El Amor Prohibido
El amor prohibido por Dios que te confronta con tu actitud hacia el mundo y sus cosas.
BOSQUEJO
1. Un mandato. (v. 2: 15 a) 15 No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo.
El mundo compite para lograr el amor de los cristianos, pero no se puede amar al mundo y al Padre a la vez.
2. Y tres razones. -
a) Debido a quiénes son los creyentes (v. 2: 15 b)
los verdaderos seguidores de Cristo son tentados a través de su carne remanente por medio de comportamientos e iniciativas del mundo (Mt. 26:41; 1 Co. 10:13; Gá. 6:1; Ef. 6:16; Stg. 1:12–14; 1 P. 5:8–9). Sea que la tentación venga de prioridades mundanas, diversiones mundanas, riquezas mundanas, o deseos mundanos, los creyentes desean resistir los esfuerzos del mundo por seducirlos. Como advirtiera Jesús a sus oyentes: “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lc. 16:13; cp. Mt. 6:19–21, 24).
b) Debido a lo que el mundo hace (v. 2: 16)
El pecado es la realidad dominante en el mundo, y el inicio de este versículo es útil para mirar de modo más amplio al pecado, por definición llamado “infracción” (1 Jn. 3:4), cualquier violación de la perfecta y santa ley de Dios.
Aunque el pecado se manifiesta en acciones externas, sus raíces son mucho más profundas, pues están incrustadas en el tejido mismo del corazón humano depravado. El pecado impregna la mente caída, profanando interiormente al pecador en todos los aspectos de su ser
El pecado también es humanamente incurable. Los pecadores no tienen capacidad por sí mismos para remediar su pecado (Ro. 8:7–8; 1 Co. 2:14; Ef. 2:1). El profeta Isaías describió la incurable condición pecadora de Israel:
¡ Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite (Is. 1:4–6).
Por último, el pecado es universal. David escribió: “Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Sal. 14:3; cp. Is. 53:1–3; Ec. 7:20; Ro. 3:10–12; 5:12).
Al entender el grave peligro que el pecado representa, el apóstol Juan resume las opciones que el mundo usa para incitar a pecar: los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida. Aunque mencionadas brevemente, estas tres señalizaciones tienen profunda importancia.
La frase los deseos de la carne se refiere a las ansias envilecidas y poco nobles de los corazones perversos.
La carne denota la condición humana y su esencia pecaminosa.
La palabra traducida deseos (epithumia) es un término común en el Nuevo Testamento que denota deseos tanto positivos como negativos
Aquí se refiere negativamente a los impulsos sensuales del mundo que llevan a las personas a transgredir.
La expresión deseos de los ojos evoca sobre todo los pecados sexuales lujuriosos,
vanagloria es la arrogancia (cp. 1 S. 2:3; 17:4–10, 41–45; Sal. 10:3; 75:4; Pr. 25:14; Jer. 9:23; Ro. 1:30; Stg. 3:5; 4:16) que posiblemente motiva todos los pecados, incluso los deseos de la carne y de los ojos, ya que trata de elevar al yo por sobre todo lo demás (cp. Sal. 10:2, 4; Pr. 26:12; Dn. 5:20; Lc. 18:11–12; Ro. 12:3, 16).
La vanagloria es la corrupción de las partes más nobles de la esencia de los seres humanos (cp. Sal. 10:2–6, 11; Pr. 16:18–19), su racionalidad y su espíritu creados por Dios para que los disfruten (Gn. 1:26–27).
Satanás utilizó la misma tentación triple para atacar su objetivo. Adán y Eva sucumbieron en Génesis 3:6, sumiendo a la humanidad en el pecado: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. El diablo recurrió a los deseos de comida en Eva (deseos de la carne), a su ambición de poseer algo atractivo (deseos de los ojos), y a su codicia por tener sabiduría (vanagloria de la vida). Adán aceptó las mismas seducciones sin protestar y comió del fruto que su esposa le ofreció, y el reino de Satanás ganó su firme posición inicial en la tierra.
