¿Cuál es tu madurez espiritual?
Introducción
1 Pedro a Judas Capítulo 7: Etapas del crecimiento espiritual (2:12–14)
La Madurez Espiritual del creyente.
BOSQUEJO: LAS CIMAS DEL ANDAR DEL CREYENTE QUE TE CONFRONTAN CON TU MADUREZ ESPIRITUAL
Cima 1. Has sido perdonado y eres Hijo de Dios y estás en el camino de la Jerusalén Espiritual. Cima 2. La Colina de la Niñez Espiritual. Cima 3. El Monte de la Juventud Espiritual. Cima 4. La Montaña de la Madurez Espiritual.
1. Cima 1. Has sido perdonado y eres Hijo de Dios.
Juan 2:12 Juan 2:12 Os escribo a vosotros, hijos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre.
A. La Palabra Hijos (hijitos en la Reina Valera en este versículo) significa “nacidos” y se refiere a todos los creyentes, refieriéndose tanto a hombres, mujeres y niños.
B. El verbo perdón está conjugado en perfecto y pasivo que indica una acción que ocurrió en el pasado y que tiene efecto en el presente y en el futuro y la voz pasiva indica que Dios es el agente que perdona.
Es decir, Dios perdona los pecados una vez y para siempre. Los pecados han sido, son y permanecen perdonados para siempre.
“A causa de su nombre”. Los pecados son perdonados a causa del nombre de Jesús. Juan intencionalmente pone énfasis en el término nombre. El escribe: “A causa de su nombre”, no “a causa de Jesús”. El término nombre no es una simple designación sino la revelación de la persona y obra del Hijo de Dios (véase 1:9; 2:1–2; 4:10). Dios perdona los pecados en base a la muerte expiatoria de su Hijo en la cruz del Calvario. Lo que se da a entender es que todo aquel que cree en Jesús y se arrepiente recibe la remisión del pecado.
Nuestros pecados son perdonados por el Padre, en el nombre de Jesús y por el poder del Espíritu Santo.
Dios perdona a los pecadores debido a que le complace glorificar su nombre por medio de su manifestación de sobreabundante gracia, misericordia y poder.
Como aquellos a quienes se les ha concedido el don del perdón, los creyentes siempre alabarán y magnificarán a Dios.
Sima 2. La Colina de la Niñez Espiritual
Juan 2:13c Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre.
Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. (2:13c)
El término traducido hijitos (paidia) es diferente del que se tradujo de igual modo (teknia) en el versículo 12. Según se indicó antes, teknia se refiere a todos los hijos de Dios. Pero paidia denota más específicamente a niños pequeños, los que aún están bajo instrucción paternal. Esos hijitos son ignorantes e inmaduros y están en necesidad de cuidado y guía.
Al igual que ocurre con los bebés físicos, la ignorancia de los hijos espirituales los hace propensos a debilidades y altamente susceptibles a peligros. Muy a menudo son motivados por los deseos carnales y les falta discernimiento para evitar lo que es peligroso y buscar lo beneficioso.
A los niños espirituales también les falta discernimiento y son susceptibles a las seducciones de engañadores y a sus doctrinas herejes. Por eso Pablo advirtió a los efesios:
Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo (Ef. 4:14–15; cp. 1 Co. 16:13).
Cima 3. El Monte de la Juventud Espiritual vv. 2:13 y 14b
Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno… Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. (2:13b, 14b)
A diferencia de los niños espirituales que se enfocan principalmente en la devoción a Dios, los jóvenes espirituales han progresado hasta estar interesados en la claridad de la doctrina.
Los jóvenes espirituales se caracterizan por una comprensión de la verdad bíblica (cp. Sal. 1:2; 119:11, 16, 97, 103, 105, 148; Hch. 17:11; 20:32; 2 Ti. 3:15).
