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SAMARITANOS Cuando Sargón II conquistó la capital del Reino del Norte (Israel) trasladó gran parte de su población a Asiria y trajo “gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria”. Estos colonos tuvieron muchas dificultades para adaptarse al nuevo territorio. Los campos estaban desolados y sin cultivar. Fieras, entre ellos “leones que los mataban” cundían por doquiera. El rey de Asiria fue informado de la situación, que era atribuida al “Dios de aquella tierra”, por lo cual mandó que se enviara a Samaria un sacerdote israelita de los exiliados. Este sacerdote se radicó en Bet-el “y les enseñó cómo habían de temer a Jehová”. Pero los colonos no abandonaron sus antiguos dioses, lo que dio como resultado un culto mixto, “temían a Jehová, y honraban a sus dioses” (2 R. 17:23–41). Otro contingente de colonos fue traído en tiempos de •Esar-hadón, con los mismos resultados.

Después de la destrucción de Jerusalén y el exilio de los judíos a Babilonia, cuando un grupo de éstos regresó con Zorobabel y comenzaron a reconstruir, los s. se ofrecieron para participar en la obra. Pero los judíos les tenían como enemigos, gente de raza y religión mezclada, y les rechazaron (Esd. 4:1–4). Comenzó así una guerra sorda, oponiéndose los s. a la reconstrucción de Jerusalén. Desde entonces se levantó una gran antipatía entre los s. y los judíos. Una expresión del libro apócrifo de Eclesiástico la describe en esta forma: “Hay dos naciones que mi alma detesta, y la tercera ni siquiera es nación: los habitantes de la montaña de Seir, los filisteos y el pueblo necio que mora en Siquem” (Si. 50:27–28). Estos últimos son los s. Cuando vino Nehemías, esa oposición se hizo más fuerte. Los s. estaban encabezados por •Sanbalat (una dinastía de gobernantes s. usó ese nombre), que actuaba como gobernador (Neh. 2:10).

Continuó una historia de rivalidad y quejas mutuas. Los s. construyeron un templo sobre el monte Gerizim. Josefo dice que fue en tiempos de Alejandro Magno, pero otros opinan que fue antes, quizás en días de Nehemías. Esto fue otro motivo para aumentar la antipatía mutua, causa de muchas discusiones entre los judíos y los s. Antíoco Epífanes convirtió el templo s. en santuario de Júpiter Hospitalario (2 M. 6:1–2). Pero Juan Hircano conquistó la ciudad de Siquem y destruyó ese templo en el año 128 a.C. Josefo cuenta de una matanza de s. que hizo Pilato en el monte Gerizim cuando muchos de ellos siguieron a un fanático que les prometía enseñarles los vasos del •templo que, según decían, habían sido escondidos en el monte. Dice Josefo, además, que los s. sólo se declaraban parientes de los judíos cuando les convenía. Incluso apoyaron a los romanos cuando la famosa rebelión de Barcoquebas.

Cuando el Señor Jesús visitó esos lugares, el templo sobre el monte Gerizim estaba destruido, pero seguía la discusión entre judíos y s., resumida en las palabras de la Samaritana: “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn. 4:20). Pero ya para esa época las creencias de los s. habían quedado más cercanas a las de los judíos, y esperaban la venida de un Mesías, aunque aceptaban solamente las Escrituras del Pentateuco. Todavía en el día de hoy existe en Israel una comunidad que se dice heredera de la religión de los s., que exhiben una •Torá, un Pentateuco de gran antigüedad.

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