La promesa del Espiritu Santo
Una promesa: una persona.
1. Promesa hecha por Jesus
Que esperasen. Cf. Luc. 24:49. La tarea que aguardaba a los discípulos no podía llevarse a cabo empleando sólo medios humanos. Debían esperar (1) hasta el momento designado, (2) en el lugar designado, en Jerusalén, el sitio de mayor peligro y de mayores oportunidades. Los discípulos debían esperar y no irse a pescar, como lo habían hecho Pedro y algunos otros poco antes (Juan 21:3).
Debía haber (1) una expectativa reverente del gran poder de Dios; (2) un profundo anhelo de recibir ese poder y de estar preparados para recibirlo; y (3) una oración ferviente y unánime para que Dios cumpliera su promesa.
La promesa del Padre. Es decir, la promesa del don del Espíritu Santo (Juan 14:16; 16:7–13).
Juan ciertamente bautizó. Juan el Bautista (Mat. 3:1–11).
Con el Espíritu Santo. Esa clase de bautismo había sido prometida por Juan el Bautista (Mat. 3:11). La promesa (Hech. 1:4) era de un bautismo no con agua (ver com. Mat. 3:6, 11), sino con el Espíritu, “no muchos días” después de que la promesa fuera dada, es decir, en Pentecostés.
2. La condición para recibirla
Perseveraban unánimes. Es notable el contraste con el espíritu de rivalidad manifestado durante la última cena (Luc. 22:24). ¡Cuán diferente por su calma y solemne gozo fue este período de espera! Aquí comenzó el espíritu de unanimidad que dio resultados tan maravillosos pocos días más tarde (Hech. 2:1, 41).
En oración. Gr. tē proseujḗ, “en la oración”. Estas palabras pueden interpretarse por lo menos en dos formas: (1) “en oración”, o (2) “en el lugar de oración”, sentido que tienen las mismas palabras en otro pasaje (cap. 16:16). Algunos comentadores sugieren que los discípulos no permanecieron siempre en el aposento alto, sino que iban de vez en cuando al templo, y que tales visitas están incluidas en el significado de Luc. 24:53: “y estaban siempre en el templo”.
Y ruego. La evidencia textual establece (cf. p. 10) la omisión de estas palabras. Sin embargo, permanece el hecho de la unanimidad en la oración de los discípulos. Durante los días antes de Pentecostés, los 120 (vers. 15) reverentemente suplicaron que se cumpliera la promesa de que vendría el Espíritu, el Consolador (Juan 14:16), con poder (Hech. 1:8) “dentro de no muchos días” (vers. 5; cf. HAp 29–30).