El Remanente en la Biblia

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Origen y significado del Remanente

Puede que la definición más simple del Remanente sea “lo que queda de una
comunidad después de que esta sufre una catástrofe” (Lester V. Meyer, “Remnant”, ABD, t. 5, p. 669).
Sin embargo, Gerhard F. Hasel va más allá, sigue la pista de la presencia del tema
del remanente en el antiguo cercano oriente comenzando con los textos sumerios
y terminando con material de la época de Isaías.
Según Hasel, el origen del tema es anterior al material bíblico.
El “común denominador” de todos los usos del tema es “el problema de la vida y la muerte,
es decir, la inquietud existencial del hombre” (Gerhard Hasel, El remanente: Historia y teología
de la idea del remanente desde Génesis hasta Isaías, p. 383).
Las amenazas mortales “suscitan la pregunta inmediata de si la vida será aniquilada
o si sobrevivirá un remanente para conservar la existencia humana” (Hasel, Remanente, ISBE, t. 4, p. 132).
Por ello, el tema del remanente no surgió como parte de un contexto bíblico particular
y “en origen, no era escatológico” (Hasel, Teología del Remanente, p. 402).
El tema recibió por vez primera un énfasis claramente escatológico
en Amós pero Isaías de Jerusalén solidificó el uso escatológico.
El tema del remanente puede encontrarse en todo el Antiguo Testamento,
ya sea explícita o implícitamente, pero es más prominente en los libros proféticos
(Miqueas, Amós, Isaías, Ezequiel, Sofonías, muchos eruditos dicen que aparece en todos los profetas).

Remanente en el AT

Un remanente no puede entenderse aparte de una clara descripción del cuerpo al cual pertenece.
Por ello, vamos a comenzar con el papel y función de Israel como pueblo de Dios.
El nombre de Israel se usa de manera doble. Por una parte representa un pueblo o nación,
y por la otra se refiere al pueblo de Jehová como congregación religiosa.
Desde el momento que aconteció lo que dice Génesis 32: 28 “No se dirá más tu nombre Jacob,
sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido”, se reveló que es de origen divino.
Simboliza la nueva relación espiritual de Jacob con Jehová y representa a
Jacob en un estado de reconciliación con Dios por medio de su gracia perdonadora.
El propósito de Dios para Israel, en esencia, fue expresado por Moisés cuando le dijo a
Faraón en (Éxo. 4: 22, 23) “Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.
Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva [“me rinda culto”, NVI]”.
Las tribus de Israel fueron llamadas a adorar al Señor Dios de acuerdo a su voluntad revelada.
Israel era diferente de todas las otras naciones, no debido a cualidades étnicas, morales o
políticas, sino porque Israel fue elegido por Dios para recibir las promesas.
Israel fue elegido y redimido por la gracia de Dios en el éxodo para ser un pueblo santo,
es decir, colocado aparte para guardar el pacto de Dios y para ser sacerdotes
o mediadores entre Dios y las naciones gentiles (Éxo. 19: 4-6).
El libro de Deuteronomio enseña que el propósito de la elección de Israel fue una
misión profundamente religiosa. Tenían que responder al acto redentor de Dios como
los hijos “de Jehová vuestro Dios” (Deut. 14:1), amando a su Dios del pacto con una
entrega total de corazón (Deut. 6:5), obedeciendo voluntariamente (vers. 6-9, 18),
adorándolo exclusivamente a él (vers. 13-15).
En Siquem Josué renovó el compromiso de Israel con el culto exclusivo de Jehová para las futuras generaciones (Jos. 24: 24).
Israel renovaba su pacto con Dios continuamente en las liturgias sagradas
de las festividades anuales centradas en el santuario de Dios.
El libro de los salmos usa el nombre de Israel más de cincuenta veces para referirse a
una asamblea que adora a Jehová en el templo en Jerusalén (Sal. 147: 19, 20; 148: 14; 149: 2).
Ezequiel levanta ante una Jerusalén apóstata el espejo de la historia de Israel, de rebelión
y contaminación del santuario de Dios (Eze. 16; 23). El profeta, por lo general, percibió a Israel en un papel rebelde y desobediente.
