:“ Señor, oro, abre los ojos para que pueda ver ”(). Dios abrió los ojos del siervo de Eliseo para que viera carros de fuego que rodeaban la ciudad para proteger al profeta de Dios.
No llamó a los ángeles. En vez de eso, Él les preguntó de nuevo: ¿A quién buscas? ”Y ellos respondieron:“ Jesús de Nazaret ”. Jesús respondió:“ Te dije que yo soy Él. Por lo tanto, si me buscas, deja que estos sigan su camino ", para que se cumpla el dicho que dijo:" De los que me diste, no he perdido ninguno "(vv. 7–9). Jesús no estaba preocupado por su propia seguridad, sino por la seguridad de sus discípulos.
Pedro no estaba preparado para irse aunque los soldados lo dejaran. Aunque los cuatro escritores del Evangelio informan sobre este evento, John es el único que nos dice que fue Pedro quien empuñó la espada. Lucas agrega que Jesús curó la oreja del hombre (). Luego reprendió a Peter: “Pon tu espada en la vaina. ¿No beberé la copa que mi Padre me ha dado? ”(V. 11).
En teología, cuando hablamos de la obra de Jesús por la cual somos redimidos, hacemos una distinción muy importante, que a menudo se pasa por alto, entre lo que llamamos la obediencia activa de Cristo y la obediencia pasiva de Cristo. Ambos son necesarios; Si Jesús hubiera venido del cielo en paracaídas, hubiera ido directamente al Gólgota, hubiera ido a la cruz y hubiera muerto, eso no hubiera sido suficiente para salvarnos. Dios también requiere verdadera justicia en aquellos que acepta. Por lo tanto, Jesús nació y vivió treinta y tres años bajo la ley de Dios, una vida de perfecta obediencia, para nuestra justificación. Se ganó la justicia que necesitamos pero que no tenemos en nosotros mismos. Él obedeció activamente todas las leyes que Dios había dado. Esta fue su obediencia activa. Por el contrario, la obediencia pasiva de Jesús fue aquella obediencia por la cual se permitió pasivamente sufrir el castigo por nuestra culpa.
La rendición pasiva de Jesús a este castigo no comenzó en la cruz. Comenzó en el momento en que se arrodilló en el Jardín de Getsemaní. Fue entonces cuando tomó la copa y accedió completamente a la vocación que el Padre había puesto delante de él. Él accedió en obediencia al Padre para ser nuestro sustituto en su muerte. Entonces le dijo a la multitud: “Aquí estoy. Yo soy el que estás buscando ". No hizo ningún intento de huir. No permitiría que sus discípulos pelearan. Como un cordero llevado a la matanza, no abrió su boca, sino que fue pasivamente a su muerte (véase )
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vr. 7
Es indudable que este incidente constituye un instructivo ejemplo de la forma en que nuestro Señor trata a su pueblo aun hoy día. No les “dejará ser tentados más de lo que [puedan] resistir”. Aplacará los vientos y tempestades con sus manos y no permitirá que los creyentes sean destruidos por completo, por muchos golpes y adversidades que sufran. Vigila atentamente a todos sus hijos e, igual que un sabio doctor, administra la cantidad exacta de pruebas que son capaces de sufrir. “No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (). Acudamos perennemente a esta valiosa verdad. Nuestro Señor nos observa hasta en los momentos más difíciles y nuestra seguridad final está garantizada. Ryle
Es indudable que este incidente constituye un instructivo ejemplo de la forma en que nuestro Señor trata a su pueblo aun hoy día. No les “dejará ser tentados más de lo que [puedan] resistir”. Aplacará los vientos y tempestades con sus manos y no permitirá que los creyentes sean destruidos por completo, por muchos golpes y adversidades que sufran. Vigila atentamente a todos sus hijos e, igual que un sabio doctor, administra la cantidad exacta de pruebas que son capaces de sufrir. “No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (). Acudamos perennemente a esta valiosa verdad. Nuestro Señor nos observa hasta en los momentos más difíciles y nuestra seguridad final está garantizada. Ryle
El hombre verdaderamente sabio es aquel que ha aprendido a decir en cada momento de su viaje: “Dame lo que desees, ponme donde desees y haz conmigo lo que desees; pero no sea mi voluntad, sino la tuya”. Este es el hombre semejante a Cristo. Fue el deseo de anteponer su propia voluntad lo que llevó a Adán y Eva a caer e introdujo el pecado y la desdicha en el mundo. La mejor preparación para ese Cielo donde Dios lo será todo es la sumisión absoluta a su voluntad.
Y fue un milagro que se obró precisamente en este momento a fin de mostrar a los discípulos y sus enemigos que nuestro Señor no sería prendido ni crucificado porque no pudiera evitarlo, sino porque estaba dispuesto a sufrir y a morir por los pecadores. Vino a sufrir voluntariamente por nuestros pecados, para que las Escrituras se cumplieran (cf. ). Da la impresión de que la milagrosa influencia ejercida por nuestro Señor tuvo como efecto que las personas del grupo de los que habían venido para prenderle cayeran a tierra como atravesadas por un rayo, aunque sin morir, quedando así tan completamente impotentes que nuestro Señor y sus discípulos podrían haber escapado con facilidad de haberlo deseado. ryle
Burgon ve en este incidente un eco de las palabras proféticas del Salmista: “Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron” ().
Pero estaban endurecidos como Faraón y los egipcios cuando sufrieron las milagrosas plagas de Egipto. Tan pronto como se hubieron levantado demostraron que, a pesar de estar asustados, no habían cambiado de intención. Seguían teniendo el propósito de prender a Jesús de Nazaret.
Nuestro Señor hizo el bien a sus enemigos y dio pruebas de su poder divino hasta el mismísimo fin de su ministerio. Sin embargo, sus endurecidos enemigos hicieron caso omiso. Los milagros no convierten a nadie por sí solos. Tal como sucedió con Faraón, parece que con algunos solo sirven para incrementar su maldad y endurecerlos más.
Comenta Calvino: “Cristo, al librarlos transitoriamente, pensaba en su salvación eterna. Si tenemos en cuenta su debilidad, ¿qué pensamos que habrían hecho solos de haber sido puestos a prueba? Cristo decidió que no sufrirían ninguna prueba que excediera sus capacidades y los rescató de la destrucción eterna”.

