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Santiago 5.14–18 RVR60
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.
2º Crónicas 7.17 RVR60
Y si tú anduvieres delante de mí como anduvo David tu padre, e hicieres todas las cosas que yo te he mandado, y guardares mis estatutos y mis decretos,

2. La vida en comunidad nos ayuda en nuestra necesaria sanidad, 5:14, 18

Los versículos 14–16 han sido quizá los más vapuleados y mal entendidos de toda la epístola de Santiago. Se los ha manipulado para hacerlos sostener las mas variadas formas de doctrina y práctica cristiana, desde las concepciones mágicas del poder de la unción de aceite, pasando por el poder de “la oración de fe”, como si hubiera alguna verdadera oración que no partiera de la fe, hasta el “aceite de la oración” o la sagrada unción de la Iglesia Ortodoxa griega, y el sacramento de la extrema unción desarrollado por la Iglesia Católica Romana en el Concilio de Trento (1564). Quizá aclarar el significado original de estos versículos sea muy difícil, pero al menos es útil intentar mirar más allá de los lugares comunes de la interpretación dogmática.
Así como en el versículo anterior se hablaba de los afligidos y los alegres entre vosotros, en este se habla del hecho de que si alguno de vosotros está enfermo. Siendo que en griego es la misma expresión, es una pena que habiendo traducido alguno entre vosotros en el versículo 13, aquí se lo traduzca alguno de vosotros, dándole al texto un sentido más individualista del que parece tener. El sentido comunitario de la salud y la enfermedad era muy alto en las comunidades de trasfondo judío. Así como mancharse con el anatema contaminaba toda la comunidad (Deut. 7:26; Jos. 6:17), así mancharse con el pecado y la enfermedad contaminaban a todos por igual. Cuando alguno enfermaba en la comunidad de fe, todos enfermaban (2 Cor. 11:29). La enfermedad y aun la muerte eran vistas como un resultado de la mala práctica de la comunidad, como atestiguan Pablo (1 Cor. 11:30) y el autor de Hebreos (Heb. 12:15, 16).
El propósito obvio del texto es afirmar que la oración en comunidad “da salud” (5:15) a los enfermos, sea curándolos o aliviándolos; y trae salvación, perdonando los pecados. Tristemente, el texto se conoce más por el uso del aceite de la unción que por el poder de la oración o el valor de la comunidad.
Las dificultades en la explicación de este versículo son varias.
La primera dificultad, quizá la más importante, sea determinar qué quiso decir Santiago con salud y “enfermedad”. El verbo sodso 4982 significa tanto “salvar” como “sanar”. En un sentido común o natural, en el NT se lo traduce como salvarse de algún peligro físico (Hech. 27:20), rescatar o ser rescatado de alguna situación peligrosa (Juan 12:27), curar o ser curado de alguna enfermedad, ser restaurado en salud (Mat. 9:21). En un sentido religioso, se lo traduce como ser rescatado del pecado, de los peligros espirituales de la muerte eterna (Rom 5:9), ser traído a la salvación (Ef. 2:8), como la mediación humana que puede traer salvación divina (Rom. 11:14; 1 Cor. 7:16), y hasta se lo usa para indicar la instrumentalidad de las cosas espirituales, como la Palabra de Dios, el bautismo y la fe, que llevan a la salvación (Stg. 1:21; 2:14; 1 Ped. 3:21). La dificultad se hace visible al comparar las dos traducciones más comunes al español: Mientras la RVR-1960 y aun la RVR-1995 traducen: “salvará” al enfermo, RVA traduce dará salud. Si bien es difícil decidir, la traducción de RVA pareciera ser más inclusiva y abarcativa. En todo caso, es difícil atestiguar, con una mentalidad moderna y científica en relación con la enfermedad como tenemos hoy en día, qué tipo de salud o salvación estaba en la mente de Santiago.
El sentido de la frase tampoco se aclara mucho con las palabras que Santiago usa para “enfermedad”. El verbo “estar enfermo” usado en el versículo 14, aszeneo 770, significa principalmente estar flojo, cansado, sin fuerzas, sin capacidad para hacer nada, y por extensión estar necesitado, débil, enfermo. También el término que se traduce enfermo en el versículo 15 deriva del verbo kamno 2577 que significa cansarse y desalentarse, y por extensión estar enfermo, un verbo que en el NT aparece sólo aquí y en Hebreos 12:3, donde se lo traduce “no decaiga vuestro ánimo ni desmayéis”.
