Jesus y la Mujer Samaritana 2
Introduccion
Sicar. Es probable que este pueblo corresponda al actual Askar, ubicado en la ladera del Monte Ebal, al otro lado del Monte Gerizim. Según la tradición, el pozo de Jacob se encuentra a menos de 1 km al S de Askar.
Después de Jerusalén, hay pocos lugares de Palestina que hayan estado relacionados de tal forma con la historia bíblica. Aquí, Dios se apareció por primera vez a Abraham (Génesis 12:6). Aquí habitó Jacob tras su regreso de Padan-aram y aquí se produjo la desdichada historia de Dina y el consiguiente asesinato de los siquemitas (cf. Génesis 34:2, ss.). Aquí, los hermanos de José apacentaban sus rebaños cuando Jacob le envió sin adivinar que no volvería a verle en muchos años (cf. Génesis 37:12). Cuando Israel hizo su toma de posesión de la tierra de Canaán, esta era una de las ciudades refugio (cf. Josué 20:7–8). Aquí reunió Josué a todas las tribus cuando se dirigió a ellas por última vez (cf. Josué 24:1). Aquí fueron sepultados los huesos de José y de todos los patriarcas (cf. Josué 24:32; Hechos 7:16). Aquí se produjeron los principales acontecimientos de la historia de Abimelec (cf. Jueces 9:1 ss.). Aquí se reunió Roboam con las tribus de Israel tras la muerte de Salomón y dio la respuesta que dividió su reino en dos (cf. 1 Reyes 12:1). Aquí habitó Jeroboam en primera instancia cuando fue coronado rey de Israel (cf. 1 Reyes 12:25). Y finalmente, cerca de Siquem se encontraba la propia ciudad de Samaria y los dos montes de Ebal y Gerizim, donde se recitaron solemnes bendiciones y maldiciones tras la entrada de Israel en Canaán (cf. Josué 8:33). Es difícil imaginar un vecindario más interesante que este. Dondequiera que mirara el ojo de un viajero cansado, encontraría algo que le recordara la historia de Israel.
9 Entonces la mujer samaritana le dijo*: ¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Porque los judíos no tienen tratos con los samaritanos.)
9 La mujer se sorprendió, ya que los judíos rechazan todo trato con los samaritanos. Entonces le dijo a Jesús:
—Usted es judío, y yo soy una mujer samaritana. ¿Por qué me pide agua para beber?
9 Entonces la mujer Samaritana Le dijo: “¿Cómo es que Tú, siendo Judío, me pides de beber a mí, que soy Samaritana?” (Porque los Judíos no tienen tratos con los Samaritanos.)
9 Pero como los judíos no usan nada en común con los samaritanos, la mujer le respondió:
—¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?
Pero había todavía otra barrera más que Jesús elimina en esta ocasión. La Samaritana era una mujer. Los rabinos estrictos tenían prohibido hablar con una mujer fuera de casa. Un rabino no podía hablar en público ni siquiera con su mujer, o con su hermana o hija. Había fariseos a los que llamaban graciosamente «los acardenalados y sangrantes» porque cerraban los ojos cuando iban por la calle para no ver a las mujeres y se chocaban con las paredes y las esquinas. Para un rabino, el que le vieran hablando con una mujer en público era el fin de su buena reputación. Pero Jesús no respetó esa barrera; ni por tratarse de una mujer, ni porque fuera samaritana, ni porque hubiera nada vergonzoso en su vida. Ningún hombre decente, y mucho menos un rabino, se habría arriesgado a que le vieran en tal compañía, y menos en conversación con ella. Pero Jesús sí.
Para un judío esta sería una historia alucinante. Aquí estaba el Hijo de Dios, cansado, débil y sediento. Aquí estaba el más santo de los hombres, escuchando con simpatía y comprensión una triste historia. Aquí estaba Jesús pasando las barreras de la raza y de las costumbres ortodoxas judías. Aquí tenemos el principio de la universalidad del Evangelio; aquí está Dios, no en teoría, sino en acción.