Satanás usó un enfoque similar cuando trató de arruinar la misión redentora de Jesús (cp. Mt. 16:21–23; Jn. 13:21–30). Recurrió a la humanidad del Señor (su hambre de pan), a sus ojos (su aprecio por el esplendor del mundo), y a su orgullo percibido (su salto desde el pináculo del templo habría abusado de la protección de Dios y le habría dado prestigio adicional cuando aterrizara sano y salvo). Pero las tres estrategias siniestras del diablo fueron frustradas cuando el Señor rechazó cada apelación citando la verdad del Antiguo Testamento (Dt. 8:3; 6:13, 16; cp. 10:20).
Pero los creyentes no son esclavos del diabólico y corrupto sistema del mundo (Ro. 6:5–14; Stg. 4:7; 1 P. 5:8–9; 1 Jn. 4:1–6). Al igual que su Señor que los ha redimido, ellos poseen la capacidad de resistir con éxito las tentaciones de este mundo (cp. Ro. 8:1–13; Stg. 4:7).
Un alumno que estaba en el último año de una escuela bíblica se destacaba por sus excelentes calificaciones y por su servicio cristiano eficaz. Salía todos los fines de semana a predicar y Dios lo estaba utilizando para ganar almas y desafiar a los creyentes.
Entonces, algo sucedió: su testimonio ya no tenía más efectividad, sus calificaciones comenzaron a bajar y aun su personalidad parecía haber cambiado. El rector lo llamó para conversar.
—Ha habido un cambio en tu vida y en tu trabajo— le dijo el rector —y me gustaría que me dijeras qué es lo que anda mal.
El estudiante se mostró evasivo por un instante, pero luego contó la historia. Estaba comprometido con una encantadora joven creyente y estaban planeando casarse después de la graduación. Lo habían llamado de una buena iglesia y estaba ansioso por mudarse con su esposa a la casa pastoral y comenzar el pastorado.
—¡He estado tan entusiasmado con esto que he llegado al punto de no querer que el Señor vuelva!— confesó. —Y entonces perdí el poder en mi vida.
Sus planes, buenos y hermosos como eran, se interpusieron entre él y el Padre. Perdió el gozo del amor del Padre. ¡Era mundano!
c) Debido a donde se está dirigiendo el mundo (v. 2:17)
El verbo traducido pasa es una forma del tiempo presente de paragō (“desaparecer”). El tiempo presente indica que el mundo ya está en proceso de autodestrucción (1 Co. 7:31b; 1 P. 4:7a; cp. Stg. 1:10; 4:14; 1 P. 1:24).
los muertos vivientes en el mundo están destinados a la muerte eterna en el infierno, pero los cristianos están destinados a la vida eterna en el cielo (Mt. 13:37–50; 25:31–46; cp. Mt. 5:12a; Lc. 10:20; He. 12:22–23; 1 P. 1:3–5).
Todos ellos se precipitan rápidamente hacia la condenación eterna, como Pablo escribió con relación a los impíos que perseguían a los creyentes tesalonicenses:
El proceso de autodestrucción del mundo se acelerará y empeorará en los años venideros (cp. 2 Ti. 3:13) hasta que el Señor regrese.
Por otra parte, el que hace la voluntad de Dios, aquel que obedece a Cristo y confía en Él para salvación, no tiene nada que temer con relación a la destrucción del mundo (1 Ts. 1:10; 5:9). Es la voluntad de Dios que las personas crean el evangelio, se arrepientan de su pecado, y acepten a Jesucristo como Señor y Salvador (Mr. 1:15; Jn. 6:29; 1 Ti. 2:4–6). Juan había oído antes estas palabras de Jesús: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (Jn. 6:40a). Cada persona que ha obedecido esa enseñanza es cristiana y permanece para siempre (Lc. 6:46–48; Jn. 8:51; 10:27; 14:21; 15:10; Stg. 1:22–25; 1 Jn. 2:5; 3:24; cp. Sal. 25:10; 111:10).
Los creyentes deben perseverar en santificación y justicia de igual forma que hizo Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13b–14). Al hacer esto demostrarán que aman lo que Dios ama y aborrecen lo que Él aborrece. Claramente ya no se dedicarán al sistema del mundo de los incrédulos y evitarán el atractivo continuo del pecado, el cual viene a través de los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida.