Una iglesia naciente II

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Raíces Milleritas

Alrededor del año 1840 muchos predicadores proclamaron la pronta venida de Cristo en Europa y otras partes del mundo. Muchos ubican el comienzo del movimiento misionero con la llegada de William Carey a la India en 1793. Seguido a esto se establecieron Sociedades Misioneras en Londres, en Nueva York. Las sociedades bíblicas se multiplicaron desde 1804 hasta 1840.
La Biblia entera o en partes fue traducida a 112 idiomas y dialectos entre 1800 y 1844. Más traducciones que las que se habían hecho en los 18 siglos anteriores.
Hubo varios reavivamientos en diferentes áreas. Robert Raikes inició el Movimiento de las Escuelas Dominicales en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Se establecieron escuelas similares en Nueva York y Bostón en 1816.
Charles Grandison Finney y la temperancia. Thomas Gallaudet y Samuel Gridley campañas a favor de la educación.
Louis Dwight, de Bostón habló por un mejor trató en las prisiones.
Sylvester Graham, reformador de la salud. Edward Hitchcock y Reuben Mussey promovieron un régimen de salud más completo.
Vincent Priessnitz, descubrió accidentalmente la hidroterapia. Mujeres reformadores a favor de los derechos de las mujeres.
Reformadores en favor de la abolición de la esclavitud principalmente en manos de los Cuáqueros. Entre otros reformadores más.
Sin embargo, el punto central era que todo esto tenía tintes religiosos, y ese sería el punto central del reavivamiento en el mundo, aunque tuvo su mayor impacto en Norteamérica.
Un laico bautista llamado William Miller (1782 - 1849) desempeñó un papel primordial en los comienzos del adventismo en Norteamérica.

William Miller

Nacido en un hogar cristiano, abandonó sus convicciones religiosas en favor del deísmo durante los primero años del siglo XIX.
En los Estados Unidos, el reavivamiento subsiguiente fue conocido con el nombre del Segundo Gran Reavivamiento.
Miller estuvo entre los que volvieron a creer en la Biblia durante el Reavivamiento.
Su escepticismo duró toda la guerra de 1812 donde escaló hasta Capitán. Pero al ver morir a sus camaradas, comenzó a reevaluar su vida personal y el significado de la vida en general.
Debido a ello Miller se convirtió en un estudiante de la Biblia particularmente celoso.

Cómo utilizaba Miller la Biblia

Se lo consideraba un intelectual dentro del deísmo, al convertirse en 1816 se volvió literalmente un hombre de un solo libro: la Biblia. Para esa fecha dijó él “Las Escrituras se convirtieron en mi deleite, y en Jesús encontré a un amigo” (A&D 5).
Su forma de estudiar la Biblia era metódico y sistemático. Su método de estudio de la Biblia fue comparar escritura con escritura. “Comencé con el Génesis - escribió Miller - y leí versículo por versículo, y no avanzaba hasta que el significado de los distintos pasajes se me revelaba, liberándome de mi aflicción...” (A&D 6).
Utilizando sólo una concordancia de Cruden avanzaba al siguiente texto solo cuando entendía el anterior. Cuando llegaba a un pasaje obscuro, lo comparaba con el contexto, además examinaba todos los pasajes bíblicos donde se encontraban las mismas palabras relevantes que había encontrado en la sección dudosa (A&D 6).
Miller desarrolló una serie de reglas bien meditadas para interpretar las Escrituras. Sus reglas se podían clasificar en dos grupos:
Las primeras cinco tenían que ver con los principios generales de la interpretación de las Escrituras, mientras que las últimas nueve se referían de forma más específica a la interpretación profética.
En la médula de los principios generales de la interpretación de Miller, se encontraba la idea de que “Toda la Escritura es necesaria” e iba más allá, tenía la convicción de que Dios le revelaría su voluntad a todo aquel que con fe la buscara (MCr, 17 de noviembre de 1842, 4).
Los criterios de Miller con respecto a la interpretación de las profecías se apoyaba en los conceptos expresados en sus reglas generales. Recomendó que se siguiera el mismo proceso comparativo, que no se forzara al texto, sino que permitiera que la misma Escritura explicara los símbolos. Luego dijo, que los estudiantes de las profecías necesitan comparar los acontecimientos de la historia secular con las interpretaciones proféticas (ibíd).
De esta forma dijo Josías Litch (el más destacado erudito millerita y pastor metodista), “con este método simple, sencillo, cualquier individuo[…] podrá entender la Palabra de Dios sin la ayuda de ningún tipo de autoridades expertas” (AShield, mayo 1844, 90).
Durante dos años (1816 - 1818), Miller estudió su Biblia intensamente con esta metodología. Finalmente, llegó a “la solemne conclusión […] de que en alrededor de veinticinco años desde aquella fecha [o sea, en 1843] todos los asuntos de nuestro estado presente llegarían a su fin”, y Cristo regresaría (A&D 12).

Miller y la segunda venida

Miller no era el único que se interesaba en las profecías que hablaban del regreso de Jesús. El gran caos desatado por la Revolución Francesa alrededor de 1790 fue factor clave para llevar a los estudiantes de la Biblia a concentrarse en las profecías de Daniel y Apocalipsis tales como Joachim de Floris, Daniel Whitby (postmilenialista inglés). Los eruditos emplearon en la profecía la idea de que un día equivale a un año (Núm. 14:34; Eze. 4: 5, 6), así como un enfoque historicista también. Este enfoque consideraba que las profecías tenían un punto de partida en la vida del profeta y se extendían hasta el fin del tiempo según se revela en Daniel 2, 7 y 8.
A los eruditos les llamó especialmente la atención del período profético de los 1.260 días de Daniel 7:25; 12:7 y de Apocalipsis 11:3; 12:6, 14; 13:5 y la profecía de Daniel 12:4 que afirmaba que el libro de Daniel debía permanecer sellado “hasta el tiempo del fin”.
Con todo eso, los eruditos llegaron al convencimiento de que al concluir el período profético de los 1.260 días/años daría inicio el “tiempo del fin” mencionado en Daniel 12:4.
Gran número de eruditos fijó esa fecha alrededor de 1790, Miller creía que el tiempo del fin había comenzado el 15 de febrero de 1798, cuando el general francés Berthier “entró en Roma al frente del ejército francés […] depuso al papa y abolió el gobierno papal (ESH [1836], 74).
Debido a ello al inicio del siglo XIX hubo mucho interés en el estudio de las profecías bíblicas. Fuer publicado un gran número de libros acerca del tema. Como creían se había resuelto satisfactoriamente los 1.260 días de Daniel 7, los estudiosos de las profecías se dedicaron a tratar de resolver el enigma de los 2.300 días de Daniel 8:14.
LeRoy Froom ha documentado el hecho de que más de 65 expositores en cuatro diferentes continentes, en el período entre 1800 y 1844, predijeron que la profecía de los 2.300 días se cumpliría alrededor de los años 1843 y 1847. Entre ellos Johan Petri, pastor calvinista alemán quizás el primero en ver relación entre Daniel 9 y Daniel 8. Hans Wood (Alemania), Daniel Wilson (Australia), Manuel Lacunza (España y la América española), John A. Brown y William Cunninghame (Gran Bretaña), Lewis Way y Henry Drummond (creyentes ingleses, éste último un banquero rico que renuncia y se dedica al servicio cristiano), Joseph Wolff (Alemán, Roma, Inglaterra favorito del papa, entró en conflicto por dar muerte a los herejes, fue expulsado de roma, hablaba 14 idiomas), Edward Irving (Escocia, leyó una obra de Lacunza en 1826 y junto con otros dos organizó la Sociedad para la investigación de la profecía). Y muchos otros más en otros países como Ginebra, otros más en Alemania, Escandinavia, Suecia, Australia, que por tiempo ya no los mencionaré (Portadores de Luz, cap. 2).
A pesar de todo el interés en el Viejo Mundo en torno a la Segunda Venida no se unificó un grupo, ni ningún movimiento, ¿por qué? No era el lugar, la profecía ya había dicho en qué lugar debía originarse el movimiento.
Estados Unidos tenía también sus exponentes que cifraban la profecía entre 1843 y 1847. William C. Davis, pastor presbiteriano (1847), Joshua L. Wilson y Alexander Campbell, entre otros.
Sin embargo, aún cuando existía un consenso general acerca del tiempo cuando la profecía habría de cumplirse, había diversas opiniones de lo que iba a suceder en aquel momento.
Algunos por ejemplo afirmaban que al finalizar los 2.300 días, implicaba el regreso de los judíos a Palestina, mientras que otros lo interpretaban como inicio del juicio final, la caída del islamismo, el inicio del milenio, la purificación de la iglesia, la restauración de la verdadera adoración, o el inicio del Armagedón (LeRoy Froom, The Prophetic Faith of our Fathers, t. 4, 405).
Miller, aún cuando estaba de acuerdo acerca del tiempo, “alrededor de 1843”, tenía sus propias ideas acerca del suceso. Daniel 8:14 (“Hasta 2300 días y el santuario sería purificado”), presentaba tres símbolos que debían ser presentados.
El tiempo ya lo tenía, ahora necesitaba demostrar que entendía él por “santuario” y “purificación”.
Miller presentó sus ideas en un folleto de 16 páginas que llevaba por título Letter to Joshua V. Himes, on the Cleansing of the Sanctuary. Este folleto es importante no sólo por sus conclusiones sino porque ilustra la metodología que lo hizo llegar a ellas.
Primero, Miller se pregunta, qué es el santuario. Enumera siete cosas llamadas santuario que ha encontrado: Jesús, el cielo, Judá, el Templo de Jerusalén, el Lugar Santísimo, la tierra y la iglesia.
Luego comienza a eliminar aquellas que no encajan en el posible cumplimiento de Daniel 8:14 en la época de 1840 recuerden: no era “Jesús porque el no necesitaba ser purificado”. No es “el cielo, porque no es algo inmundo”, y así continúa. Miller finalmente concluye que “solamente hay dos cosas adicionales, que pueden ser llamadas santuario, que pudieran, o que necesitarían ser purificadas: y estas son la TIERRA y la IGLESIA” (pp. 1-8).
“La siguiente pregunta que le surgió es, ¿Cómo será purificada la tierra? Mi respuesta es: mediante fuego, según 2 Pedro 3:7 afirmó Miller.
La pregunta final de Miller tenía que ver con el tiempo en que la tierra y los impíos habrían de ser destruídos mediante el fuego. “Mi respuesta: Cuando el Señor regrese” (pp. 9-13).
Por lo tanto, llegó a la conclusión de que Cristo regresaría al final de los 2.300 días, “alrededor de 1843”. Su corazón se llenó de gozo.
Miller creía en el regreso visible, literal, premileniarista de Jesús en las nubes de los cielos.
Pero también era muy consciente de que su conclusión de que Cristo regresaría al comienzo del milenio de Apocalipsis 20 iba totalmente en contra de la teología casi universalmente aceptada en sus días, que sostenía que Cristo regresaría al final del milenio.
La contribución de Miller a la teología del momento consistió en su afirmación de que Jesús regresaría al principio del período de los mil años, en vez de hacerlo al final del mismo. Esta doctrina no era algo nuevo.
Había sido la idea predominante durante los dos o tres primeros siglos de nuestra era y, aunque había dejado de tener relevancia durante la Edad Media, se revitalizó durante la época de la Reforma.
Sin embargo, para fines del siglo XVIII y principios del XIX, la interpretación postmileniarista se había afianzado fuertemente, hasta el punto de desplazar por completo al premileniarismo del ambiente religioso norteamericano.
“Por lo tanto - escribió - temía presentarla [su conclusión], por si cabía alguna posibilidad de que yo hubiese cometido algún error, y para no engañar a nadie” (A&D 13).
Debido a sus temores Miller dedicó otros cinco años (1818 - 1823) a reexaminar su Biblia y a evaluar todas las posibles objeciones a sus conclusiones.
Como resultado se sintió más seguro que nunca de que Cristo vendría alrededor de 1843.
Fijar fechas no era algo novedoso en Norteamérica. Algunos destacados teólogos habían establecido fechas para el comienzo del milenio. Jonathan Edwards había señalado el año 1866; Cotton Mather sugirió 1697, luego 1716 y finalmente el año 1736. Sin embargo, no habían logrado llamar la atención del público, algo que Miller si logró.
Su popularidad probablemente se debió en parte a la precisión numérica de sus cálculos proféticos (era muy exacto en ellos) y dos, debido a que los predicadores del momento se entregaban por entero con gran entusiasmo.
Durante nueve años (1823 - 1832) Miller continuó estudiando su Biblia. Cada vez se sentía más convencido de compartir sus descubrimientos acerca de la ruina inminente.
Lo asediaba continuamente una voz que le decía “Ve y cuéntale al mundo de su peligro”. Hizo todo lo que pudo para evitar la convicción que sentía (A&D 15, 16).
Finalmente,, “hizo un pacto solemne con Dios” de que, si Dios despejaba el camino, él cumpliría su deber”. Fue más concreto y prometió que si recibía una invitación para hablar en público en cualquier lugar, iría y enseñaría acerca de la segunda venida del Señor (A&D 17).
“Instantáneamente - escribió - toda mi carga se esfumó; y me regocijé en que probablemente no recibiría ningún llamamiento, dado que nunca antes se me había hecho una invitación así” (A&D 17).
Sin embargo, para sorpresa y consternación de Miller, media hora después de haber hecho su pacto con el Señor recibió su primera solicitud para predicar sobre el segundo advenimiento. Se enojó consigo mismo por haber hecho ese pacto. Se rebeló contra el Señor, tomó la determinación de no ir. Se salió airadamente de su casa para luchar con el Señor en oración, y finalmente se sometió después de otra hora (A&D 18
Su primera presentación del segundo advenimiento produjo varias conversiones. En lo sucesivo, Miller recibió una interminable serie de invitaciones para celebrar reuniones en iglesias de diversas denominaciones. Para 1830 ya varios pastores se habían convencido de que Cristo regresaría para 1843. Puso sus conferencias por escrito.

Josiah Litch

A principios de 1838 un amigo le pidió el Dr. Josiah Litch, uno de los predicadores metodistas episcopales más capaces de Nueva Inglaterra que leyera los escritos de Miller. Seguro de que nadie podía fijar una fecha para el regreso de Cristo, Litch aceptó de mala gana, confiado de que le será fácil demostrar que Miller estaba equivocado. Pero cuanto más leía más fascinado se encontraba. Cuando terminó de leer las Lecture de Miller estaba convencido no sólo de que Miller estaba en lo correcto, sino de que él también debía predicar “la cercanía del advenimiento”.
Entre uno de los pastores que se habían convertido. El más significativo de esos conversos del cuerpo pastoral fue Joshua V. Himes, de la Conexión Cristiana.

Joshua V. Himes

Himes era el influyente pastor de la capilla de la calle Chardon, en Bostón.
En noviembre de 1839, mientras Miller daba una serie de conferencias en Exter, New Hampshire, un grupo de ministros de la conexión cristiana decidieron visitarlo para ver cuáles eran sus enseñanzas, como resultado Himes le extendió una invitación a William Miller para celebrar una serie de reuniones en su iglesia.
El mensaje de Miller del segundo advenimiento transformó al enérgico Himes en el principal promotor, organizador y publicista del mensaje de que Cristo regresaría alrededor del año 1843.
Al percibir la urgencia del mensaje, Himes sintió la necesidad de presentar la doctrina adventista ante el mundo.
Himes preguntó a Miller que por qué no había ido a predicar a las grandes ciudades, a lo que él contestó que sólo iba a donde lo invitaban.
Entonces, Himes le dijo preparate para la campaña, porque las puertas van a abrirse en todas las ciudades de Estados Unidos.
El adventismo nunca fue el mismo después de Himes. Pasó de ser una curiosidad local, a una causa que recibiría la atención nacional.
En los cuatro años siguientes Himes hizo que las palabras “millerismo” y “adventismo” llegasen a ser familiares en Norteamérica.
El activo e ingenioso Himes se encargó de que para 1844 la doctrina adventista llegara a ser conocida en todo el mundo.
Uso varios métodos de advertir al mundo que Cristo regresaría alrededor del año 1843.
Quizá la más importante e influyente fue la página impresa.
Tres meses después de su primera invitación a Miller, Himes había comenzado a publicar Signs of the Times (Señales de los tiempos) para llevar el mensaje adventista al mundo. Al finalizar ese primer año ya tenía 1.500 suscriptores.
Además de Signs, en 1842 Himes comenzó a publicar el Midnight Cry (El clamor de medianoche). Diario relativo a la campaña millerita de evangelización que se realizaba en las metrópolis de la nación.
Himes hacía imprimir diez mil ejemplares diarios, y los vendía con los repartidores de periódicos o los repartía gratuitamente.
Sólo en 1842 se distribuyeron 600, 000 ejemplares del Midnight Cry en cinco meses.
Aparte de periódicos, Himes también dirigía la publicación de un inmenso surtido de folletos, panfletos y libros. Muchos de ellos se compilaron formando la biblioteca del segundo advenimiento, que la gente podía comprar por menos de diez dólares para que la hicieran circular en sus poblaciones.
Nunca cosechó ganancias a través de todo esto, como se le acusaba, sin fundamento. Toda ganancia la ocupaba para reinvertir en la causa.
Además de las publicaciones era un organizador nato, fundó en octubre de 1840 la primera Asociación General de Cristianos que Esperan el Advenimiento. Estaba previsto que Miller diera el discurso de apertura, pero se enfermó y ya no pudo asistir.
žEl propósito de esta primera conferencia general era enfocar la atención en el advenimiento y facilitar el intercambio de puntos de vista. Sin embargo, a medida que se realizaban más y más conferencias, y al crecer la obra de publicaciones, se desarrolló una especie de organización mínima.
žAproximadamente por 1841 los milleritas designaron a Josiah Litch como su primer agente general, acordando sostenerlo financieramente si él dejaba su obra pastoral y se dedicaba completamente a promover las ideas adventistas.
žLa Asociación Metodista Episcopal, algo de mala gana, lo liberó de sus deberes pastorales, y realmente llegó a ser el primer obrero con sueldo.
También Joshua Himes desempeñó un papel muy importante en el desarrollo de los congresos adventistas al aire libre.
Entre el verano de 1842 y el otoño de 1844 los milleritas celebraron más de 130 congresos al aire libre.
Se calcula que la asistencia conjunta de todas las reuniones superó el medio millón de personas (aproximadamente 1 de cada 35 estadounidenses).
žEl emocionalismo asociado con las reuniones campestres no estuvo ausente enteramente de sus contrapartes adventistas; las oraciones fervientes eran frecuentemente interrumpidas con gritos de “¡Gloria!” y “¡Aleluya!” A medida que crecían las emociones, algunos caían postrados al suelo.
žLos principales líderes milleritas procuraron prevenir que esta excitación llegara a excesos, para que no degenerara en fanatismo y trajera un mal nombre al movimiento entero.
También el pastor John Starkweather promovió fanatismo, él era un exponente de la santificación extrema.
žCuando Josiah Litch llegó al lugar, tomó una posición firme contra estos fanáticos; su posición fue apoyada más tarde con entusiasmo por Miller, Himes y los otros dirigentes adventistas.
Los Congresos al aire libre alcanzaban a muchos más que sólo a los asistentes, en las ciudades donde lo celebraban llegaba la prensa y se encargaban de divulgarlos ampliamente.
Himes se considera pionero en el uso de las carpas. Tenían una carpa con capacidad para cuatro mil personas sentadas, la carpa millerita parece que era entonces la más grande de todo los Estados Unidos (tenía un diámetro de 36 metros, y un poste central de unos 16 metros de alto).
La carpa era tan novedosa que por si misma atraía a muchos oyentes. Se dice que en algunos lugares varios miles de personas, al no poder entrar en la carpa, permanecían de pie escuchando desde afuera.
Mucha gente fuera de los Estados Unidos también oyeron el mensaje millerita. El método millerita para darse a conocer a nivel mundial no era enviar misioneros. Sino colocar sus publicaciones en barcos con destinos a diversos puertos.

José Bates

En la sexta conferencia bíblica general 1842 fue presidida por José Bates. Quien trabajó en conjunto con Himes para la organización de las reuniones al aire libre. Había sido miembro de la comisión que emitió la invitación para la primera conferencia general adventista.
Además de alquilar locales para las reuniones, žlas Asociaciones de la Segunda Venida reunían dinero para esparcir publicaciones adventistas y distribuir conferencias impresas en otras ciudades y pueblos.
žAlgunos conferenciantes, como José Bates, usaban sus propios ahorros para arrendar salas y pagar sus gastos de viaje y mantenimiento.
žDe esta manera Bates gastó casi toda su modesta fortuna que había obtenido durante años como capitán de barcos.
No obstante este éxito trajo consigo también resistencia entre las iglesias.

