Proceso a un Rebelde
Estudio a los Romanos • Sermon • Submitted
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· 33 viewsPablo, antes de mostrar que la salvación está al alcance de judíos y gentiles por igual, tiene que probar que ambos están necesitados de ella. Judíos y gentiles están bajo pecado y convictos delante de Dios.
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PROCESO A UN REBELDE
Romanos 2.1-29
INTRODUCCIÓN:
Me llama profundamente la atención la confesión sincera de la pasión de Pablo en 1.15: “pronto estoy a anunciaros el evangelio”. Ya lo conocían, pero hay cosas que el quiere resaltar. Lo que Pablo quiere es que ellos:
Crean el evangelio en profundidad.
Vivan el evangelio en su plenitud.
Compartan el evangelio con inteligencia.
Nada hay que mantenga a la gente alejada de Cristo más que la incapacidad para ver su propia necesidad de él, o su falta de deseos de admitirlo. Como lo expresó Jesús: ‘No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos sino a pecadores.’ Estaba defendiendo ante la crítica de los fariseos su costumbre de fraternizar con “recaudadores de impuestos y ‘pecadores’”. Con este comentario acerca del médico, Jesús no quería decir que algunas personas realmente son justas, de modo que no necesitan la salvación, sino que algunas personas creen que lo son. En esa condición de autojustificación jamás podrán acercarse a Cristo. Porque, así como nosotros vamos al médico sólo cuando admitimos que estamos enfermos y que no podemos curarnos solos, así también acudimos a Cristo sólo cuando admitimos que somos pecadores culpables y que no podemos salvarnos solos. El mismo principio se aplica a todas nuestras dificultades. Si negamos el problema, nada podemos hacer para solucionarlo; si reconocemos el problema, de inmediato existe la posibilidad de una solución. Resulta significativo que el primero de los ‘doce pasos’ de Alcohólicos Anónimos sea: ‘Aceptamos que no teníamos poder contra el alcohol; que nuestra vida se había vuelto inmanejable.’
Cierto es que algunas personas insisten con gran energía en que no son pecadores ni culpables, y que no necesitan a Cristo. Estaría muy mal tratar de inducir sentimientos de culpabilidad en ellos en forma artificial. Pero si el pecado y la culpa son universales (como lo son), no podemos abandonar a la gente a su falso paraíso de supuesta inocencia. La acción más irresponsable de un médico sería aceptar el diagnóstico desacertado del propio paciente. Más bien, nuestro deber cristiano es, mediante la oración y la enseñanza, lograr que la gente acepte el verdadero diagnóstico de su condición ante los ojos de Dios. De otra manera, jamás podrán responder al evangelio.
Es este sencillo e impopular principio el que está en la base de Romanos 1:18–3:20. Antes que Pablo pueda mostrar que la salvación está igualmente a disposición de judíos y gentiles (como declara que lo está, en 1:16), tiene que probar que estos están igualmente necesitados de ella. De modo que su propósito en este pasaje consiste en preparar la demostración de ‘que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado’ (3.9), de tal manera ‘que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios’.
Hace más que presentar una acusación; presenta las pruebas contra nosotros, con el fin de demostrar nuestra culpa y asegurar que seamos juzgados. Todos los seres humanos, hombres y mujeres (con la sola excepción de Jesús), son pecadores, culpables y sin excusa delante de Dios. De entrada, están sometidos a su ira. De entrada, aparecen condenados. Es un tema de gran solemnidad. Al mismo tiempo, es el trasfondo necesariamente oscuro contra el cual resplandece brillantemente el evangelio, fundamento indispensable para la evangelización mundial.
La forma en que Pablo demuestra la universalidad del pecado y la culpa del hombre consiste en dividir la raza humana en varios sectores y acusarlos uno por uno. En cada caso el procedimiento es idéntico. Comienza recordando a cada grupo su conocimiento de Dios y del bien. Luego los enfrenta con el incómodo hecho de que no han vivido a la altura de su conocimiento. Por el contrario, deliberadamente lo han suprimido, incluso contrariado, al seguir viviendo en la injusticia. Y por consiguiente son culpables, inexcusablemente culpables delante de Dios. Nadie puede invocar inocencia, porque nadie puede declararse ignorante.
En primer lugar (1:18–32), presenta la depravada sociedad gentil con su idolatría, inmoralidad y comportamiento antisocial.