La expresión el Señor lo levantará tampoco ayuda a aclarar la situación. El verbo que se traduce levantar, egeiro 1453, tiene significados tan variados en el griego como en español: despertarse del sueño (Mat. 8:25; Hech. 12:7), añadir (Fil. 1:17), pararse, levantarse (Mar. 14:42), sacar de un pozo (Mat. 12:11), producir descendencia (Mat. 3:9; Luc. 3:8), resucitar (Luc. 20:37; Juan 5:21), entre otros.
En resumen, no queda claro en el texto si la condición aludida por Santiago se refiere a una enfermedad o debilidad, y si la misma es de carácter físico o espiritual. Los dos sentidos parecieran estar implicados. Sin embargo, a la luz de las anteriores advertencias de Santiago en toda su epístola, el sentido espiritual pareciera prevalecer. La comunidad está enferma de acepción de personas (2:1), de maldición (3:10), de guerras y pleitos (4:1), de maledicencias (4:11), de orgullo (4:13), de soberbia y jactancia (4:16), de injusticia (5:4). No es para menos que haya desánimo y desaliento entre los pobres de tal comunidad. Los pobres de la comunidad están débiles y enfermos por las actitudes de los ricos de la comunidad. Esa comunidad debe ser sanada. No es sólo uno que está enfermo por aquí o por allí, es toda la comunidad que está enferma. El sentido plural se acrecienta claramente en el versículo 16: para que seáis sanados. Desgraciadamente, sin embargo, la interpretación dogmática no ha privilegiado este sentido.
Una segunda dificultad en este texto es qué significa la expresión que llame a los ancianos. El verbo que se traduce que llame se encuentra de manera tal que implican una ventaja para aquel que realiza la acción. Podría traducirse “que llame para sí” o “que llame en su propio beneficio”. No queda clara la razón por la cual el enfermo debe “llamar” a los ancianos, si es porque está imposibilitado de levantarse o caminar, o si el hecho de “llamarlos” tiene alguna implicación ética o espiritual que a nosotros nos queda vedada. Visitar a los enfermos era una práctica común entre los judíos (2 Sam. 13:5, 6), y especialmente recomendada para los rabinos. El propio Señor la recomienda a sus discípulos (Mat. 25:36), y los primeros cristianos la continuaron (Hech. 9:10–19).
Joya bíblica
La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho (5:16b).
Las personas que el enfermo debe llamar son los ancianos de la iglesia. Siguiendo la práctica de las comunidades judías, los primeros oficiales de la iglesia primitiva fueron los ancianos. La palabra presbyteros 4245, como la palabra “anciano” en castellano, significa tanto una persona de edad avanzada, como una función oficial en la iglesia. Santiago pareciera estar indicando la función oficial. Los ancianos son representativos de la iglesia, y por eso deben ser llamados a ministrar al enfermo.
Las funciones oficiales de la iglesia primitiva no se desarrollaron sino hasta alrededor del final del primer siglo, lo cual es atestiguado por las cartas pastorales (1 Tim. 4:14; 5:1, 2; 5:17–19; Tito 1:5), y los escritos de los apóstoles Pedro (1 Ped. 5:1, 5) y Juan (2 Jn. 1; 3 Jn. 1). Sin embargo, entroncando en la idea del “anciano” de los judíos (Hech. 4:5, 8; 6:12; 11:30), los primeros cristianos desde el principio establecieron ancianos para sus comunidades (Hech. 11:30; 14:23). Para el tiempo del concilio de Jerusalén es evidente que la iglesia está dirigida por apóstoles y ancianos como dos grupos distintivos dentro del liderazgo de la comunidad (Hech. 15:2, 4, 6, 22, 23), ejemplo que las otras iglesias no tardaron en imitar (Hech. 16:4; 20:17; 21:18; Fil. 1:1). Las funciones directivas de estos ancianos no están claramente delimitadas, pero se puede inferir de los textos que realizaban todo tipo de acciones y toma de decisiones que afectaran la existencia y el futuro de la comunidad, entre ellas, cuidar de los enfermos y visitarles (1 Tes. 5:14).
Llama la atención también que estos funcionarios son ancianos de la iglesia. En la otra referencia a la comunidad cristiana que Santiago hizo (2:2) no usó la palabra ekklesía 1577 sino la palabra sunagoge 4864. No hay razón para suponer que en alguno de los dos casos la esté usando en sentido propio, y en el otro en sentido figurado. Lo más probable es que en ambos casos ambas palabras sean usadas en el sentido amplio de “congregación” (Hech. 7:38), refiriéndose a un grupo de personas o a una asamblea, sin indicar su procedencia ni su denominación, en cuyo caso las dos serían sinónimos. Si hay en el cambio de palabra alguna indicación de algún tipo de ordenamiento administrativo de la comunidad cristiana, no se especifica.
