El Gran Chasco

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La importancia de la “puerta cerrada” y la búsqueda de identidad

El adventismo millerita se vio sacudido por una gran confusión surgida a raíz del chasco del 22 de octubre.
Quizás la mayor parte de los creyentes había abandonado su fe, mientras que el remanente se congregaba en diferentes grupos.
La tarea principal de los remanentes, a fines de 1844 y durante el año 1845, consistió en tratar de encontrar un significado.
La frontera teológica más elemental que los dividía residía en la aceptación de que el 22 de octubre hubiera sucedido algo.
Los que argumentaban que ninguna profecía se había cumplido fueron llamados “adventistas de la `puerta abierta´”, mientras quienes creían en un cumplimiento profético se los denominó “adventistas de la `puerta cerrada´”.
Estos grupos surgieron de la interpretación de Mateo 25: 10: que cuando llegó el esposo unos entraron y otros no. Miller asumiendo que la fiesta de bodas es la segunda venida, interpretaba que cerrar la puerta equivalía al cierre de la gracia. Creía, por lo tanto, que ya habían completado la tarea de advertir a los pecadores (AH, 11 de diciembre de 1844, 142).
Estas ideas estaban relacionadas con el concepto de misión, los adventistas de la “puerta abierta” creían, a principios de 1845, que todavía tenían la tarea de advertir al mundo acerca de una destrucción inminente; El principal portavoz de los adventistas de la “puerta abierta” fue Joshua V. Himes, creían que nada había sucedido el 22 de octubre de 1844. Creían que el evento era correcto pero se equivocaron en los cálculos. Ese grupo de Himes, se organizó formalmente como una entidad adventista en Albany, Nueva York, en abril de 1845. Una de las razones del porqué se organizó este movimiento era porque el fanatismo corría descontrolado en todas las filas adventistas. Para ese tiempo y debido a ello Miller se había cambiado a este grupo debido a fanatismos del otro lado.
Los adventistas de la “puerta cerrada” creían que ya habían terminado su misión de predicar. A partir de este grupo de la “puerta cerrada” aparecieron dos grupos:
El primero, “los espiritualizantes”, recibió ese nombre porque ofrecían una interpretación espiritual del acontecimiento del 22 de octubre. Estos negaban la veracidad de la Biblia, concedían carácter espiritual a declaraciones muy reales y concretas. Creían que el tiempo y evento fueron correctos que Jesús había regresado en forma espiritual a sus corazones y no en forma visible. El fanatismo surgió fácilmente entre ellos, algunos afirmaban estar sin pecado, otros rehusaban trabajar, dado que estaban en el milenio sabático, otros de acuerdo al precepto bíblico de ser como niños pequeños, desecharon tenedores y cuchillos y gateaban sobre sus manos y rodillas. Y los arrebatos carismáticos arrasaban entre ellos. Estos llegaron a considerarse los verdaderos herederos de que una vez fuera un poderoso movimiento.
El segundo, creían en un cumplimiento el 22 de octubre de 1844, pero equivocados en cuanto al evento. Este grupo se convenció de que la purificación del santuario no era la segunda venida, mientras que seguían pensando en el cierre de la puerta de la gracia, aunque no se daban cuenta de que estaba basada en la interpretación de Miller de la segunda venida de Jesús. Solamente cuando tuvieron una renovada idea sobre el evento de la purificación del santuario se deshicieron de la idea de la “puerta cerrada”, aunque les tomó casi una década.
De los tres grupos milleritas mencionados, el tercero es el último en surgir. De hecho, entre octubre de 1844 y los años de 1847 y 1848; no tenían características físicas ni visibles. Este grupo era un puñado de estudiosos de la Biblia, de aquí para allá estaban en busca del significado de su experiencia adventista. De este tercer grupo encontramos a los futuros dirigentes de lo que llegaría a convertirse en el adventismo del séptimo día, los futuros observadores del sábado.
Este grupo desarrolló sus creencias específicas apoyándose en el estudio de la Biblia, Jaime White a principios de 1847 lo expresó así: “la Biblia es una revelación completa y perfecta. Es nuestra única norma práctica y de fe” (WLF, 13).