El plan de Dios de bendecir a las naciones por medio de Israel sería cumplido,
pero en el propio modo innovador de Dios: por medio de un fiel remanente de Israel.

Terminología bíblica del remanente

En el Antiguo Testamento está representada por seis raíces hebreas:
[scr] (“quedar, permanecer”), [plt] (“escapar”), [mlt] (“escapar”), [ytr] (“sobrar, quedar”),
[srd] (“huir de”; [sarid], “superviviente”) y [aharit] (“posteridad, remanente”).
En la LXX, estas raíces hebreas son traducidas a palabras griegas casi siempre
formadas a partir de [leimma/leipo] (“remanente, resto/ dejar atrás”) (V. Herntrich y G. Schrenk, “Leimma”, TDNT, t. 4, pp. 194-198).
La presencia de una de estas palabras no significa automáticamente que esté
presente el tema del remanente (por ejemplo, 1 Sam. 20:29, otro caso posible es Nehemías 7:72).
Y por el contrario, el tema del remanente también puede estar presente implícitamente
aunque no se use terminología de remanente (por ejemplo, Caín en Gén. 4:1-15).
Según varios autores entre ellos Hasel, LaRondelle Ángel Manuel Rodriguez, se aplica
el tema del remanente a tres tipos de grupos, denominados histórico, fiel y escatológico.
1.- El remanente histórico consiste en cualquier grupo que escapase a una catástrofe
que amenazara su supervivencia. Un ejemplo de éste se encuentra en la primera referencia
implícita a un remanente en la Biblia, Génesis 4:1-15: “que dejó solo a Caín como progenitor
de toda la raza humana”. Asimismo el remanente de los cananeos, que después se convertiría
en una fuente de problemas para Israel, es también un remanente histórico (Núm. 33:55; Jue. 3:1). (Hasel, Remanente, ISBE, t. 4, p. 132).
También aparece en todas estas citas: 2 Reyes 19: 31; 25: 11; 2 Crónicas 34: 21;
Jeremías 24: 8; 52: 15; Ezequiel 9: 8; 11: 13. En la mayoría haciendo mención a
los que quedaron de la cautividad babilónica. En la de Ezequiel 9 sobrevivientes de la
muerte de los culpables, quienes tenían la señal o sello de Dios.
Más tarde cuando el remanente de Jerusalén fue deportado a Babilonia en el año 586 a.C.,
solo quedaron unos pocos detrás en la tierra de Judá (2 Rey. 25: 22; Jer. 40-44).
Este remanente huyó a Egipto de los cuales Jeremías predijo que “no habrá de ellos quien
quede vivo, ni quien escape delante del mal que traeré sobre ellos” (Jer. 42: 17; 44: 7).
Por otro lado, los judíos o israelitas que regresaron más tarde de Babilonia a
Palestina bajo la dirección de Zorobabel fueron descritos por los profetas
postexílicos como el pueblo remanente de Dios (Hag. 1: 12, 14; 2: 2; Zac. 8: 6, 11, 12).
En estos pasajes, “remanente” el resto, se refiere principalmente a
los supervivientes de las catástrofes nacionales de Israel.
2.- El segundo tipo de remanente, el remanente fiel, puede ser caracterizado como
una comunidad que manifiesta una espiritualidad genuina y una relación con Dios de fe verdadera;
las promesas divinas del futuro descansan en este remanente. Un ejemplo de éste
se encuentra en la primera referencia explícita al remanente, registrada en Génesis 7:23,
pasaje en el que “Noé y su familia representaban a un remanente justo” (Hasel, Remanente, ISBE, t. 4, p. 132).
Un ejemplo por parte de los profetas es la promesa de Dios a Elías, quien pensó que
nadie era leal a Jehová, excepto él mismo (1 Rey. 19: 18). Dios había dicho que aún
quedaban 7 mil cuyas rodillas no se doblaron ante Baal.
Por lo tanto, Israel como entidad política o como etnia no podía hacerse automáticamente
equivalente al remanente fiel. Solo aquellos que adoraban a Dios de
acuerdo a su pacto eran el remanente fiel dentro de Israel.
