¡No Codiciarás!

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INTRODUCCIÓN:
Cómo nos analiza la Palabra de Dios! no hay ninguna obra en la literatura secular que deje tanto al descubierto los profundos defectos del corazón y que identifique el origen de los pecados “raíz” de la condición humana. Ya hemos señalado que estos mandamientos deben ser expresados en términos negativos debido a que somos una raza en rebeldía en contra de Dios, por lo que deben establecer la base de todo juicio de Dios y fomentar que veamos nuestra necesidad de la gracia. Sin embargo, también debemos buscar virtudes positivas opuestas, que en el caso del décimo mandamiento son el contentamiento, la sensatez, la modestia y el autocontrol. Viéndolo desde otra perspectiva, la codicia es un deseo ardiente de tener beneficios personales y terrenales, por lo que la cualidad opuesta es cultivar un corazón ocupado en los intereses del Señor y las necesidades de otros. Codiciar es anhelar cosas fijando nuestros corazón en ellas. La mente humana está llena de sueños, planes y fantasías, los cuales son los “puntos de apoyo” de los que la gente depende para ser felices y para poder continuar en la vida. Si no pueden fijar sus mentes en cosas deseables se deprimen y se desmotivan. La codicia es el impulso primario de la vida de nuestra raza rebelde. El décimo mandamiento cubre tanto el empeño de conseguir un objeto deseado como la forma más débil de la codicia, que es la envidia y los celos de aquellos que tienen más cosas y mejores circunstancias en la vida”. Codiciar es el acto de enfocar la mente en cosas tales como propiedades, y apariencia personal, o en objetos expresamente prohibidos como “la mujer de tu prójimo”. Las primeras cosa mencionadas no están moralmente prohibidas, pero la codicia hace que el corazón se dedique a soñar y a planear conseguir las cosas que pertenecen a esta vida, a este mundo actual y también a depender de ellas para obtener algo de felicidad y satisfacción. Todo esto ofende profundamente al Señor que nos ha creado para ser la más alta de sus criaturas, y quien nos dio el poder de conocerle. Al ser codiciosos, Dios ve rebajándonos para tener satisfacción en el ámbito material, teniendo hambre y sed solo por cosas que exclusivamente tienen que ver con el cuerpo: dinero, ropa, una casa mejor, un coche lujoso, un trabajo prestigioso, cosas caras, y muchas otras cosas más. En cuanto al Señor, realmente lo consideramos con la segunda fuente de satisfacción y ayuda. Decimos que lo amamos, pero no lo suficiente como para que Él nos llene y nos satisfaga.

I.- OCHO CONSECUENCIAS DE LA CODICIA.

SE APODERA DEL CORAZÓN. La codicia ofende de forma especial a Dios porque se apodera del corazón y expulsa todo deseo y emociones superiores. La codicia es como las aguas de un río que se ha desbordado y cuyo torrente arremolinado no tiene dirección ni autocontrol. No evitan un jardín bonito para no estropearlo, sino que son implacables e indiscriminadas en su ímpetu para inundar el suelo. Soñar con cosas materiales hace que su ímpetu para inundar el suelo. Soñar con cosas materiales hace que el corazón rápidamente sea invadido por una necesidad imaginaria, avaricia y deseo. Pronto ya no se disfrutaran las cosas de Dios y se apaga el espíritu de sacrificio y servicio. En la parábola del sembrador, el Señor habla de aquellos que son ahogados con las preocupaciones, riquezas y placeres de esta vida, que están separados de la Palabra de Dios y que son incapaces de manifestar convicción y fruto espiritual. Es posible que el evangelio impacte tanto a la gente que esta sienta muy profundamente la vanidad de la vida sin Dios y la necesidad que tienen de misericordia y perdón y, sin embargo, los “espinos” de la codicia pueden ahogar estos sentimientos en unas cuantas horas. La codicia también puede borrar todo interés espiritual en los creyentes de modo que corroboran las palabras del Señor: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Cualquier cristiano que piense que puede controlar el deseo por tener posesiones, fama, popularidad, admiración, éxito en el mundo, confort y un placer terrenal excesivo no ha aprendido la lección más básica de la naturaleza humana: las riquezas siempre toman el control. Solo tenemos que analizar brevemente nuestra experiencia para ver cuán cierto es esto. En cuanto dejamos que nuestras mentes e imaginación sueñen con objetivos materiales, instantáneamente los asuntos espirituales se vuelven menos interesantes y todo el entusiasmo y la energía emocional que son necesarios para llevar a cabo las actividades espirituales de nuestra vida que son verdaderamente importantes se evaporan.