Cuatro años después, mencionó de nuevo y en forma explícita el mismo asunto: “Cada cristiano”, escribió, “está de hecho obligado a utilizar la Biblia como una norma perfecta de fe y responsabilidad. Debería orar fervientemente para recibir la ayuda del Espíritu Santo al escudriñar las Escrituras en busca de la verdad plena, y de sus deberes. No tiene la libertad de apartarse de ellas para aprender acerca de sus deberes, mediante alguno de los dones que haya recibido. Afirmamos que en el momento que lo haga, colocará dichos dones en un pedestal equivocado, y asumirá una posición en extremo peligrosa. La Palabra debe estar al frente, y la iglesia debe contemplarla como una regla por la cual hay que guiarse, un fundamento de sabiduría, de donde podemos aprender a ser responsables en toda `buena obra´” (RH, 21 de agosto de 1851, 70).
En resumen, los primeros adventistas rechazaron la tradición, la autoridad eclesiástica, y aun los dones del Espíritu en su desarrollo doctrinal. Ellos eran el pueblo del “Libro”. En cuanto a sus principios de interpretación profética siguieron lo demarcado por Miller, comparar un texto con otro, estudiando el contexto, comparando los símbolos. Las profecías las siguieron interpretando a partir de la escuela historicista, escuela que cree que las profecías son una secuencia de acontecimientos históricos que se cumple desde la vida del profeta, se extiende a través de la historia hasta el fin del mundo (en vez de interpretarlas con el preterismo, que considera que las profecías se cumplen en la vida del profeta; o desde el futurismo, que asume que gran parte de las profecías se cumplirán antes de la segunda venida).

Hacia una mejor comprensión del tema del santuario

Para este momento seguían creyendo en el premileniarismo de Miller (creencia que siguen teniendo hasta el día de hoy), sin embargo, en los meses que siguieron al Gran Chasco, habrían de elaborar una segunda posición doctrinal.
Esta interpretación tenía que ver con el significado de aquel santuario que necesitaba ser purificado al final de los 2.300 días.
Josíah Litch (ya lo habíamos mencionado antes como pastor Metodista de los más capaces de toda Nueva Inglaterra, un erudito) había expresado sus dudas respecto a la interpretación millerita de la purificación del santuario en abril la primavera de 1844 antes del Gran Chasco de octubre, dijo: “No se ha demostrado que la purificación del Santuario, que debía ocurrir al final de los 2.300 días, fuera la venida de Cristo, o la purificación de la tierra” (AShield, mayo de 1844, 75, 80).
Estos mismos razonamientos volvieron a surgir después del chasco de octubre, Joseph Marsh a principios de noviembre de 1844 escribió: “De buena gana admitimos que hemos estado equivocados acerca de la naturaleza de los acontecimientos que habrían de ocurrir el décimo día del séptimo mes; pero todavía no podemos reconocer que nuestro Sumo Sacerdote en ese día preciso, realizó todo lo que, como en el tipo, habríamos de esperar de él” (VT, 7 de noviembre de 1844, 166).
Apolo Hale y Joseph Turner utilizaron las ideas de Marsh en un artículo fechado en enero de 1845. Ellos identificaron el acontecimiento del 22 de octubre con la llegada de Cristo ante el Anciano de Días (Dios), en la escena del juicio de Daniel 7 Hale y Turner concluyeron que “la llegada del esposo” indicaba “algún cambio de labores o de desempeño, por parte de nuestro Señor”. Cristo regresaría a la tierra a reunir a los escogidos después de que su labor “dentro del velo […], donde ha ido a preparar lugar para nosotros”, haya concluido. Como resultado, “algún tiempo debe transcurrir” entre la llegada del esposo ante el Anciano de Días y su regreso en gloria. Hale y Turner concluyen con la idea de que “el juicio está aquí” (AM, enero de 1845, 3).