Charles Fitch y la caída de Babilonia

La predicación millerita de que Cristo regresaría alrededor del año 1843 contradecía directamente la enseñanza protestante generalmente aceptada de que Cristo volvería después del milenio.
Los púlpitos y las iglesias de la mayoría de las denominaciones se abrieron a los predicadores adventistas durante la primera parte de la década de 1840, las cosas cambiaron en 1843.
Los milleritas eran cada vez más ridiculizados y con frecuencia tenían que decidir entre su creencia adventista y la de sus denominaciones.
Quienes elegían mantener su fe en el pronto regreso de Cristo, eran expulsados por sus congregaciones.
En ese contexto, Charles Fitch, popular ministro millerita, de la denominación congregacionalista en el verano de 1843 predicó un sermón sobre Apocalipsis 18 que se centraba en la caída de Babilonia. “Salid de ella pueblo mío” 18:2 era su mensaje.
Hasta el verano de 1843, los milleritas, en armonía con la mayoría de los protestantes, generalmente habían identificado al papado como la Babilonia de Apocalipsis 18: 1-5.
Pero Fitch arguía que Babilonia es el anticristo, y que cualquiera que se opusiera al reino personal de Jesucristo en este mundo es el anticristo.
La definición de Fitch del anticristo incluía a todos los católicos y protestantes que rechazaban la enseñanza del pronto regreso de Cristo.
Fitch decía en su predicación: “Si usted es cristiano, ¡Salga de Babilonia! Si tiene la intención de ser hallado cristiano cuando Cristo aparezca, ¡Salga de Babilonia, y salga ahora!
La mayoría de los líderes milleritas del Este respondieron con frialdad al llamamiento a la separación hecho por Fitch. Sin embargo, ante la reacción agresiva dentro de diversas denominaciones resultó aceptable para muchos creyentes adventistas a medida que enfrentaban una creciente oposición.
Himes no se convirtió en defensor de la separación, sino hasta el otoño de 1844, y de mala gana
Miller nunca pudo decidirse a incitar la separación aunque su iglesia bautista de Low Hampton, de la que era miembro, con el tiempo lo expulsó.
Al final la separación no fue una elección sino algo impulsado por la fuerza de los hechos.

El paso del tiempo predicho

Miller se resistía a ser demasiado específico en cuanto al momento exacto del regreso de Cristo. No quería establecer fechas. Sólo decía “alrededor de 1843”.
Para enero de 1843 llegó a la conclusión, basándose en la profecía de los 2.300 días de Daniel 8:14 y el calendario judío, de que Cristo regresaría en algún momento entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844.
Esta de sobra decir que el “año del fin del mundo” de Miller pasó sin el regreso de Cristo. Así, los milleritas experimentaron su primer chasco. No afectó sensiblemente al movimiento, ya que las fechas habían sido establecidas de forma tentativa. Sin embargo, comenzaron a sentirse algo desanimados.
Himes aunque frustrado escribió en el editorial dándole ánimos y esperanzas a los milleritas, y los llevó al libro de Habacuc 2:3 “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá”. Himes relacionó este texto con Mateo 25:5 que resalta que el esposo se demora antes de venir, mientras que las que esperaban “cabecearon y se durmieron”.
De este modo, los adventistas milleritas entraron en el “tiempo de demora”. Con esto el movimiento se había salvado de la desintegración, aunque continuó con menos entusiasmo que antes.

