LA LIBERTAD DE CRISTO
INTRODUCCIÓN: los que vivimos en una nación libre podemos Considerarnos felices, y es lógico que queramos celebrar el día de la Independencia. Sin embargo, al igual que toda la humanidad, estamos atados a la esclavitud espiritual …
I. Aspectos en los que estamos bajo esclavitud
1. Bajo la maldición de la ley:
a) La ley de Dios requiere una obediencia perfecta.
b) Pone una maldición sobre nosotros por cada transgresión (Gá. 3:10).
c) Sus preceptos han sido violados por todos nosotros en miles de ocasiones (Ro. 3:19, 23).
2. Bajo el poder del pecado:
a) El pecado ha infectado nuestro cuerpo y alma (Sal. 53:3).
b) Ningún creyente puede tener dudas al respecto (Ro. 6:16).
3. Bajo la tiranía de Satanás:
a) A menudo se niega la influencia de Satanás sobre nosotros.
b) Sin embargo, la Escritura atribuye la maldad del hombre a su influencia (Ef. 2:2).
c) Cada pecador impenitente es esclavo del diablo (2 Ti. 6:26).
4. Bajo el temor de la muerte:
a) Es un estado de servidumbre (He. 2:15).
b) Aun siendo así, todos pueden obtener la liberación de este yugo.
II. Cómo podemos ser verdaderamente libres
1. No podemos satisfacer ni un solo punto de la ley: nada sino la preciosa sangre de Cristo puede hacer la expiación por el pecado (He. 10:4, 11, 12, 14).
2. Por ningún medio podemos renovar y santificar nuestros corazones: nuestra obligación y habilidad para hacer el bien vienen únicamente de Dios (Fil. 2:13).
3. El hombre, en el poder de su naturaleza caída, no puede resistir ni hacer frente a los ataques de Satanás: solamente en la armadura de Dios podemos tener esperanzas de obtener la victoria (Ef. 6:11, 13).
4. Tampoco somos capaces de desarmar a la muerte de su aguijón.
5. El Hijo de Dios puede y quiere liberarnos:
a) Él vino al mundo para darnos la libertad (Is. 61:1).
b) Él ha pagado con Su propia vida el precio de la redención (1 P. 1:13, 19).
c) Él también ha sido comisionado para librarnos por medio de su poder (Lc. 12:20–22).
d) Él nunca negará esta bendición al alma que tenga fe en su Persona (Jn. 12).
III. ¡Qué gloriosa libertad podemos obtener!
1. Él nos libertará de toda esclavitud:
a) La ley nunca podrá maldecimos (Ro. 8:1).
b) El pecado será vencido dentro de nosotros (Ro. 6:6, 14).
c) Satanás también será sometido al Señor Jesús (Ro. 16:20).
d) La muerte no será ya más nuestro enemigo (1 Co. 15:55)
2. Él nos introducirá a un estado de perfecta libertad:
a) Cristo nos dará un espíritu de adopción (Ro. 3:15).
b) Él hará los deberes más difíciles con todo placer (Sal. 119:32).
c) Él no confinará sus bendiciones a esta vida presente.
CONCLUSIÓN:
—«Estar en Cristo es el secreto de nuestra vida.
—Estar por Cristo es el significado de nuestra actividad.
—Estar con Cristo es la esperanza de nuestra gloria» (Obispo Thorold).
«Debemos esforzarnos por ser pacientes con los defectos y flaquezas de los demás, cualesquiera que éstos sean, pues nosotros también tenemos muchas fallas que otros deben soportar. ¡Con qué poca frecuencia medimos y pesamos a nuestro vecino en la misma balanza que a nosotros mismos!» (Thomas Kempis).
INTRODUCCIÓN: los que vivimos en una nación libre podemos Considerarnos felices, y es lógico que queramos celebrar el día de la Independencia. Sin embargo, al igual que toda la humanidad, estamos atados a la esclavitud espiritual …
I. Aspectos en los que estamos bajo esclavitud
1. Bajo la maldición de la ley:
a) La ley de Dios requiere una obediencia perfecta.
b) Pone una maldición sobre nosotros por cada transgresión (Gá. 3:10).
c) Sus preceptos han sido violados por todos nosotros en miles de ocasiones (Ro. 3:19, 23).
2. Bajo el poder del pecado:
a) El pecado ha infectado nuestro cuerpo y alma (Sal. 53:3).
b) Ningún creyente puede tener dudas al respecto (Ro. 6:16).
3. Bajo la tiranía de Satanás:
a) A menudo se niega la influencia de Satanás sobre nosotros.
b) Sin embargo, la Escritura atribuye la maldad del hombre a su influencia (Ef. 2:2).
c) Cada pecador impenitente es esclavo del diablo (2 Ti. 6:26).
4. Bajo el temor de la muerte:
a) Es un estado de servidumbre (He. 2:15).
b) Aun siendo así, todos pueden obtener la liberación de este yugo.
II. Cómo podemos ser verdaderamente libres
1. No podemos satisfacer ni un solo punto de la ley: nada sino la preciosa sangre de Cristo puede hacer la expiación por el pecado (He. 10:4, 11, 12, 14).
2. Por ningún medio podemos renovar y santificar nuestros corazones: nuestra obligación y habilidad para hacer el bien vienen únicamente de Dios (Fil. 2:13).
3. El hombre, en el poder de su naturaleza caída, no puede resistir ni hacer frente a los ataques de Satanás: solamente en la armadura de Dios podemos tener esperanzas de obtener la victoria (Ef. 6:11, 13).
4. Tampoco somos capaces de desarmar a la muerte de su aguijón.
5. El Hijo de Dios puede y quiere liberarnos:
a) Él vino al mundo para darnos la libertad (Is. 61:1).
b) Él ha pagado con Su propia vida el precio de la redención (1 P. 1:13, 19).
c) Él también ha sido comisionado para librarnos por medio de su poder (Lc. 12:20–22).
d) Él nunca negará esta bendición al alma que tenga fe en su Persona (Jn. 12).
III. ¡Qué gloriosa libertad podemos obtener!
1. Él nos libertará de toda esclavitud:
a) La ley nunca podrá maldecimos (Ro. 8:1).
b) El pecado será vencido dentro de nosotros (Ro. 6:6, 14).
c) Satanás también será sometido al Señor Jesús (Ro. 16:20).
d) La muerte no será ya más nuestro enemigo (1 Co. 15:55)
2. Él nos introducirá a un estado de perfecta libertad:
a) Cristo nos dará un espíritu de adopción (Ro. 3:15).
b) Él hará los deberes más difíciles con todo placer (Sal. 119:32).
c) Él no confinará sus bendiciones a esta vida presente.
CONCLUSIÓN:
—«Estar en Cristo es el secreto de nuestra vida.
—Estar por Cristo es el significado de nuestra actividad.
—Estar con Cristo es la esperanza de nuestra gloria» (Obispo Thorold).
«Debemos esforzarnos por ser pacientes con los defectos y flaquezas de los demás, cualesquiera que éstos sean, pues nosotros también tenemos muchas fallas que otros deben soportar. ¡Con qué poca frecuencia medimos y pesamos a nuestro vecino en la misma balanza que a nosotros mismos!» (Thomas Kempis).