En segundo lugar (2:1–16), se dirige a los moralistas críticos (sean gentiles o judíos) que profesan tener elevadas normas éticas y que se las aplican a todos excepto a sí mismos.
En tercer lugar (2:17–3:8), se vuelve hacia los judíos que confían en sí mismos, que se jactan de su conocimiento de la ley de Dios, pero que no la obedecen.
En cuarto lugar (3:9–20), engloba a toda la raza humana y concluye con la afirmación de que todos somos culpables y que no tenemos excusa alguna delante de Dios.
En todo este largo pasaje en el cual, de manera gradual pero implacable, el apóstol construye su caso, jamás pierde de vista las buenas noticias de Cristo. Por cierto, ‘la justicia de Dios’ (es decir, como hemos visto, su modo justo de hacer justos a los injustos) es el único contexto posible en el cual podría atreverse a exponer la miseria de la injusticia humana. En 1:17 ha expresado que ‘en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios’. En 3:21 repetirá está declaración casi palabra por palabra: ‘Pero ahora … se ha manifestado la justicia de Dios.’ Entre estas dos grandes declaraciones de la revelación de la misericordiosa justicia de Dios, Pablo coloca su terrible exposición reveladora de la injusticia humana (1:8–3:20).
El juicio A UN REBELDE MORALISTA (2.1-16)
Después de declarar que el depravado mundo gentil es culpable e inexcusable (1:20, 32), Pablo anuncia ahora el mismo veredicto contra una persona a la que se dirige de forma indirecta: Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás … (2:1). ¿Quién es esta persona? Se trata, él o ella, de un personaje imaginario con el que, siguiendo la larga tradición de la ‘diatriba’ griega, el apóstol entabla un diálogo. De hecho, esta persona, junto con la categoría que él o ella representa, ocupa el primer plano en la mente de Pablo a lo largo de los primeros dieciséis versículos de Romanos 2.
Muchos comentaristas (quizás la mayoría) creen que, al haber pintado y condenado a la sociedad gentil en 1:18–32, ahora Pablo centra su atención en el pueblo judío. Se trata de un punto de vista comprensible, ya que la clasificación de la raza humana en judíos y gentiles se menciona en numerosas ocasiones en toda la carta, y uno de los propósitos principales del apóstol al escribir es demostrar que judíos y gentiles son iguales en cuanto al pecado, e iguales en cuanto a la salvación. Sin embargo, hay dos objeciones a la identificación directa del interlocutor de Pablo al comienzo de Romanos 2 con el pueblo judío. Primero, no es sino al llegar al versículo 17 que entabla una conversación directa con un judío (‘Ahora bien, tú que llevas el nombre de judío …’). En cambio, en este diálogo dos veces se dirige a su interlocutor como ‘hombre’ (1, 3), destacando así deliberadamente que él o ella es un ser humano, en lugar de especificar a un judío o a un gentil.
Segundo, si esta sección se refiere exclusivamente al mundo judío, entonces 1:18–32 es el único cuadro que nos ofrece Pablo del antiguo mundo gentil, en cuyo caso parecería ser un cuadro desequilibrado. Porque no todos los gentiles preferían las tinieblas a la luz, se hicieron idólatras, y fueron abandonados por Dios a un comportamiento sexual y social promiscuos. Hubo otros, como lo señaló F. F. Bruce:
Sabemos que había otro lado del mundo pagano del primer siglo que el que Pablo ha pintado en los párrafos anteriores. ¿Qué podemos decir de un hombre como el ilustre contemporáneo de Pablo, Séneca, el moralista estoico, tutor de Nerón? Séneca hubiera podido escuchar la denuncia de Pablo y haber dicho: ‘Sí, esto es perfectamente cierto en cuanto a grandes masas de la humanidad, y estoy de acuerdo con la forma en que las has juzgado; pero hay otros, desde luego, como yo mismo, que lamentan dichas tendencias tanto como lo haces tú.’
Sigue Bruce:
[Séneca] no sólo exaltó las grandes virtudes morales; denunció la hipocresía, predicó la igualdad de todos los seres humanos, reconoció el carácter pernicioso de la maldad … practicó e inculcó el autoexamen diario, ridiculizó la idolatría vulgar, adoptó el papel de guía moral …
Es probable, por lo tanto, que Pablo estuviera pensando en gentiles como él cuando dictaba los versículos 1–16. Pero su énfasis principal se ve claramente cuando se vuelve del mundo de la inmoralidad desvergonzada (1:18–32) al mundo del moralismo recatado. La persona a la que se dirige ahora no es simplemente ‘hombre’ sino ‘hombre, tú que juzgas’ (1, 3, rvr), un ‘ser humano moralista y crítico’. Parece enfrentar a todo ser humano (judío o gentil) que sea moralista y que pretenda dictar juicios morales contra otros.