El movimiento del séptimo mes

El millerismo cobró nueva vida en el congreso al aire libre de Exeter, New Hampshire, a mediados de agosto de 1844.
En esa reunión, el ministro millerita S. S. Snow demostró convincentemente, por medio de una variedad de cálculos matemáticos, que el cumplimiento de la profecía de los 2.300 días de Daniel 8:14 tendría lugar en el otoño de 1844.
¿Pero cómo había llegado a esta conclusión el ministro Snow? A través de un estudio detallado de las ceremonias del año judío (fiestas primaverales y fiestas otoñales). Snow predicaba que la profecía de Daniel acerca de la purificación del santuario no estaba relacionada con la pascua que eso sería en la primavera como había dicho Miller, sino que estaba relacionada con el día de la expiación judío: que de acuerdo a Levítico 16 y Levítico 23: 27 era el día décimo del séptimo mes del año judío.
Snow afirmaba que inclusive había calculado el día exacto de la purificación del santuario, que los milleritas todavía interpretaban universalmente como la segunda venida de Cristo.
Ese día de 1844, de acuerdo con el cálculo caraíta judío (una secta de judíos ortodoxos), era el 22 de octubre. Así pues, decía Snow, el Señor regresa el 22 de octubre de 1844, en unos dos meses.
La idea electrizó a la audiencia
Salieron de aquella reunión decididos a diseminar el mensaje urgente en forma tan rápida como pudieran.
Es interesante notar que Snow, que publicó sus hallazgos antes del chasco primaveral, no fue el primero en señalar una fecha en el otoño.
Ese privilegio le corresponde al mismo Miller, quien en una carta dirigida a Himes en mayo de 1843, proponía que las “ceremonias de la ley de tipos que se observaban en el primer mes […] tuvieron su cumplimiento en el primer advenimiento de Cristo y en sus sufrimientos; todas menos aquellas fiestas y ceremonias celebradas en el séptimo mes […] que solamente tendrán su cumplimiento durante su segunda venida”.
Miller luego continúa señalando que en el calendario judío la expiación se llevaba a cabo en el décimo día del séptimo mes, y que la expiación “es indiscutiblemente un símbolo de la expiación que Cristo está llevando a cabo a favor de nosotros”. Luego afirma que el Sumo Sacerdote bendecía al pueblo una vez que abandonaba el Lugar Santísimo. “Asimismo hará nuestro gran Sumo Sacerdote […] Esto lo hacía el décimo día del séptimo mes”. “Si esto es cierto - concluía -, no veremos su gloriosa aparición sino hasta pasado el equinoccio de otoño” (ST, 17 de mayo de 1843, 85).
Miller, Himes y otros líderes adventistas vacilaban en fijar sus esperanzas en un día definido, pero el entusiasmo del séptimo mes se extendió como un reguero de pólvora entre la masa de los creyentes.
Con el paso de los días varios más se fueron adhiriendo a esta esperanza, personajes como George Storrs quien colaboró en gran manera para propagar el mensaje del séptimo mes, predicando que lo anterior solamente era una alarma, y que ahora había llegado el VERDADERO Clamor de Media noche, basando su predicación como Snow en las diez vírgenes de Mateo 25 (MCr, 3 de octubre de 1844, 97).
Miller mismo por allá del 6 de octubre de 1844 escribió sobre su entusiasmo y esperanza acerca del día 22 de octubre que se acercaba.
žJosiah Litch se mantuvo firme por más tiempo, no fue sino hasta el 16 de octubre que fijó sus esperanzas en el 22 de octubre.
žDos días antes había fallecido Charles Fitch. Había contraído una fiebre severa después de exponerse a un viento frío con el fin de bautizar a tres grupos separados de creyentes. “Creo en las promesas de Dios”, dijo al morir, confiando reunirse con su esposa y sus hijitos poco después de una semana.
El mismo Himes el 16 de octubre anunció que iba a dejar de publicarse el Advent Herald (Heraldo Adventista) anteriormente el Signs of the Times. Que ese día 16 era el último número y que la semana que viene no habría impresión porque el Señor ya habría regresado (AH, 16 de octubre de 1844).
Desde la distancia como nos encontramos nosotros hoy, sólo nos podemos imaginar el entusiasmo de los milleritas, podríamos preguntarnos ¿Cómo me sentiría yo si supiera que Cristo vuelve en unos días? ¿Cómo actuaría? ¿Cómo ordenaría mis prioridades?
En su convicción y entusiasmo, los creyentes pusieron todo de su parte en un esfuerzo final por advertir al mundo del inminente regreso de Jesús. No hicieron ya provisión para el futuro, algunos dejaron sus cultivos sin cosechar, cerraron sus negocios, otros renunciaron a sus empleos.
Jesús volvía. El pensamiento era como miel en la boca, pero desconocían que sería amargo en el vientre (Apocalipsis 10: 8-10).