Además, es significativo que el pueblo remanente de Dios que sobrevivió a los
juicios de Dios en el AT debía volver con todo su corazón a su Dios del pacto si no quería
caer también bajo el castigo del juicio de Dios (Deut. 30: 1-3; 2 Rey. 21: 14, 15; 2 Crón. 30: 6).
Representativo de esto es el llamamiento del profeta Zacarías al remanente de su tiempo:
“Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros” (Zac. 1:3).
La respuesta de Dios está descrita en su acto de justificación
divina del sumo sacerdote penitente, Josué (Zac. 3: 3-5).
Esdras expresa la genuina actitud de arrepentimiento del remanente postexílico:
“Oh Jehová, Dios de Israel, tú eres justo, puesto que hemos quedado un remanente
que ha escapado, como en este día. Henos aquí delante de ti en nuestros delitos;
porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto” (Esd. 9: 15).
Todos los escritos de los profetas distinguen entre un Israel apóstata y un remanente fiel dentro de la nación de Israel.
Amós e Isaías que escribieron en el siglo VIII a.C. desarrollaron una teología
específica del remanente dentro de la proclamación de su juicio para Israel y Judá.
Mientras que Amós anunció el fin del reino del norte (Israel) como nación,
en el inminente día de Jehová, al mismo tiempo ofreció la esperanza de que Dios pudiera tener
“piedad del remanente de José” (Amós 5: 15), si lo buscaban a él y al bien (vers. 4, 6, 14).
De esa manera, Amós terminó con la opinión popular que Israel en su conjunto
tenía automáticamente garantizadas las bendiciones del pacto
y estaba exento del juicio divino (vers. 18-27).
3.- El tercer grupo, el remanente escatológico, consiste en los fieles que atraviesan los juicios
purificadores y las tribulaciones apocalípticas y salen victoriosos.
Joel se refiere a este remanente cuando escribe: “El sol se convertirá en tinieblas y la luna en
sangre antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible. Y todo el que invoque
el nombre del Señor escapará [mlt] con vida, porque en el monte Sion y en Jerusalén
habrá escapatoria [peletah], como lo ha dicho el Señor. Y entre los sobrevivientes
[sarid] estarán los llamados del Señor” (2: 31-32).
Isaías, más que los otros profetas, aúna las profecías mesiánicas y una teología especial del remanente.
Isaías predice que el Mesías, como el “renuevo de Jehová” (Isa. 4: 2), preservará un
remanente “santo” o “simiente santa” (Isa. 6: 13) en Sion en medio del fuego del juicio.
Los integrantes de ese pueblo remanente “se apoyaran con verdad en Jehová,
el Santo de Israel. El remanente volverá, el remanente de Jacob volverá al Dios fuerte” (Isa. 10: 20, 21).
Este “Dios fuerte” es un nombre dado al Mesías (Isa. 9:6).
Para Isaías, las características del remanente fiel son fe y confianza en Dios
y a su Mesías (Isa. 1: 18, 19; 7: 9; 53), y obediencia voluntaria.
El profeta hasta le dio a su hijo el nombre simbólico de Sear-jasub, “un remanente volverá”
(Isa. 7:3), para resumir un aspecto esencial de su proclamación profética.
Isaías hace aún más explícito el concepto de remanente de Amós destacando que
el pueblo remanente escatológico o mesiánico también incluiría a los no israelitas,
específicamente a aquellos gentiles que elijan adorar al Dios del pacto de Israel y
que busquen a su Mesías como el “pendón a los pueblos” (Isa. 11: 10, 11; 56: 3-8).
Isaías señaló que una característica particular del reavivamiento y la reforma del
remanente fiel sería una adoración en una restauración de la adoración en sábado (Isa. 56; 58).
Además el remanente escatológico será un pueblo mesiánico que se ocupara en una
obra misionera mundial para reunir en una comunidad unida de fe y
adoración a todos los que acepten el mensaje de Dios.
Los supervivientes de las naciones que buscan al Mesías como el “pendón a los pueblos”,
volverán a ser enviados de nuevo a las naciones y “publicarán mi gloria entre las naciones” (Isa. 66: 19; cf. Zac. 14: 16).