DEBILITA Y NOS HACE VULGARES. La codicia es como una forma agresiva de cáncer que sobrecoge rápidamente a su víctima o como un virus potencialmente letal que ataca a alguien que está bien de salud. O peor aún, la codicia no solo debilita, sino que también vulgariza, como muestra el décimo mandamiento. Note cómo se expresa el mandamiento: “No codiciarás la mujer de tu prójimo”. Aquí tenemos un cargo doble, es decir, que la codicia no solo no durará en quitarle algo a otra persona sino que también destruye el séptimo mandamiento, si así lo desea. La persona codiciosa, bajo el poder de “desear” algo, puede que sea reducida a la flagrante insensibilidad y a la indiferencia moral de robarle la esposa a alguien. Una vez que comenzamos a codiciar, entonces incluso colegas de trabajo, conocidos, amigos y familiares se pueden convertir en el objeto de nuestros celos y resentimiento, hasta el punto en que, si tuviéramos la oportunidad, les quitaríamos cualquier cosa que quisiésemos. La codicia hace que los ojos del creyente se desvíen del bienestar del prójimo y se enfoquen en las posesiones de ese prójimo y en sus ventajas. Una vez que nos hemos hecho burdos debido a que tenemos una actitud codiciosa, la capacidad de tener una verdadera amistad y un efecto desinteresado es gravemente dañada, porque todo el mundo representa un reto y un objeto para ser comparado. El creyente no se puede relacionar con otros sin dejar de fijarse en sus casas, posesiones, en lo que ganan y en sus oportunidades. “¿No somos tan buenos como ellos?”, se pregunta el corazón. “¿Por qué ellos tendrían que estar en una mejor situación que yo?”.
ES UN ACTO DE ADORACIÓN. Dios odia la codicia debido a que menoscaba a las personas; incluso a su pueblo. La codicia convierte al creyente en una criatura doméstica; un pequeño y patético ser ante sus ojos. Hechos a imagen de Dios, nos reducimos nosotros mismos al nivel de vida más bajo dejando a un lado los propósitos espirituales más altos, siendo motivados principalmente por cosas terrenales y pasajeras, y preocupándonos por lo que es trivial. Tal como deberíamos esperar, el Señor odia la codicia porque es un acto de adoración; un término apropiado para el fuerte deseo de tener cosas materiales que implica un tipo de dependencia del alma, como si fuésemos a estar deprimidos sin ellos. Se dedican horas de planificación mental para conseguir objetivos y cosas materiales, y cuando finalmente se obtienen, son lo más preciado que tenemos, los exhibimos y los protegemos celosamente.
ES CONTAGIOSA. Otro aspecto de la codicia que se debe temer es su naturaleza contagiosa, y probablemente está al mismo nivel que los chismes, el ser este el más contagioso de los pecados que dañan a la Iglesia. Una vez que el deleitarnos en tener cosas innecesariamente caras o complejas y el consentirlas ocupan un lugar considerable en la congregación de una Iglesia, esto rápidamente mina el compromiso incondicional y una mayordomía razonable. Aquellos que son jóvenes en la fe observan cómo creyentes maduros dependen de comodidades y lujos terrenales, y sus conciencias pronto son contaminadas. Donde más claramente se ve el poder destructivo del ejemplo es en la codicia de muchos cristianos. En el Nuevo Testamento la codicia es considerada sin lugar a dudas igual a la idolatría, pero en el evangelicismo moderno rara vez se considera pecaminosa. A veces el hombre con la casa y el coche más lujosos es el primerísimo en ser considerado como candidato para ser anciano de la Iglesia. Supuestos cristianos de la vida pública o del mundo del espectáculo muestran ostentosamente sus estilos de vida mundanos y superadinerado sin perder la aprobación que obtienen de muchas revistas cristianas.
