Una esperanza que purifica
Una esperanza que purifica
“Esperanza” tiene dos significados principales en la teología. Puede definir o el objeto de la esperanza, es decir Cristo y todo lo que implica su segunda venida (ver Escatología*), o la actitud de esperar.
Esperar significa anticipar con expectación la actividad futura de Dios. El fundamento de la esperanza es la actividad pasada de Dios en Jesucristo, quien señala el camino para los propósitos de Dios en su creación.
Al fin de la parábola del Juez Injusto, registrada en Lucas 18, Jesucristo habla acerca de sí mismo cuando le pregunta a sus seguidores: “Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?” (v.8). Esta pregunta parece estar totalmente fuera de lugar al fin de la parábola. Sin embargo, el contexto precedente (Lc. 17:20–37) enseña acerca del regreso de Jesús. Cuando Jesús aparezca en su venida, ¿encontrará a los creyentes fieles a su llamado? ¿Estarán haciendo lo justo?
¿Cómo responden los creyentes a la noticia del regreso de Cristo? Ellos obedecen los mandamientos de Dios, continúan en Cristo y están confiados ante la perspectiva del regreso de Jesús (compárese con 3:21). La palabra confiados quiere decir en realidad que los creyentes hablan sin renuencias, franca y osadamente acerca de su Señor y Salvador Jesucristo.
Dios, que es justo, produce hijos e hijas que reflejan esta justicia en su vida diaria. Ser justo es el equivalente de ser santo. Presupone cumplir la voluntad de Dios, obedecer sus mandamientos y amarle a él y al prójimo. En suma, “justo” es un término que quiere decir libre de pecado
no describe a aquellos que efectúan alguna buena obra ocasionalmente. Esta oración revela más bien el estilo de vida de la persona que ha nacido de Dios. Los hijos de Dios tratan de hacer lo que es bueno y agradable ante los ojos de éste.
El creyente no espera pasivamente el regreso de Cristo, sino que promueve activamente el reino de la justicia de Dios (Lc. 17:20–21). Los cristianos no oran por su regreso para poder sacarse de encima sus responsabilidades. Oran por la venida de Cristo para que éste pueda encontrar fe en la tierra
Quienes están fuera de Cristo no pueden entender (1 Co. 2:15–16; 1 P. 4:3–4) la verdadera esencia y el verdadero carácter de los creyentes, los cuales resplandecen en la semejanza al Padre celestial y su Hijo Jesucristo, el Salvador y Señor de ellos
Tal transformación hará perfectamente santos y justos a los redimidos, y con una capacidad pura para adorar y glorificar a Dios por siempre de manera totalmente satisfactoria, gozosa e intacta (cp. Ap. 5:11–14).
El creyente vive en la esperanza de verse transformado en semejanza a Jesucristo, y cuanto más contempla esta verdad tanto más se purifica del pecado. Busca limpiarse a sí mismo del pecado que contamina el cuerpo y el alma; se esfuerza constantemente en la santidad por reverencia a Dios (2 Co. 7:1).
La esperanza en el regreso de Cristo determina prácticamente el estilo de vida y la conducta de los creyentes. Cuando esta esperanza se ha puesto en él produce un creciente anhelo de llegar a ser ahora semejantes a Jesús
Jesucristo es el Señor y Salvador de los santos, quien provee el ejemplo ideal de una vida santa. Él es la meta de las vidas de ellos, el Único a quien deben seguir con creciente diligencia y fervor, así como hizo el apóstol Pablo
la obra santificadora del Espíritu Santo no se lleva a cabo aparte de la obediencia del creyente y el uso de los medios de la gracia santificadora. Este es un llamado típico a que los cristianos obedezcan las Escrituras en todos sus aspectos.
su enfoque principal debería estar en el profundo significado de ser eternamente conformados a la imagen de Cristo. Cuando fijan la esperanza en su Salvador y Señor absolutamente santo y ansían estar con Él y ser como Él en el futuro, sus vidas se afectan positivamente hacia la justicia en la actualidad.
Aquellos que permanecen en Cristo, manifestando justicia, reconociendo con gratitud el amor que Dios les tiene, siendo cada vez más conformados a imagen de Cristo, e intentando vivir con pureza, pueden estar seguros de que tienen una esperanza que no defrauda. Ni siquiera las peores pruebas de la vida pueden disminuirles la confianza eterna en las promesas de Dios. Es más, mientras los creyentes enfrenten más dificultades en esta vida, más fuerte y brillante se vuelve su esperanza. Tal esperanza es básica para todo pecador redimido delante de Dios
Un grupo de jóvenes estaba disfrutando de una fiesta y alguien sugirió que fueran a un cierto lugar para divertirse.
—Preferiría que me llevaras a mi casa— le dijo Julia al muchacho que había ido con ella a la fiesta. —A mis padres no les gusta ese lugar.
—¿Tienes miedo de que tu padre te haga algo?— le preguntó una de las chicas sarcásticamente.
—No— respondió Julia. —No tengo miedo de que mi padre me lastime, sino que tengo miedo de lastimarlo yo a él.
Ella entendía el principio de que un verdadero hijo de Dios, quien ha experimentado el amor de Dios, no tiene deseos de pecar contra ese amor.