Después del 23 de octubre día en el que Hiram Edson tuviera la visión de Jesús pasando de un departamento a otro en el santuario celestial, junto con O. R. L. Crosier y el Dr. F. B. Hahn estudiaron intensamente la Biblia, así llegaron a la conclusión que el santuario de Daniel 8:14 que debía ser purificado no era la tierra ni la iglesia, sino el Santuario celestial, del cual el Santuario terrenal era un tipo, o una copia (Estudiaron: Éxodo 25, precisamente los versículos 8 y 40; Levítico; Daniel 7, 9; Hebreos 8, precisamente los dos primeros versículos y Hebreos 9, Apocalipsis).
Como resultado, Crosier comenzó a publicar en el Day of Dawn [Día del amanecer] sus hallazgos que habían encontrado al estudiar juntos a principios de 1845 (H. Edson MS). Más adelante, el 7 de febrero de 1846 Crosier presentó sus conclusiones en la publicación Day-Star Extra, bajo el título de “La ley de Moisés”. Para esa fecha sus ideas del santuario ya habían madurado lo suficiente.
Podemos resumir las conclusiones más importantes en “La ley de Moisés”:
1.- Existe en el cielo un santuario literal
2.- El Santuario hebreo era una representación visual del plan de salvación y seguía el patrón del Santuario celestial.
3.- Así como los sacerdotes terrenales tenían un ministerio dividido en dos fases en el santuario del desierto, también Cristo un ministerio bipartito en el santuario celestial. La primera fase, el Lugar Santo, en su ascensión. La segunda inicia el 22 de octubre de 1844 cuando Cristo pasó del primer departamento al segundo.
4.- La primera fase del ministerio de Cristo tiene que ver con el perdón, mientras que la segunda implica borrar los pecados y purificar al santuario y a los creyentes.
5.- Cristo no regresará a la tierra antes que concluya su ministerio en el segundo aposento celestial (DS Extra, 7 de febrero de 1846, 37-44).
También habían comenzado a entender vagamente la orden de Apocalipsis 10: 11 que también había visto Edson en la visión, de que los chasqueados profeticen “otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”.
A principios de 1847 Joseph Bates respaldó la interpretación de Crosier.
Joseph Bates fue quien presidió la sexta conferencia bíblica general de 1842, en aquel momento en el que Himes organizaba. De hecho Bates trabajó en conjunto con Himes para la organización de las reuniones al aire libre. También este Bates fue miembro de la comisión que emitió la invitación para la primera conferencia general adventista en la que Miller enfermó.
En aquel momento Bates era uno de los pocos conferenciantes que žusaban sus propios ahorros para arrendar salas y pagar sus gastos de viaje y mantenimiento. Alquilar locales para las reuniones y reunir dinero para esparcir publicaciones adventistas y distribuir conferencias impresas en otras ciudades y pueblos.
žDe esta manera Bates gastó casi toda su modesta fortuna que había obtenido durante años como capitán de barcos.
Joseph Bates laico y predicador prominente se volvió en uno de los pilares claves del movimiento naciente. Un personaje excepcional, George R. Knight, tiene una publicación titulada, Joseph Bates: El fundador real del adventismo del séptimo día.
Para esta fecha de 1847 en la que Bates respaldó la interpretación de Crosier, Elena White escribió: “el Señor me mostró en visión, hace más de un año, que el hermano Crosier tiene la luz verdadera acerca de la purificación del Santuario, y que era su voluntad que el hermano C. escribiera la interpretación que nos brindó en el Day-Star Extra del 7 de febrero de 1846” (WLF, 12).
Crosier no fue el único creyente de la “puerta cerrada” que escribió acerca del ministerio de Cristo en el segundo aposento del Santuario celestial. Hubo otros, como Emily C. Clemons, quien publicaba a mediados de 1845 un periódico con el sugestivo nombre de Hope Within the Veil [La esperanza dentro del velo].
También G. W. Peavey, quien en 1845 enseñaba que Jesús había “concluido con la obra tipificada por el ministerio diario que ejercía antes del día décimo del séptimo mes, y que aquel día de octubre había entrado al Lugar Santísimo” (JS, 24 de abril de 1845, 55).