Sea como fuera, es claro que la función de estos ancianos es representar a la iglesia o comunidad de fe, y que su oración por el enfermo es sinónimo de la oración de toda la comunidad. Ellos no oran en nombre propio, ni por ser propietarios de algún poder milagroso de sanidad. Ellos oran en nombre de la comunidad y por efecto de ella, por eso ungen al enfermo con aceite en el nombre del Señor, y oran por él.
La tercera dificultad es justamente ésta: qué significa para Santiago que los ancianos oren por el enfermo. La expresión “oren” está reforzada por la preposición griega epi 1909 que, usada como en este caso, significa principalmente “sobre”. Si, siguiendo la interpretación dogmática, entendiéramos el procedimiento descrito en los versículos 14 y 15 como un exorcismo, habría que entender que aquí se está tratando de una sanidad milagrosa, efectuada por la oración, por el aceite de la unción y apoyada en la fórmula mágica: en el nombre del Señor. El demonio de la enfermedad se aviene al poder desplegado por la invocación de la fórmula y suelta su víctima. La fórmula exorcista tendría, entonces, tres apoyos: la oración por, el aceite de la unción, y la expresión en el nombre del Señor.
La interpretación más razonable, sin embargo, es que la expresión “orar sobre” el enfermo, presupone la realización en conjunto con la oración, sea antes, durante o después de ella, del antiguo acto de la imposición de manos, una costumbre también entroncada en la tradición de los judíos, y realizada por los discípulos desde el principio. La imposición de manos implicaba una bendición (Éxo. 17:11–13; Mat. 19:13–15; Mar. 10:16), y en algún caso en el AT, una transferencia (Núm. 8:12). Según los evangelios sinópticos, fue una forma preferida de Jesús para sanar a los enfermos (Mar. 6:5; 8:23, 25; Luc. 4:40; 13:13), actitud que siguieron los apóstoles en sus actividades curativas (Hech. 9:12, 17; 28:8). Los primeros cristianos también utilizaron la imposición de manos para orar por funciones eclesiales (Hech. 6:6; 13:3; 1 Tim. 4:14; 5:22) y para pedir de Dios y reconocer en otros la presencia el Espíritu Santo (Hech. 8:17–19; 19:6). En ningún caso de los mencionados en el NT pareciera implicar una transferencia de ningún tipo a través de la imposición de las manos. El acto retiene su valor simbólico como identificación con el que sufre, con el que es dedicado al ministerio, o con el que recibe la bendición. En la iglesia primitiva también se imponía las manos sobre los que se bautizaban.
Una cuarta dificultad, muy relacionada con la anterior es la unción con aceite. No es sólo la oración y la imposición de manos lo que los ancianos deben hacer. Deben hacerlo, además, ungiéndole con aceite. El aceite de la unción era usualmente de oliva, aunque en algunos ritos mediterráneos se utilizaba la grasa derretida de algunos animales. Entre los judíos, el aceite de oliva tenía un uso cosmético (Rut 3:3; Dan. 10:3), o medicinal (Isa. 1:6), algunas veces mezclado con vino (Luc. 10:34). Como manifestación cultural entre los judíos, el aceite mezclado con mirra, canela y algunas otras semillas aromáticas se utilizaba con propósitos no medicinales: para coronar a un rey (1 Sam. 9:16; 2 Rey. 11:12), para santificar a un sacerdote (Éxo. 29:7; 40:15) o consagrar los objetos sagrados del culto (Éxo. 29:36; 40:9–11; Núm. 7:1).
El NT registra dos verbos referidos al acto de ungir. El primer verbo, aleifo 218, indica “ungir” como untar, frotar o dar un masaje con aceite o ungüentos mezclados con fines de cuidado físico (Mat. 6:17), medicinales (Mar 6:13; Luc. 10:34), de mostrar estima a un huésped (Luc. 7:38, 46; Juan 11:2; 12:3), y de dar honor a los muertos (Mar. 16:1). El segundo verbo, jrio 5548, significa “ungir” como consagrar, especialmente a Jesús en su oficio mesiánico (Luc. 4:18, que cita Isa. 61:1; Hech. 4:27; 10:38 y Heb. 1:9, que cita Sal. 45:6, 7). En dos pasajes, todos ellos en 1 Juan, se utiliza también el sustantivo jrisma 5545 en relación con los cristianos como ungidos, es decir consagrados a un oficio sacerdotal (1 Jn. 2:20, 27).