Miqueas también une la promesa del venidero Rey Mesías con el cuadro de Israel
como su rebaño (Miq. 2: 12, 13; 5: 2-4), cuyas transgresiones han sido misericordiosamente perdonadas (Miq. 7: 18, 19).
Joel y Sofonías recalcan la promesa de un pueblo remanente final que adora al
Señor en Espíritu y en verdad en su templo (Joel 2: 32), en humildad genuina
y en pureza de corazón y labios (Sof. 3: 9, 12, 13).
Jeremías y Ezequiel anunciaron el juicio histórico inminente sobre Jerusalén y Judá
por medio del rey babilónico, debido a la negativa del pueblo a arrepentirse
de la apostasía religiosa y moral (Jer. 5: 1-3; 6: 9; 8:3, 5; 21: 8-10; Eze. 5: 12; 8: 6-18; 9: 8).
No obstante, después de esta catástrofe histórica Dios reuniría un remanente fiel
que manifestaría un corazón limpio y un espíritu nuevo y viviría hasta el fin
el poder del “nuevo pacto” de Dios (Jer. 31: 31-34; Eze. 36: 24-27).
Aquí está otra vez conectado de modo inseparable el remanente escatológico
con la venida del Mesías. El remanente sería el pueblo del Mesías.
Finalmente, el libro apocalíptico de Daniel contribuye a la predicción profética al
enmarcar al remanente escatológico dentro del calendario progresivo de los tiempos mesiánicos.
Además, Daniel no solo prevé que los futuros santos de Dios serán el pueblo perseguido
dentro de los tres tiempos y medio o 1260 años tras el derrumbamiento del Imperio Romano
(Dan. 7:25; cf. Apoc. 12: 6, 14), sino que también predice un tiempo de angustia para un remanente
final que será librado de los ayes apocalípticos del día del juicio por Miguel como el Hijo del hombre (Dan. 12: 1-4).

Remanente en el NT

Es cierto que en el NT no aparecen los términos hebreos de remanente ni los términos griegos traducidos en la LXX.
Por ello Rudolf Bultmann llegó a decir que el tema del remanente está ausente en el ministerio y las enseñanzas de Jesús.
Sin embargo, aunque no aparece la terminología, aún así la teología del remanente puede estar presente.
En un estudio de la Septuaginta, y literatura judía del periodo posterior al Antiguo Testamento, se demostró:
1.- Que la terminología más frecuente en la LXX para remanente provienen de las formas de loipos “el resto”.
2.- Hay una fuerte relación en la palabra “sperma” Simiente
con “Sarid”, remanente (Deut. 3: 3; Núm. 23: 10; 24: 17-19; Isa. 1: 9).
Para comprender el papel de las ideas del remanente en la labor de Jesús,
sería útil considerar en primer lugar la obra de Juan el Bautista.
Los 4 evangelios presentan a Juan el Bautista como un precursor de Jesús (Que el relato del ministerio
de Jesús comenzó con Juan era el punto de vista común de la iglesia [Hech. 1: 21, 22; 10: 37]).
Aparte de la obvia diferenciación de entre los que aceptaban su bautismo y los que no (Mat. 3: 7),
las referencias al arrepentimiento en consideración del juicio venidero (Mat. 3: 2, 7),
y más específicamente, de una “criba” de Israel sugieren que puede operar un concepto de remanente.
De esta manera Juan y Jesús que vino después no sólo predicaban una teología de restauración,
sino más que eso una teología del remanente al tratar de seleccionar a un nuevo pueblo para Dios.
La venida de Jesucristo a Israel fue la prueba final para el pueblo judío como teocracia,
o nación dirigida por Dios. Como Mesías, Jesús de Nazaret fue la
“piedra de tropiezo”, la “roca que hace caer” (Rom. 8: 32; 1 Ped. 2: 4-8).
Cristo fue enviado por Dios como el Mesías prometido para reunir con él “a las ovejas
perdidas de la casa de Israel”, tal como lo habían predicho los profetas
(Mat. 10: 5, 6; 15: 24; ver Jer. 23: 3-5; Eze. 34: 15, 16, 23, 24).