ES ADICTIVA Y PROGRESIVA. Otra razón para temer la codicia es que es inmensamente adictiva y progresiva. El diablo pone en la mente del creyente que una determinada cosa o posición le dará gran satisfacción y, por lo tanto, se dedica mucho tiempo y energía para conseguirla. El objetivo deseado se convierte en una fuerza motivadora y en uno de los temas principales de los pensamientos y sueños. En su debido momento el objetivo será conseguido, pero en seguida el corazón se acostumbra al mismo y de nuevo hay insatisfacción y vacío. La única escapatoria es fijar la mente en otro objetivo prometedor y atrayente que motive e inspire, y así se establece un ciclo adictivo que es constantemente recurrente. El creyente se encuentra ahora a merced de sus apetitos como un corcho flotando en el mar, impulsado por innumerables deseos insensatos y dañinos que nunca pueden quedar satisfechos durante mucho tiempo.
ES UN PECADO “INVISIBLE”. La codicia es, ante todo, la reina de los pecados invisibles, es decir, invisibles para el que ofende. Cuando, en , Pablo argumenta que sin la ley no seríamos conscientes del alcance de nuestro pecado, elige la codicia como el ejemplo más destacado de que ocultemos algo de nosotros mismos. Dice : “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”. Aquí tenemos pues el ejemplo principal de un pecado invisible; un pecado que tiene la capacidad de disfrazarse de tal forma que el infractor rara vez es consciente de su transgresión. Parte de la razón de que esto sea así es el hecho de que la codicia es el pecado que más se auto justifica, pues construimos con habilidad una justificación razonable para cualquier cosa que queramos: “Desde luego que es muy útil; además es muy necesario; es una ganga y puede usarse para testificar”. En un abrir y cerrar de ojos algo lujoso se convierte en una necesidad. La codicia es un pecado enormemente sutil que anestesia y sofoca la conciencia con su mismísimo curso de acción.
ES UNA RAÍZ DE LA APOSTASÍA. Timoteo 3: 1-2 aprendemos que: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros...” De entre trece características malvadas de una sociedad apóstata que Pablo enumera, la segunda es el pecado de la codicia. Con toda certeza ahora vivimos en tiempos doctrinalmente peligrosos dónde muchos que afirman creer en la Biblia están echando a un lado los estándares de la fe y siendo transigentes con la mundanalidad y el error. ¿Cómo podemos explicar la patente debilidad de tantos líderes evangélicos que han traicionado la causa al permitir música y métodos mundanos en la vida de la Iglesia? A la cabeza de la lista de Pablo están la auto consideración y la codicia. En el momento en que los líderes comienzan a preocuparse acerca de su seguridad, aceptación, avance, bienestar y posesiones, dejan de defender los estándares de la Palabra, enfatizando la diplomacia en vez de la fidelidad, prefiriendo paz en vez de pureza, y diversidad en lugar del camino estrecho de Dios. En el momento en que el siervo de Dios se permite tener deseos codiciosos de confort, seguridad, posición o posesiones, estas cosas rápidamente tendrán tal importancia que abandonará la defensa de sendas antiguas, y entonces una deslealtad llevará a la otra conforme adapta sus posturas para conseguir o mantener sus beneficios materiales. Esta es la trampa a la que Satanás ha llevado a muchos líderes desprevenidos a lo largo de la larga historia de Iglesias evangélicas. Si somos infieles en las cosas materiales de la vida -las riquezas- con toda certeza seremos desleales con las verdaderas riquezas. En Pablo manda que nunca se nombre como anciano de la Iglesia a un hombre que sea codicioso (lo cual incluye a un predicador), y el mismo estándar se aplica después a los diáconos. Los líderes de la Iglesia deben estar contentos con su porción. Deben ser personas que están pendientes de las necesidades y dificultades de otros, y no de sí mismos y su ganancia material. Pablo saca a relucir la relación entre un deseo codicioso y el colapso doctrinal por parte de la congregación en , donde dice: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que (…) se amontonarán maestros conforme a sus propias CONCUPISCENCIAS, y apartarán de la verdad el oído”. La