En este pasaje Santiago no utiliza el verbo jrio, ungir como consagrar, sino el verbo aleifo, ungir como untar, frotar o masajear. La única presunción posible es que Santiago tenía en mente los mismos fines medicinales de Isaías 1:6; Marcos 6:13 y Lucas 10:34. No hay ninguna indicación en el texto de que aquí se esté practicando algún exorcismo, o algún otro ritual oriental o mediterráneo que otorgue alguna atribución mística al aceite. Tampoco hay ninguna indicación que permita presuponer que tanto aquí como en Marcos 6:13 se realice el ungir en una manera ceremonial en lugar de simplemente frotar o masajear, como se aconseja en la mayoría de los tratados de medicina.
El aceite de oliva era uno de los remedios más comunes de la antigüedad. Hasta el día de hoy es recetado por los médicos para aliviar a los enfermos interna y externamente. Lo que Santiago parece estar diciendo es que cuando un cristiano está enfermo debe llamar a los ancianos o representantes oficiales de la comunidad para que oren por él, y además tomar la medicina, una cosa y otra hechas en el nombre del Señor. La oración sin medicina, o la medicina sin oración pueden no resultar en la sanidad de la persona. Sobre todo, cada una debe ser hecha en el nombre del Señor, porque finalmente el que sana es Dios, y cuando él quiere. En Santiago tenemos las dos recomendaciones que hasta el día de hoy, como cristianos, podemos dar a una persona enferma: ore a Dios y tome la medicina. Los mejores médicos creen en Dios y en el poder de la oración, pero también aplican a los enfermos que tratan los descubrimientos de la medicina. Esa es la recomendación de Santiago.
Una última dificultad en este pasaje es el significado de la frase en el nombre del Señor. Así como los profetas hablaron en el nombre del Señor (5:10), así también la unción con aceite y la oración deben ser hechas en el nombre del Señor. La expresión era familiar para los cristianos desde la entrada triunfal en Jerusalén, cuando los discípulos tomaron ramas de palmera y arrojaron mantos delante de su paso, cantando: “Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor”. Que aquella entrada había sido importante para los primeros discípulos lo atestigua el hecho que se lo relata en los cuatro Evangelios (Mat. 21:9; Mar. 11:9; Luc. 19:38; Juan 12:13). Aparentemente el hecho de invocar el nombre del Señor era común entre los primeros cristianos, porque es mencionado tanto en el discurso de Pedro en Pentecostés (Hech. 2:21) como en la carta de Pablo a los Romanos (Rom. 10:13). Es esa invocación del nombre del Señor que hace que el acto se convierta en religioso y no meramente medicinal.
En el nombre del Señor no es un conjuro. No debe ser usado así, porque al Señor no se lo invoca como a un espíritu entre los espiritistas, o a un dios entre los paganos. Tanto en la antigüedad como hoy en día la superstición y la magia intentan ver en el uso del nombre del Señor un “abracadabra” espiritual que todo lo solucione. El verdadero sentido cristiano de hacer algo en el nombre del Señor, sin embargo, significa someterse al Señor como aquel que hace la cosa, a la vez que uno se somete a los resultados que el Señor quiera traer de esa oración. El que obra la sanidad de la persona no es el que invoca al Señor, es el propio Señor. Aun el propio Jesús, en toda su vida pero particularmente en el monte de los Olivos, se sometió a la voluntad de Dios en su oración: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22:42). Eso es orar en el nombre del Señor.
Elías, hombre de pasiones como nosotros
(5:17, 18)
Santiago conocía muy bien la referencia hecha sobre Elías y la compara con los atribulados en el día de hoy. A Elías le había entrado en su corazón una depresión tan fuerte, que deseaba morir. Y él se fue un día de camino por el desierto. Luego vino, se sentó debajo de un arbusto de retama y ansiando morirse dijo: ¡Basta ya, oh Jehová! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! (1 Rey. 19:4).
Cuatro cosas se desprenden de la humanidad de Elías:

1. Era un hombre con iguales problemas y dificultades que los que estaba describiendo Santiago, y lo mismo a los del día presente.

2. Sufrió terrible depresión, debido a los retos de su ministerio, como profeta de Dios.

3. Se encontraba cansado físicamente después de haber combatido a los profetas de Baal e interceder pidiendo lluvia.

4. Sintió miedo al igual que cualquier persona a quien le quieren dar muerte sus enemigos. Hay momentos de desesperación que obnubila la mente del profeta y pastor de Dios.