Tenía el propósito de beneficiar a todos los pueblos de la tierra: “Y yo, si
fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12: 32).
Refiriéndose a la profecía de Isaías de una futura reunión de gentiles en el templo de Dios,
Cristo declaró: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también
debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor” (Juan 10: 16; ver Isa. 56: 8).
Para cumplir su misión universal, Jesús llamó de Israel sus doce apóstoles, que en su
número elegido representaban claramente a las doce tribus de Israel.
Comenzando con los doce discípulos, Cristo fundó un nuevo Israel, el remanente mesiánico
del pueblo de Israel y los llamó “mi iglesia” (Mat. 16: 18). La que reemplazaría a la nación que rechazó a Cristo.
La decisión final de Cristo con respecto a la nación judía llegó al fin de su ministerio,
cuando los líderes judíos habían resuelto rechazar su afirmación de ser el Mesías de Israel.
Su fallo fue: “Por tanto, os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros,
y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mat. 21: 43).
Esta decisión solemne implica que Israel ya no sería el pueblo gobernado por Dios y que
sería reemplazado por un pueblo que aceptaría al Mesías y su mensaje del reino de Dios.
Jesús mismo identificó el “pueblo” a quien Dios había elegido. Les dijo a sus discípulos:
“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre ha placido daros el reino” (Luc. 12: 32; cf. 22: 29).
Que Cristo identificó de modo inconfundible a sus discípulos como el verdadero Israel
queda reforzado por el hecho de que los profetas de Israel llamaron rebaño u ovejas
al Israel de Dios (Isa. 40: 11; Jer. 31: 10; Eze. 34: 12-14).
Al llamar a los discípulos para formar la manada pequeña que recibiría el reino,
Cristo estableció el núcleo del nuevo Israel (Luc. 12: 32).
La iglesia de Cristo no está separada del Israel de Dios; lo está
solo de la nación judía en su conjunto, que rechazó a Cristo.
Solamente en Cristo podía Israel como nación haber seguido el verdadero pueblo del pacto de Dios.
Al rechazar a Jesús como el rey mesiánico divino, los dirigentes de la nación judía
suspendieron decisivamente la prueba de cumplir el propósito de Dios para los gentiles.
En cambio, Cristo renovó el pacto de Dios con sus doce apóstoles. Les otorgó el llamamiento
divino del antiguo Israel a su rebaño mesiánico, para que fueran la luz del mundo
(Mat. 5: 14; cf. Isa. 49: 6) y para hacer “discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mat. 28: 19).
Finalmente, Cristo instó sin ningún género de dudas a su manada pequeña, el remanente
fiel de Israel, a huir de la ciudad condenada (Mat. 24: 15-20; Mar. 13: 14; Luc. 21: 20-24).
Después de la muerte de Jesús, la interpretación de Pedro del derramamiento del Espíritu
como cumplimiento directo de la profecía de Joel para los últimos días (Hech. 2: 16-21)
confirma que la iglesia no fue una entidad inesperada o no predicha en el AT.
Más bien fue el cumplimiento sorprendente de la profecía de Joel acerca del remanente.
Por eso, la iglesia no es una idea de último momento o una interrupción del plan de
Dios con Israel para el mundo, sino el avance y realización divinos del nuevo Israel mesiánico.
En otra ocasión Pedro declaró: “Todos los profetas, desde Samuel en adelante,
cuantos han hablado, también han anunciado estos días” (Hech. 3: 24).
En otras palabras, desde el Pentecostés las profecías del AT concernientes al remanente
de Israel tuvieron su cumplimiento en la formación de la iglesia apostólica.
Pedro se dirigió a las iglesias cristianas de su tiempo esparcidas por Asia Menor (1 Ped. 1: 1)
con los títulos honorables del pueblo de Israel (1 Ped. 2: 9; cf. Éxo. 19: 5, 6).
El pueblo del nuevo pacto ya no se caracteriza por los vínculos de raza o país, sino
exclusivamente por la fe en Cristo. A este pueblo Pedro lo llamó el Israel espiritual, o “nación santa”.