palabra que aquí se traduce por concupiscencia significa: anhelos o fuertes deseos. El versículo implica que las congregaciones llamarán al tipo de Pastor que les permitirá hacer y tener lo que quieran; hombres que rara vez los exhorte, amoneste o desafíe acerca de sus estilos de vida cómodos y de excesos. Hoy en día vemos estos en muchas Iglesias, donde a la gente se le permite vivir de una forma mundana, egoísta y dedicada al ocio, y al mismo tiempo se les halaga desde el púlpito haciéndoles pensar que siguen siendo discípulos desleales de Cristo. Tales personas no pueden soportar una enseñanza sana que incluya todo el consejo de Dios que examine el corazón y la conducta de los creyentes, por lo que eligen predicadores que nunca retarán su pecado. Esto se está volviendo una forma garantizada de construir una congregación razonablemente grande en muchas partes del mundo. ¡Prediquemos las doctrinas teóricas de la Biblia -incluso las gloriosas doctrinas de la gracia- para incrementar y alagar los intelectos de los oyentes, pero tengamos cuidado de nunca reprender la codicia en ninguna de sus manifestaciones!.
PUEDE LLEVAR A LA EXCOMUNIÓN. Muchas fuertes advertencias nos indican la gravedad de la codicia, como por ejemplo la de donde Pablo dice que esta puede resultar en la excomunión de las Iglesias de Cristo. Pablo dice: “Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, O AVARO, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis”. La palabra griega aquí se refiere a alguien que está ansioso por tener ganancias y que siempre quiere más. Puede ser que tengan un fuerte deseo de tener dinero o posesiones, o puede ser que tenga un deseo de tener una cierta posición, influencia o reconocimiento. Obviamente la Escritura tiene en mente un estado grave y persistente debido a la seria disciplina que prescribe. En Pablo reafirma la idea con estas palabras: “Ni los ladrones, NI LOS AVAROS, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”. Se repite una advertencia similar en donde se nos dice directamente que un hombre codicioso es un idólatra, el cual no tiene lugar en el reino de Cristo. Quizás necesitamos una advertencia fuerte de modo que abandonemos nuestra codicia. De las palabras de Pablo en vemos que es necesario excomulgar al ofensor cuando es un caso grave: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”.

II.- CÓMO EVITAR LA CODICIA.

MANTENER LAS PRIORIDADES ESPIRITUALES. ¿Cómo se puede evitar la codicia? Se puede aprender una gran lección a partir del comportamiento de los hijos de Israel en el desierto, de quienes Pablo dice: “Más estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron”. . Pablo se está refiriendo a un suceso narrado en , donde a los hijos de Israel les pareció desagradable el maná de Dios y hablaron con desdén del mismo. Sus corazones comenzaron a codiciar cosas aparentemente inocentes como el pescado, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas, y el ajo. Dios no estaba enojado con ellos porque estas cosas fuesen malas, sino porque las deseaban tanto que incluso querían volver a Egipto. Y aún peor, querían esas cosas más de lo que querían el maná que Dios les había dado. En vez de ser agradecidos y decir: “Dios está claramente con nosotros, y nos está llevando a una tierra mejor”, murmuraron con descontento y anhelaron beneficios materiales. Cualquier cosa que se desee más que la bendición espiritual de Dios es, para el creyente, algo malo. Transitamos por el camino ancho hacia la codicia cuando dejamos de valorar lo que Dios nos ha dado. En el momento en el que damos por sentado nuestras bendiciones, empezamos a necesitar los “melones” y los “pepinos” de este mundo vano. Por lo tanto, la primer defensa contra el virus de la codicia es tener un espíritu verdaderamente agradecido, lleno de una gratitud genuina y alabanza a Dios. Necesitamos recordar a menudo su misericordia y bondad cantando con toda sinceridad los himnos de alabanza y reconociendo que no somos dignos ni siquiera de la más pequeña de sus misericordias. Necesitamos maravillarnos y regocijarnos ante los grandes privilegios de la vida cristiana, y esforzarnos especialmente en recordar estas cosas en momentos de pruebas, decepciones y depresión.