Peavey también señaló una relación entre Daniel 8: 14, Hebreos 9: 23-24 y Levítico 16, concluyó que el Lugar Santísimo del Santuario celestial necesitaba ser purificado mediante la sangre de Jesús en el día antitípico de la expiación (JS, 7 de agosto de 1845, 166). Sin embargo, creía que la purificación se había llevado a cabo el 22 de octubre de 1844, mientras que Crosier y sus colegas consideraban que era un proceso inconcluso que había comenzado en aquella fecha.
La interpretación de Crosier sería la que finalmente fue adoptada por el adventismo observador del sábado.
Antes de apartarnos de la purificación del santuario deberíamos mencionar que los adventistas relacionaron esta enseñanza con la idea del juicio investigador o previo al advenimiento.
Miller por supuesto fue, quien había unido la escena de juicio de Daniel 7, la purificación del santuario de Daniel 8: 14 y lo de que “la hora de su juicio ha llegado” de Apocalipsis 14: 7, con el juicio que tendría lugar en la segunda venida.
Sin embargo, ya en 1840 desde cuatro años antes del Gran Chasco, uno de los principales lugartenientes de Miller había enseñado la necesidad de un juicio previo al advenimiento. En febrero de 1840, el predicador metodiste Josiah Litch (el erudito de la época) indicó que el juicio debía ocurrir antes de la resurrección. Para 1842 afinó su punto de vista y señaló que el acto divino de levantar de entre los muertos a algunas personas para vida y otras para muerte en la segunda venida constituye un juicio ejecutivo que necesariamente conlleva un juicio “procesal” preliminar (Exposiciones proféticas, t. 1, pp. 49-54).
Crosier en sus hallazgos en “La ley de Moisés” ya había hecho alusión a esto, si bien no explícitamente, pero si lo había hecho mención en el pectoral del juicio que usaba el Sumo Sacerdote el Día de Expiación.
Joseph Bates en 1847 y otros ya a comienzos de 1845, hicieron corresponder el día de la expiación celestial con el juicio previo al advenimiento que debía ocurrir necesariamente antes de que Cristo volviese para ejecutar el juicio del advenimiento.
Aunque al comienzo, algunos se opusieron (entre ellos Jaime White, joven predicador de la Conexión Cristiana, que se había convertido en un poderoso defensor del mensaje de 1844), esa enseñanza del juicio previo al advenimiento de Jesús llegó a arraigarse firmemente a mediados de la década de 1850.
Como resultado, cuando los que se estaban transformando en adventistas del séptimo día predicaban el mensaje del primer ángel (“la hora de su juicio ha llegado” [Apoc. 14: 7]), con el tiempo lo interpretaron como un anuncio del comienzo del juicio previo al advenimiento el 22 de octubre de 1844. Todos los adventistas podían explicar esta doctrina.
A este punto bien podríamos preguntarnos y entonces, ¿Qué hizo Elena G. de White, en el desarrollo del movimiento adventista si parece que muchos otros estaban haciendo todo?

Esa es nuestra siguiente sección: Elena Harmon

Íntimamente relacionado con la validez profética del mensaje millerita y de la exactitud de la fecha del 22 de octubre, estaba el llamamiento de Elena Harmon (Elena G. de White después de su matrimonio en 1846) al ministerio profético.
En noviembre de 1844, junto con la mayoría de los demás milleritas, Elena Harmon que tenía entonces 17 años abandonó su creencia de que hubiera ocurrido algo el 22 de octubre.
Sin embargo, para su sorpresa sobre todo, según recordó más tarde, “mientras estaba orando ante el altar de la familia [en diciembre de 1844], el Espíritu Santo descendió sobre mí”.
Las primeras visiones de Elena Harmon, también se referían al tema del Santuario. Su primera visión sucedió en diciembre de 1844 (acerca de la validez del movimiento del séptimo mes). En visión, cuando buscaba a sus hermanos adventistas y no los podía ver, una voz le dijo que mirara un poco más arriba: “Y entonces […] alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto […] El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad [celestial] que se veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el `clamor de media noche´”.