En realidad, Pablo denomina a las iglesias de Galacia, en territorio gentil, “el Israel de Dios”
(Gál. 6:16). Estos no son los judíos miembros de las iglesias, está de sobra decir que el contexto
histórico en esta carta y en otras de Pablo afirma que tanto judíos como gentiles son uno en Cristo:
“Todos sois hijos de Dios por la fe” en Jesucristo. Por consiguiente,
en Cristo “no hay judío ni griego” (Gál. 3: 26-28).
El apóstol vuelve a confirmar de manera enfática esta
interpretación teológica de la iglesia en la carta a los Efesios.
Por medio del evangelio, los cristianos han recibido “ciudadanía en Israel”
y se regocijan en la misma esperanza que Israel (Efe. 2: 12, 13).
Por medio de la cruz, Cristo reconcilió tanto a judíos como a gentiles “con Dios” (vers. 16).
De este modo también destruyó la barrera, “la pared intermedia de separación” entre judíos
y gentiles, “aboliendo en su carne… la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas” (vers. 14, 15).
Esta es una referencia aparente a la abrogación de la ley mosaica por Cristo.
La misión de Cristo fue la formación de un Israel mesiánico compuesto de todos los creyentes en Cristo.
Su propósito fue “crear en sí mismo de los dos [judíos y gentiles] un solo y nuevo hombre, haciendo la paz” (vers. 15).
En la iglesia de Roma, Pablo tuvo que hacer frente a una actitud hostil que surgió entre
los cristianos gentiles hacia los cristianos de origen judío y hacia los judíos.
En Romanos 9-11 Pablo alcanza el punto culminante de su epístola al exponer
cómo se relacionan con el Israel de Dios los creyentes gentiles.
Describe la conversión de los gentiles a Cristo como el injerto
de las ramas de olivo silvestre en el olivo del Israel de Dios.
Por medio de la fe en Cristo, los gentiles quedan legalmente incorporados en el olivo,
el pueblo del pacto de Dios, y participan de la raíz de Abraham (vers. 18).
Como nación el Israel de la antiguedad ha perdido su condición especial, pero la puerta de la salvación
permanece abierta para las personas del pueblo judío si, como individuos, se arrepienten y responden al llamamiento.
Ahora la iglesia cumple la misión del Israel étnico, las ramas desgajadas en Romanos 11: 17,
y por lo tanto, está dotada con el pacto de Israel, sus bendiciones y responsabilidades,
así como con las maldiciones si se produce apostasía.

La apostasía de la iglesia en la profecía

¿Será que la iglesia cometió apostasía? ¿Será que hay evidencia bíblica,
profética de apostasía de la iglesia cristiana?
El bosquejo profético de Pablo de la historia de la iglesia (2 Tes. 2)
forma una conexión importante e iluminadora entre Daniel y Apocalipsis.
Ante la falsa postura que había entre los cristianos de Tesalónica en el sentido de que
el día del Señor ya había comenzado (2 Tes. 2: 3). Les recuerda que primero debe levantarse
la rebelión profetizada dentro del “templo de Dios”, la apostasía y el hombre
de pecado y después de esto la venida de Jesús (vers. 3-8).
Pablo introdujo un elemento de retraso de la llegada del anticristo, debido a la
presencia de un poder refrenador: “Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste (vers. 6).
Aparentemente, la iglesia apostólica no tuvo dudas acerca
de la identidad de este poder “que lo detiene”. Sabían cuál era.
La mayoría de los primeros padres en la iglesia postapostólica enseñaron que el orden
civil del imperio romano, con el emperador a su cabeza, era el poder refrenador al que
se había referido Pablo en los versículos 6 y 7 (Forestell 2: 234). A pesar de varias teorías nuevas,
varios eruditos de renombre mantienen que “la interpretación clásica… es completamente satisfactoria” (Ladd 68).
Pablo está diciendo, cuando caiga el imperio de la Ciudad de Roma, no será detenido el surgimiento del anticristo.
Por consiguiente, el anticristo debe revelarse sin demora en la era subsiguiente, llamada comunmente Edad Media.