ANDAR EN EL ESPÍRITU. En se nos da otro antídoto para la codicia: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Si anda en el Espíritu, el cristiano recibe toda la ayuda que es necesaria para evitar que los deseos del corazón vayan tras cosas mundanas y egoístas. El creyente ora pidiendo ayuda constantemente y coopera con la obra del Espíritu Santo en la conciencia. Cada vez que el creyente comienza a desear fuertemente alguna ganancia o avance mundanos, el Espíritu inicia un remordimiento de conciencia, ante el cual el creyente responde inmediatamente. Si el creyente se retracta de esa compra extravagante o del objetivo ambicioso, entonces se ha obtenido una victoria, pero si hace caso omiso del misericordioso ministerio del Espíritu, entonces surgirá el pecado de la codicia. El andar en el Espíritu incluye anteponer el servicio espiritual en la vida. Si un creyente no sirve de ninguna forma al Señor, ni se sacrifica, ni tampoco tiene compromiso, entonces será muy fácil que la energía emocional del creyente se use en necesidades y aspiraciones personales. Tal cristiano será una presa fácil de los deseos codiciosos. A aquellos que están completamente dedicados al hogar o a su carrera profesional les es muy difícil luchar contra los deseos de la carne porque realmente no están andando en el Espíritu, sino que están más interesados en sus propios asuntos que en los de la obra y reino del Espíritu, por lo que siempre estarán a merced de sus corazones caídos.
MORTIFICAR LOS DESEOS CODICIOSOS. La mayor arma en contra de la codicia, que se menciona en muchísimos textos, es la de resistirla activamente. La mortificación, o el hacer morir la codicia, no puede ser omitida. En el momento en el que dejamos de luchar en contra de las muchas tentaciones sutiles a codiciar eso o aquello, nos apartamos del camino correcto. En Pablo define a los cristianos como aquellos que han “crucificado la carne con los afectos y concupiscencias” (RV1909). Una vez más, la palabra concupiscencia se refiere a anhelos, deseos, y apego tanto por cosas terrenales como por pensamientos inmorales. En nos dice que nos despojemos “del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos”. A la vieja naturaleza dentro de nosotros le encantaría dominarnos otra vez y obligarnos a estar bajo el dominio de nuestros apetitos terrenales, pero debemos resistir estos impulsos, y nunca, ni siquiera una vez, darles cabida. La vieja naturaleza es muy astuta y cuando es ayudada e instigada por las sugerencias del diablo mantendrá una compaña incesante para reavivar nuestro amor por las cosas de este mundo vano. Habrá épocas de tranquilidad, cuando disfrutaremos de gran contentamiento con nuestra porción en la vida y preferiremos nuestras bendiciones y privilegios espirituales, y entonces, quizás de repente, se lanzará contra nosotros un ataque de tentaciones a que tengamos envidia, auto compasión y a desear más cosas. Debemos estar conscientes de nuestra vulnerabilidad, y estar siempre preparados para negarnos adquisiciones innecesarias, cosas superfluas o una calidad extra y precio injustificable en las cosas. A menudo se piensa que cuando Pablo le dice a Timoteo “Huye también de las pasiones juveniles” , se está refiriendo a impulsos sexuales. Pero la palabra griega epidsumía significa deseos y anhelos que cubren cualquier o todos los apetitos humanos, y que igualmente se pueden aplicar a la codicia. Las pasiones que Pablo tiene en mente son especialmente fuertes en los jóvenes, y bien pueden incluir deseos sexuales pecaminosos, pero la expresión “pasiones juveniles” igualmente incluye ambición y posesiones. La ambición se vuelve codiciosa cuando anhelamos algo para nosotros, gratificación personal y obtener ganancia. En realidad Pablo dice: “Cuando comenzamos a soñar despiertos, y estamos en el centro de todas las cosas y haya gente admirándote a ti y a tus habilidades, entonces huye de esos pensamientos. Piensa en otra cosa. Corre, como si huyeras de uan catástrofe inminente”.