El resultado de esta práctica comunitaria de la oración por los enfermos es que la oración de fe dará salud al enfermo, y el Señor lo levantará. Ya que ha mencionado la imposición de manos y la unción con aceite, Santiago se apura para aclarar cuál es el elemento esencial en la práctica comunitaria: la oración. Lo principal en el tratamiento del enfermo no es la imposición de manos ni la unción de aceite, lo principal es la oración. Tampoco la expresión oración de fe debe ser contrastada con otra “oración” que no sea de fe. Toda oración presupone la fe y se sostiene en ella. Si no hubiera fe, no sería oración. En todo caso habría que decir que algunas oraciones que hacemos no son oraciones, pero nunca pensar que hay oraciones sin fe y oraciones con fe. La naturaleza esencial de la oración es la fe de quienes oran.
La expresión dará salud al enfermo debe ser tomada como una expresión de deseos de quienes realizan la oración y no como un resultado natural de la realización de la oración. El problema con la interpretación de este pasaje ha sido tomar la indicación de Santiago como si fuera una receta infalible para la sanidad. Cuando se toma la sanidad divina como resultado natural de la oración de fe (lo cual sucede en muchas comunidades cristianas hasta el día de hoy), se cae en la necesidad de explicar qué pasa cuando el enfermo no es sanado. Las explicaciones usuales tienen que ver con el hecho de que no se ora bien, que no se ora con fe, que no se aplicó el aceite o la imposición de manos correctamente, y muchas más. Estas explicaciones no toman en cuenta el hecho de que toda oración por los enfermos, como cualquier otra oración, es hecha en el nombre del Señor. Orar por un enfermo en el nombre del Señor significa que, si el Señor quiere, el enfermo será sanado, y si el Señor no quiere, no será sanado. Dios es el dueño de nuestras vidas desde la cuna hasta la tumba. Dios es el dueño de la salud y la enfermedad. No nos compete a nosotros explicar porqué Dios sana al que sana y no sana al que no sana. Caso contrario, tendríamos que explicar porqué se enferman las personas de fe, y porqué murieron todos los grandes cristianos de la historia.
La oración, como verdadera medicina espiritual, tiene siempre un efecto positivo en nuestras vidas. Si estamos enfermos, y quién no lo está alguna vez, es tan necesario orar como tomar la medicina. Quien no ora se priva de una de las armas más poderosas para contrarrestar las enfermedades, sean tanto del cuerpo como del alma. La oración es el medio divino para sanar nuestras vidas de toda dolencia física y espiritual. La oración también sana la comunidad cristiana, por eso hay que orar unos por otros, para que seáis sanados (5:16). Hay múltiples razones por las que orar. El apóstol Pablo rogaba a sus oyentes: “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17).
(1) Nos pone en circunstancias de que nuestros pecados sean perdonados, 5:16a. La oración de la comunidad no sólo nos sana de nuestras dolencias físicas, sino también y muy particularmente de nuestras dolencias espirituales. Más que sólo curar nuestros cuerpos, la oración nos pone en circunstancia de que nuestros pecados sean perdonados. Los judíos creían que las enfermedades y las calamidades provenían del pecado. La pregunta que los discípulos le hicieran a Jesús sobre la ceguera del ciego de nacimiento lo muestra: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” (Juan 9:2). También los amigos de Job le acusaron de ser pecador y rebelde a Dios, y que por eso venían sobre él las aflicciones (Job 22:1–10).
Es cierto que muchas enfermedades son por causa del pecado. De la borrachera continua viene la cirrosis y del fumar el cáncer de pulmón. También el hambre y la corrupción están relacionadas con el pecado, así como la guerra, el racismo y muchos de los males sociales. La oración no sólo alivia el síntoma, que es la enfermedad física y social. La oración ataca la causa de la enfermedad, que es el pecado. La comunidad que ora nos pone en contacto con Dios, y el contacto con Dios alivia la enfermedad y perdona el pecado. Por eso dice Santiago en forma condicional Y si ha cometido pecado…, es decir, en el caso de que la enfermedad derive de algún pecado cometido (Mar. 2:5; Juan 5:14; 9:2; 1 Cor. 11:30), esos pecados le serán perdonados. La evidente expresión de Santiago se dirige a esos pecados en cuestión, y no al pecado en general. Nuevamente, los pecados no le serán perdonados de forma mágica, ni porque se le haya otorgado sanidad física, ni sin un cambio de corazón y sin convertirse a Dios a través de Cristo. Todo eso está presupuesto en la frase de Santiago. La oración, sin embargo, es un signo visible de un corazón cambiado, de un espíritu humillado delante de Dios, y de una genuina conversión (Hech. 9:11).
Hay que tener cuidado también de no llevar el argumento anterior al extremo. No todas las enfermedades tienen su origen en el pecado. Los males y la pestilencia que siguen a un terremoto o una explosión volcánica no pueden ser equiparadas con el pecado humano. No hay ninguna injusticia personal o social a la cual achacar las enfermedades y la muerte que siguen al paso de un huracán. Por eso, en tales circunstancias, mucha gente culpa a Dios. La cuestión más importante no es buscar culpables, lo más importante es que nuestras vidas sean sanadas de todo mal físico y espiritual. El único que puede dar perdón de nuestros pecados es Dios (Mat. 9:6; Mar. 2:7–11; Luc. 5:21–24; 1 Jn. 1:9, 10).