Descrita por Daniel como el periodo de los tres tiempos y medio de opresión de los
verdaderos santos, o remanente fiel (Dan. 7: 25; 12: 7) reaparece en Apocalipsis en formas diferentes:
tres tiempos y medio (Apoc. 12: 14), 42 meses (Apoc. 11: 2 y 13: 5) y 1260 días (Apoc. 11: 3; 12:6).
Sobre la base del principio de día por año, esto significa que, después de la
disolución del imperio romano, habría 1260 años de apostasía prevaleciente.
Tal lapso tiene que ver con el surgimiento y la caída del poder papal.
Muchos expositores de la Biblia en Europa y América han reconocido que las
fechas de este periodo se extienden desde los años 533/538 hasta 1793/1798.
Pablo describe la “apostasía” venidera como una revelación del “hombre de pecado”
“el cual se opone contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto,
que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tes. 2: 4).
El uso que hace Pablo de la palabra “templo” (naos) en sus otros escritos
(1 Cor. 3: 16, 17; 1 Cor. 6: 19; Efe. 2: 21) muestra que quiso decir no el templo
material en Jerusalén sino la iglesia como el templo espiritual de Dios.
Por otro lado, significativa es la declaración de Pablo de que el apóstata “se sentará”
en el templo de Dios. Esto evoca a la visión de Daniel en la que el Anciano de días
“se sentó” para juzgar a los poderes que se hacen dioses en la tierra.
La horripilante apostasía predicha por Daniel 7, 8 y 11 se levantaría
dentro del pueblo del nuevo pacto o de la comunidad mesiánica.
En resumen, el apóstol pone sobre aviso a la iglesia para que esté en guardia contra
el engaño de un falso maestro de cristianismo, que se levantaría dentro de la iglesia
cristiana después de la caída de Roma pagana, que pretendería hablar en lugar de Cristo.
Pablo advierte contra un futuro evangelio falsificado y contra una falsificación de la adoración.
Solo el papado cumple exactamente esta predicción profética.

El Remanente del tiempo del fin

En este punto necesitamos recordar que las predicciones
del AT ya mencionadas tienen cumplimiento en el NT.
Como vimos en la sección remanente escatológica varios profetas describen la misión
y el carácter religioso del tiempo del fin, entre ellos: Joel, Ezequiel, Daniel, Sofonías y Malaquías.
Necesitamos establecer y entender de qué manera convergen y
culminan sus perspectivas apocalípticas en el libro de Apocalipsis.
Por ejemplo:
La teología del remanente de Juan tiene una de sus raíces en la visión de Ezequiel
acerca de la liberación de un remanente arrepentido de entre un Israel idólatra de Jerusalén (Eze. 8; 9).
Ezequiel vio seis ángeles que se les ordenaba matar sin piedad a todos los que no
tuvieran una marca específica sobre la frente, colocada allí por un ángel particular vestido de
lino que iba delante de los verdugos con un tintero de escribano a su lado.
Temiendo la destrucción de todos, Ezequiel exclamó: “¡Ah, Señor Jehová! ¿Destruirás a todo
el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén?” (Eze. 9: 8; cf. 11: 13).
Dios contestó de que los verdaderamente arrepentidos fueran eximidos de recibir
la ira divina: “Pasa por en medio de la ciudad… y ponles una señal en la frente a los hombres
que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella” (Eze. 9: 4).
Apocalipsis 7 aplica la visión del sellamiento de Ezequiel a su cumplimiento en el tiempo del fin.
Juan oye en una visión que 144.000 israelitas (12.000 de cada tribu) serán sellados
en la frente con el “sello del Dios vivo” por ángeles de Dios como señal de la aprobación
y protección divinas contra los vientos finales de destrucción (vers. 1-8).
Esta visión que tuvo Juan del “sellamiento”, trae la seguridad consoladora de
que Dios protegerá a sus fieles en todo el mundo durante la última tribulación.
Un pueblo remanente fiel estará salvo y seguro de la
destrucción fuerte de las siete últimas plagas (Apoc. 16: 1, 2).