De esta forma Dios confirmó que la fecha del 22 de octubre era un cumplimiento de la profecía.
“Esta luz - continuó Elena Harmon - brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran. Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros […]. Pero […] algunos […] negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso” (PE, 14-15).
Su primera visión nos dice mucho acerca del ministerio de Elena Harmon. Lo primero y lo principal es que nos muestra su pasión de toda la vida: el pronto regreso de Jesús y la preocupación de Dios por sus hijos.
Además de eso, presenta un doble énfasis que la acompaña a lo largo de su ministerio de setenta años.
El primer aspecto de ese énfasis es que en el cielo ocurrió algo de gran importancia el 22 de octubre de 1844, por lo tanto, los adventistas nunca deberían olvidar su lugar en la historia profética. Por eso pudo escribir después que “no tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada” (NB, 216).
El segundo aspecto del énfasis era que las personas deben mantener la mirada puesta en Jesús, su Salvador. Así, los adventistas no solo son un pueblo profético distintivo, sino también un pueblo cristiano.
A principios de 1845 relató otra visión en la que dice: “Vi al Padre levantarse del trono, y en un carro de llamas entró en el Lugar Santísimo, al interior del velo, y se sentó” al comienzo de la segunda fase del ministerio celestial de Jesús (ver PE 14, 15, 54-56).
Aun cuando esta visión de Elena Harmon estaba en armonía con las conclusiones bíblicas de Crosier y otros creyentes, debemos recordar que en aquel momento ella no tenía ninguna autoridad en el adventismo. Ella no era conocida, para ellos era tan solo una chica de 17 años que afirmaba que recibía visiones, la percibían solo como una voz entre muchas, en medio de un movimiento literalmente acosado por una multitud de individuos que afirmaban poseer dones carismáticos.
No es de extrañar, dado el evidente fanatismo carismático en algunos sectores del adventismo posterior a 1844, que ella no quisiera ser la portavoz de Dios. También era consciente de que el millerismo, debido a algunas experiencias tristes, tenía un profundo prejuicio en contra de las visiones y de las revelaciones privadas.
Nunca ha sido fácil ser profeta de Dios, y seguía sin serlo en 1844, el mismo año en que Joseph Smith, el “profeta” mormón, perdió la vida a manos de una multitud airada en Illinois. Pero Dios le dijo a Elena Harmon que la fortalecería.
Sin embargo, gradualmente, los miembros de la denominación en desarrollo comenzaron a reconocer su mensaje profético como una comunicación de Dios para guiar a su pueblo a través de la crisis en el tiempo del fin. Al aplicar las pruebas bíblicas de un profeta a su vida y obra, cada vez había más personas que confirmaban su creencia en su divino llamamiento.
En este punto debemos mencionar que Elena Harmon no fue la primera, ni la única elección de Dios para el oficio profético entre los adventistas. Al comienzo de 1842, William Foy, de la iglesia bautista, recibió varias visiones referentes a la segunda venida de Cristo y la recompensa de los justos. Luego, inmediatamente antes del Gran Chasco, Dios llamó a un segundo hombre, Hazen Foss, para el oficio profético, pero rechazó cooperar y perdió el don. Foss luego animó a Elena Harmon a no cometer el mismo error.
Antes de dejar esta sección sobre el don de profecía, debemos recalcar que el don de Elena G. de White no desempeñó un papel prominente en el desarrollo de la doctrina adventista. Como dijimos antes, el pueblo adventista fue conocido como “el pueblo del Libro”.
Aunque este hecho no siempre fue reconocido así por quienes los criticaban. Miles Grant, por ejemplo, en 1847 en el World´s Crisis (una destacada publicación adventista del primer día) dijo: “los adventistas del séptimo día afirman que el santuario que debía ser purificado al final de los [2.300] días, mencionados en Daniel 8: 13-14, está en el cielo, y que la purificación comenzó en el otoño de 1844 d.C. Cualquiera que les pregunte la razón de dicha creencia recibirá como respuesta que la información les llegó mediante una de las visiones de la Señora E. G. de White” (WC, 25 de noviembre de 1847, citado en el RH, 22 de diciembre de 1874, 204).
