NAVIDAD: !GLORIA A DIOS!
GLORIA A DIOS
«Y había pastores en la misma tierra, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su ganado. Y he aquí el ángel del Señor vino sobre ellos, y la claridad de Dios los cercó de resplandor; y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis; pues he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Y esto os será por señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, echado en un pesebre. Y repentinamente fue con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, que alababan a Dios, y decían: Gloria en las alturas a Dios, y en la Tierra paz, buena voluntad para con los hombres» (Lc. 2:8–14).
INTRODUCCIÓN: ¡Qué salutación! ¡Cómo han de haberse animado los corazones de los pastores! Desde las profundidades de las tinieblas de la esclavitud romana, y la esclavitud del pecado, vieron una luz, un rayo de esperanza; un fanal de gracia, un faro de dirección. ¡Cuántos cambios se derivan de él! (Anécdota: en un pequeño pueblo del río Congo, en África, hace algunos años vivía mucha gente infeliz. Eran ignorantes, no sabían leer ni escribir, y sus hogares eran unas inmundas cabañas de adobe. Después vinieron algunos misioneros, quienes hablaron a este pueblo infeliz acerca del Salvador que vino desde el Cielo para salvar a los pecadores y para traer gozo a los corazones de los hombres. Los nativos al principio pensaron que estos hombres eran muy chistosos; pero estos ignorantes paganos escucharon la historia que los misioneros les relataron. Dios bendijo de tal manera el testimonio de ellos, que prácticamente todos los de aquella aldea creyeron en Cristo como su Salvador e inmediatamente muchos cambios se verificaron en los corazones y en los hogares de aquellos paganos, de tal modo que las personas que los conocían y conocían su aldea, a duras penas podían reconocerlos. Un día los habitantes del pueblo se reunieron y decidieron llamar a su aldea: «Pueblo del Gozo», para decir al mundo cuán felices eran desde que habían recibido a Jesucristo como su Salvador).
Esto es sólo un ejemplo de las transformaciones que el Evangelio puede verificar. En Navidad, podemos visitar «Pueblos del Gozo» en diferentes tiendas en las grandes ciudades; pero cada verdadero creyente en Cristo puede vivir siempre en el «Pueblo del Gozo».
I. Fidelidad de Dios
En este acontecimiento se manifiesta la completa fidelidad de Dios al cumplir sus promesas. Los patriarcas ya no existían, la grandeza de Israel se había esfumado, la amarga esclavitud había suplantado a las benéficas bendiciones de Jehová. La gloria del Shekinah ya se había alejado del templo. Los sacerdotes, los levitas, los sacrificios diarios que ofrecían casi cada hora, eran un remedio de lo que habían sido en un tiempo las oblaciones de una nación que había estado cara a cara con Jehová de los ejércitos. El área del templo todavía se llenaba de multitud de peregrinos; pero no descendían del Cielo fuegos milagrosos para consumir los sacrificios de un pueblo. El mundo había envejecido por causa del pecado. Los corazones de los hombres desfallecían, hasta los fieles casi habían perdido la esperanza. Unas cuantas almas todavía esperaban «la gloria de tu pueblo Israel». Los templos del paganismo estaban vacíos. En esta condición de aflicción, desolación, obscuridad, y muerte brilló por primera vez la estrella de Belén. Dios reinaba aún y sus promesas se cumplirían.
1. Aquí se nos muestra la verdad de una Providencia gobernante: «Mas tú, Belén Ephrata, pequeña para ser en los millares de Judá, de ti me saldrá el que sera Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo». (Mi. 5:2). Belén iba a presenciar el nacimiento del Mesías. Aun el gran Imperio Romano iba a realizar el plan de Dios. El poderoso emperador romano, sentado en su trono en la ciudad de las siete colinas en el Tíber, estaba sometido al mandato de Dios. Él no lo sabía, no lo imaginaba. Sin embargo, con toda su grandeza y pompa, el César iba a ser, en el juego del Cielo, un instrumento, un títere para ser movido por los cordones que estaban en la mano del Todopoderoso. Belén había sido profetizada en las Sagradas Escrituras. A Belén debía ir la doncella judía. El mesón lleno de gente, y el pesebre esperaban pacientemente su carga sagrada. La Belén de David iba a ser honrada sobre todas las poderosas ciudades de la Tierra. El Cielo iba a albergarse en donde el arpa de David había sonado por primera vez con acordes inspirados divinamente.
2. «Gloria en las alturas a Dios»: éste es el tema de todos los siglos. Con cuánta frecuencia y cuán completamente deben llenar nuestros labios estas palabras maravillosas, ya que el Niño del pesebre vino a nosotros, vino por nosotros, y para librarnos de nuestros pecados, y para darnos salvación …
—«Gloria en las alturas a Dios», por revelar su carácter misericordioso. ¡Qué Dios tenemos! Un mundo sumido en el pecado, hombres viviendo en completa desobediencia, y menospreciando la voluntad de Dios, manifestando su odio del Cielo, exhibiendo sus caminos egoístas, mancillando la Tierra, y a pesar de ello en el corazón de Dios no encontramos más que amor, interés, compasión. El poder de Dios había sido conocido como había sido conocida su rectitud, su justicia, su ira. Sin embargo se necesitó la primera Navidad para revelar el amor de Dios. El mundo necesitaba y necesita esa seguridad. Hay demasiado odio, sufrimiento y desigualdad. ¿Dónde, sino en Belén, podríamos encontrar una garantía de la misericordia de Dios puesta en la balanza para evitar que el mundo se hundiera en completa locura?
