Peticiones no contestadas
Peticiones no contestadas
Santiago 4:1-3
Pedimos mal: 4.1-3 Los conflictos, los pleitos y las disputas entre los creyentes hacen mucho daño no solamente a los mismos hermanos, pero a la obra de Dios por igual. La Biblia dice que esas rencillas son el fruto de los malos deseos que luchan en nuestro interior: queremos más bienes, más dinero, mejor nivel social, y que se nos reconozca aun mucho más por lo que hacemos. Cuando nos empecinamos en satisfacer esos deseos, luchamos y hacemos cualquier cosa con tal de lograrlo. En lugar de apoderarnos con violencia de lo que anhelamos, debemos someternos a Dios, pedirle que nos ayude a deshacernos de nuestros deseos egoístas y a confiar en que Él nos dará lo que de veras necesitamos.
La Biblia menciona los problemas más comunes en la oración: no pedir, pedir las cosas erróneas y pedir por razones equivocadas. ¿Después de todo, habla usted con Dios? Cuando lo hace, ¿acerca de qué habla? ¿Pide solo para que Dios le conceda sus deseos? ¿Busca la aprobación de Dios en lo que ya planeó hacer? Sus oraciones llegarán a tener poder cuando permita que Dios cambie sus deseos para que correspondan perfectamente con su voluntad para usted (1 Juan 3.21, 22).
No hay nada malo en querer una vida placentera. Dios nos da buenos dones para que los disfrutemos (1.17; Efesios 4.7; 1 Timoteo 4.4, 5). Pero tener amistad con el mundo implica buscar placer a expensas de los demás o a expensas de obedecer a Dios. El placer que impide que agrademos a Dios es pecado; el placer que procede de la abundante generosidad de Dios es bueno.
La cura para los malos deseos es la humildad (véanse Proverbios 16.18, 19; 1 Pedro 5.5, 6). El orgullo nos hace egocéntricos y nos lleva a pensar que tenemos derecho a todo lo que podemos ver, tocar o imaginar. Crea apetitos codiciosos de obtener más de lo que necesitamos. Podemos ser librados de nuestros deseos egocéntricos al humillarnos delante de Dios, tomando conciencia de que lo único que necesitamos es su aprobación. Cuando su Espíritu Santo nos llena, nos damos cuenta de que las atracciones seductoras del mundo son solo sustitutos baratos en comparación con lo que Dios nos ofrece.
Constantemente debemos confesar nuestros pecados debido a que seguimos haciendo el mal. Pero la confesión requiere que escuchemos a Dios y deseemos dejar de hacer lo que no le agrada. David confesó su pecado y oró: «Líbrame de los pecados que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias». Si nos negamos a arrepentirnos, si abrigamos y acariciamos ciertos pecados, se levanta un muro entre nosotros y Dios. Quizás no podamos confesar todos los pecados que cometimos, pero nuestra actitud hacia la vida debe ser de confesión y obediencia.
Entre las cosas que pueden bloquear la oración eficaz está el pecado continuo en la vida del creyente (Sal 32).
«Pedir con fe, sin dudar nada» quiere decir que no solo creemos en la existencia de Dios, sino en su amoroso cuidado. Eso incluye depender de Dios y confiar en que Él oirá y responderá a nuestras oraciones. Debemos poner a un lado nuestras actitudes críticas cuando nos dirigimos a Él. Dios no garantiza que ha de responder a nuestra desconsideración o egoísmo. Debemos tener la confianza que Dios armonizará nuestros deseos con su propósito.
Una mente inestable no está plenamente convencida de que el método de Dios es el mejor. Trata la Palabra de Dios como un consejo humano cualquiera y se queda con la opción a desobedecer. Vacila entre la lealtad a sus sentimientos subjetivos, los conceptos del mundo y los mandamientos de Dios. Si su fe es nueva, débil o de mucho esfuerzo, recuerde que usted puede confiar en Dios. Luego sea leal a Él. A fin de estabilizar sus fluctuaciones y dudas mentales, ríndase por completo a Dios.
Dudar de la Palabra: Si usted ha tenido la oportunidad de ver a menudo el vaivén constante de las olas gigantescas del mar, sabe cuán inquietas son, sujetas a las fuerzas del viento, de la gravedad y de la marea. La duda lo deja a uno tan vacilante como las olas movidas de un lado para otro. Si usted quiere evitar que se le trate así, crea que Dios sabe qué es lo mejor para usted. Pídale sabiduría, y confíe en que Él se la dará. Al hacerlo, sus decisiones serán confiables y seguras.
Repeticiones vanas: Muchos cristianos creen que repetir las mismas palabras una y otra vez, como arte de magia, hará que Dios les oiga. No es erróneo acercarnos a Dios con la misma petición; Jesús nos anima a que elevemos oraciones persistentes. Pero condena las repeticiones triviales que no se elevan con un corazón sincero. Nunca se ora demasiado si nuestras oraciones son sinceras.
Desobediencia a la Palabra: Dios no escucha nuestras oraciones si intentamos volver al pecado en cuanto levantamos las rodillas del piso. Sin embargo, si queremos abandonar el pecado y seguir a Dios, nos escuchará gustoso por grave que haya sido el pecado. Lo que cierra sus oídos no es la seriedad del pecado, sino la secreta intención de volverlo a hacer.
De veras quieres que tus peticiones sean contestadas? Entonces repita conmigo "Padre nuestro que estas en los cielos... Hagase tu voluntad........
en la tierra como en el cielo............ Amen.