Urías Smith respondió con energía a dicha acusación. Escribió: “Cientos de artículos, han sido escritos acerca del tema [del santuario]. En ninguno de ellos se menciona que las visiones son una autoridad respecto a este asunto, o que ellas sean la fuente de alguna idea nuestra. Ningún predicador tampoco las ha mencionado en referencia a esta cuestión. La fuente es inexorablemente la Biblia, donde encontramos abundantes evidencias para las interpretaciones que hacemos de este tema” (RH, 22 de diciembre de 1874, p. 204).
Smith dijo que cualquiera podía indagar en la literatura adventista de la época para verificar o refutar lo que él decía. Lo cual se hizo alrededor del año 1955 (después regresaremos a este año, cuando se público el libro “Preguntas sobre doctrinas” que se tiene ahora en gema), y también en 1983 Paul Gordon escribió “El santuario, 1844, y los pioneros”, un libro que respalda las conclusiones de Smith.
El método básico empleado por los pioneros en su formación doctrinal era estudiar la Biblia hasta llegar a un consenso general. En ese punto, Elena G. de White a veces recibía una visión sobre un tema ya estudiado, en primer lugar para reafirmar el consenso y segundo, para ayudar a quienes todavía no estaban en armonía con la mayoría para aceptar la exactitud de las conclusiones del grupo derivadas de la Biblia.
Por lo tanto, podemos considerar que el papel de la señora White en el desarrollo doctrinal fue más de confirmación que de iniciación del mismo.
Es decir, primero estudiaban los temas en la Biblia, llegaban a una conclusión y después en algunas ocasiones venía la visión solo para confirmación.
Jaime White en su escrito de 1847, después mencionó hablando de su esposa “las visiones verdaderas se conceden para conducirnos a Dios y a su Palabra escrita; sin embargo, las que se conceden para revelar nuevas normas de fe y práctica no pueden ser de Dios, y deben ser rechazadas” (WLF, 13).
Más adelante cuando surgió la pregunta de por qué Dios simplemente no disipó los puntos de desacuerdo dando visiones en primer lugar. La respuesta de Jaime White nos brinda una interpretación crucial acerca del papel del don de su esposa. “No parece que el propósito del Señor sea instruir a su pueblo por medio de los dones del Espíritu sobre cuestiones bíblicas hasta que sus siervos hayan investigado su Palabra diligentemente […]. Hemos de hacer que los dones ocupen su lugar apropiado en la iglesia. Dios nunca los coloca en el primer puesto, pero os ordenó contar con ellos para guiarnos en el sendero de la verdad, y en el camino al cielo. Él ha magnificado su Palabra. Las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento son la lámpara para iluminar el camino hacia el reino. Sigan eso. Pero si se apartan de la verdad bíblica, y están en peligro de perderse, puede ser que Dios los corrija en el momento que él elija, y los lleve de vuelta a la Biblia, y los salve” (RH, 25 de febrero de 1868).
Sin embargo, uno de los aspectos desafortunados de la historia adventista es que algunos miembros de iglesia han abusado del don de Elena G. de White al darle más importancia que a la Biblia. Aunque adventistas de épocas posteriores se han inclinado por apoyarse en la autoridad de E. G. de White para sus conclusiones, los primeros adventistas eran “el pueblo del Libro”. El don de profecía es una bendición para la iglesia de Dios, pero el verdadero adventismo siempre ha alentado la primacía de las Escrituras.
Jaime White y Joseph Bates al leer Apocalipsis 11: 19: “Entonces fue abierto el Santuario de Dios que está en el cielo, y quedó a la vista el Arca de su Pacto en su Santuario”, lo entendieron no sólo como la apertura del Lugar Santísimo en el cielo, sino que también hizo que dirigieran sus miradas al Arca y a su contenido: los Diez Mandamientos.
Ese precisamente va ser el siguiente tema que veremos, la era del desarrollo doctrinal y el papel de Elena White en ella.
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