Está claro que se trató de un acto impulsivo en el que no medió una reflexión previa. Muchas veces, cuando el celo no está en consonancia con los conocimientos, las personas se comportan neciamente para luego tener que arrepentirse de ello.

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[La copa […], ¿no la he de beber?]. Esta hermosa afirmación solo aparece en el Evangelio según S. Juan. Su intención era mostrar la disposición absoluta de nuestro Señor a beber la amarga copa de sufrimiento que tenía ante sí. Esta expresión se debe leer siempre en relación con las otras dos referencias que nuestro Señor había hecho poco antes a la “copa” en el huerto de Getsemaní. Primero leemos la oración: “Si es posible, pase de mí esta copa”. Luego llega la aceptación: “Si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (, ). Y finalmente la decidida aseveración de su disposición absoluta a hacer todo lo necesario: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”. Tomadas en su conjunto, estas tres expresiones son profundamente instructivas. Nos muestran que, en medio de su tormento, nuestro Señor clamó en busca de alivio. Asimismo nos revelan que, en primera instancia, su oración recibió como respuesta la capacidad de someterse por completo a la voluntad de su Padre. La respuesta definitiva sería que mostrase la disposición absoluta a sufrir. ¡Qué ejemplo es este para todos los creyentes que atraviesan dificultades! Igual que nuestro Maestro, podemos encomendarnos en oración y esperar recibir una respuesta tal como le sucedió a Él. Esta es una gran demostración de la capacidad de nuestro Señor para identificarse con los creyentes que sufren. Conoció esos mismos conflictos en sus propias carnes.
¿Quieres evitar que muera por los pecadores?”. Es mucho más maravilloso cuando pensamos que Aquel que sufrió voluntariamente era Dios todopoderoso además de hombre. Nada salvo la doctrina de la expiación y la sustitución puede explicar el comportamiento de nuestro Señor en estos momentos críticos.
Calvino nos advierte que, si bien debemos beber cualquier copa que el Padre nos dé, “no debemos prestar oídos a esos fanáticos que nos dicen que no debemos intentar remediar nuestros problemas y nuestras enfermedades para no rechazar la copa que nos ofrece nuestro Padre celestial”.

Es indudable que este incidente constituye un instructivo ejemplo de la forma en que nuestro Señor trata a su pueblo aun hoy día. No les “dejará ser tentados más de lo que [puedan] resistir”. Aplacará los vientos y tempestades con sus manos y no permitirá que los creyentes sean destruidos por completo, por muchos golpes y adversidades que sufran. Vigila atentamente a todos sus hijos e, igual que un sabio doctor, administra la cantidad exacta de pruebas que son capaces de sufrir. “No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Acudamos perennemente a esta valiosa verdad. Nuestro Señor nos observa hasta en los momentos más difíciles y nuestra seguridad final está garantizada.

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