La oración en comunidad asegura la presencia de Dios y el perdón de los pecados. Jesús dijo: “Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mat. 18:20). La presencia de Cristo en la comunidad se da donde están dos o tres con-gregados en su nombre. La con-gregación cristiana es una forma de sociedad o de agregación humana muy especial, porque en ella se encuentra Cristo. El que autoriza, faculta y habilita una congregación cristiana es Dios a través de la presencia del Espíritu Santo en cada uno de los congregados. Esa igualdad de todos los creyentes frente a Dios es la que sustenta el valor de la comunidad cristiana y el respeto que unos por otros debemos tener en la iglesia. No es sólo un sacerdote (o anciano, o pastor, u obispo, o diácono) el que escucha la confesión de pecados.
Santiago dice: Confesaos unos a otros vuestros pecados. La confesión a Dios se da por sentado. Si no le confesamos nuestros pecados, Dios nunca nos perdonará. Lo que Santiago nos recuerda es que esa confesión a Dios está mediada por la confesión a nuestros hermanos y hermanas en la iglesia, quienes son “real sacerdocio” (1 Ped. 2:9). Todos somos sacerdotes de los demás en la iglesia. El pueblo cristiano no puede dividirse entre “clero” y “laico”. Todos somos laicos y todos somos sacerdotes. Estos versículos aclaran y ponen en relieve la posición de los ancianos en relación a la oración “sobre” el enfermo. Aquel pasaje (5:14) pareciera poner a los ancianos de la iglesia en una posición privilegiada por sobre el resto de la congregación. Si ese fuera el caso, también aquí Santiago diría que la confesión de pecados debiera ser hecha a los ancianos, sin embargo la indicación es a hacerla unos a otros (5:16a).
La oración en comunidad ayuda a la comunión de los hermanos de los unos con los otros. La comunidad de Santiago estaba tristemente dividida entre ricos y pobres (2:6, 9; 5:4). Una comunidad llena de guerras y divisiones (4:1–4) no puede ser bendecida por Dios. Para que Dios sane una comunidad tiene que haber unidad y aceptación entre los componentes de la comunidad. La comunidad que quiera ser bendecida por Dios, según Santiago, debe hacer dos cosas: Primero, confesarse unos a otros las ofensas, y segundo, orar los unos por los otros. Jesús enseñó a sus discípulos a orar hasta por los enemigos y los que les maldecían (Mat. 5:44). Cuánto más entre los hermanos. Para Santiago, la oración es más que una experiencia personal e individual. La oración es una experiencia de comunidad cristiana, quizá la más inefable de todas. Cuando estas dos cosas se dan entre los hermanos, hay verdadera comunión.
La mutualidad y corresponsabilidad de la experiencia cristiana queda claramente expresada en el unos por otros. Quizá no haya idioma como el griego que tenga un pronombre recíproco como allelon 240, que puede ser traducido “unos por otros, unos de otros, recíprocamente, mutuamente”. Santiago ya ha dicho que los miembros de una comunidad cristiana no deben murmurar los unos de los otros (4:11) ni quejarse los unos contra los otros (5:9). Ahora afirma que tenemos que orar los unos por los otros. El Señor nos enseñó que debemos lavarnos los pies unos a otros (Juan 13:14), y el apóstol Pablo que en el cuerpo de Cristo somos miembros los unos de los otros (Rom. 12:5). Por eso es necesario que, unos a otros, nos amemos y prefiramos (Rom. 12:10), nos esperemos para comer (1 Cor. 11:33), nos preocupemos (1 Cor. 12:25), nos sirvamos (Gál. 5:13), sobrellevemos las cargas unos de otros (Gál. 6:2), nos soportemos con paciencia (Ef. 4:2), seamos benignos y misericordiosos (Ef. 4:32) y nos sometamos (Ef. 5:21). También dice Pablo que no debemos juzgarnos unos a otros (Rom. 14:13), que debemos recibirnos los unos a los otros (Rom. 15:7), aconsejarnos unos a otros (Rom. 15:14) y saludarnos unos a otros (Rom. 16:16; 1 Cor. 16:20; 2 Cor. 13:12). Otros apóstoles concuerdan (Heb 10:24; 1 Ped. 1:22; 4:9; 5:14; 1 Jn. 3:11, 23; 4:7, 11, 12; 2 Jn. 5). Todos estos pasajes hablan de la experiencia cristiana en una comunidad. El que destruye la comunidad destruye la fe de Cristo. Sólo una comunidad que se confiesa sus pecados y que ora comunitariamente es sanada en la fe.
