La gloria de Jesus en su Arresto
El valle del Cedrón está ubicado entre el muro oriental de Jerusalén y el monte de los Olivos. Durante la estación de verano el canal está seco. Sólo durante el invierno—e incluso entonces sólo después de lluvias fuertes—se forma algo que parece de hecho un “torrente”. En consecuencia, se le llama (literalmente) “desagüe invernal”
Como profeta, Jesús salió a su encuentro, y se identificó a si mismo; como rey, dio órdenes, haciendo que el grupo cayera al suelo; como sacerdote, protegió a los suyos. Cuando Pedro mostró, con un acto de precipitación (cortando la oreja del siervo del sumo sacerdote), que no entendía la naturaleza del reino de Cristo, Jesús de palabra y obra reveló el carácter espiritual del mismo.
Entonces Jesús permitió que lo capturaran y lo maniataran (véase la siguiente sección).
Está claro que se trató de un acto impulsivo en el que no medió una reflexión previa. Muchas veces, cuando el celo no está en consonancia con los conocimientos, las personas se comportan neciamente para luego tener que arrepentirse de ello.
Es indudable que este incidente constituye un instructivo ejemplo de la forma en que nuestro Señor trata a su pueblo aun hoy día. No les “dejará ser tentados más de lo que [puedan] resistir”. Aplacará los vientos y tempestades con sus manos y no permitirá que los creyentes sean destruidos por completo, por muchos golpes y adversidades que sufran. Vigila atentamente a todos sus hijos e, igual que un sabio doctor, administra la cantidad exacta de pruebas que son capaces de sufrir. “No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28). Acudamos perennemente a esta valiosa verdad. Nuestro Señor nos observa hasta en los momentos más difíciles y nuestra seguridad final está garantizada.