Debido a que la palabra de Dios permanece en los que están en esta etapa, son fuertes en verdad doctrinal (Ef. 4:13–16; 1 Ti. 4:6; 2 Ti. 3:16–17; Tit. 2:1; cp. Sal. 119:99). En consecuencia, ya han vencido al maligno. Después de todo, el énfasis principal de Satanás no está en tentar a individuos hacia el pecado (cp. Stg. 1:14), sino en obrar a través de múltiples sistemas religiosos falsos para engañar al mundo y llevar a la condenación a la mayor parte de personas (2 Co. 10:3–5; 11:13–15; Ef. 6:11–12; cp. 1 Ti. 4:1–2; 1 Jn. 4:1, 3). Sin embargo, los jóvenes espirituales en esta etapa de madurez se encuentran preparados por medio de su entendimiento de las Escrituras para mantenerse firmes contra estas maquinaciones engañosas (Ef. 6:11). Armados con la sana doctrina que les han enseñado pueden refutar el error y proteger la verdad
Cima 4: La Montaña del Adulto Espiritual: Los Padres Espirituales
Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio… Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. (2:13a, 14a)
La tercera etapa de crecimiento espiritual es cuando los creyentes no solo entienden la doctrina de manera intelectual, sino que han llegado a conocer (de ginōskā, “saber por asimilación de conocimiento; llegar a saber”) al que es (Dios) la fuente de la verdad y el objeto de la adoración y la alabanza que este crecimiento produce. Juan afirma esa realidad tanto en los versículos 13 como en el 14, y Pablo la repite en Filipenses 3:10.
Los que son padres espirituales han meditado (cp. Jos. 1:8; Sal. 1:2; 19:14; 49:3; 77:11–12; 139:17–18; 143:5) en las profundidades del carácter de Dios hasta el punto en que anhelan obtener un hondo conocimiento de Él y adorarlo íntimamente.
Juan apela a los padres, puesto que ellos han obtenido conocimiento espiritual de parte de Jesucristo y acerca de él. Con el correr del tiempo, ellos “han llegado a conocer a aquel que es desde el principio”. Tienen un conocimiento íntimo de la revelación de Dios en Jesucristo (1:1; Juan 1:1). La comunidad cristiana, por lo tanto, espera liderazgo de parte de los padres espirituales, y éstos, a su vez, deben cuidar a sus hijos espirituales. Ellos son responsables de pasar la antorcha de la luz del evangelio a la próxima generación, a saber, a los jóvenes de la iglesia.
Solo ahora esa relación es mucho más plena y rica porque está totalmente informada por la comprensión de la doctrina bíblica, y se encuentra vinculada a ella. A través de experimentar graves sufrimientos, Job llegó a este profundo conocimiento de Dios; él afirmó: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6), por lo que se lamentó realmente de su punto de vista incompleto e inmaduro de Dios que antes había mantenido en su vida (cp. Job 36:3–4; Sal. 119:66; Pr. 1:7; 2:10; 9:10; Fil. 1:9; Col. 1:9–10; 2 P. 1:3, 8).
La única manera en que los creyentes pueden progresar en el crecimiento espiritual continuo (de niños a jóvenes y a padres) es a través de la aplicación dadora y transformadora de vida de la Palabra de Dios en sus vidas (2 Ti. 2:15; cp. Esd. 7:10). Al leer, estudiar, memorizar, meditar y aplicar la verdad de la Biblia en toda situación, los cristianos son transformados a la imagen de Dios (cp. 2 Co. 3:18) por el poder del Espíritu (cp. Ef. 6:17; Col. 3:16; 2 P. 1:19–21).
Jesús desea que los creyentes conozcan a Dios no en una manera superficial, ni solo en un sentido académico, sino con intimidad sobrenatural, algo que es posible únicamente mediante una vida de obediencia a Él y a su Palabra.
La descripción que Juan hace de las etapas de crecimiento espiritual también reta a los creyentes a abundar “más y más” (1 Ts. 4:10) en sus vidas cristianas. Los niños espirituales deben pasar de su deleite inicial en el amor del Padre, a tener un sano conocimiento de la verdad bíblica. Los jóvenes no deben detenerse en su conocimiento de la verdad bíblica, sino seguir adelante en conocer profundamente al Dios de quien viene toda la verdad y a quien señala toda la verdad. E incluso los padres deben seguir extendiendo y profundizando su conocimiento del Dios eterno. Mientras los santos vivan en esta tierra están obligados a obedecer el mandato de crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 3:18a).