—«Gloria a Dios», porque proporcionó la redención del hombre: «Porque la vida de la carne en la sangre está: Y yo os la he dado para expiar vuestras personas sobre el altar: por lo cual la misma sangre expiará la persona» (Lv. 17:11). Aquí tenemos al Dios encarnado en forma de un infante ofreciéndose por las almas de los hombres. Aquí está el antitipo de todos los tipos mosaicos. Los hombres hablan del Calvario, y con razón, Belén es el principio de él … «Gloria a Dios» terminó con: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». No podría haber habido Gólgota sin el pesebre. Pablo habló, diciendo: «Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley. Para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos» (Gá. 4:4, 5). La encarnación y la propiciación están aquí. El nacimiento virginal y la redención están específicamente declarados, entrelazados, comprendidos el uno en la otra. La redención no es ningún accidente. La cruz proyecta su sombra sobre el cuerpo del Niño envuelto en pañales.
II. Glorioso en la reconciliación
1. «Gloria a Dios», por haber reconciliado los hombres a sí: «Por cuanto agradó al Padre que en el habitase toda plenitud. Y por él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de su cruz, así lo que está en la Tierra como lo que está en los cielos. A vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos de ánimo en malas obras, ahora empero os ha reconciliado». (Col. 1:19–21). «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto es de Dios, el cual nos reconcilió a sí por Cristo; y nos dio el ministerio de la reconciliación. Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación. Así pues, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co. 5:17–21).
a) La paz era el propósito del Altísimo: la paz era inconcebible sin la mediación de Cristo Jesús. El Hijo de Dios derribó las montañas de pecado que estaban entre Dios y el hombre, e hizo un puente sobre los ríos de iniquidad, abolió los mares de transgresión que separaban de Dios al hombre. Aquí estaba el comienzo del cambio del cual habló el profeta Isaías cuando dijo: «Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará por él inmundo; y habrá para ellos en él quien los acompañe, de tal manera que los insensatos no yerren. No habrá allí león, ni bestia fiera subirá por él, ni allí se hallará, para que caminen los redimidos. Los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas: y retendrán el gozo y alegría, y huirá la tristeza y el gemido» (Is. 35:8–10).
b) Los hombres cargados con sus pecados, doblados bajo el peso de sus aflicciones, deben comenzar aquí en el camino hacia la gloria eterna … En las manos regordetas de un niño judío, Jehová había puesto su honor tanto como el destino de todos los hombres. Aquellas manecitas, después endurecidas por el trabajo del carpintero, abrirían las puertas de la tumba, privando de su presa a los fuertes.
2. «Gloria a Dios», porque envió a su Hijo unigénito, el Señor de la vida, para rescatarnos del pecado y de la muerte. Los planes y las fantasías, las religiones los ritos, los altares humeantes, las hecatombes ardientes, los sacrificios sangrientos, todos ellos no sirven de nada. El infierno alargó sus fronteras para tragarnos; pero Emmanuel intervino, y como Sansón arrancó las puertas de Gaza, Jesucristo ha de destruir las puertas del infierno.
III. Destruirá las puertas del infierno
Ninguno sino Jesucristo podría haber logrado esto. De ninguna manera, excepto por su presencia encarnada sobre la Tierra podría Él haber hecho el trabajo requerido. Todo esto comenzó en Belén. ¡Qué tremendo choque de aflicción, qué grito de dolor tiene que haberse levantado de Topheth! El dominio de Satanás fue retado hasta la muerte. El hombre no tendría que enfrentarse más, sin ayuda, con el adversario.
1. «Gloria a Dios», por hacer que su salvación sea accesible a todos los hombres: «Mas ¿qué dice? Cercana está la Palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; mas con la boca se hace confesión para salud. Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado» (Ro. 10:8–11). «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo». Jesucristo dijo más tarde: «El que me ha visto ha visto al Padre». Necesitábamos a éste que fue «tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (He. 4:15).
a) La teología es buena pero no suficientemente buena: la filosofía es demasiado elevada para la mayor parte de nosotros. Los debates de los seminaristas sobre los detalles de la revelada palabra de Dios con frecuencia nos dejan enervado el corazón y sin conmovernos. Necesitamos algo más allá de la metafísica, algo a lo cual podemos asirnos: necesitamos al Cristo de Dios.
b) No hay necesidad ya de una pérdida eterna: ha nacido un Salvador. ¿Por qué vivir llenos de temor? ¿Por qué morir en la desesperación? Aquí está el Mediador, el Sumo Sacerdote de nuestra posesión. Aquí está Cristo, el Mesías, el Ungido. Los judíos ven el cumplimiento de las profecías. Los gentiles ven la pared intermedia derribada.
2. «Gloria a Dios», pero ¿cómo? ¿Qué se espera de nosotros? Aquí está el mensaje de Navidad y la apelación de él. ¿Hay algún pecado en su pasado que usted no ha confesado a Dios? De rodillas inmediatamente debe ponerse usted. Su pasado debe quedar olvidado y usted debe ser limpiado. ¿Hay algo en su vida que es dudoso, algo que usted no puede clasificar como bueno o malo? Aléjese de ello. No debe haber ni una nube entre usted y Dios. ¿Ha perdonado a todos? Si no, no espere el perdón de sus propios pecados. Haga lo que el Espíritu le indique hacer en obediencia completa al Espíritu.
CONCLUSIÓN: ¿Ha seguido usted a Jesús de todo corazón? ¿Se ha llegado hasta los pies del Cristo niño? ¿Lo ha entronado usted como su Señor y Maestro? Si lo ha hecho, puede entonces celebrar la Navidad. ¡Que ahora el Dios de toda gracia os dé los días más gloriosos y felices, y más fructíferos de toda vuestra vida! Amén.