La expresión seáis sanados, iaomai 2390, acentúa el sentido de la curación del alma de una comunidad enferma espiritualmente (Mat. 13:15; Heb 12:13). El pecado es una enfermedad comunitaria de difícil curación. Para Dios, sin embargo, no hay nada imposible.
(2) Se fortifica en la oración del justo, 5:16b–18. La segunda parte del versículo 16 ha sido un “texto áureo” de las escuelas dominicales por muchos años. Cada niño que ha crecido en una iglesia cristiana ha memorizado este texto en alguna ocasión. La oración aquí descrita es la oración del justo. Este término debe ser visto simplemente como indicando a una persona devota, piadosa, religiosa en el sentido amplio del término (Hab. 2:4; Luc. 2:25; Rom. 1:17). Es cierto que Jesucristo es llamado “el justo” en reiteradas ocasiones en el NT (Mat. 27:19, 24; Hech. 3:14; 7:52; 22:14; Rom. 3:26; 2 Tim. 4:8; 1 Ped. 3:18; 1 Jn. 2:1, 29; 3:7; Apoc. 16:5), y probablemente también por Santiago (5:6), pero no hay nada en este pasaje que indique que se refiere solamente a la oración de Jesús. Todas las oraciones de todos los creyentes que se acercan a Dios son escuchadas, cada una de ellas (1 Ped. 3:12), todas ellas son llevadas a su presencia como en “copas de oro llenas de incienso” (Apoc. 5:8). La oración eficaz del justo puede mucho porque es escuchada por Dios, quien contesta la oración con su poder infinito.
Además, la oración descrita por Santiago es una oración ferviente, que obra eficazmente, es decir, una oración que “vale algo” (Gál. 5:6), que “actúa” (2 Cor. 4:12), que “está obrando” (2 Tes. 2:7), como se traduce esta misma expresión en otras partes del NT. La oración no es un consuelo de tontos, un remedio de viejas o un sostén de pusilánimes. La oración no es un opio para adormecer la conciencia del pueblo. Los pobres oran porque son pobres, y los ricos porque son ricos. La oración puede despertar la conciencia de los unos y los otros y volverlos a Dios, que es a quien nos dirigimos como comunidad que ora. La oración es entendimiento, iluminación, comunicación, relación, trato, unión, comunión con Dios. Parafraseando al obispo William Temple, podemos decir que “Adorar, orar, es despertar la conciencia por la santidad de Dios, alimentar la mente con la verdad de Dios, purgar la imaginación a través de la belleza de Dios, abrir el corazón al amor de Dios y dedicar la voluntad al propósito de Dios”. Todo ello se realiza en la comunidad que ora.
Por último, la oración descrita por Santiago es una oración que puede mucho. Tiene mucha fuerza en su acción. Hay que tener cuidado en no interpretar este versículo como que la oración es un modo de forzar a Dios a que haga algo. Ya ha dicho Santiago que “Dios no es tentado…, y él no tienta a nadie” (1:13). Lo mismo con la oración: Dios no puede ser forzado, y él no fuerza a nadie. Lo más importante en la oración no es que nosotros cambiemos el corazón de Dios, sino que Dios cambie nuestro corazón. No es Dios el que debe cambiar, somos nosotros. La oración nos pone a nosotros en situación de ser cambiados por Dios. Esa es su fuerza, ese es su gran poder, eso es lo mucho que puede la oración.
La oración no es un modo de torcer el brazo de Dios para que haga algo. La contestación a nuestra oración no es necesariamente una respuesta afirmativa. Dios siempre nos contesta: A veces afirmativamente, a veces negativamente, a veces ambiguamente, pero siempre contesta. La persona que considera que, porque no ha recibido lo que pide, Dios no le ha contestado, debiera pensar que quizá Dios sí le ha contestado: negativamente. La oración puede mucho porque puede cambiar los corazones, puede convertir las personas, puede hacer cosas que el hombre común no puede, puede afirmarnos en la fe, puede sostenernos en las pruebas y aflicciones, puede darnos esperanza en medio de la adversidad. Todo esto y mucho más Dios realiza en nosotros a través de la oración.
No termina de ser evidente si la eficacia de la oración, según Santiago, se debe a la persona que ora: el justo, a la intervención del Espíritu Santo en la oración en sí (como Pablo a los Rom. 8:26), o a la voluntad de Dios, que siempre realiza sus propósitos más allá de todas las injerencias humanas. Quizá las tres están implicadas. De todos modos, para poder comprender su dinámica, la oración debe ser practicada. Sólo quien ora entiende la oración.