También en la descripción de los 144.000 de Apocalipsis 14: 5 (leer) se cumple
la promesa de Sofonías en cuanto al remanente (Sof. 3: 12, 13). Como pueden notar es un paralelismo
increíble. En otro tema dedicado sólo a los 144.000 explicaremos a más detalle este tema.
El Apocalipsis de Juan se centra en los goces futuros y la herencia venidera de
los que han sido fieles hasta el fin y que han vencido al maligno
por la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio (Apoc. 12: 11).
Joel 2: 28-32 predice que la era venidera se caracterizará por el derramamiento del Espíritu
de Dios sobre toda carne, “antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (vers. 31, 32).
Se describe al pueblo remanente verdadero como aquellos que invocan el nombre
del Señor, “porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá
salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente” (vers. 32).
Tanto Pedro como Pablo como hemos visto citan a Joel 2: 32 y proclaman
su cumplimiento inicial en la iglesia universal de Cristo (Hech. 2: 21; Rom. 10: 13).
Sin embargo, este cumplimiento evangélico de Joel 2 no excluye un
cumplimiento especial en el tiempo del fin, como conclusión de la era de la iglesia.
La parte central del Apocalipsis de Juan, Apocalipsis 12-14, tiene que ver con
la terminación mundial de la misión evangélica de la iglesia de Jesucristo.
Empleando el simbolismo tradicional de la esposa de Jehová en la profecía clásica
(Isa. 54; Eze. 16: Ose. 2), Juan describe el futuro de la iglesia de Cristo como una mujer
perseguida que huye “al desierto”, donde Dios la sustenta durante
“mil doscientos sesenta días” (Apoc. 12: 6) o tres “tiempos” y medio (vers. 14).
Estos periodos proféticos sugieren una aplicación escatológica particular de la predicción
de Daniel sobre la persecución de los santos fieles en Daniel 7: 25 a aquellos
cristianos que fueron ejecutados durante el reinado de la Iglesia-Estado papal.
Juan continúa después describiendo el conflicto final de la iglesia remanente después de los 1260 años:
“Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra
el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (vers. 17).
Además, Juan describe el triunfo definitivo del remanente fiel sobre el monte de
Sion: “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y
con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su padre escrito en la frente” (Apoc. 14: 1).
Apocalipsis 12: 17 y 14: 1 describen conjuntamente el cumplimiento de la
promesa del remanente de que habla Joel (Joel 2: 28-32) para el fin de la era de la iglesia.
De esa forma, el Apocalipsis sugiere firmemente que las profecías de Joel,
que fueron cumplidas como la “lluvia temprana” al comienzo de la era de la
iglesia, se aplican una vez más en el final de la era a una escala universal.
La iglesia apostólica vio cómo miles de nuevos creyentes eran añadidos a su compañía (Hech. 2: 47; 4: 4).
De la misma manera, la iglesia remanente será testigo del influjo predicho de
“remanentes creyentes” de muchos pueblos que desean ser
instruidos y salvados en el “monte de Sion” (Isa. 2: 1-3; Miq. 4: 1, 2).
Después de la última testificación, todos los seguidores de Cristo serán parte de los “israelitas” fieles.
En resumen, el Apocalipsis hace resaltar dos grupos enfrentados en el conflicto final ante Dios.
Ambos están representados como comunidades adoradoras y, por lo tanto,
están identificados ante Dios en términos de adoración (Apoc. 14: 9-11).
Los que forman el verdadero pueblo remanente, “guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12: 17).
La importancia de esta combinación reiterativa de “la palabra de Dios” y
“el testimonio de Jesucristo” en el Apocalipsis (1: 2, 9; 6: 9; 12: 17; 20: 4)
la establece como un tema teológico central en el libro.
Como concluye Kenneth A. Strand, “en el libro de Apocalipsis, la fidelidad a la
`palabra de Dios´ y al `testimonio de Jesucristo´separa a los fieles de los infieles y
ocasiona la persecución que incluye el propio destierro de Juan y el martirio de otros creyentes (cf. Apoc. 1: 9; 6: 9; 12: 17; 20: 4; etc)”.
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