La Tumba Vacía
Introducción
1. Jesus venció la muerte por nosotros
Una Observadora abrumada
2. Jesus se levanto en gloria por nosotros
Dos observadores cuidadoso - Dt. 19:15
El cuerpo de Jesús es diferente. Él simplemente atravesó esas vestiduras de la misma forma en que atravesó puertas en Juan 20:19 y 26. “Y estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos.” (Juan 20:26) Pero en el mismo momento en que entraba en la habitación, de una forma imposible para un cuerpo ordinario, dice al escéptico Tomás: “Acerca aquí tu dedo, y mira mis manos; extiende aquí tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” (Juan 20:27) Era un cuerpo físico que podía reconocerse y tocarse. Y Lucas nos dice que él comió pescado después de haber resucitado. (Lucas 24:43)
¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él.
(1 Tesalonicenses 4:14)
Y la historia del evangelio no es sentimental o escapista. De hecho, el evangelio toma el mal y la pérdida muy en serio, porque dice que no podemos salvarnos a nosotros mimos. Lo único que puede salvarnos es la muerte del mismísimo Hijo de Dios. Pero el “final feliz” de la resurrección histórica es tan grande que supera incluso el dolor de la Cruz. Es tan grande que aquellos que creen en ella pueden, desde ese momento, enfrentarse al dolor y a la fragmentación de la vida. Si no creemos en el evangelio, quizás lloremos de alegría con el final feliz de alguna que otra historia inspiradora, pero la magia pronto desaparecerá, porque nuestras mentes nos dirán “la vida no es realmente así”. Pero si creemos el evangelio, nuestros corazones poco a poco irán sanando incluso en medio de los momentos más oscuros pues sabremos que la vida es así. ¡Todo gracias a Él! Entonces nuestras penas, las discatástrofes que conocemos, serán devoradas por la gracia milagrosa de los propósitos de Dios. “La muerte ha sido devorada por la victoria. […] ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”
(1 Corintios 15:54 y 57).