El ejemplo de esta oración ferviente, que obra eficazmente, y que puede mucho es Elías. Elías es un gran ejemplo porque, como dice Santiago, …era un hombre sujeto a pasiones, igual que nosotros. Del mismo modo que ya hizo en 2:21, 25, y en 5:10, 11, Santiago trae a colación un personaje de la historia judía que le sirve como ejemplo. Luego de Abraham, Moisés y David, Elías es el personaje más nombrado del AT. Elías es el profeta por excelencia, un ejemplo de poder, de milagros y de grandes realizaciones (Mar. 9:4; Luc. 9:30). La razón por la que lo menciona Santiago, sin embargo, es justamente la opuesta. Es cierto que Elías hizo grandes milagros, dice Santiago, pero él era un hombre sujeto a pasiones como cada uno de nosotros. El propósito de Santiago de mencionar a Elías es mostrarlo vulnerable y humano. Elías no era un mago, ni un superhombre, ni alguien que tuviera poderes especiales. En Dios y con Dios, sin embargo, Elías era de temer. El poder de Elías era el poder de Dios.
Santiago no aclara cuáles fueron las pasiones que agitaron a Elías, pero es fácil suponer. La sequía de los tres años, o tres años y medio como afirma Santiago, se relata en 1 Reyes 17 y 18. Inmediatamente después de esta gran manifestación del poder de Dios, y de matar a los profetas de Baal, en 1 Reyes 19 se relata cómo la pérfida Jezabel pone precio a la cabeza de Elías. Elías se desespera y huye por el desierto. Cobijándose a la sombra de un enebro desea la muerte (1 Rey. 19:4). Fortalecido por una comida que un ángel le entrega, camina 40 días y 40 noches hasta llegar a Horeb, donde se esconde en una cueva (1 Rey. 19:9). Este es el Elías de Santiago, un Elías deprimido y desalentado, un Elías que no tiene nada que ver con el Elías que enfrentó a los 450 profetas de Baal y los 400 profetas de Asera (1 Rey. 18:19), y que los degolló en el arroyo de Quisón (1 Rey. 18:40). Elías es para Santiago un prototipo de los pobres en la comunidad de la dispersión, pobres que están deprimidos y desalentados por la prepotencia de los ricos que, como Jezabel, buscan matarles (5:6).
Lo más curioso de la interpretación de Santiago, sin embargo, es que ni en 1 Reyes 17:1 (anuncio y comienzo de la sequía), ni en 1 Reyes 18:42 (final de la misma) no sólo no se menciona que Elías hubiera orado con insistencia, ¡ni siquiera se menciona que Elías hubiera orado! Es cierto que en 1 Reyes 18:42 se dice que “puso su rostro entre sus rodillas”, pero el texto no menciona la oración como tal. Es posible que la tradición judía haya enfatizado el poder de los profetas sobre cielo y tierra, poder que se llevaría a cabo seguramente a través de la oración. Tampoco hay nada en el texto veterotestamentario sobre los tres años y medio. 1 Reyes 18:1 dice “al tercer año”. Sólo en Lucas (4:25) y aquí se menciona el típico período de tiempo para las realizaciones majestuosas de Dios, la mitad de siete años, o sea tres años y medio, o 42 meses, o 1.260 días (Dan. 7:25; 12:7; Apoc. 11:2; 12:6, 14). No podemos decir que Santiago esté inventando los tiempos o los hechos, sólo que no podemos establecerlos basándonos en los relatos del AT. Seguramente Santiago tenía literatura rabínica que sustentaba sus dichos que nosotros no conocemos y que, si la tuviéramos, sus comentarios sobre la “insistente” oración de Elías se aclararían, como así el señalado período escatológico.
Una razón más muestra la importancia de Elías como ejemplo de oración: Así como una sola persona mancha la comunidad de fe con su pecado, así una sola persona de oración mejora la comunidad y la levanta hasta ponerla en comunicación con Dios. Esta es la razón porque la oración del justo puede mucho. Un sólo justo en una comunidad puede levantar la comunidad. Por un puñado de justos Dios hubiera perdonado a Sodoma y a Gomorra (Gén. 18:26–33). La cantidad no es tan importante para el evangelio como la calidad. La presencia de un sólo justo en una comunidad de fe es de suma importancia para Dios.1
1 Cevallos, J. C. (2006). Comentario Bíblico Mundo Hispano tomo 23: Hebreos, Santiago, 1 Y 2 Pedro, Judas (pp. 288–297). El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano.
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