El Gran Chasco

El 22 de octubre, decenas de miles de creyentes esperaban la aparición de Jesús en las nubes.
Por otro lado, innumerables personas esperaban en la duda, temiendo que los milleritas estuvieran en lo cierto.
Pero el día llegó, inició y pasó. y Jesús no volvió.
Los burladores cobraron ánimo, mientras que los milleritas quedaron totalmente sumidos en el caos y el desánimo.
Henry Emmons escribía: “Esperé todo el martes [22 de octubre] y el amado Jesús no vino; esperé toda la mañana del miércoles y me sentía bien, pero al llegar las 12 del día comencé a sentirme débil, y antes que llegara la noche tuvieron que ayudarme a llegar a mi habitación; sentí que mis fuerzas me abandonaban rápidamente, y estuve en cama durante dos días sin sentir ningún dolor, enfermo a causa del chasco” (DS, 25 de octubre de 1845, 6).
El 24 de octubre Josiah Litch le escribió a Miller “Es un día nublado y oscuro aquí: las ovejas están dispersas, y el Señor todavía no ha venido”.
Hiram Edson posteriormente escribió: “Nuestras esperanzas y expectativas más anheladas saltaron por los aires, y nos sobrevino un espíritu de llanto como nunca antes había experimentado. Parecía que la pérdida de todos los amigos terrenales no habría tenido ni punto de comparación. Lloramos sin parar, hasta el amanecer” (H. Edson, Ms).
Washington Morse reflexionó: “Cuando el hermano Himes visitó Waterbury, Vermont, después de un tiempo, y declaró que los hermanos deberían prepararse para otro invierno frío, mis sentimientos eran casi incontrolables. Abandoné el lugar de reunión y lloré como un niño”(RH, 7 de mayo de 1901).
Miller por el contrario se encontraba con postura optimista. El 10 de noviembre de 1844 declaró: “Aunque me he llevado un desengaño dos veces, todavía no estoy abatido ni desanimado. Dios ha estado conmigo en Espíritu y ha sido mi consuelo […] Aunque rodeado de enemigos y burladores aún así mi mente está perfectamente serena, y mi esperanza en la venida de Cristo es tan fuerte como siempre. He hecho únicamente lo que después de años de reflexión sobria sentí que era mi solemne deber” (MCr, 5 de diciembre de 1844).
Optimismo en saber que calculó correctamente la Palabra de Dios, algo había pasado, algo había fallado y no era el cálculo.
A pesar de esas palabras muchos creyentes abandonaron el movimiento, muchos más abandonaron su creencia en la segunda venida de Jesús. Los milleritas entraban en debate queriendo saber si lo que habían vivido se encontraba en las Santas Escrituras, entraban en debate queriendo saber si lo que habían sentido y experimentado era de Dios o de alguien más. Veían cómo su movimiento, que una vez había sido tan armonioso ahora se disolvía en el caos y en alegatos y contraalegatos conflictivos. Además, de la carga añadida de tener que afrontar un mundo burlón.
William Miller afirmaba: “tal parecía que todos los demonios del infierno se nos habían venido encima. Aquellos, y otros tantos, que tan solo hacía dos días lloraban pidiendo misericordia, ahora se unían a la chusma y se burlaban, escarneciendo y amenazando de una forma en extremo blasfema” (WM a I. O. ORR, 13 de diciembre de 1844).
Aquel movimiento que sabía exactamente hacia dónde se dirigía y que tenía una idea bastante acertada de cómo lograr sus objetivos, ahora se encontraba en un estado de incertidumbre. El millerismo, a partir de octubre de 1844, se encontraba en una situación de crisis.
Los creyentes adventistas en los meses y años que transcurrieron después de octubre de 1844 se veían enfrascados en una búsqueda de identidad.

Después del Gran Chasco

Mientras los adventistas se encontraban desanimados. Había unos que se encontraban orando qué fue lo que sucedió, por qué Jesús no regresó como lo habían estudiado en las Escrituras. Será que habían fallado en el cálculo, o quizás el evento era el incorrecto.
Aquí el personaje clave fue Hiram Edson, un granjero metodista de Port Gibson, Nueva York, que había llegado a ser adventista hacia 1843.
La primera reacción que tuvo después del chasco del 22 de octubre fue poner en duda a Dios y la Biblia.
Sin embargo, después de reflexionar un poco, reconoció que sus días de espera del advenimiento habían sido “los más brillantes y ricos de toda mi experiencia cristiana”.
Con varios otros adventistas realizaron una reunión de oración en su granero.
Salieron de esa reunión convencidos de que recibirían luz que explicaría su chasco, y Edson y un compañero, probablemente O. R. L. Crosier, salieron en la mañana del 23 de octubre para animar a sus amigos adventistas.
Mientras los dos hombres caminaban por un sembrado de maíz, “se me apareció el cielo abierto”, recordaría Edson más tarde, “y vi claramente y en forma definida que en lugar de que nuestro Sumo Sacerdote saliera del Lugar Santísimo del santuario celestial para venir a esta tierra… al fin de los 2.300 días, por primera vez ese día entraba en el segundo departamento de ese santuario; y que tenía una obra que realizar en el Lugar Santísimo antes de venir a esta tierra.
Su mente también fue “dirigida” a Apocalipsis 10, con su informe del libro que era dulce al comerlo y amargo en el vientre. Él recordó que el capítulo terminaba con la instrucción que le dio el ángel de profetizar otra vez.
El llamado de su compañero lo sacó de su arrobamiento, y Edson reconoció inmediatamente que Dios estaba comenzando a contestar sus fervientes súplicas por más luz.
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