CONTROLAR NUESTROS PENSAMIENTOS. Si queremos resistir la codicia necesitamos hacer algo para controlar lo que pensamos. No se supone que los sueños y pensamientos vayan y vengan sin control alguno. El mandato de la Escritura es: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias. (lit: anhelos y deseos) . Por lo tanto, cuando nos vengan pensamientos de auto promoción, no debemos abandonar nuestras defensas y permitir que sean fomentados y reine en nuestras mentes. El mandato de Dios para nosotros es: ¡Pare de maquinar! ¡Pare de soñar! Enfoque la imaginación en cosas mejores. Reconozca las artimañas de Satanás en estos pensamientos. Si fuera necesario, y especialmente si las tentaciones a ser alguien, o a comprar o a poseer algo están viniendo copiosamente, tenga a la mano alguna actividad o libro que siempre le absorba, de forma que pueda ganar la batalla y expulsar más fácilmente cualquier impulso indeseado. El método bíblico de lidiar con la codicia es establecer una lucha tremenda en contra de la misma. Debemos rehusarnos por completo a ceder ante los deseos de tener cosas que no necesitamos realmente, o que cuestan muchísimo más o son de mayor calidad de lo que es razonablemente apropiado. Desde luego que debemos orar siempre pidiendo ayuda, y la recibiremos. Y siempre debemos evitar todo aquello que promueva pensamientos codiciosos en nosotros, como las cosas opulentas de algunos “cristianos” codiciosos y mundanos o los catálogos llenos de productos deseables. Pablo, al hablar de los Mandamientos (incluyendo el de “No codiciarás”), dice en “Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis (lit: pensar de antemano) para los deseos de la carne”. Podemos parafrasear el versículo así: “No piense de antemano o haga planes a cerca de asuntos que solo complacen sus deseos y anhelos carnales, y que harán que se cumplan esas concupiscencias o deseos”. El tiempo que dedicamos a soñar despiertos es en donde verdaderamente nacen y se acunan los pecados codiciosos.

III.- LAS RECOMPENSAS DE SER MODERADO.

Por el lado positivo, el resistir a la codicia conlleva grandes recompensas para los creyentes, incluso durante esta vida terrenal. De hecho, todas las promesas de Dios para nuestra felicidad espiritual presente dependen de que estemos alejados de la codicia, com aprendemos a partir de “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
¿Estamos libres de esa corrupción? ¿Agradamos a Dios? ¿Podemos recibir el fruto de sus grandes y valiosísimas promesas de que se nos dé a conocer, de que abra los ojos de nuestro entendimiento, de que nos conceda un gran sentimiento de pertenencia a Él, y nos dé el privilegio de crecer en la gracia e instrumentalidad en la labor de traer a su pueblo elegido?
No nos fijemos en esos creyentes que pactan con este mundo, complaciendo sus deseos y adquiriendo cualquier cosa que quieran. Los creyentes ambiciosos y egoístas, ya sea en profesiones seculares o en el ministerio, deben ser vistos como algo trágico, no como modelos de creyentes. Recuerde las palabras de Cristo: Ya “tienen sus recompensa” (, , ) Cuán grandes bendiciones recibiremos, si tan solo establecemos una gran lucha contra la codicia carnal, orando y pidiendo que el Espíritu nos ayude.
Ps. Peter Masters.
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