El juicio a un rebelde moralista:
Es en verdad (v.3)
Es inevitable y para todos (v.3)
Es para los no arrepentidos (v.4)
Es justo (v.5)
Es según las obras (v.6)
Es sin hacer diferencia (v.11)
Es según las oportunidades (v.12)
Es completo (v.16)
Es según verdad (2.3)
Pablo pone a la luz en estos versículos una extraña flaqueza humana, a saber, nuestra tendencia a ser críticos de los demás, pero no de nosotros mismos. A menudo somos sumamente duros con nuestros juicios sobre otros, pero blandos con nosotros mismos. Nos inflamamos de farisaica indignación ante el comportamiento vergonzoso de otras personas, mientras que ese mismo comportamiento no nos parece tan serio cuando se trata de algo que hacemos nosotros. Hasta adquirimos una vicaria satisfacción al condenar a otros por las mismas faltas que nos perdonamos a nosotros mismos. Este recurso nos permite retener simultáneamente nuestros pecados y nuestra autoestima. Es un arreglo muy conveniente, pero también engañoso y enfermizo.
Además, sostiene Pablo, nos exponemos al juicio de Dios, y nos quedamos sin excusa ni escapatoria. Porque si nuestras facultades críticas están tan bien desarrolladas que nos volvemos expertos en nuestra valoración moral de los demás, difícilmente podamos alegar ignorancia en cuanto a cuestiones morales en nuestro propio caso. Por el contrario, al juzgar a otras personas, como resultado nos condenamos, porque al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas (1). Porque sabemos perfectamente bien que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas se basa en la verdad (2). ¿Cómo podemos suponer (nosotros los que, aunque somos meros seres humanos, jugamos a ser Dios y juzgamos a otros por hacer lo que nosotros mismos hacemos) que vamos a escapar del juicio de Dios (3)? No se trata de un llamado a suspender nuestras facultades críticas, ni a renunciar a toda crítica o reprimenda de parte de otros como si fuese ilegítima; se trata más bien de una prohibición de erigirnos en jueces de otras personas y condenarlas (algo que como seres humanos no tenemos ningún derecho a hacer), especialmente cuando no nos condenamos a nosotros mismos. Porque esta es la hipocresía de la doble moralidad, con normas elevadas para los demás y una norma cómodamente baja para nosotros mismos.
A veces, en un inútil intento de escapar de lo ineludible, es decir, ‘del juicio de Dios’, nos refugiamos en algún argumento teológico. Porque la teología puede utilizarse bien o mal. Apelamos al carácter de Dios, especialmente a las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia (4a). Argumentamos que él es demasiado bueno y misericordioso como para castigar a nadie, y que en consecuencia podemos pecar con impunidad. Hasta llegamos a aplicar mal la Escritura a nuestro favor, y citamos expresiones tales como: ‘El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor.’ Este modo manipulador de hacer teología es mostrar desprecio de Dios, no honra. No es fe; es presunción. Porque su bondad quiere [llevarnos] al arrepentimiento (4b). Ese es su objetivo. Tiene como propósito darnos un espacio en el cual podamos arrepentirnos, y no el de darnos una excusa para pecar.
Es justo (2.5-11)
Abusar de la paciente bondad de Dios, como si su propósito fuera alentar la licencia, no la penitencia, es una clara señal de obstinación y de un corazón empedernido (5a). Semejante obstinación puede tener un solo fin. Significa que estamos acumulando para nosotros mismos, no un precioso tesoro (que es lo que el verbo thēsaurizō significaría normalmente) sino la horrible experiencia de la ira divina en el día de la ira, cuando Dios revelará su justo juicio (5). Lejos de escapar del juicio de Dios (3), lo que conseguiremos es que caiga sobre nosotros de una forma ineludible.
A continuación, Pablo se ocupa de su expresión el ‘justo juicio’ de Dios (5b), y comienza declarando el inflexible principio en el que está basado. Se trata de una cita del Antiguo Testamento, a saber, que Dios pagará a cada uno según lo que merezcan sus obras. Es probable que el versículo citado sea el Salmo 62:12, aunque Proverbios 24:12 dice lo mismo en forma de pregunta. También aparece en las profecías de Oseas y Jeremías, y a veces se elabora en la vívida expresión ‘les pediré cuentas de su conducta.’ El propio Jesús la repitió Mt. 16.27. También lo hizo Pablo, 2 Co. 5.10; y es un tema reiterativo en el libro de Apocalipsis; 20.12 y 22.12. Es el principio de la exacta retribución, lo cual constituye el fundamento de la justicia.
Con todo, algunos cristianos protestan de inmediato. ¿Ha perdido el juicio el apóstol? ¿Acaso comienza declarando que la salvación es sólo por fe (por ejemplo 1:16s), y luego arruina su propio evangelio al decir que, después de todo, es por las buenas obras? Claro que no; Pablo no se contradice. Lo que asegura es que, si bien la justificación es, efectivamente, por fe, el juicio será de conformidad con las obras. No es difícil descubrir la razón de que sea así. El día del juicio será una ocasión pública. Su propósito no será tanto determinar el juicio de Dios, como anunciarlo y reivindicarlo. El juicio divino, que es un procedimiento para cernir y separar, se lleva a cabo todo el tiempo secretamente, a medida que la gente se ubica a favor o en contra de Cristo; pero en el último día se darán a conocer los resultados. ‘El día de la ira’ de Dios será también el momento cuando se ‘revelará su justo juicio’ (5b).
Una ocasión así, en la que se hará un veredicto público y se dará a conocer una sentencia pública, requerirá pruebas públicas y verificables que las apoyen. Y la única prueba pública disponible serán nuestras obras, lo que hemos hecho y lo que se ha visto que hemos hecho. La presencia o ausencia de una fe salvadora en nuestro corazón se dará a conocer por la presencia o ausencia de buenas obras de amor en nuestra vida. El significado es que la fe que justifica siempre santifica. Una vida cambiada (no una vida perfecta) es siempre el fruto de estar unido a Cristo. De modo que una vida transformada es una condición para la vida eterna, pero ni nos concede ni nos hace merecedores de la vida eterna.
Los apóstoles Pablo y Santiago enseñan esta misma verdad, que una fe salvadora auténtica produce buenas obras, y que, si no ocurre así, esa fe es falsa, incluso muerta. ‘Yo te mostraré la fe por mis obras,’ escribió Santiago. Pablo hizo eco a esto cuando escribió que ‘la fe … actúa mediante el amor.’
Aplicación:
¿Qué es lo que yo busco?
Los versículos 7–10 desarrollan el pensamiento del versículo 6, o sea el principio de que la base del justo juicio de Dios será lo que cada uno haya hecho. Aquí se nos presentan las alternativas en dos oraciones paralelas cuidadosamente armadas, que se refieren a nuestra meta (lo que buscamos), nuestras obras (lo que hacemos) y nuestro fin (hacia dónde vamos). Los dos destinos finales de la humanidad se llaman, por una parte, vida eterna (7), que Jesús definió en función de conocerlo a él y conocer al Padre, y por otra, el gran castigo (8), o ‘ira y enojo’ (rvr), es decir, el terrible desenlace del juicio de Dios. La base sobre la que se hará esta separación será una combinación de lo que buscamos (nuestra meta última en la vida) y lo que hacemos (nuestras acciones en el servicio, ya sea para nosotros o para otros). Es muy semejante a la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte, en el que delinea las ambiciones humanas alternativas (buscar nuestro propio bienestar material o buscar el reino de Dios), y las actividades humanas alternativas (practicar o no practicar sus enseñanzas).
Para volver a Pablo, por un lado, están los que buscan gloria (la manifestación de Dios mismo), honor (la aprobación de Dios) e inmortalidad (el eterno gozo de su presencia), y además, los que procuran estas bendiciones centradas en Dios perseverando en las buenas obras (7). Es decir, perseveran en el camino, porque la perseverancia es la marca que identifica a los creyentes genuinos.
Busquen Gloria Honra e Inmortalidad
Ahora, cuando se han hecho todas las aclaraciones, debemos regresar atrás y no perder la fuerza de estas palabras en el versículo 7 Dios dará vida eterna a los que “buscan gloria y honra e inmortalidad”. Si, búsquenla perseverando en las buenas obras. Y sí, estas buenas obras son el fruto de estar justificados por la fe en Cristo. Sí y Amén, y Alaben al Señor por eso. Pero no pierdan el sentido de lo que se está diciendo: Hay una búsqueda de gloria y de honra y de inmortalidad.
Hago hincapié en ello por tres razones:
1) Muchas personas piensan que este es un motivo bajo y poco cristiano. Los cristianos no buscan gloria y honra e inmortalidad. Eso sería egoísmo. Fue contra eso que C. S. Lewis reaccionó tan vigorosamente en The Weight of Glory. El peso de la gloria.
El Nuevo Testamento tiene mucho que decir acerca de la abnegación, pero no acerca de la abnegación como un fin en sí misma. Se nos dice que nos neguemos a nosotros mismos y tomemos nuestras cruces para poder seguir a Cristo; y casi cada descripción de lo que encontraremos finalmente si obramos así incluye un llamamiento al deseo.
Si al acecho en las mentes más modernas está la noción de que desear nuestro propio bien y seriamente esperar disfrutar de él, es algo malo, yo digo que esta idea se ha colado de Kant y los estoicos, y no es parte de la fe cristiana. De hecho, si consideramos la claridad de las promesas y la asombrosa naturaleza de las recompensas prometidas en el evangelio, parecería que nuestro Señor no encuentra nuestros anhelos demasiado fuertes, sino demasiado débiles. Somos criaturas desganadas, que estamos perdiendo el tiempo con la bebida, el sexo, y la ambición, mientras un gozo infinito nos está siendo ofrecido; como un niño ignorante que quiere seguir haciendo tortas de barro en un tugurio porque no puede imaginar lo que significa la oferta de unas vacaciones en el mar. Estamos lejos de ser fácilmente satisfechos.
2) La segunda razón por la que hago hincapié en esto es que muchas personas no buscan nada con entusiasmo, especialmente una vida espiritual; deambulan, flotan, caminan sin avanzar, están espiritualmente desanimadas, son prisioneras de la apatía espiritual. Asedia. Significa aburrimiento o apatía. Esto es mortal porque Pablo dice que la vida eterna le es dada a quienes buscan, no quienes pierden el tiempo. En 1ra a Timoteo 6:12 dice, “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado”.
3) La tercera razón por la que me enfoco en este asunto es que el significado de “buscar gloria y honra e inmortalidad” necesita ser explicado. Y a esto vamos ahora.
Busque, Quiera, Persiga, Ansíe, Ame
El punto esta mañana es que es bueno, de hecho, necesario, “buscar gloria y honra e inmortalidad.” Búsquela, quiérala, persígala, ansíela, ámela. Deséela más de lo que desea cualquier otra cosa terrenal. Este es el punto. No sea desanimado, apático o inactivo cuando se trata de cosas espirituales. Y si es así, entonces intensifique sus oraciones para que Dios encienda su corazón con el sentido del valor inapreciable de la gloria, el honor y la inmortalidad.
¿Está fascinado por el proceso criminal de la audiencia pública? Entonces pídale a Dios que le ayude a sustituir esa fascinación por gloria, honra e inmortalidad. ¿Está ansioso por tener a los niños en casa para las navidades? Entonces pídale a Dios que le ayude a sustituir esa ansiedad por ansias de gloria, honra e inmortalidad. ¿Observa usted el mercado de la bolsa para ver como van sus inversiones? Entonces pídale a Dios que le ayude a sustituir esas ansias de dinero en ansias por la gloria, la honra, y la inmortalidad.
Este es el punto: Buscarla. La vida eterna es dada a los que buscan gloria y honra e inmortalidad. No a los indiferentes espiritualmente. Pero ¿qué significa eso?
Definiendo Gloria, Honra, e Inmortalidad.
Permítanme llegar a esto con tres “E”, uso estas tres “E” para definir gloria y honra e inmortalidad porque pienso que la gloria es el objeto principal a buscar, y que la honra y la inmortalidad son simplemente aspectos de ella. Las tres “E” son Excelencia, Eco, y Extensión. Voy a definir “Gloria” como una clase de Excelencia divina. Pienso que la “honra” es el Eco de esa excelencia en presencia de Dios, los ángeles y los santos; e “inmortalidad” es la Extensión de esa excelencia por siempre, en el futuro.
El juicio a UN RELIGIOSO JUDÍO (2.17-29)
Lo que Pablo quiere es que ellos:
Crean el evangelio en profundidad.
Vivan el evangelio en su plenitud.
Compartan el evangelio con inteligencia.